La búsqueda de la paz será sólo el principio de lo que le espera a Desz...
Con los primeros rayos del sol mañanero, los pasos de Desz lo llevaron a visitar el pueblo por primera vez desde que era un Tarkut. Había crecido y prosperado bastante. Mucha más gente circulaba por sus calles y más abundantes eran también los productos que se vendían en el mercado. Sólo había ido por unas hierbas, pero se entretuvo viendo las artesanías de madera.—Mi señor, ¿qué está buscando? Tenemos bellos ornamentos y utensilios al mejor precio. Su primera reacción fue voltear, creyendo que el hombre le hablaba a alguien tras de él, a algún señor. No era así y pidió que le mostraran una pluma, cuyo mango tallado tenía un diseño exquisito en el que podía verse la luna y las estrellas. Se llevó esa y otra donde había unos conejos. Ratszendach le había enseñado a leer y a escribir también, un pequeño grano de arena que en nada compensaba el daño que le había hecho, pero que le permitía distraerse. Buscó luego las hierbas y se halló comprando frutas también. Inhaló placenteramente e
—Esta aldea me gusta, creo que podríamos quedarnos por aquí más tiempo —sugirió Ah-um, entrando con Desz a la taberna.Se habían pasado las últimas estaciones yendo de lugar en lugar, en dirección hacia el este. Todos eran buenos sitios hasta que llegaban los rumores de los monstruos que torcían cuellos y bebían sangre. Creciendo entre Tarkuts, el ahora joven humano buscaba constantemente la compañía de otros como él. —Esta aldea es grande y cercana al camino principal, desde donde se puede llegar a otros poblados de la zona repartidos por las llanuras y muy aislados unos de otros, eso será del gusto del señor. Además, oí que la vista desde las colinas hacia el valle es hermosa, con el río bañando las tierras en todo su esplendor —agregó el muchacho.—Sí. Debe ser la hermosa vista lo que te tiene tan fascinado —comentó Desz.No necesitaba sus agudos ojos de Tarkut para notar el modo en que Ah-um miraba a la doncella que atendía las mesas. Era una joven de piel radiante y belleza crist
—¡¿A quién ha matado?! ¡Responde! —Ah-um sacudió al niño, que dejó caer la canasta.Desz lo apartó y se alejó con él de la multitud. —No pierdas el control —exigió, pasándose una mano por el cabello—. Había olvidado cuánto detesto las aldeas humanas. Regresaron a la apartada casa sólo ellos dos. El señor se quedaría a disfrutar del espectáculo, así se los había hecho saber el niño, que también se había dedicado a averiguar sobre el crimen que el muchacho de la taberna había cometido y confirmó lo que Ah-um ya sospechaba.—Apenas y la vi un par de veces, ¿por qué me siento tan triste? —Tienes un buen corazón, que se sintió atraído por ella y ahora sufre su ausencia. —Desz le extendió una taza de té que él mismo había preparado.—Yo podría haberla salvado...—O podrías haber muerto con ella. A veces el destino está escrito en piedra, Ah-um, mientras antes lo comprendas, menor será tu sufrimiento y... —se interrumpió, olisqueando el aire y levantándose abruptamente—. ¡Ese animal lo ha
Desz cargó en sus brazos el desmadejado cuerpo del aldeano. El rechinido de huesos rotos no se escondía a sus oídos de Tarkut. A cada paso que daba, tenues quejidos se colaban por sus labios entreabiertos, que exhalaban un pálido vapor tan frío como su propio aliento. Lo dejó en un rincón del establo, allí pondría fin a su dolor.—Te recuerdo... —balbuceó el joven, viéndolo con el ojo que todavía podía usar, el otro se había hinchado hasta que no quedó espacio para que el parpado retrocediera—. Bebiste sidra en la taberna... —¿Por qué la mataste? —preguntó Desz.—¿Tú también la deseabas?... Todos la deseaban... —¿Y la mataste para que nadie te la arrebatara? ¿Tanto la amabas que llegaste a sentirte dueño de su propia vida? El joven rio entrecortadamente. La presión en su vientre lo hizo escupir sangre sobre la paja.—Era mi hermana... —Lo sé. —La amaba más que a nada en el mundo... —También lo sé, pero te convertiste en una bestia y las bestias no tienen hermanas. —Si vas a mata
Medianoche en la pequeña casa en las colinas. Los ojos de Desz se abrieron. Ah-um se removió junto a él, sin llegar a despertarse.—Madre... —Escapó el susurro de sus labios entreabiertos y el Tarkut deseó que no se despertara, que su dulce sueño sobreviviera a la tormenta. Un trueno y luego los pasos, pesados, dolorosos. El aldeano estaba en la cocina. Comió y, esforzándose por ser silencioso, buscó. Y lo que encontró era lo último que deseaba. Un golpe, gruñidos, quejidos... la sangre siendo drenada. Desz volvió a dormirse, Ah-um siguió soñando. Él no soñaba, ya no. El Tarkut dejó su lecho antes que el sol y que su madrugador acompañante. El aldeano se había arrastrado desde la cocina y estaba en el suelo, apoyado en el muro cerca del baño. No se sobresaltó con su silenciosa llegada. —El otro monstruo dejó muy poca sangre... Ya no alcanzará ni para mí... —miraba con nostalgia hacia la puerta de la entrada. —Él te debilita porque no quiere que huyas. Tu vida le pertenece y no t
El curandero que Ratszendach había hecho traer ya había pasado gran parte de la mañana en la casa y todo para nada, lamentaba el aldeano, su nariz se quedaría torcida para siempre. —Respirarás mejor en cuanto se deshinche. —¿Y hablnaré como unn labio pahnrtido por el nnesto ne mi vida? —hizo una mueca de asco al terminar. —Yo que tú me alegraría de no ahogarme mientras duermo. Los jóvenes de hoy no se contentan con nada —el curandero guardó sus implementos en un morral y salió seguido por Ah-um. —Nno volnvené a hnablarn. —Me harías un favor —le dijo Desz, concentrado en sus anómalas facciones. La nariz amoratada y gorda permitía ver el hueso que serpenteaba debajo. Parecía que intentara con todas sus fuerzas olerse la mejilla. No era agradable de ver. El aldeano rebuznó y reaccionó a su propio sonido horroroso con un gruñido de cerdo. Reprimió un nuevo gruñido, viendo a Desz con intensidad. —No durarás más de unos cuantos latidos en silencio, tu cabeza no funciona si no estás
Lo sentía en su habitación y también en la sala, lo sentía en toda la casa. El aroma de Ah-um impregnado en las paredes, en los muebles, se mezclaba con el aire al menor movimiento, agitando sus recuerdos, su corazón. Reclinado en el sillón, Desz cerró los ojos, buscando percibir sólo el aroma de los leños carbonizándose en la chimenea.—¿Por qué no vas a buscarlo si lo extrañas tanto? —preguntó el aldeano. El ceño de Desz se marcó con una leve arruga. La presencia del aldeano había comenzado a molestarle. Cada vez que oía pasos en la casa, no era Ah-um con quien se encontraba, era ese joven, que en nada se le parecía. Sus gruñidos, resoplidos, silbidos, respiración, todos los sonidos que de él salían le erizaban los vellos. Hasta su voz se le hacía más despreciable cada día. Oyó sus pasos acercándose, una pisada limpia y otra arrastrada de la pierna que, aunque derecha, le seguía sin ser del todo útil. Las pisadas se detuvieron, la respiración se oía tras él. —Vete y déjame en paz.
Desz cabalgaba por las llanuras con el corazón en llamas. La preocupación que lo embargaba hasta la fiebre le había quitado. Su vista se nublaba a ratos y apretaba las riendas con fuerza. Erró en el camino un par de veces, sus oídos lo engañaban. No deseaba oír a las criaturas rastreras ni a los árboles mecidos por el viento, no deseaba oler la bruma que le mojaba las ropas, pero había perdido el control de sus sentidos."El perro ha ido a dar un paseo a la aldea", le había dicho Ratszendach, con esa sonrisa que delataba su malicia. Un paseo con la pierna en tal estado y a la aldea donde querían verlo muerto. Esperaba que no estuviera muy lejos, pues cabalgar le era imposible. No podía olerlo y no pudo encontrarlo por los senderos entre las colinas. Bajó al valle y lo buscó por el bosque. Su aroma le llegó por breves momentos, era el aroma de su sangre y se le hizo agua la boca. Siguió por el bosque, rastreándolo como un depredador a su presa. Desde el borde de una pequeña quebrada,