Alimceceg esperó al otro lado del campamento Sekiz Oghuz. El viaje había sido largo y agotador, pero finalmente se encontraba en el interior del territorio que alguna vez había sentido como suyo. Khojin se adelantó en su caballo mientras miraba a la distancia el pequeño hilo de humo negro que se alzaba hacia el cielo.
Alimceceg también observó el humo que le anunciaba la cercanía al campamento de la casa Dorje, la casa real Sekiz Oghuz. Apretó las manos en torno a las riendas y saltó al galope furioso cuando su hermana Khojin lo hizo.
Cuando Alimceceg galopaba se sentía libre… Generalmente así era como se sentía. Sin embargo, en esos momentos no se sentía nada bien ni tampoco feliz. Sabía que aquellos t
Alimceceg esperó al otro lado del campamento Sekiz Oghuz. El viaje había sido largo y agotador, pero finalmente se encontraba en el interior del territorio que alguna vez había sentido como suyo. Khojin se adelantó en su caballo mientras miraba a la distancia el pequeño hilo de humo negro que se alzaba hacia el cielo.Alimceceg también observó el humo que le anunciaba la cercanía al campamento de la casa Dorje, la casa real Sekiz Oghuz. Apretó las manos en torno a las riendas y saltó al galope furioso cuando su hermana Khojin lo hizo.Cuando Alimceceg galopaba se sentía libre… Generalmente así era como se sentía. Sin embargo, en esos momentos no se sentía nada bien ni tampoco feliz. Sabía que aquellos t
Alimceceg y Khojin salieron de la tienda de la señora Oghul, pero no pudieron ir a buscar a Erzhene, pues afuera cerca de diez hombres armados las estaban esperando. Dichos hombres rodeaban la tienda así que se les hizo poco viable escapar, si lo intentaban no iban a salir vivas del intento.Khojin trató de hacer un movimiento, su cuerpo cubrió a Alimceceg, por lo que ella quedó protegida de cualquier arma. Aunque Khojin era excelente con la espada y la lucha, la idea de vencer a diez hombres fornidos y entrenados no era nada realista. Ambas sabían que estaban maniatadas, solo les quedaba esperar… Esperar si por algún milagro podían salvarse del desastre inminente.Estaban con la respiración entrecortada, el corazón latiendo a mil por hora, y sus mentes en un debate entre el miedo y valentía.Alimceceg asomó la cabeza por encima de
Alimceceg esperó con impaciencia a que la noche pasara. Amarrada contra uno de los postes de madera alzó su cabeza hacia el cielo esperando sentirse menos intimidada. Sin embargo, la infinidad del cielo oscuro la dejó mucho más consternada. Pensar que iba a estar bien no lo tranquilizaba, pues no había ninguna razón que respaldara su sentir.Cerró los ojos sintiéndose agotada, y de inmediato en su cabeza se reprodujo una melodía que casi creía olvidada. Tal vez, solo quizá siempre había estado rondado en su cabeza, pero que por los ajetreos de su vida había obligado a silenciar. Alimceceg no sabía si recordaba aquella canción de cuna porque la protegida del señor Yul la había tarareado en la noche o porque en realidad el rec
El viaje de regreso al campamento Kimek demoró un poco más de lo previsto. El invierno se había concentrado, así que por las tormentas de nieve y las borrascas imprevistas que se formaban en la noche, el recorrido se había hecho mucho más peligroso y lento. En el trayecto, Alimceceg se enteró de que Altai había regresado al territorio Karluk, pero que, al ser descubierto por el khan, había sido castigado.Después de varias semanas lograron llegar a los alrededores del río Ili, el nuevo lugar de concentración del campamento Kimek. El río tenía un aspecto diferente, ya no estaba represado en la parte norte y en cambio corría en toda su extensión, bañando los demás territorios tribales, y no solo el campamento de la tribu Karluk
Los mensajeros salieron del campamento siguiendo un camino variado a través de la extensa estepa asiática. En los días posteriores, las tribus, reinos y kanatos se enteraron de la existencia del estado emergente Kimek, la nueva confederación.Los vientos helados no solo entumecieron los cuerpos de muchos, también sus cerebros quedaron atontados mientras la noticia se extendía como la peste en cada campamento.Muchos se inquietaron, pues no sabían si la formación de dicha confederación traería problemas para la estepa. Otros se mantuvieron a la expectativa de cualquier avance en cuanto a acuerdos entre otras tribus. Algo era cierto, todos querían saber más de la confederación Kimek y en la forma que había emergido.Mientras las inquietudes y la excesiva curiosidad bombardeaban a todo
El silbido del viento rompió el sueño de Alimceceg. La tienda se estremecía debido a la fuerza del ventarrón que estaba soplando. La temperatura había bajado demasiado en el último mes, la vida en el campamento se hacía cada vez más dura a medida que el invierno se iba adentrando. En medio de la noche y mientras estaba despierta, Alimceceg sintió el bullicio de los hombres del campamento, miró a su lado y no encontró a Tuva Eke. Desconcertada por la ausencia del hombre, se sentó sobre el lecho y atrajo sobre sí las mantas gruesas de piel de búfalo. Su mirada quedó fija sobre la entrada de la tienda, ella no sabía por qué su corazón latía con más fuerza, como con miedo.Supuso que se debía al vient
Cirina gimió en voz baja, haciendo que los hombres se acercaran aun más a ella. Volvió a emitir el mismo sonido y se giró de repente hacia ellos, haciendo que asustados se apartaran de ella. El chillido de las espadas al ser desenvainadas se escuchó en el ambiente, y en ese momento, ella gritó del pánico… Sí, era un pánico real, un pánico envuelto con una pizca de astucia, ingenio y engaño. ¡Perfecto! Esa era la mezcla que precedía a un auténtico fraude, su mentira. —¡Yo no fui, lo prometo! ¡Yo no fui quien envenenó a Alimceceg khatun! Los hombres la miraron confundidos. Ella yacía en la nieve, su cuerpo tiritaba del frío a pesar de que llevaba ropas gruesas, las manos ya ni siquiera las sentía y el ardor en su labio roto ya se hacía demasiado insignificante ante el peligro de muerte que tenía frente a ella si no lograba engañar al factor riesgo. Tenía el rostro enrojecido por el frío y los ojos secos por
Alimceceg corrió hacia el almacén mientras era seguida también por un grupo de hombres. Al llegar, los hombres insistieron para que ella no entrara, así que en cuanto tuvieron oportunidad ingresaron al lugar, empezaron a sacar lo que podían del interior, cada hombre corría de ida y de regreso. Alimceceg daba vueltas en el exterior y cada vez que los hombres sacaban alimentos, ella se apresuraba a tomarlos antes para que ellos regresaran de inmediato. Estaba desesperada. Si la tribu se quedaba sin provisiones para el invierno, sería la sentencia de muerte para todos; estando en guerra y sin comida significaría que la gente se moriría de hambre en algún punto. Esa idea tan macabra le erizó la piel, la asqueó. Mientras ella y los hombres Kimek trataban de apagar el incendio y de salvar el alimento de las tribus aliadas, Cirina había logrado ganarse la confianza del khan, pues había sido ella quién le había revelado el