2.DECISIÓN

Todavía me encuentro anonadada por lo que pasó, mirando como Luis sube victorioso las escaleras mientras gira una o dos veces la cabeza para mirarme sonriendo satisfecho. Como si estuviera seguro de que voy a seguir al pie de la letra lo que me ha dicho. Pero está muy equivocado, yo no voy a aguantar nada más de esta relación. Lo soporté porque no interfería con mis aviones, pero esto se acabó ahora mismo.

La tonta Isabella, murió en este instante, está bueno ya de aguantar y hacer lo que todos a mi alrededor me imponen. Es que nunca debí aceptar casarme con este desalmado. Lo siento papá, de veras, quería en verdad ayudarte, pero no me convertiré en una mujer maltratada y abusada. Suficiente con todos los años de abuso que sufrí de mi madre. Hasta hoy llegué, soy Isabella Sardino, la heredera no solo tuya, también de mi abuelo. Así que si quieres desheredarte, hazlo. En estos momentos no me importa nada.

Me levanto, tomo mi bolso y salgo corriendo, me monto en el coche y manejo llorando a toda velocidad. Hasta detenerme en un semáforo con la luz roja. El claxon de un automóvil, me saca de mis pensamientos. Arranco el auto, cruzo la calle y me detengo, no sé qué hacer, estoy aterrada. No quiero volver a esa casa. Tampoco puedo ir a casa de mis abuelos. Si mi abuelo me ve así, lo va a matar, lo sé y no quiero que se busque problemas por mí. Y si llamo a papá vendrá y los asesinará a los dos, no quiero eso tampoco. O quizás me obligue mamá a permanecer al lado de Luis sin importarle que me golpeó, la creo capaz de eso. Mejor que ninguno se entere por ahora. ¿Pero qué hago? ¿A dónde voy con esta facha?

Me miro en el espejo a ver si puedo disimular e ir hasta la casa de mis abuelos. Es de noche, me acostaré enseguida y mañana puedo escapar bien temprano sin que nadie me vea, después que le coja dinero a mi abuela que siempre tiene en un jarrón de la cocina. Así podré alquilar una habitación por una semana, esto es el colmo. Se supone que soy millonaria y no tengo dinero para alquilarme una habitación, Luis tiene todas mis tarjetas, mamá se las dio el día de la boda. No dije nada porque no me hacían falta, abuelo siempre me da dinero para el diario y mira lo que paso.

Mis esperanzas se van al traste, al ver que el golpe me ha dejado una enorme marca en mi cara. Tengo también marcados sus dedos en mis mejillas. No tengo amigos a quien recurrir. Mi cabeza me duele terriblemente, toco la parte de atrás y tengo varios chichones muy sensibles. Me echo a llorar incontrolablemente sintiéndome la mujer más desdichada del universo.

Con mi cabeza apoyada en el timón, lloro hasta que una memoria llega a mi cabeza, como si Dios me hubiera iluminado. Recuerdo el apartamento que me regaló mi abuelo en el centro de la ciudad, hace muchos años, creo que cuando cumplí dieciséis, fue mi regalo de cumpleaños. Lo recuerdo como ahora, me sacó a escondidas de mi casa y me llevó con tremendo secretismo y me lo dio. Nadie sabe de su existencia, solo él y yo, me dijo.

La felicidad que me embarga es enorme, rebusco en mi cartera y encuentro el sitio donde está y en mi llavero, la llave que lo abre. Busco la dirección en mi teléfono, enseguida me traza la ruta, no es tan lejos. Dirijo mi auto hacia allá. Llego, tengo que enseñar mi identificación en la entrada, porque el portero es nuevo y no me conoce, bueno creo que el viejo tampoco lo haría, solo vine esa vez que abuelo me trajo. Nunca más pude hacerlo porque no me dejaban salir.

El portero me lanza miradas a cada rato. Yo he soltado mi cabello tratando de que no vea mi adolorido y amoratado rostro. Al fin me deja pasar.

—Disculpe que la haya demorado, señorita Sardino —dice inclinándose para entregarme la identificación y creo que para verme mejor. —Es la rutina, como usted no viene a menudo no la conozco, pero su abuelo si viene a cada rato. ¿Cómo está él, y su esposa?

—Bien gracias, muchas gracias —concurso sin levantar la cabeza, haciendo que mi cabello cubra todo mi rostro. — Ahora si me lo permite, entraré.

—¡Oh, sí, perdón, perdón! —Y corre a subir la barrera que impide la entrada.

—Buenas noches y muchas gracias.

Sin más, pongo en marcha el coche haciendo todo lo posible porque no descubre mis golpes. Pues sigue observándome atentamente, al parecer se dio cuenta de que algo me pasaba, ojalá y no le avise al abuelo. No quiero que se vaya a buscar problemas por mi culpa. ¡Nunca debí casarme con Luis! ¿Cómo pude pensar que en verdad había dejado de ser un golpeador y que me trataría bien todo el tiempo si lo dejaba hacer lo que le diera la gana? Ay, Isabella, en verdad debiste imaginar que algo como esto pasaría.

—Buenas noches, si necesita mi ayuda, solo tiene que llamar, ¡recuerde que su parqueo es el dos a la izquierda! —grita en lo que me alejo en el coche.

Avanzo lentamente hasta que lo encuentro, tomo mis cosas, y me dirijo al edificio. Saco mi llave con miedo de que no funcione, hace tanto tiempo que abuelo me la dio, que no estoy segura si funcionará. Respiro aliviada al ver como abre la puerta de entrada, tomo el elevador hasta el quinto piso.

Al fin estoy frente al número que marca mi tarjeta. Abro la puerta, no prendo la luz. Me arrojo en la oscuridad en el sofá. No puedo dejar de llorar. ¿Por qué tienen que pasarme estas cosas a mí? ¡Tenía que haberle hecho caso a mi abuelo y escapar con él el día de la boda! ¿Cómo pude dejar que mis padres me casaran con el desalmado de Luis? Cierro mis ojos y mi vida comienza a pasar por mis ojos como si de una pelicula se tratara.

Retrospectiva.

Un año antes...

Camino tratando de pasar inadvertida, sé que en estos momentos soy la vergüenza de mi madre, que no se cansa de decírmelo y dirigirme unas miradas como si me quisiera matar, papá no dice nada, solo me mira con reproche. Bajo mi cabeza al sentir como me examinan las personas a mi alrededor. Al fin llegamos a la mesa que tenemos reservada, muy elegantemente arreglada.

—¡Isabella, ven siéntate aquí! —me indica mi madre de mala forma retorciendo los ojos y negando con la cabeza con una mueca de disgusto en su muy maquillado rostro. — ¡Siéntate, derecha! ¿Por qué tuviste que ponerte esa ropa? ¡No parece que tengas diecinueve años! No sé ni a quien saliste tan mojigata, a mí no fue. ¡Tenías que ponerte el vestido que te compré!

—Disculpa mamá —digo casi en un susurro para evitar que los demás nos escuchen— es que el vestido que me diste, estaba demasiado corto.

—¡Ese es el que debiste ponerte! No esa ropa de mojigata fuera de moda que te regaló tu abuela como si tuvieras diez años. ¿Quién ha visto a una joven de buena familia, vestida así como lo estás tú? ¡Eres una vergüenza!

Grita, mientras trata de disimular la molestia. Las personas más cercanas la observan y luego a mí, que me encojo sobre mi misma, en mi intención de pasar invisible, me siento en mi silla, coloco con disimulo mis oídos, para no escucharla más, cosa imposible debido al tono que emplea para acercándose a mí.

—No sé cómo pude tener una hija como ella, no sabe vestir, no sabe arreglarse, ¡mira ese cabello! ¡¿Ni eso pudiste hacerlo mejor?! ¿Por qué no te maquillaste? Debí cuidar que te preparabas correctamente. ¡Qué vergüenza, qué vergüenza!

—¡Eva, ya no tienes remedio, no ganas nada con molestarte! ¡Cálmate, están por llegar nuestros invitados! —Intervino mi padre, mientras me miraba de reojo.

Aquella mañana mi madre había irrumpido en mi habitación con una bolsa. La tiró en la cama mientras me decía.

—Isabella, hoy tenemos una cena con unos amigos de tu padre, nos acompañan. Ponte esta ropa, ¡no quiero que nos avergüences con esa monja que te pones!

—Pero mamá, ¿no puedo quedarme en casa? ¡Tengo exámenes muy importantes mañana! —Protesté tratando de que no me obligara a ir. ¡Odio esas reuniones!

—No Isabella, son unos posibles inversores para la empresa de tu padre, y tienes que asistir! Además, de ti depende que todo salga bien, no protestes porque no vas a quedarte, tienes que ir, es muy importante —termina con tono que me dice claro que se acabó la conversación y que no puedo oponerme.

—Está bien, mamá!— Acepto resignada, cogiendo la bolsa que ha dejado encima de la cama.

Ella me observa satisfecha y se va. Abro la bolsa con desgano, para encontrarme con un cortísimo vestido, que apenas pasa más allá de la punta de mis nalgas. Me lo pruebo, está hermoso. Pero mis senos casi se desbordan por el escote.

¡Jamás me pondré algo así! ¿En qué diablos estaba pensando mamá para comprarme esa ropa que más bien parece de una mujer de la vida? ¡No, definitivamente no usaré tal prenda de vestir, aunque se enfurezca!

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