Todavía me encuentro anonadada por lo que pasó, mirando como Luis sube victorioso las escaleras mientras gira una o dos veces la cabeza para mirarme sonriendo satisfecho. Como si estuviera seguro de que voy a seguir al pie de la letra lo que me ha dicho. Pero está muy equivocado, yo no voy a aguantar nada más de esta relación. Lo soporté porque no interfería con mis aviones, pero esto se acabó ahora mismo.
La tonta Isabella, murió en este instante, está bueno ya de aguantar y hacer lo que todos a mi alrededor me imponen. Es que nunca debí aceptar casarme con este desalmado. Lo siento papá, de veras, quería en verdad ayudarte, pero no me convertiré en una mujer maltratada y abusada. Suficiente con todos los años de abuso que sufrí de mi madre. Hasta hoy llegué, soy Isabella Sardino, la heredera no solo tuya, también de mi abuelo. Así que si quieres desheredarte, hazlo. En estos momentos no me importa nada.
Me levanto, tomo mi bolso y salgo corriendo, me monto en el coche y manejo llorando a toda velocidad. Hasta detenerme en un semáforo con la luz roja. El claxon de un automóvil, me saca de mis pensamientos. Arranco el auto, cruzo la calle y me detengo, no sé qué hacer, estoy aterrada. No quiero volver a esa casa. Tampoco puedo ir a casa de mis abuelos. Si mi abuelo me ve así, lo va a matar, lo sé y no quiero que se busque problemas por mí. Y si llamo a papá vendrá y los asesinará a los dos, no quiero eso tampoco. O quizás me obligue mamá a permanecer al lado de Luis sin importarle que me golpeó, la creo capaz de eso. Mejor que ninguno se entere por ahora. ¿Pero qué hago? ¿A dónde voy con esta facha?
Me miro en el espejo a ver si puedo disimular e ir hasta la casa de mis abuelos. Es de noche, me acostaré enseguida y mañana puedo escapar bien temprano sin que nadie me vea, después que le coja dinero a mi abuela que siempre tiene en un jarrón de la cocina. Así podré alquilar una habitación por una semana, esto es el colmo. Se supone que soy millonaria y no tengo dinero para alquilarme una habitación, Luis tiene todas mis tarjetas, mamá se las dio el día de la boda. No dije nada porque no me hacían falta, abuelo siempre me da dinero para el diario y mira lo que paso.
Mis esperanzas se van al traste, al ver que el golpe me ha dejado una enorme marca en mi cara. Tengo también marcados sus dedos en mis mejillas. No tengo amigos a quien recurrir. Mi cabeza me duele terriblemente, toco la parte de atrás y tengo varios chichones muy sensibles. Me echo a llorar incontrolablemente sintiéndome la mujer más desdichada del universo.
Con mi cabeza apoyada en el timón, lloro hasta que una memoria llega a mi cabeza, como si Dios me hubiera iluminado. Recuerdo el apartamento que me regaló mi abuelo en el centro de la ciudad, hace muchos años, creo que cuando cumplí dieciséis, fue mi regalo de cumpleaños. Lo recuerdo como ahora, me sacó a escondidas de mi casa y me llevó con tremendo secretismo y me lo dio. Nadie sabe de su existencia, solo él y yo, me dijo.
La felicidad que me embarga es enorme, rebusco en mi cartera y encuentro el sitio donde está y en mi llavero, la llave que lo abre. Busco la dirección en mi teléfono, enseguida me traza la ruta, no es tan lejos. Dirijo mi auto hacia allá. Llego, tengo que enseñar mi identificación en la entrada, porque el portero es nuevo y no me conoce, bueno creo que el viejo tampoco lo haría, solo vine esa vez que abuelo me trajo. Nunca más pude hacerlo porque no me dejaban salir.
El portero me lanza miradas a cada rato. Yo he soltado mi cabello tratando de que no vea mi adolorido y amoratado rostro. Al fin me deja pasar.
—Disculpe que la haya demorado, señorita Sardino —dice inclinándose para entregarme la identificación y creo que para verme mejor. —Es la rutina, como usted no viene a menudo no la conozco, pero su abuelo si viene a cada rato. ¿Cómo está él, y su esposa?
—Bien gracias, muchas gracias —concurso sin levantar la cabeza, haciendo que mi cabello cubra todo mi rostro. — Ahora si me lo permite, entraré.
—¡Oh, sí, perdón, perdón! —Y corre a subir la barrera que impide la entrada.
—Buenas noches y muchas gracias.
Sin más, pongo en marcha el coche haciendo todo lo posible porque no descubre mis golpes. Pues sigue observándome atentamente, al parecer se dio cuenta de que algo me pasaba, ojalá y no le avise al abuelo. No quiero que se vaya a buscar problemas por mi culpa. ¡Nunca debí casarme con Luis! ¿Cómo pude pensar que en verdad había dejado de ser un golpeador y que me trataría bien todo el tiempo si lo dejaba hacer lo que le diera la gana? Ay, Isabella, en verdad debiste imaginar que algo como esto pasaría.
—Buenas noches, si necesita mi ayuda, solo tiene que llamar, ¡recuerde que su parqueo es el dos a la izquierda! —grita en lo que me alejo en el coche.
Avanzo lentamente hasta que lo encuentro, tomo mis cosas, y me dirijo al edificio. Saco mi llave con miedo de que no funcione, hace tanto tiempo que abuelo me la dio, que no estoy segura si funcionará. Respiro aliviada al ver como abre la puerta de entrada, tomo el elevador hasta el quinto piso.
Al fin estoy frente al número que marca mi tarjeta. Abro la puerta, no prendo la luz. Me arrojo en la oscuridad en el sofá. No puedo dejar de llorar. ¿Por qué tienen que pasarme estas cosas a mí? ¡Tenía que haberle hecho caso a mi abuelo y escapar con él el día de la boda! ¿Cómo pude dejar que mis padres me casaran con el desalmado de Luis? Cierro mis ojos y mi vida comienza a pasar por mis ojos como si de una pelicula se tratara.
Retrospectiva.
Un año antes...
Camino tratando de pasar inadvertida, sé que en estos momentos soy la vergüenza de mi madre, que no se cansa de decírmelo y dirigirme unas miradas como si me quisiera matar, papá no dice nada, solo me mira con reproche. Bajo mi cabeza al sentir como me examinan las personas a mi alrededor. Al fin llegamos a la mesa que tenemos reservada, muy elegantemente arreglada.
—¡Isabella, ven siéntate aquí! —me indica mi madre de mala forma retorciendo los ojos y negando con la cabeza con una mueca de disgusto en su muy maquillado rostro. — ¡Siéntate, derecha! ¿Por qué tuviste que ponerte esa ropa? ¡No parece que tengas diecinueve años! No sé ni a quien saliste tan mojigata, a mí no fue. ¡Tenías que ponerte el vestido que te compré!
—Disculpa mamá —digo casi en un susurro para evitar que los demás nos escuchen— es que el vestido que me diste, estaba demasiado corto.
—¡Ese es el que debiste ponerte! No esa ropa de mojigata fuera de moda que te regaló tu abuela como si tuvieras diez años. ¿Quién ha visto a una joven de buena familia, vestida así como lo estás tú? ¡Eres una vergüenza!
Grita, mientras trata de disimular la molestia. Las personas más cercanas la observan y luego a mí, que me encojo sobre mi misma, en mi intención de pasar invisible, me siento en mi silla, coloco con disimulo mis oídos, para no escucharla más, cosa imposible debido al tono que emplea para acercándose a mí.
—No sé cómo pude tener una hija como ella, no sabe vestir, no sabe arreglarse, ¡mira ese cabello! ¡¿Ni eso pudiste hacerlo mejor?! ¿Por qué no te maquillaste? Debí cuidar que te preparabas correctamente. ¡Qué vergüenza, qué vergüenza!
—¡Eva, ya no tienes remedio, no ganas nada con molestarte! ¡Cálmate, están por llegar nuestros invitados! —Intervino mi padre, mientras me miraba de reojo.
Aquella mañana mi madre había irrumpido en mi habitación con una bolsa. La tiró en la cama mientras me decía.
—Isabella, hoy tenemos una cena con unos amigos de tu padre, nos acompañan. Ponte esta ropa, ¡no quiero que nos avergüences con esa monja que te pones!
—Pero mamá, ¿no puedo quedarme en casa? ¡Tengo exámenes muy importantes mañana! —Protesté tratando de que no me obligara a ir. ¡Odio esas reuniones!
—No Isabella, son unos posibles inversores para la empresa de tu padre, y tienes que asistir! Además, de ti depende que todo salga bien, no protestes porque no vas a quedarte, tienes que ir, es muy importante —termina con tono que me dice claro que se acabó la conversación y que no puedo oponerme.
—Está bien, mamá!— Acepto resignada, cogiendo la bolsa que ha dejado encima de la cama.
Ella me observa satisfecha y se va. Abro la bolsa con desgano, para encontrarme con un cortísimo vestido, que apenas pasa más allá de la punta de mis nalgas. Me lo pruebo, está hermoso. Pero mis senos casi se desbordan por el escote.
¡Jamás me pondré algo así! ¿En qué diablos estaba pensando mamá para comprarme esa ropa que más bien parece de una mujer de la vida? ¡No, definitivamente no usaré tal prenda de vestir, aunque se enfurezca!
Al retirarse mi madre y luego de ver como me quedará el vestido que llevó, rebusco en mi ropero, hasta dar con un juego de sayas, que me regalara mi abuela, en mi cumpleaños. Es rosa pálido, me lo pruebo. ¡Me queda perfecto! Sobre todo, me siento cómoda con él, nada de qué avergonzarme, ni estar preocupada toda la cena con las miradas morbosas de los hombres en mis senos. Así vestida, no salgo de mi cuarto, espero que ya estén montados en el auto y tocando el claxon al tiempo que me llaman, llego corriendo y me siento de prisa. Cómo están atrasados, no me hacen regresar a cambiarme de ropa. Mi madre, todo el viaje se la pasa diciéndome cosas. Yo pongo mis audífonos y me concentro en mi música mirando favorita como pasa el paisaje a gran velocidad por donde vamos. Llegamos al lugar, es muy elegante, sigo torpemente a mis padres. Me siento donde me indica mi madre, con mis audífonos, y me pongo a jugar con la servilleta, mientras escucho la conversación de ellos. Después que mi padre h
Al escuchar el anuncio realizado por mi padre, no puedo contenerme y grito sin darme cuenta, poniéndome de pie de un salto. Mis padres me miran enojados. Me siento de nuevo mirando a papá horrorizada. ¿Cómo pueden hacerme esto? Ellos saben lo abusivo que es, no es un secreto. A cada rato hay un escándalo sobre eso en todas las revistas y periódicos del país. El padre de Luis me observa en silencio, para luego sonreírme, como si estuviera satisfecho con lo que ve. Cambia la mirada al escuchar a mi madre.—Sí, querida Isabella, ja, ja, ja… ¿Por qué te sorprendes? Lo sabías que un día iba a suceder, ya eres mayor de edad —me explica, con una voz que trata de ser dulce, pero que yo sé está aguantando las ganas de gritarme. —Tu compromiso con Luis es un hecho. Él siempre ha estado enamorado de ti, desde que eran niños. ¿No recuerdas que siempre andaba detrás de ti? Ya lo habíamos pactado, desde ese tiempo. Además, hace un rato cuando tu padre te preguntó si estabas de acuerdo con este compr
Luis se quedó por un momento mirándome fijo, como si tratara de saber quién era yo ahora de adulta. Le aguanté la mirada sin miedo. No sabía de dónde me salía el valor de enfrentarlo, es como si todo el rencor que le guardara desde niños, hacía que me comportara de esa manera con él. Se quedó así un instante para luego alejarse y caminar hasta la puerta, pero antes de salir se giró y me dijo.—Está bien, creo que todo quedó claro entre los dos. Llevaremos este matrimonio lo mejor que podamos. En un final, poseemos el mismo objetivo.Y así fue, como me embarqué en este compromiso. Salimos mucho, él me lleva para la biblioteca, mientras se va con sus chicas. De cierta manera, nuestros padres se lo han creído y toda la sociedad. Cuando estamos juntos finjo estar enamorada de él, aunque no dejo que me toque. Hacemos muchas fiestas en nuestro yate. Mamá me quitó todas mis tarjetas el día del compromiso y se las dio a Luis. Al parecer su padre le cortó el suministro de dinero hasta que se ca
—Disculpa, no te conozco. —Respondí algo atemorizada.—Bella, tu papá se llama Santiago Sardino, y es hijo del señor Sardino. Ellos tienen negocios con mis padres. —Explicó ahora descendiendo del auto y viniendo a mi encuentro sonriente. —Vamos, deja de ser tímida y monta, no te comeré.Me quedé mirándolo algo indecisa, giré mi cabeza en busca de un taxi, pero ni uno solo apareció, solté todo el aire suspirando. Estaba realmente cansada y quería llegar a mi casa para darme un buen baño y dormir. Él percibió mi lucha y raudo, tomó las maletas, mi bolso de mis manos y los colocó en el asiento trasero, abrió la puerta invitándome a subir. Lo miré por un instante y le dije.—Ya que insistes, aceptaré tu oferta. —Al parecer en verdad era amigo de mis abuelos.Me monté en el asiento del copiloto y lo miré de reojo. Era realmente hermoso. Tenía los ojos muy negros. Al igual que su cabello, que tenía un mechón rebelde que siempre se le caía en la frente. Lo hacía ver aún más hermoso. Su cuerp
Sabía que a mi falso esposo no le iba a importar, desde que regresamos de la supuesta luna de miel en París no lo he vuelto a ver, y no es que lo quiera. Mi aversión hacia su persona sigue siendo la misma, entre menos nos encontremos mejor para mi tranquilidad. Por lo que me dediqué en los días siguientes a acomodar algunas cosas dentro de la casa a mi gusto. Compré algunos cuadros, y flores, muchas más flores.El jardinero está feliz, sí, porque además de mi invernadero, la casa está rodeada de un inmenso jardín creación de mi abuela según me contó Enrique, el señor que lo cuida. Es donde al regresar de la escuela temprano o los fines de semana que no me voy para la casa de mis abuelos, me lo paso. Hemos sembrado un sin fin de rosas nuevas, y otras plantas. A mi manera soy feliz en soledad, rodeada de todas las comodidades que me dieron mis abuelos. De mis padres no he sabido nada. Solo les envié un mensaje diciendo que habíamos regresado el cual no me respondieron.Luis apareció dos
Luis se quedó mirando mi reacción un segundo, y luego se alejó maldiciendo, yo me quedo pensativa, esto no es una cena cualquiera. Estoy segura de que ellas vienen a verificar si nuestro matrimonio es una relación de verdad, de seguro saben algo, pero quieren ver que hago yo. Al parecer no invitaron a mis abuelos, eso es bueno, muy bueno. Deja pensar que hacer, tengo que tener una explicación para todo.No me dejaré coger así de fácil, me prepararé muy bien y seguiré a Luis. He podido observar cuando salimos con sus amigos a las juergas en el yate, que es muy locuaz, de seguro lo hace de maravilla y yo solo tengo que secundar. Sí, eso será perfecto, es verdad lo que dice Luis, yo nunca antes participé de las conversaciones, por lo que no se van a extrañar esta vez si no hablo. No obstante, busqué una guía turística de los lugares más famosos de París que cogí en el hotel, y me la aprendí de memoria. Por si me preguntan algún detalle del lugar. Conozco a mis padres, sé que lo harán, so
—Sí, sí, muy elegante, señora. —Se apresura a decir y los demás asienten. —¿Sus abuelos también vienen?—No, esta cena la inventaron sin avisar mi madre y mi suegra, ya sabe cómo es eso, no pude negarme y no me dio tiempo a invitarlos. —Explico, porque en verdad deberían estar ellos. —Haremos una cena para ellos solos el fin de semana. Prefiero disfrutar de su compañía sin extraños.—La entiendo, solo avíseme lo que le gusta a sus abuelos y lo prepararé. Hoy no sabía nada, si no, hubiésemos hecho una buena cena con lo que les gusta a sus padres. —Dice apesadumbrada. —Muy bien señora, no se preocupe. Todo va a salir bien, me encargué de todo. Cómo ve, tal parece que la cocinamos nosotros, ellos no van a saber que no fue así. Creo que ya llegaron, ese ruido es el de los autos. —Me señala.—Sí, conozco el que hace el de papá —digo prestando atención a los motores de los autos. —Deja ir a ver si ya Luis bajó.Me dirijo al salón, y observo como Luis baja enfundado en un elegante traje negr
Y hasta ahí llegó el Luis jovial que había representado toda la noche. Es como si de pronto necesitara volver a delimitar nuestras vidas. Pues durante toda la velada lo vi mirarme en ocasiones fijamente, como si le gustara esta burda representación de esposos. Por lo que sigo la conversación. No es que me interese, pero así de ese modo, al hablar sin tapujos de su amante, damos por sentado que no somos nada, ¡nada! Ni lo seremos nunca, no me gusta como persona y mucho menos como ha comenzado a mirarme desde que me viera en la tarde.—¿Tu chica? ¿La rubia del avión? —pregunto animándolo a hablar.—¡Sí, ella misma! ¿Cuál otra crees que sea? No me creas un mujeriego empedernido, solo la tengo a ella, que si no llega a ser por ti y tu maldito dinero, estuviéramos juntos. —Maldice, pero no sé, siento que lo hace como si no lo sintiera esta vez.—¿Y por qué me culpas a mí? Pudiste negarte y no lo hiciste, así que déjame a mí afuera, sabes muy bien que si me casé contigo fue para salir de mis