10. CONVERSACIÓN
Y hasta ahí llegó el Luis jovial que había representado toda la noche. Es como si de pronto necesitara volver a delimitar nuestras vidas. Pues durante toda la velada lo vi mirarme en ocasiones fijamente, como si le gustara esta burda representación de esposos. Por lo que sigo la conversación. No es que me interese, pero así de ese modo, al hablar sin tapujos de su amante, damos por sentado que no somos nada, ¡nada! Ni lo seremos nunca, no me gusta como persona y mucho menos como ha comenzado a mirarme desde que me viera en la tarde.

—¿Tu chica? ¿La rubia del avión? —pregunto animándolo a hablar.

—¡Sí, ella misma! ¿Cuál otra crees que sea? No me creas un mujeriego empedernido, solo la tengo a ella, que si no llega a ser por ti y tu maldito dinero, estuviéramos juntos. —Maldice, pero no sé, siento que lo hace como si no lo sintiera esta vez.

—¿Y por qué me culpas a mí? Pudiste negarte y no lo hiciste, así que déjame a mí afuera, sabes muy bien que si me casé contigo fue para salir de mis
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