81. La luna es testigo.

El viento arrastra el hedor a pólvora y sangre. El silencio es un arma de doble filo, una pausa inquietante entre la guerra y el olvido. Rita tiembla entre mis brazos, su respiración entrecortada contra mi pecho. Me aferro a ella como si fuera lo único que me mantiene de pie, como si su calor pudiera disipar el veneno del cansancio que recorre mis músculos.

Los cazadores avanzan, sus pasos resonando en la maleza pisoteada. No disimulan su intención. Nos han rodeado. Nos tienen. Pero aún no disparan.

Mi vista se mueve entre los cuerpos esparcidos en la tierra oscura. Lobos. Humanos. Todos caídos en la misma lucha absurda. El olor a muerte se mezcla con la humedad de la noche, con la luna que se alza como testigo de la masacre. Y entre todo eso, Natan no está.

Lo busco entre las sombras, en cada rincón del campo de batalla. Nada. Su cuerpo no está entre los muertos. Lo habría sentido si hubiera muerto. Lo habría sabido. Y eso solo significa una cosa: sigue vivo.

—Levántense. —La voz del
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