Henry cerró la puerta y rodeó de nuevo el auto para subirse en el asiento del conductor. Ella estaba inmóvil, no estaba segura de nada. ―¿Puedes ponerte el cinturón? La joven miró la puerta donde estaba el cinturón, levantó dudosamente la mano para cogerlo, pero estaba temblando y se le resbaló de la mano, se estaba sintiendo una completa inútil. ―Tranquila―lo escuchó decir, cuando se volteó, se asustó al verlo inclinado junto a ella, pero era solo para coger el cinturón y ponérmelo. Lo miró aliviada, pero confusa, ¿por qué se comportaba así con ella? A penas la conocía. Puso el auto en marcha y empezó a conducir, ella miró al frente, no sabía cómo preguntarle hacía dónde la llevaba, se había quedado sin voz, y dudaba que el destino al que se dirigía fuese peor al que la esperaba detrás. Él conducía en silencio, no decía nada, excepto cuando le marcó a alguien y ella escuchaba cómo le pedía a su interlocutor que retrasara todo lo posible la reunión, que asistiría con unos minutos
Durante la junta, Henry Wells no prestaba demasiada atención a lo que se estaba tratando, reaccionaba solo cuando llamaban su atención, les miraba a sus socios y descubría que éstos lo estaban observando interrogativos. ―Prosigan, los estoy escuchando. ―dijo aun cuando era evidente que no era cierto. Su asistente proseguía con la presentación mientras él dirigía de nuevo su vista a la computadora que tenía en frente. Se preguntaba por qué no se le había ocurrido introducir también cámaras dentro de la casa, solo había pedido que las pusieran alrededor del patio para así controlar quién entraba y quién salía. Su casa era un lugar sagrado para él, no permitía que cualquiera entrara en ella sin su permiso, era su hogar, su lugar de paz donde se despejaba de todo y de todos. Aunque ahora había dejado a alguien entrar en ella, alguien que realmente lo necesita. Cuando la vio en la carretera pidiéndole ayuda pudo notar en su mirada lo asustada que estaba, y cuando vio a los hombres que l
La chica lo miraba horrorizada, todo ese tiempo había estado durmiendo en la cama de un desconocido, quería morirse, ¿por qué le pasaban esas cosas precisamente a ella? Miró por la habitación, no había señal clara que le indicara que el cuarto pertenecía a un hombre, tenía armarios altos y todos ellos estaban cerrados, un sofá junto al gran ventanal y una mesita con una pila de libros bien ordenados.―Me disculpo―dijo avergonzada con la cabeza baja.―No pasa nada, no es culpa tuya. Fue un error de mi criada. Ven conmigo, te mostraré un cuarto en el que sí puedes quedarte.Ella levantó de nuevo la mirada para verlo, ¿había dicho que podía quedarse? O solo se refería a ese día, no había motivo alguno por el que tendría que hacerse cargo de ella.Se levantó el vestido y comenzó a caminar, estaba casi cojeando, tuvo que acordarse del dolor en sus pies, aunque el dolor había remitido un poco.―Déjame ayudarte―intentó él ayudarla, pero ella se detuvo.―No...no es necesario, puedo sola, grac
Tal vez fuera el hecho de verla con su ropa puesta lo que lo había desconcertado, o quizás fuera cómo se veía de sencilla, pero cualquiera que fuese el motivo, no tenía por qué comportarse de aquella manera. Ella se llevó la mano al cabello preguntándose preocupada si tan horrible se veía, ¿o era por la ropa? Se miró a sí misma y volvió a mirarlo, él alzó la ceja mostrando confusión y algo de sorpresa al notar la preocupación en ella, ¿de verdad no sabía lo que estaba pasando? Por un momento apareció una sonrisa fugaz por su rostro y ella pareció notarlo porque en seguida frunció el ceño confusa. Él caminó hacia ella con el plástico que llevaba en las manos.―Siéntate, por favor.Ella obedeció sin dejar de mirarlo. Henry se acuclilló frente a ella como lo hiciera cuando la trajo a la casa. Tomó con delicadeza una de sus piernas y la depositó sobre su pierna ante la mirada atónita de la chica.―¿Q...qué hace?―Curarte.Abrió el plástico y sacó de él un bote de vaselina que había conseg
Cuando ella se despertó le latía fuerte el corazón, se incorporó sobre la cama de golpe, parecía que acababa de correr una maratón, su mirada se dirigió hacia la puerta, seguía apoyada. Se llevó la mano al pecho y respiró tranquila. Miró alrededor y recordó que ya no se encontraba en casa de sus padres. Miró hacia el enorme ventanal, a través de las cortinas se asomaba la luz del día, había amanecido. Apartó las sábanas y en sus pies todavía seguían las gasas puestas. Se sentó al borde la cama y se dispuso a quitarlas, se estremeció de tan solo recordar cómo aquel hombre le había untado aquella pomada ¿por qué era tan extraño? Se preguntaba, nadie se había portado tan delicadamente con ella desde que falleciera su padre. Una vez que murió, Gregorio y su hijo se mudaron en la casa con ellas y desde entonces comenzó la pesadilla. Se obligó a sí misma a no recordar aquello, había podido librarse de ello y haría cualquier cosa por que siguiera de esa manera. Si al menos tuviera sus docum
El auto se detuvo frente a una tienda de marca elegante. Si quería que la chica confiara en ella debía mantener su mentira y un lugar como aquel es lo que se permitiría Henry.―Hemos llegado. ―le dijo a la chica que seguía manteniendo su nerviosismo. Se bajaron del auto y pagó al taxista. ―Entremos.Emma miró el local, lo conocía, su madre la había pedido que la acompañara allí una vez, era para comprarse el vestido para la cena de compromiso. No sabía ni para qué la quería con ella si más tarde llegó su amiga a ayudarla a escoger el vestido y acabó quedándose en segundo plano, su madre se había olvidado por completo de su presencia.Subieron los escalones hasta lograr entrar en el establecimiento que estaba ya abierto. ―Tú entra y mira qué es lo que te gusta. Ahora te alcanzo. ―dijo la mujer obligándola a entrar.La chica se quedó dentro de la tienda de pie, desorientada, no sabía qué tenía que hacer, no había pedido estar allí, no quería que le compraran ropa. Una mujer bien arregl
Él se separó de ella cuando el auto se hubo alejado. Ella no sabía cómo abrir los ojos, respiraba agitadamente y estaba segura de que, de no seguir agarrada por él, se habría caído.―Se han ido―lo escuchó decir. Ella abrió los ojos para mirarlo, él le acarició el cabello con la mano libre―¿Estás bien?¡¿Qué si estaba bien?! ¡acababa de besarla! ¿Por qué pensó que podía hacer eso? Ya te lo dijo, solo era para despistar a tus perseguidores los cuales ya se fueron, de nada. Su mente la recriminaba. Ella en cambio pensaba que no había sido la mejor opción, desafortunadamente sintió que no tenía control ni de su voz ni de su cuerpo.―Volvamos a casa. ―le decía él. Pareciera que no le había afectado para nada lo que acababa de pasar.Se posicionó de lado y la ayudó a bajar las escaleras. Junto al auto que los esperaba, vio a un joven de pie observándolos con total asombro, al menos alguien que sabía que aquella situación no era para nada normal, pensó ella.―Mario, ayude con las cosas, por
Emma escuchó unos golpecitos contra la puerta y le palpitó aún más fuerte el corazón, sabía que era él. Ella estaba de pie en medio de la habitación, después de lo que había escuchado abajo se había puesto a dar vueltas mientras se comía las uñas. Miró hacia la puerta y enseguida ésta se abrió y apareció Henry, podía escuchar su corazón palpitar con fuerza. Él entró por completo y avanzó hacia el centro de la habitación, llevaba las bolsas que habían traído de la tienda, las depositó junto a la cama y luego le mantuvo la mirada a la chica por unos instantes, pero ella evitaba verle a la cara.―Creo que te debo una disculpa―dijo y ella lo miró sorprendida. ―Lamento haberte besado. Pensé que no había otra manera, pero ahora me doy cuenta de que fue imprudente de mi parte, lo siento.Ella lo miraba sin saber qué pensar, ¿de verdad que era ahora cuando se daba cuenta de que no era normal lo que había hecho? ¿Y qué pasaba con lo que había escuchado allí abajo? ¿Él estaría dispuesto a casar