Un destino que terminó por estar escrito en piedra. Alen lo ha perdido todo ¿Buscará venganza?
Con el ardiente sol en su cénit, el joven dejó los aposentos que le habían sido entregados por su señor. Lucía mortalmente pálido y, en sus ojos, una frialdad absoluta hizo a su nuevo padre sentir orgulloso. Había estado llorando y lamentándose por un día entero y ya parecía haber aceptado su nueva vida y estar listo para aprender todo lo que iba a enseñarle.—Debemos hablar —le anunció, viéndolo llegar al salón. El joven no se detuvo. —Espera...Ante su insistencia, sólo lo miró con los ojos resplandecientes y, pese a que no era su objetivo, el Tarkut le sonrió, complacido. Los sonidos ya no lo atormentaban, había aprendido a regular su sensible oído un poco, así como su olfato. No estaba seguro si se trataba de una habilidad o era pura indiferencia, pero le daba tranquilidad. Anduvo por el camino que transitaba cada mañana para llegar a casa de su señor y lamentó haberlo ayudado aquella ocasión. ¡Cuánto lamentaba no haber oído a Jun! Ella no estaba enferma, la curiosidad era un
Había promesas que parecían imposibles de cumplir y el conocimiento de aquello era amargo y difícil de sobrellevar. La claridad de la mañana le dio la bienvenida a la joven bestia, llenando sus ojos. La desesperanza latía en su pecho, aferrando el frío metal que había intentado ponerle fin. La sentencia de Ariat se volvía ineludible, una condena inaguantable: seguía vivo cuando debía estar muerto. —Lo lamento tanto, Jun. Todas mis promesas se convirtieron en mentiras y mi dulce amor en el dolor más despiadado —suspiró hacia el cielo y se cubrió los ojos con el brazo. Al dolor físico, que se despertó con la hiriente claridad del día, le siguió un hambre que estremecía su cuerpo famélico, donde la carne ardía cual arena de un árido desierto. Ese calor le inflamaba las entrañas secas y clamaba por saciar una sed incontrolable. "Moriré de hambre entonces", se dijo y no movió un músculo más de su cuerpo. Se marchitaría como una planta y con la brisa del bosque como única compañía.Su men
Parte II: Guerra contra los DumasY estiraron sus brazos para alcanzar el cielo, sin esperar que sus pies se convirtieran en raíces. ∽•❇•∽Rodeado de colinas y sumergido en un valle dorado, estaba el hogar de las criaturas fantásticas que nadie podría decir que conociera con certeza. Su apariencia había cambiado con el tiempo, habían progresado como ninguna otra y ellos lo sabían. Aquel natural sentido de superioridad acabó por aislarlos, consagrando sus secretas vidas a alcanzar un nivel aún mayor de sabiduría y poder.¿El poder les había enceguecido? Quizás eso había ocurrido y pasaron de ser los portadores del mensaje a los emisores del mismo, un rol sólo destinado a los dioses. Ellos no eran dioses, eran Dumas, seres altos, de apariencia humana como los Tarkuts y a la vez etérea como los Kraia, que habitaban en las profundidades de los bosques del valle. Desde allí habían intentado alcanzar el cielo y terminaron cayendo en un abismo. Y del a
Con los primeros rayos del sol mañanero, los pasos de Desz lo llevaron a visitar el pueblo por primera vez desde que era un Tarkut. Había crecido y prosperado bastante. Mucha más gente circulaba por sus calles y más abundantes eran también los productos que se vendían en el mercado. Sólo había ido por unas hierbas, pero se entretuvo viendo las artesanías de madera.—Mi señor, ¿qué está buscando? Tenemos bellos ornamentos y utensilios al mejor precio. Su primera reacción fue voltear, creyendo que el hombre le hablaba a alguien tras de él, a algún señor. No era así y pidió que le mostraran una pluma, cuyo mango tallado tenía un diseño exquisito en el que podía verse la luna y las estrellas. Se llevó esa y otra donde había unos conejos. Ratszendach le había enseñado a leer y a escribir también, un pequeño grano de arena que en nada compensaba el daño que le había hecho, pero que le permitía distraerse. Buscó luego las hierbas y se halló comprando frutas también. Inhaló placenteramente e
—Esta aldea me gusta, creo que podríamos quedarnos por aquí más tiempo —sugirió Ah-um, entrando con Desz a la taberna.Se habían pasado las últimas estaciones yendo de lugar en lugar, en dirección hacia el este. Todos eran buenos sitios hasta que llegaban los rumores de los monstruos que torcían cuellos y bebían sangre. Creciendo entre Tarkuts, el ahora joven humano buscaba constantemente la compañía de otros como él. —Esta aldea es grande y cercana al camino principal, desde donde se puede llegar a otros poblados de la zona repartidos por las llanuras y muy aislados unos de otros, eso será del gusto del señor. Además, oí que la vista desde las colinas hacia el valle es hermosa, con el río bañando las tierras en todo su esplendor —agregó el muchacho.—Sí. Debe ser la hermosa vista lo que te tiene tan fascinado —comentó Desz.No necesitaba sus agudos ojos de Tarkut para notar el modo en que Ah-um miraba a la doncella que atendía las mesas. Era una joven de piel radiante y belleza crist
—¡¿A quién ha matado?! ¡Responde! —Ah-um sacudió al niño, que dejó caer la canasta.Desz lo apartó y se alejó con él de la multitud. —No pierdas el control —exigió, pasándose una mano por el cabello—. Había olvidado cuánto detesto las aldeas humanas. Regresaron a la apartada casa sólo ellos dos. El señor se quedaría a disfrutar del espectáculo, así se los había hecho saber el niño, que también se había dedicado a averiguar sobre el crimen que el muchacho de la taberna había cometido y confirmó lo que Ah-um ya sospechaba.—Apenas y la vi un par de veces, ¿por qué me siento tan triste? —Tienes un buen corazón, que se sintió atraído por ella y ahora sufre su ausencia. —Desz le extendió una taza de té que él mismo había preparado.—Yo podría haberla salvado...—O podrías haber muerto con ella. A veces el destino está escrito en piedra, Ah-um, mientras antes lo comprendas, menor será tu sufrimiento y... —se interrumpió, olisqueando el aire y levantándose abruptamente—. ¡Ese animal lo ha
Desz cargó en sus brazos el desmadejado cuerpo del aldeano. El rechinido de huesos rotos no se escondía a sus oídos de Tarkut. A cada paso que daba, tenues quejidos se colaban por sus labios entreabiertos, que exhalaban un pálido vapor tan frío como su propio aliento. Lo dejó en un rincón del establo, allí pondría fin a su dolor.—Te recuerdo... —balbuceó el joven, viéndolo con el ojo que todavía podía usar, el otro se había hinchado hasta que no quedó espacio para que el parpado retrocediera—. Bebiste sidra en la taberna... —¿Por qué la mataste? —preguntó Desz.—¿Tú también la deseabas?... Todos la deseaban... —¿Y la mataste para que nadie te la arrebatara? ¿Tanto la amabas que llegaste a sentirte dueño de su propia vida? El joven rio entrecortadamente. La presión en su vientre lo hizo escupir sangre sobre la paja.—Era mi hermana... —Lo sé. —La amaba más que a nada en el mundo... —También lo sé, pero te convertiste en una bestia y las bestias no tienen hermanas. —Si vas a mata
Medianoche en la pequeña casa en las colinas. Los ojos de Desz se abrieron. Ah-um se removió junto a él, sin llegar a despertarse.—Madre... —Escapó el susurro de sus labios entreabiertos y el Tarkut deseó que no se despertara, que su dulce sueño sobreviviera a la tormenta. Un trueno y luego los pasos, pesados, dolorosos. El aldeano estaba en la cocina. Comió y, esforzándose por ser silencioso, buscó. Y lo que encontró era lo último que deseaba. Un golpe, gruñidos, quejidos... la sangre siendo drenada. Desz volvió a dormirse, Ah-um siguió soñando. Él no soñaba, ya no. El Tarkut dejó su lecho antes que el sol y que su madrugador acompañante. El aldeano se había arrastrado desde la cocina y estaba en el suelo, apoyado en el muro cerca del baño. No se sobresaltó con su silenciosa llegada. —El otro monstruo dejó muy poca sangre... Ya no alcanzará ni para mí... —miraba con nostalgia hacia la puerta de la entrada. —Él te debilita porque no quiere que huyas. Tu vida le pertenece y no t