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La pequeña cupido del CEO
La pequeña cupido del CEO
Por: Ivette Muniz
Capítulo 1 "El peor día"

La vida, castigo divino, como quieran llamarle, pero no me merecía esto, al final mi día no había comenzado como lo esperaba y probablemente tampoco terminaría de una muy buena manera. 

No había bastado con el hecho de que tuviera que estar soportando los enojos de Cecily, siempre que se molesta opta por hacer un poco más de lo mismo, sentarse en el coche todo el camino de brazos cruzados mirando a la ventanilla y sabe perfectamente que eso me fastidia.

Puedo comprender su enojo, pero realmente la vida no me había colaborado en nada, ¿de qué tenía la culpa yo? No había elegido que una de mis empleadas creara una extraña obsesión conmigo, de hecho ni siquiera me había dado cuenta de ese hecho hasta esta mañana cuando toda mi vida comenzó a fluir de mal en peor.

Ella lo había planeado todo y yo iba por la vida, incrédulo, creyendo que a cualquier empleada se le podría torcer un tobillo, estaba tan eufórico por un contrato que conseguí para la empresa, que se lo logré robar a la empresa de la competencia, que ni siquiera me percaté de lo que sucedía.

La empleada venía caminando con un montón de carpetas sonriendo mirando por la ventana, nunca hubiera sospechado de que todo había sido un plan si no fuera porque esas palabras habían escapado de sus propios labios, la había escuchado al salir del baño cuando justamente iba a asegurarme que se encontrara bien, mofándose de Cecily.

Aquello me enfureció, había quedado de que almorzaríamos juntos, iba a llevarla a un restaurante muy cerca de mi casa, tenía pensado tomarme el resto de la tarde libre, para nosotros, porque al final estoy mucho tiempo en el trabajo y eso poco a poco va descuidando las relaciones, pero eso se vio afectado por la actitud de mi empleada.

Fingió lastimase y caer sobre mí, yo me puse a revisar su tobillo, entonces llegó Cecily y nos encontró en aquella situación, no sé qué fue lo que le pasó por su mente, no soy el tipo de hombre que le sería infiel a su pareja, todo lo contrario, desde mi corta edad se me enseñó a valorar a la persona que se queda a tu lado en los momentos difíciles.

Cecily lleva años intentando estar conmigo y al principio no quería aceptarlo, por el simple hecho de que trabajo muchas horas, una relación siempre consume tiempo, el cual normalmente no tengo.

Al cabo de un tiempo me di cuenta de que ella se me hacía una mujer bastante hermosa, con sus atractivos, una mujer segura de lo que quiere y no pude evitar tener interés en salir con ella, desde entonces no nos hemos separado, a pesar de los malos entendidos.

Claro que mi mala racha no se detuvo allí, en medio del berrinche de Cecily, el automóvil se le ocurrió descomponerse, justo en frente al parque que está a unas calles de mi casa, podía haber esperado a que estuviéramos allí.

Iba a pasar antes a darme una ducha, quería salir un poco más guapo de lo usual, pero ahora estaba levantando el capó como si comprendiera algo de mecánica, lo único que pasó al hacer eso es que el humo me dio en la cara y empecé a toser.

De repente sentí un golpe en la nuca, Cecily hizo una mueca parada a mi lado para aguantar las ganas de reírse de mí. 

Me di la vuelta, me encontré con un balón de goma, lo tomé en mis manos y vi una niña acercarse, con una sonrisa de diversión ¿Le divertía ponerme el día más difícil?

—Disculpe anciano, ¿puede devolver mi balón? —preguntó en un tono de burla.

Parecía que cuanto más hablaba la pequeña, más me daban deseos de desquitar mi furia golpeando el coche o cualquier objeto que estuviera a mi alcance, sin embargo, me contuve o eso era lo que pensaba, porque sin haberme dado cuenta el balón estalló entre mis manos.

—Aquí tienes tu tonto balón —dije entre gruñidos lanzando el pedazo de balón que quedaba en sus manos.

Ella hizo una mueca de rabia, como si pudiera decirme algo, en realidad había sido su culpa, no tenía nada de anciano y aunque lo tuviera, no tenía derecho de decirme nada, los padres de esa niña debían de ser unos salvajes.

Tuve que quedarme allí sentado con Cecily, estuvimos esperando a que una grúa viniera a buscar el automóvil, no podía dejarlo allí varado y se lo llevaron derecho al taller, pero tampoco me importaba, tenía que ir a comprar uno nuevo, cuando un coche te empieza a fallar no es de fiar.

—Pediré a mi chofer que me venga a buscar —dijo de la nada Cecily.

Me quedé un momento mirando su rostro, no podía creer que prefiriera irse, estábamos a unas calles y teníamos una tarde completa para estar juntos.

—Sabes que pedí el resto del día porque solamente quería estar contigo, no puedo creer que simplemente vayas a irte —me quejé sin importarme que ella sintiera que todo era mi culpa, porque no la era.

—No me importa, no te lo pedí Maxwell —dijo en un tono iracundo, odiaba que me llamara por mi nombre, siempre lo hacía cuando estaba furiosa— Siempre eres incapaz de ponerte en el lugar de los demás, mira, incluso le explotaste el balón a una niña pequeña, ni siquiera a mí que no me agradan los niños me da el corazón para tanto.

Aquello me había dolido, ella sabía que no hacía ese tipo de cosas con una mala intención, pero aun así lo había dicho y podía verse en su mirada que tenía todas las malas intenciones de hacerme sentir mal.

No quise continuar discutiendo, así era siempre, ella decía lo que quería, me hablaba de empatía, pero no le importaba del todo que mi corazón pudiera romperse con sus palabras tan duras.

Al final se marchó, me dejó incluso en el mismo sitio en donde estaba, sin ofrecerse a llevarme a casa por cortesía, podía apuntarlo a mi lista de decepciones. 

Volví a mi apartamento, me intenté relajar en el jacuzzi, mientras escuchaba un poco de música clásica, siempre me ayudaba a sentirme un poco más tranquilo y relajado, pero mi mente no dejaba de darle vueltas a la secuencia de sucesos del día.

De repente el timbre sonó, suspiré, en mi tonta mente pasó la idea de que podría haber vuelto Cecily, me envolví en la bata, pero cuando abrí la puerta no había nadie. Estaba a punto de cerrar la puerta, lleno de decepción, cuando miré al suelo, me encontré con una pequeña cajita y con un poco de temor la levanté.

Entré con ella entre mis manos, me senté en el sofá y leí la nota que estaba en ella, la letra era fea, un poco chueca, me fue incluso difícil comprenderla. “Quiero ofrecerle una disculpa por darle con mi balón en el parque, espero que le guste el pastel, es una especialidad de mi familia, con cariño su vecina.”

La niña era mi vecina, ni siquiera tenía idea de ello. Abrí la cajita esperando encontrar un desastre de pastel, sin embargo, tenía muy buena pinta, no pude ni siquiera resistirme a probarlo y tenía también un muy buen sabor.

Quizá lo había preparado su madre como una disculpa por la actitud de su hija, realmente no lo sabía, pero estaba buenísimo, no comía pastel desde hace mucho tiempo, ni siquiera en mis cumpleaños, no hay una razón en específico, pero no solía hacerlo con frecuencia.

De repente volvió a sonar el timbre, esperaba que al abrir la puerta me fuera a encontrar con la niña, o Cecily, para que al fin pudiéramos arreglar las cosas; sin embargo, vi ese rostro, el rostro de la mujer a la que le había sacado el contrato de esta mañana.

Por supuesto no se veía nada feliz, pero la razón de por qué estaba en mi apartamento, un día cualquiera, sin previo aviso, me hacía cuestionarme que tipo de mujer se había vuelto. Es decir, no me hubiera molestado atenderla, si no fuera porque estaba en bata, recién salido de la ducha, comiendo pastel y molesto por el día de m****a que estaba teniendo.

—No pedí cita previa, no lo vi necesario, alguien que me roba a mis clientes de la nada…

—Nadie te robó —mentí descaradamente.

Esa mujer me empujó por el pecho con una media sonrisa, no lo comprendí, esa actitud en otro momento de mi vida, esa hostilidad me hubiera parecido jodidamente molesta, pero relamí mis labios lentamente, mi corazón latía de prisa y la tomé por las muñecas.

—¿Crees que puedes venir a mi apartamento y tratarme de esa manera? —le pregunté con la voz ronca.

Sus ojos desprendieron un brillo inusual, colocó una sonrisa de lado, llevó sus labios a mi oreja, sentí el calor de su aliento acariciarla y contuve mi respiración ¿Qué me estaba pasando?

—Puedo hacer lo que me venga en gana, no por nada soy Marcelene Beli —soltó una leve risa.

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