Los mensajeros salieron del campamento siguiendo un camino variado a través de la extensa estepa asiática. En los días posteriores, las tribus, reinos y kanatos se enteraron de la existencia del estado emergente Kimek, la nueva confederación.
Los vientos helados no solo entumecieron los cuerpos de muchos, también sus cerebros quedaron atontados mientras la noticia se extendía como la peste en cada campamento.
Muchos se inquietaron, pues no sabían si la formación de dicha confederación traería problemas para la estepa. Otros se mantuvieron a la expectativa de cualquier avance en cuanto a acuerdos entre otras tribus. Algo era cierto, todos querían saber más de la confederación Kimek y en la forma que había emergido.
Mientras las inquietudes y la excesiva curiosidad bombardeaban a todo
El silbido del viento rompió el sueño de Alimceceg. La tienda se estremecía debido a la fuerza del ventarrón que estaba soplando. La temperatura había bajado demasiado en el último mes, la vida en el campamento se hacía cada vez más dura a medida que el invierno se iba adentrando. En medio de la noche y mientras estaba despierta, Alimceceg sintió el bullicio de los hombres del campamento, miró a su lado y no encontró a Tuva Eke. Desconcertada por la ausencia del hombre, se sentó sobre el lecho y atrajo sobre sí las mantas gruesas de piel de búfalo. Su mirada quedó fija sobre la entrada de la tienda, ella no sabía por qué su corazón latía con más fuerza, como con miedo.Supuso que se debía al vient
Cirina gimió en voz baja, haciendo que los hombres se acercaran aun más a ella. Volvió a emitir el mismo sonido y se giró de repente hacia ellos, haciendo que asustados se apartaran de ella. El chillido de las espadas al ser desenvainadas se escuchó en el ambiente, y en ese momento, ella gritó del pánico… Sí, era un pánico real, un pánico envuelto con una pizca de astucia, ingenio y engaño. ¡Perfecto! Esa era la mezcla que precedía a un auténtico fraude, su mentira. —¡Yo no fui, lo prometo! ¡Yo no fui quien envenenó a Alimceceg khatun! Los hombres la miraron confundidos. Ella yacía en la nieve, su cuerpo tiritaba del frío a pesar de que llevaba ropas gruesas, las manos ya ni siquiera las sentía y el ardor en su labio roto ya se hacía demasiado insignificante ante el peligro de muerte que tenía frente a ella si no lograba engañar al factor riesgo. Tenía el rostro enrojecido por el frío y los ojos secos por
Alimceceg corrió hacia el almacén mientras era seguida también por un grupo de hombres. Al llegar, los hombres insistieron para que ella no entrara, así que en cuanto tuvieron oportunidad ingresaron al lugar, empezaron a sacar lo que podían del interior, cada hombre corría de ida y de regreso. Alimceceg daba vueltas en el exterior y cada vez que los hombres sacaban alimentos, ella se apresuraba a tomarlos antes para que ellos regresaran de inmediato. Estaba desesperada. Si la tribu se quedaba sin provisiones para el invierno, sería la sentencia de muerte para todos; estando en guerra y sin comida significaría que la gente se moriría de hambre en algún punto. Esa idea tan macabra le erizó la piel, la asqueó. Mientras ella y los hombres Kimek trataban de apagar el incendio y de salvar el alimento de las tribus aliadas, Cirina había logrado ganarse la confianza del khan, pues había sido ella quién le había revelado el
Alimceceg no podía creer lo que escuchaba. Y aunque se mantuvo de pie, a un lado del trono, imperturbable, serena y macabramente fría, en su interior quería salir corriendo, llegar a las caballerizas, ensillar uno de los caballos y galopar hacia el norte del río, allí donde Tuva Eke había estado los últimos días.No dijo nada. Sus ojos quedaron fijos sobre el hombrecillo que había llevado el mensaje a la tienda. Y en cierto punto, pensó que no podría mantener la compostura.—¡Búsquenlo hasta debajo de las piedras! —bramó—. No vuelvan a mí hasta que lo encuentren.El muchacho asintió y salió de la tienda casi que corriendo.Alimceceg expulsó el aire contenido en sus pulmones, observó de reojo a Cirina, quien mantenía su rostro sin ninguna expresi&
Alimceceg levantó la mirada y sonrió aliviada en cuanto vio la expresión nerviosa del khan karluk. En ese momento pensó en la ironía de la vida: el khan había deseado que su hijo lisiado se casara con una mujer Ashina para tener relación con el clan. Sin embargo, el hombre había subestimado las capacidades de su hijo, lo había relegado a un segundo lugar invisible, un lugar que le había ayudado a Tuva Eke a conseguir sus objetivos. Sonrió más cuando los hombres del khan lo rodearon para emprender a retirada mientras lo protegían. Alimceceg dirigió la mirada hacia atrás y Bortei captó su atención. La mujer le sonrió ampliamente mientras se inclinaba con sutileza. Tal vez, esa era la mayor ganancia que había obtenido Alimceceg: haber recuperado la relación con su prima. Se sintió renovada, con fuerzas nuevas y poderosas que creía haber perdido en medio del ataque de su suegro. Volvió la mirada y bajó con rapidez hast
Refugiados en las interminables praderas de color verde intenso, durante una fría noche, la esposa del Khubilai Ilk había dado a luz una niña tan radiante como la propia luz de la luna que brilló aquella noche. De ojos negros como el carbón, piel arrugada y manos fuertes, que no soltaban los gordos dedos de su padre.—Khubilai Ilk, es una niña —avisó su esposa con una sonrisa.La partera avanzó y le enseñó la bebé al hombre que estaba sentado en una de las esquinas de la habitación. El Khubilai Ilk cargó a la bebé en sus brazos y sonrió complacido. —Se llamará Khojin, ella será una luz para nuestra casa.La niña creció entre los verdes pastos y los caballos salvajes de las praderas. Era vivaz, alegre y muy fuerte. Tanta era su fascinación por las artes marciales y el combate, que su padre nunca pudo negarse a enseñarle los secretos de las espadas y toda suerte de armas. Muchos años después, Khojin Batun ya era una mujer. Y, aunque era muy hermosa a la vista, resaltaba mucho más por
Sentada sobre la muralla de la fortaleza Yuezhi, Khojin observó la lejanía y la altura de las nubes. Después de esos días, una tensa tranquilidad se había apoderado de la pequeña urbe. Khojin sospechaba que una tormenta se estaba gestando de manera escondida, un torbellino desconocido, que podía arrasar con su estabilidad.Cuando Khojin regresó la mirada hacia el interior de la fortaleza, alcanzó a ver la yurta central, allí donde su prima Khutulun era atendida por los médicos y muchas doncellas le servían.Khojin bajó de las murallas y caminó hacia la tienda, rodó la cortina pesada y entró. En el interior, Khutulun estaba acostada sobre su lecho. Estaba despierta, pero su mirada estaba perdida sobre la cubierta de la yurta.Khojin podía adivinar los pensamientos de su prima.—Khutulun, ¿te sientes mejor?La princesa giró el rostro hacia ella y le sonrió levemente.—Sí, pero estoy intranquila.—Estás pensando en Arslan, en ese traidor ¿verdad?Khutulun se apartó los cabellos negros de
Las antorchas brillaban tenuemente en medio de la noche estrellada. Al otro lado, las puertas de la fortaleza Yuezhi estaban trancadas y los guardias de las torres daban rondas sobre la muralla para custodiar los flancos del lugar.Khojin observó el cielo nocturno por unos instantes antes de ordenar ensillar su caballo. Era tarde y por esa razón, los ejércitos del emperador c h i n o no la detectarían tan fácilmente. Khojin quería cabalgar durante toda la noche para llegar al campamento de su abuelo. Siguiendo sus estimaciones, se infiltraría en el territorio Eljigin alrededor del mediodía. Ella nunca fallaba en sus estimaciones y tal como lo pronosticó, llegó justo a tiempo.La comandante del ejercito Yuezhi llegó al campamento Eljigin antes de que el sol desapareciera. En cuanto ella llegó, los hombres que servían al Kagan corrieron de un lado a otro, exasperados por la presencia de la mujer.—¡Comandante! —gritó uno de los hombres.Khojin se detuvo y dejó que dicho personaje se a