5. CASADA

Luis se quedó por un momento mirándome fijo, como si tratara de saber quién era yo ahora de adulta. Le aguanté la mirada sin miedo. No sabía de dónde me salía el valor de enfrentarlo, es como si todo el rencor que le guardara desde niños, hacía que me comportara de esa manera con él. Se quedó así un instante para luego alejarse y caminar hasta la puerta, pero antes de salir se giró y me dijo.

—Está bien, creo que todo quedó claro entre los dos. Llevaremos este matrimonio lo mejor que podamos. En un final, poseemos el mismo objetivo.

Y así fue, como me embarqué en este compromiso. Salimos mucho, él me lleva para la biblioteca, mientras se va con sus chicas. De cierta manera, nuestros padres se lo han creído y toda la sociedad. Cuando estamos juntos finjo estar enamorada de él, aunque no dejo que me toque. Hacemos muchas fiestas en nuestro yate. Mamá me quitó todas mis tarjetas el día del compromiso y se las dio a Luis. Al parecer su padre le cortó el suministro de dinero hasta que se case de verdad conmigo, según me dijo. No es que me importe, en un final nunca las uso. Me basta con el dinero que me echa el abuelo en la cartera, para cubrir mis necesidades.

Cuando hacemos las fiestas en uno de los yates de lujo de papá. Yo me encierro en la habitación, y Luis disfruta todo lo que quiere. Mientras me respete como hasta ahora, no vamos a tener problemas, él en su mundo y yo en el mío. Nuestra boda, ya está toda organizada por nuestras madres. Como no tengo a nadie a quien invitar, excepto a mis abuelos, no me importa, a quien ellos inviten.

Han arreglado todo como si fuera un cuento de hadas, ellas solas toman sus decisiones como si yo no existiera y no fuera mi boda. No se toman ni siquiera la molestia de preguntarme o llevarme con ellas a hacer las cosas.

 Las dejo, porque no me interesa en realidad. Mis abuelos protestan, no están de acuerdo con la boda. Sobre todo porque conocen muy bien como es de abusivo Luis, he tratado de convencerlos que ya cambió y de que me trata muy bien. Sobre todo pongo mi mejor semblante y trato de convencerlos de que lo hago por mi voluntad, porque en verdad estamos enamorados. Ellos se hacen los que me creen y me dejan en paz. Y así transcurren los días hasta que llega la fecha.

  Hoy es el día, ahora mismo, estoy enfundada en un hermoso vestido de novia, que no me agrada para nada, por su gran escote y estrecha falda. Mi madre fue quien lo escogió a su gusto. Un gran velo, que creo que no termina nunca, lo escogió mi suegra, junto con la tiara, y el ramo de flores naturales, a pesar de que le dije que era alérgica a las margaritas. Hizo oídos sordos y las incluyó en el arreglo porque son sus preferidas. Por lo que tengo mi nariz roja de tanto estornudar, mi madre y mi suegra mandaron a hacer un enorme ramo que llega casi hasta mis rodillas, y no solo eso. Cada arreglo de la boda incluye dichas flores.

 Menos mal, que mi abuela me cambió el ramo y mandó a quitar todas las demás de los adornos ayudada por Luis, que quiere congraciarse con ellos. Cuando ella le dijo que era alérgica a dichas flores, aceptó que las quitaran todas, ante las caras furiosas de mi suegra y mi madre. Por lo que me he aliviado al darme un nuevo ramo mi abuela. Uno que ella había mandado a hacer, de orquídeas que no me hacen nada y es mucho más hermoso. Colocando también en los arreglos florales bajo la ayuda de Luis.

Mi abuela es la única emocionada con esta boda. Me abrazó y me besó, con lágrimas en los ojos. Mi abuelo no quiere que me case. Ha venido solo por mí. Me lo repite a cada rato.

—Bella, aún estamos a tiempo. ¡Te puedes escapar conmigo! —Me susurra al oído a cada rato. La última vez que vino hará unos cinco minutos, lo abracé con fuerza, y le di dos besos en las mejillas.

—Está bien abuelo, en tres años estaré libre, y me iré a vivir con ustedes.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿No estás enamorada de Luis? ¿No es por eso que te casas?

—Suss…, te lo voy a decir, pero no digas, ni hagas nada. Solo lo hago para ayudar a papá.

—¿Qué? ¿En qué tienes que ayudarlo? ¿Si es para hacer alianza de familia y no porque en verdad lo amas, no estoy de acuerdo que te cases? ¡No tienes que hacer este sacrificio para eso hija, yo te puedo liberar!

—No abuelo, no es solo eso. Quiero hacer algo por papá, así después no podrán reprocharme nada. ¿Entiendes? Por favor abuelo, no hagas nada.

—¡No es necesario Bella, que se las arregle solo!

—Abu…, por favor…, necesito que me apoyes en esto, por favor abu…

—Está bien, pero no olvides que al menor problema que te dé ese bueno para nada de Luis, me vas a avisar, promételo y no diré nada más.

—¡Te lo prometo Abu, te lo prometo!

Y es así, como voy caminando con una sonrisa fingida, de la mano de mi padre. Este antes de entrar, se detuvo y me miró muy serio, luego me preguntó.

—¿En verdad haces esto Isabella, porque amas a Luis? —Ya mi madre me había advertido antes que si me preguntaba debía decirle que sí.

—Sí, sí, papá, es por eso.

—¿Seguro?

—Sí, papá. Todo va a estar bien, no te preocupes, ahora vamos.

Se quedó mirándome por un momento, luego me abrazó muy fuerte, y nos separamos, para colocarnos en la entrada. ¿Será que puedo negarme? No, mamá me dijo que estaba en serios problemas, que si no me casaba con Luis, iba a ir a la bancarrota. Vamos Isabella, solo son tres años. Respiré profundo y aquí vamos caminando despacio hasta el altar, donde me espera Luis, con una expresión de emoción hipócrita, pero que todo el mundo se la cree. Todo pasa muy rápido. La ceremonia, la fiesta, la despedida, el avión, París.

Mi esposo me acompañó hasta el hotel y me llevó a la habitación, para que no fuera a perderme, y desapareció. No es que me importe, pero me da un poco de miedo, estar sola en esta gran ciudad. Los primeros dos días los pasé en el hotel, el tercero me arriesgué y caminé hasta una plaza, a dos cuadras. Para mi buena suerte, me encontré con una biblioteca. Y demás está decir, que el resto de mi luna de miel. La pasé en una mesa de dicho lugar.

El último día, apareció Luis. Me acompañó a las tiendas, a comprar los regalos para la familia. Se veía muy fastidiado. Al final, me dejó con el chofer y volvió a desaparecer. Hasta el otro día, una hora antes de la salida del vuelo.

Luego de llegar atrasado, y acomodar el equipaje de mano arriba tirando las puertas molesto, haciendo que todos nos observaran. Se sentó furioso a mi lado.

—¿Te pasa algo? —Le pregunté.

—Bella, ¿podrías hacerme un favor?

—Sí, únicamente dime cuál es.

—¡Cámbiate para la clase turista! Quiero ir con mi chica aquí.

Lo miré desconcertada, ¡no podía creer que me estuviera pidiendo aquello! Pero al ver que no bromeaba. Me levanté, cogí mis cosas, y le pregunté.

—¿Qué número de asiento?

—El setenta y cinco, en ventanilla.

Caminé por el estrecho pasillo, hacia la zona turística. En verdad, no me molestaba mucho. Me sentía mejor en esta parte del avión y de paso, no estaba obligada a permanecer a su lado diez insufribles horas. Pude observar, una despampanante rubia, mirarme con burla, mientras sonreía triunfadora. No le di importancia, supuse, que esa sería la chica de turno.

Me senté, y me dispuse a leer mi libro, que había comenzado el día anterior, estaba muy interesante. A mi lado se sentó un chico, unos años mayor que yo, que me saludó sonriente, yo solo incliné mi cabeza levemente contestando el saludo y dándole a entender que no me interesaba conversar. No le presté mucha atención, hundiendo mi cabeza en la lectura, por suerte entendió el mensaje y no me molestó en todo el trayecto.

El vuelo era de diez horas, así que lo pasé entre leer y dormir. No volví a ver a Luis. Me mandó un mensaje, diciendo que lo justificara con sus padres, si por casualidad, estaban esperándonos en nuestra nueva casa. Para mi suerte, no fue así. Después de recoger el equipaje que tampoco se había dignado coger, salí con intención de tomar un taxi, para ir a la nueva casa que me habían regalado mis abuelos.

Como Luis había tomado nuestro auto. Tuve que hacer una cola inmensa, para coger un taxi. Pero justo, cuando me tocaba, desaparecieron todos. Estaba realmente agotada, y pensé llamar a mi abuelo para que fuera por mí, luego me arrepentí y decidí esperar pacientemente. Estaba en eso cuando un Audi negro, se detuvo delante de mí, y bajó la ventanilla.

—Hola —me llamó el conductor. Pensaba que necesitaba alguna orientación, por eso me acerqué.

—Sí, dígame. ¿En qué puedo ayudarle? —pregunté amablemente sin mirarlo apenas.

—Voy a Central Park. Sé que le hace camino, puedo llevarla si desea.

—Gracias, pero no se preocupe, esperaré un taxi. —Me negué alejándome del auto, ¿quién era que sabía hacía dónde iba?

—¡Oye Bella, llevamos diez horas sentados uno al lado del otro, y no te comí! Conozco a tus abuelos. Mis padres son amigos de ellos. —Dijo firme con tono familiar, lo cual me asombró mucho.

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