El suelo es un charco espeso, oscuro, donde los cuerpos se retuercen en su última lucha por aferrarse a la vida. Puedo oler el cobre caliente en el aire, la carne rasgada, los huesos rotos. Mis garras están teñidas de rojo, y la sangre aún gotea de mi hocico. Pero no es suficiente.Porque Natan sigue en pie.Se tambalea, con una mano presionando el agujero en su costado donde lo mordí. Su pecho se agita con cada respiración forzada, su piel está pálida, y la sangre empapa su costado. Pero sonríe.—Siempre supe que tenías esto dentro —gruñe, la voz rasposa, cargada de algo retorcido—. Tarde o temprano, todos nos convertimos en lo que más odiamos.Mis músculos se tensan. Quiero arrancarle la garganta.Pero entonces la veo.Rita.Tirada en el suelo.Inmóvil.El rugido muere en mi pecho.Me doy vuelta, corriendo hacia ella, sin importarme nada más. Mis rodillas golpean la tierra cuando caigo a su lado. Su cuerpo está frío, demasiado quieto. Su rostro, pálido bajo la luz de la luna. Su cab
El viento arrastra el hedor a pólvora y sangre. El silencio es un arma de doble filo, una pausa inquietante entre la guerra y el olvido. Rita tiembla entre mis brazos, su respiración entrecortada contra mi pecho. Me aferro a ella como si fuera lo único que me mantiene de pie, como si su calor pudiera disipar el veneno del cansancio que recorre mis músculos.Los cazadores avanzan, sus pasos resonando en la maleza pisoteada. No disimulan su intención. Nos han rodeado. Nos tienen. Pero aún no disparan.Mi vista se mueve entre los cuerpos esparcidos en la tierra oscura. Lobos. Humanos. Todos caídos en la misma lucha absurda. El olor a muerte se mezcla con la humedad de la noche, con la luna que se alza como testigo de la masacre. Y entre todo eso, Natan no está.Lo busco entre las sombras, en cada rincón del campo de batalla. Nada. Su cuerpo no está entre los muertos. Lo habría sentido si hubiera muerto. Lo habría sabido. Y eso solo significa una cosa: sigue vivo.—Levántense. —La voz del
El suelo está cubierto de cenizas y escombros. La granja quedó atrás, reducida a un montón de maderas humeantes y el eco de disparos que se mezclan con los aullidos distantes. Rita y yo avanzamos entre las sombras, con los músculos agarrotados y el aire pesado de pólvora y sudor seco.La cacería sigue. No hay escapatoria.Rita se tambalea a mi lado. La sostengo antes de que caiga.—No puedo más… —jadea, con la frente perlada de sudor.Mi instinto me dice que la cargue y siga corriendo, pero mi lado humano sabe que ella es fuerte. Que siempre lo ha sido.—Solo un poco más, Rita —susurro.A lo lejos, entre los árboles, veo el reflejo de linternas y oigo el murmullo de voces. Un grupo se acerca. Pero no es un equipo de cazadores cualquiera. Sus pasos son organizados, calculados. No disparan sin ver el objetivo.Algo no encaja.Me obligo a escuchar.—…los queremos vivos. La orden es clara.Un escalofrío me atraviesa. No están aquí solo para matarnos. Nos quieren capturar. ¿Para qué?Rita
La primera sensación es el frío. Un frío metálico, antiséptico, que se cuela por mi piel desnuda. Parpadeo. Luz blanca. Techos lisos. Un zumbido constante en el aire. Intento moverme, pero mis brazos no responden. Algo me sujeta. Brazaletes de acero, gruesos, apretados contra mis muñecas y tobillos. Estoy en una camilla de metal, ligeramente inclinada. Y no estoy solo. Mi respiración se acelera cuando la veo. Rita. Está en la camilla de al lado, inmóvil, con cables adheridos a su cabeza y pecho. Su piel pálida contrasta con la tela oscura de la bata hospitalaria que le han puesto. Su cabello está revuelto, con rastros de sangre seca en la frente. —Rita… —Mi voz es un gruñido áspero. Ella no se mueve. Fuerzo mis muñecas, pero los grilletes ni siquiera se inmutan. Entonces, una voz interrumpe el silencio. —No tiene sentido luchar, Luke. Mi sangre se congela. Natan. Levanto la cabeza lo poco que puedo. Y ahí está. De pie, con los brazos cruzados, vestido de negro. Pero alg
El mundo es un torbellino de sombras y dolor.Oigo voces. Lejanas. Como si hablara a través del agua.—La dosis aún no es suficiente…—Necesitamos más resistencia.—¿Y la chica?—Monitoreándola.Intento moverme, pero no puedo.No hay cuerpo. No hay forma. Solo el peso del dolor, hundiéndome en una negrura espesa.Un zumbido empieza en mis oídos. Agudo, perforante.Y entonces, la luz.Una ráfaga de electricidad recorre mis nervios.Grito.O tal vez no.Mi garganta es un desgarro seco, mi pecho una herida abierta.Siento mi carne tensarse, cambiar, intentar transformarse, pero algo lo bloquea. Algo que me mantiene atrapado entre hombre y bestia.No sé cuánto tiempo pasa hasta que el dolor se disuelve en una niebla confusa.Y ahí la veo.Rita.No sé si es un sueño o una visión, pero está frente a mí. De pie. Con el cabello revuelto y la mirada llena de angustia.—Luke…Intento hablar, pero no tengo boca. No tengo voz.Ella se acerca, coloca una mano en mi pecho, justo donde el dolor es m
No tenemos mucho tiempo.Lo sé en el momento en que escucho pasos en el pasillo.Rita se aparta de mí, sus ojos todavía brillando con emociones sin nombre. Me cuesta soltarla, pero sé que el momento ha terminado.Ahora, sobrevivir es la prioridad.—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —murmuro, poniéndome de pie.Las cadenas en mis muñecas han sido removidas, pero el dolor sigue ahí, punzante. Siento la piel ardiendo, la transformación retenida por algo que han hecho en este lugar.—Días. No sé cuántos. —Rita se enjuaga la cara con la manga de su camisa sucia—. No nos dicen nada, pero escuché a los científicos hablar. Creen que pueden controlarte.Me río, amargo.—Están jodidos si creen eso.Ella me mira, tensa.—Luke… no es solo eso. No sé cómo, pero… saben cosas de vos. Y de Natan.El nombre cae en la celda como una losa.Miro a Rita, mi mandíbula apretada.—¿Qué cosas?—Que tu sangre es diferente. Que podés resistir más que los otros. Que tu transformación es más fuerte. No lo dicen
El pasillo parece alargarse interminablemente.La alarma sigue rugiendo, vibrando en mis huesos. Rita corre a mi lado, su respiración entrecortada, pero firme. No la suelto, aunque mis pasos sean cada vez más pesados.Nos giramos en una esquina. Y entonces, lo veo.Un espejo enorme cubre toda la pared del fondo.Pero no es un espejo.Es un cristal de observación.Detrás, hay una habitación blanca con luz fluorescente.Y dentro…Natan.O lo que queda de él.Está encadenado en una silla metálica, cables insertados en su piel, los ojos cerrados, la piel pálida, casi azulada.Siento cómo se me paraliza el cuerpo.—No puede ser —susurro.Rita se detiene conmigo, mirándolo horrorizada.—Luke… ¿está vivo?No puedo responder.Porque entonces él abre los ojos.Y me sonríe.El mismo gesto arrogante, pero vacío. Distante.—Siempre supiste que volveríamos a encontrarnos, hermano.La voz suena a través de los parlantes de la habitación.Fría.Pero lo peor no es eso.Lo peor es que Natan se pone de
La bestia dentro de mí despierta con una violencia descontrolada. Siento cómo mis huesos se rompen y se reconfiguran, cómo mis músculos se desgarran y se reconstruyen al mismo tiempo. El dolor es un incendio que me recorre cada fibra, pero no me importa.Porque en cuanto mi transformación se completa, mi único objetivo es Natan.Él sigue sujetando a Rita, con esa maldita sonrisa ladeada, como si todo esto fuera un juego. Pero apenas me muevo, su expresión cambia.No me esperaba así.No me esperaba este nivel de furia.Carga contra mí, rápido como una sombra, pero lo recibo con mis garras. Mi cuerpo se mueve antes de que mi mente lo procese. Lo golpeo con tanta fuerza que lo estrello contra la pared opuesta.Pero él se ríe.—Eso es, hermano. Eso es lo que quería ver.Antes de que pueda atacarlo de nuevo, las luces titilan.El sonido bajo nuestras pies regresa.Un latido.No, no es un latido.Es algo más.Rita grita mi nombre, pero no logro reaccionar a tiempo.El suelo se hunde bajo no