Capítulo 2

Siempre soñé con el día en que pudiera escapar a mi destino y dejar de ser una sirvienta, mis sueños se vieron truncados cuando recibí el resultado del Suneung y supe que no podría ir a la universidad. Resignarme no era una opción, al contrario, prefería cualquier cosa, incluso morir antes que conformarme con dedicar mi vida al servicio doméstico.

Mi madre solía decir que debía aceptar mi destino; pero, yo sabía que la vida no me podía condenar a la esclavitud.

Siempre adopté una actitud sumisa porque así fui educada, obligada a inclinar la cabeza frente a los señores, aún cuando en realidad mis sueños eran salir de ahí y convertirme en una gran señora.

La idea de la señorita Hana-Rhee parecía descabellada; no obstante, yo en ese punto de mi vida estaba dispuesta a lo que fuera, con tal de salir de ese lugar. Estaba cansada de servir, de lavar platos y de recibir humillaciones que ni siquiera venían de los amos de la casa, sino de los sirvientes de alto rango y mayor edad en la propiedad.

Fue como un sueño hecho realidad cuando llegó a la mansión Rhee el Ham(caja de regalos que el novio envía para la novia). Los ricos acostumbraban realizar las bodas tradicionales con todos los lujos que ya muy pocas personas podían pagar y por eso optaban por cambiar a una boda estilo occidental.

—Con este Honseo (papeles oficiales de la boda envueltos en seda negra) te entrego el honor de mi familia, confío en ti— fueron las palabras de la señorita Hana-Rhee —A partir de este momento yo soy Eun-Ji y tú serás Hana-Rhee, honraremos este pacto, hasta la muerte de ser necesario.

Me despedí de ella haciendo una última reverencia, luego subí al auto que me llevaría a la casa de la familia Yi. Lo único que sabía de mi futuro esposo era su nombre: Seung-Yi.

Suspiré cuando el automóvil arrancó y dejé atrás la residencia de la familia Rhee que había sido el hogar de mi familia desde tiempos ancestrales. Solo esperaba que mi esposo fuera un hombre agradable y me tratara con respeto y decencia.

Me instalaron en un Hanok en la entrada de la propiedad, habitualmente destinado para invitados distinguidos. La desafortunada enfermedad del señor Rhee había puesto a Hana en una posición vulnerable frente a su nueva familia, ella dependía ahora en su totalidad de la condescendencia de su esposo porque toda la fortuna y negocios se unirían a los de la familia Yi, con ese matrimonio.

De inmediato dos sirvientas se pusieron a mi disposición. Me lavaron el cuerpo y el cabello con agua de pétalos de flores y aceites esenciales. ¡Qué bien se sentía ser atendida y no tener que servir! Esa noche di gracias por haber tenido la suerte de cambiar mi destino.

El gran día llegó, mis piernas temblaban y sentía que mi garganta se negaba a emitir sonido alguno. Las palabras no salían de mi boca y solo podía asentir cada que alguna de las sirvientas me preguntaba alguna cosa.

Me vistieron y maquillaron para la boda, con un Hwarot. Las mangas a rayas azules amarillas y rojas cubrían mis brazos mientras el wonsam en fina tela color marfil, bordada con hilos de plata, indicaba el linaje de mi familia; sí mi familia, ahora yo era Hana-Rhee y debía hacerme a la idea si no quería cometer algún error que podía incluso llevarme a la cárcel por suplantación de personalidad.

Levanté mi rostro con altivez cuando me colocaron el Jokduri (corona tradicional coreana) y maquillaron mi rostro con el yonji y el gonji (círculos rojos en la frente y las mejillas) para alejar a los espíritus malignos y darle pureza y amor a la novia.

Ya en el salón de la boda la música indicó que el novio estaba llegando. Montado en un majestuoso caballo blanco

Era la primera vez que los novios estaban frente a frente; aunque no tuve valor de levantar la mirada para verlo. La ceremonia se llevó a cabo con todas las tradiciones, exceptuando la parte donde debía intervenir la familia de la novia por obvias razones.

Gracias a los ancestros la ceremonia no tardó más de una hora, yo mantuve la cabeza con los ojos mirando al piso en señal de sumisión a mi nueva familia, no me atrevía ni siquiera a mirar a mi esposo que para ese momento ya lo era, como si temiera que pudiera ver en mis ojos que yo era una impostora usurpando un lugar que no me correspondía.

Apenas terminó la ceremonia nos llevaron a la casa matrimonial. No era una residencia ¡Era un palacio!

Rodeada de sirvientas me instalaron en mis habitaciones, un Hanok tan grande como la residencia de la familia Rhee para mi sola. No volví a ver a Seung-Yi, pero mis sirvientas me ayudaron a prepararme para la noche de bodas.

No sé cuanto tiempo estuve sentada de rodillas esperando por mi esposo, hasta que una sirvienta de alto rango entró en la habitación.

—Señora Yi, el amo Seung-Yi ha dejado una carta para usted y una lista de las actividades que debe realizar como señora de esta casa.

—¿Dónde está él?—Pregunté porque lo lógico era que pasara la noche conmigo para consumar el matrimonio.

—El amo Seung-Yi prefiere vivir en su Apatu (apartamento) en la ciudad, para estar cerca de sus negocios, él no vivirá en esta casa, solo vendrá cuando lo crea conveniente.

Recordé que Hana-Rhee me advirtió que no debía enamorarme de él y pensé que el hecho de que estuviera lejos y que prácticamente no nos hubiéramos visto a la cara, lo haría mucho más fácil.

Tomé la carta y esperé a que la sirvienta saliera para leerla en privado. Esperaba que al menos se disculpara por haber dejado sola a su esposa en su noche de bodas pero solo eran tres lineas sin ninguna intención de ser amable.

«La señora Suni-Kim es la encargada del orden en la casa, si necesitas algo se lo pides a ella y me lo hará saber. Como nueva señora Yi, es tu deber salvaguardar el honor de la familia. Dejé indicaciones para un viaje de bodas. Firma Seung-Yi»

La frialdad en su nota y en sus palabras me habló de su arrogancia y de su costumbre de solo dar órdenes, suspiré porque eso haría más fácil nuestra convivencia.

Después de cenar me quedé dormida, temía que al despertar estuviera en mi habitación en el área de la servidumbre de la residencia Rhee, pero cuando abrí los ojos, me di cuenta de que no había sido un sueño. Yo, era ahora la señora Yi, esposa de uno de los hombres más ricos y poderosos de Corea, me bastaba con dar una orden para que se hiciera todo lo que yo quería, mis sirvientas me concedían hasta el más mínimo de mis caprichos, así que pedí mi desayuno en la habitación y me dispuse a disfrutar de mi nueva vida.

Miré por la ventana y pensé en Hana, la mujer que prefirió dejarme su lugar.

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