XXIII Exilio
Una suave brisa peinó los pastizales de las praderas de Nuante, sacudió las hojas de los árboles, agitó las aguas del río, despeinó los cabellos de Lis y silbó por los pasillos del palacio. Era sólo viento, pero se oía como una risa.

Desz seguía sin oír y deseaba dejar de ver también. En la oscuridad tras sus párpados, el ojo de rojizo atardecer seguía brillando, usurpando al verde esmeralda de Lis.

Su amada Lis, tan firmemente anclada a su corazón, se había desvanecido como un suspiro cuando más felices eran, dejando el vacío que dejaba la falta de aire, de calor.

El incontenible grito de Desz resonó portentoso y cargado de la oscuridad de la muerte y el frío de la agonía. El dolor que embargaba a su cuerpo era el de los primeros días, el que le dio la bienvenida a la vida. Nacer, morir, ya no los distinguía.

—Tu corazón era mi hogar... ¿Dónde viviré ahora? —decía Lis, acurrucada en las puertas de los muros—. Prometiste que nunca me abandonarías, lo prometiste, Desz, era mi deseo..
NatsZ

El trágico destino ha separado a Lis y a Desz y la traición la ha dejado sin patria. Lastimada, ¿dominará su naturaleza humana o la Dumas?

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