―¿Ya le había hablado de mi hija? ―Preguntaba Peter Hale a su CEO, al cual tenía altísima consideración. Como presidente de la compañía, había decidido visitarla y de paso hablar con él.
―No, señor.
―Es muy inteligente. La envié a estudiar al extranjero, en unos meses estará de vuelta.
―Me alegro por usted―dijo ocultando su incomodidad al hablar de aquel tema. Sí había escuchado que tenía una hija, pero nunca la había conocido. Llevaba trabajando en la empresa unos ocho años y en ningún momento la había llevado. O tal ves sí, hacía unos años había escuchado por allí decir que ella estaba visitando las instalaciones, pero él nunca la conoció. No encontraba relevancia alguna en conocer a la hija del dueño de la compañía que dirigía.
―Gracias. Lo que quiero es pedirle que me ayude con ella.
―Disculpe.
―Como sabrá, ella es mi hija única. Habría preferido tener más hijos, pero no fue posible. En cualquier momento tendré que jubilarme y ella se quedará con todo esto. Los dos dirigiréis la compañía y no hay nadie mejor que usted para enseñarle todo lo que necesitará saber del negocio.
Henry lo miró absorto, ¿de verdad pensaba confiarle a su hija? Él no podría con tanta responsabilidad.
―Aprecio mucho su confianza, pero a mí no me gusta tratar con...
―Mujeres, lo sé―le sonrió el hombre en modo paternal y Henry se preguntaba del por qué le pedía dicha responsabilidad si sabía cómo era. ―Por eso mismo os resultará sencillo. Ella solo lo escuchará, es muy sencilla, ten por seguro que no le complicará la vida. Ella es muy distinta a todas las chicas que ha conocido hasta ahora. ― Henry sonrió con ironía, dudaba de ello― y como sabrá, mi socio George no es muy de fiar que digamos, quiero asegurarme de que ella tenga a un aliado en esta empresa y no conozco a nadie mejor que usted. ―eran palabras halagadoras, y entendía a la perfección a qué se refería. Le complacía saber que se diera cuenta de la clase de persona que era su socio.
―Haré lo que pueda, pero mi avance con ella dependerá solamente de ella.
Peter Hale sonrió satisfecho, con eso le bastaba. Tenía plena confianza en él, sabía que sabría tratar a su hija, era lo único que lo consolaba.
Damián insistía con la bocina, bajaba el cristal de su puerta para sacar la cabeza y gritarle al conductor que tenía en frente. Llevaban casi diez minutos sin poder avanzar. ―¿Qué esperas que haga? Estamos en un maldito atasco―le decía al hombre que iba en el asiento del copiloto, era uno de los guardaespaldas de Félix. Miró por el retrovisor a la chica que iba sentada en el asiento de atrás y ésta apartó inmediatamente la mirada―¿Qué? ¿No te gusta mi lenguaje? Deberías ya estar acostumbrada, Félix no es ningún santo que digamos, y en unas horas estarás casada con él. Exacto, ese era precisamente el destino de Emma Hale. Hacía tan solo dos meses desde que falleciera su padre de una manera extraña, era hija única y siendo un hombre poderoso de negocios le había dejado toda su fortuna a ella. Se enteró de su muerte unos días antes de graduarse en Administración de empresas en el extranjero. Regresó para asistir al entierro y poder despedirse de mi padre, su pérdida le había afectado
Henry cerró la puerta y rodeó de nuevo el auto para subirse en el asiento del conductor. Ella estaba inmóvil, no estaba segura de nada. ―¿Puedes ponerte el cinturón? La joven miró la puerta donde estaba el cinturón, levantó dudosamente la mano para cogerlo, pero estaba temblando y se le resbaló de la mano, se estaba sintiendo una completa inútil. ―Tranquila―lo escuchó decir, cuando se volteó, se asustó al verlo inclinado junto a ella, pero era solo para coger el cinturón y ponérmelo. Lo miró aliviada, pero confusa, ¿por qué se comportaba así con ella? A penas la conocía. Puso el auto en marcha y empezó a conducir, ella miró al frente, no sabía cómo preguntarle hacía dónde la llevaba, se había quedado sin voz, y dudaba que el destino al que se dirigía fuese peor al que la esperaba detrás. Él conducía en silencio, no decía nada, excepto cuando le marcó a alguien y ella escuchaba cómo le pedía a su interlocutor que retrasara todo lo posible la reunión, que asistiría con unos minutos
Durante la junta, Henry Wells no prestaba demasiada atención a lo que se estaba tratando, reaccionaba solo cuando llamaban su atención, les miraba a sus socios y descubría que éstos lo estaban observando interrogativos. ―Prosigan, los estoy escuchando. ―dijo aun cuando era evidente que no era cierto. Su asistente proseguía con la presentación mientras él dirigía de nuevo su vista a la computadora que tenía en frente. Se preguntaba por qué no se le había ocurrido introducir también cámaras dentro de la casa, solo había pedido que las pusieran alrededor del patio para así controlar quién entraba y quién salía. Su casa era un lugar sagrado para él, no permitía que cualquiera entrara en ella sin su permiso, era su hogar, su lugar de paz donde se despejaba de todo y de todos. Aunque ahora había dejado a alguien entrar en ella, alguien que realmente lo necesita. Cuando la vio en la carretera pidiéndole ayuda pudo notar en su mirada lo asustada que estaba, y cuando vio a los hombres que l
La chica lo miraba horrorizada, todo ese tiempo había estado durmiendo en la cama de un desconocido, quería morirse, ¿por qué le pasaban esas cosas precisamente a ella? Miró por la habitación, no había señal clara que le indicara que el cuarto pertenecía a un hombre, tenía armarios altos y todos ellos estaban cerrados, un sofá junto al gran ventanal y una mesita con una pila de libros bien ordenados.―Me disculpo―dijo avergonzada con la cabeza baja.―No pasa nada, no es culpa tuya. Fue un error de mi criada. Ven conmigo, te mostraré un cuarto en el que sí puedes quedarte.Ella levantó de nuevo la mirada para verlo, ¿había dicho que podía quedarse? O solo se refería a ese día, no había motivo alguno por el que tendría que hacerse cargo de ella.Se levantó el vestido y comenzó a caminar, estaba casi cojeando, tuvo que acordarse del dolor en sus pies, aunque el dolor había remitido un poco.―Déjame ayudarte―intentó él ayudarla, pero ella se detuvo.―No...no es necesario, puedo sola, grac
Tal vez fuera el hecho de verla con su ropa puesta lo que lo había desconcertado, o quizás fuera cómo se veía de sencilla, pero cualquiera que fuese el motivo, no tenía por qué comportarse de aquella manera. Ella se llevó la mano al cabello preguntándose preocupada si tan horrible se veía, ¿o era por la ropa? Se miró a sí misma y volvió a mirarlo, él alzó la ceja mostrando confusión y algo de sorpresa al notar la preocupación en ella, ¿de verdad no sabía lo que estaba pasando? Por un momento apareció una sonrisa fugaz por su rostro y ella pareció notarlo porque en seguida frunció el ceño confusa. Él caminó hacia ella con el plástico que llevaba en las manos.―Siéntate, por favor.Ella obedeció sin dejar de mirarlo. Henry se acuclilló frente a ella como lo hiciera cuando la trajo a la casa. Tomó con delicadeza una de sus piernas y la depositó sobre su pierna ante la mirada atónita de la chica.―¿Q...qué hace?―Curarte.Abrió el plástico y sacó de él un bote de vaselina que había conseg
Cuando ella se despertó le latía fuerte el corazón, se incorporó sobre la cama de golpe, parecía que acababa de correr una maratón, su mirada se dirigió hacia la puerta, seguía apoyada. Se llevó la mano al pecho y respiró tranquila. Miró alrededor y recordó que ya no se encontraba en casa de sus padres. Miró hacia el enorme ventanal, a través de las cortinas se asomaba la luz del día, había amanecido. Apartó las sábanas y en sus pies todavía seguían las gasas puestas. Se sentó al borde la cama y se dispuso a quitarlas, se estremeció de tan solo recordar cómo aquel hombre le había untado aquella pomada ¿por qué era tan extraño? Se preguntaba, nadie se había portado tan delicadamente con ella desde que falleciera su padre. Una vez que murió, Gregorio y su hijo se mudaron en la casa con ellas y desde entonces comenzó la pesadilla. Se obligó a sí misma a no recordar aquello, había podido librarse de ello y haría cualquier cosa por que siguiera de esa manera. Si al menos tuviera sus docum
El auto se detuvo frente a una tienda de marca elegante. Si quería que la chica confiara en ella debía mantener su mentira y un lugar como aquel es lo que se permitiría Henry.―Hemos llegado. ―le dijo a la chica que seguía manteniendo su nerviosismo. Se bajaron del auto y pagó al taxista. ―Entremos.Emma miró el local, lo conocía, su madre la había pedido que la acompañara allí una vez, era para comprarse el vestido para la cena de compromiso. No sabía ni para qué la quería con ella si más tarde llegó su amiga a ayudarla a escoger el vestido y acabó quedándose en segundo plano, su madre se había olvidado por completo de su presencia.Subieron los escalones hasta lograr entrar en el establecimiento que estaba ya abierto. ―Tú entra y mira qué es lo que te gusta. Ahora te alcanzo. ―dijo la mujer obligándola a entrar.La chica se quedó dentro de la tienda de pie, desorientada, no sabía qué tenía que hacer, no había pedido estar allí, no quería que le compraran ropa. Una mujer bien arregl
Él se separó de ella cuando el auto se hubo alejado. Ella no sabía cómo abrir los ojos, respiraba agitadamente y estaba segura de que, de no seguir agarrada por él, se habría caído.―Se han ido―lo escuchó decir. Ella abrió los ojos para mirarlo, él le acarició el cabello con la mano libre―¿Estás bien?¡¿Qué si estaba bien?! ¡acababa de besarla! ¿Por qué pensó que podía hacer eso? Ya te lo dijo, solo era para despistar a tus perseguidores los cuales ya se fueron, de nada. Su mente la recriminaba. Ella en cambio pensaba que no había sido la mejor opción, desafortunadamente sintió que no tenía control ni de su voz ni de su cuerpo.―Volvamos a casa. ―le decía él. Pareciera que no le había afectado para nada lo que acababa de pasar.Se posicionó de lado y la ayudó a bajar las escaleras. Junto al auto que los esperaba, vio a un joven de pie observándolos con total asombro, al menos alguien que sabía que aquella situación no era para nada normal, pensó ella.―Mario, ayude con las cosas, por