Capítulo 3

Jameson.

Al día siguiente, desperté pasado el mediodía, gracias a los insistentes timbrazos de mi celular, miré la pantalla para observar quién osaba interrumpir mi sueño, el nombre de mi padre brillaba como si tuviera luces de neón.

Volví a colocar el celular en la mesa, realmente no me daba la gana discutir con Domenico hoy. En cambio, observé a Kate desnuda a mi lado y recuerdos fugaces de la noche anterior casi hacen que me quede en cama junto a ella, negando con mi cabeza salí de la cama y me encaminé hacia el baño, cada segundo que permanecía ahí, perdía dinero y, si había algo que no me gustaba… era perder. Yo siempre ganaba, era un puto rey, uno que no necesitaba una corona para hacer lo que quisiera con solo un chasqueo de dedos.

Luego de una larga y relajante ducha, salí del baño solo con una toalla amarrada a mi cintura, sonreí al ver mi cama vacía, Kate era la mejor, por eso llevabamos tanto tiempo juntos, ella conocia mis manias, mis reglas, ella sabía perfectamente que cuando saliera del baño ya no debía estar en mi cama ni en mi habitación, para eso tenía la suya, el celular empezó a sonar de nuevo, desvié la llamada y marqué a Jack pero la comunicación se fue directo a buzón.

Una nueva llamada de mi padre entró al celular, me dejé caer en la cama, deslizando mi dedo en el área verde de la pantalla.

—¡Por fin apareces! —Su voz destilaba el mismo reproche de siempre.

—Sin sermones, padre, o cuelgo —contesté sin ganas de discutir—.  Me llamabas con insistencia, ¿no?, ¿para qué diablos soy bueno? —cuestioné, mientras me sentaba en uno de los sillones de mi habitación

—¿Dónde estás? —Me levanté del sillón observando por la ventana, Las vegas resplandecia, el sol brillaba en lo alto el Strip nunca se veia apagado... ¿Que donde estaba?  Estaba en el maldito paraíso.

—No en Nueva York, ¿me dirás de una vez qué es lo que quieres? —Mi padre y yo nunca habíamos tenido una buena relación y no empezaríamos a estas alturas de mi vida.

Ahora que ya no lo necesitaba.

Te quiero en la ciudad mañana a primera hora. —El enojo se filtró por su tono de voz.

—Estaré ahí para el té. —Satiricé—. Si te sirve, genial, si no… te sugiero acomodar tus reuniones. —No me iría hoy a Nueva York.

He dicho a primera hora, Jameson —repitió alzando su voz dos octavas más de lo debido.

—Padre… Te he dicho que alzar la voz conmigo no sirve… Estaré ahí a las once. No me llames. —Colgué antes de empezar a discutir.

Una línea, ahora necesitaba una línea… o dos. La conversación con mi padre había arruinado mi puto buen humor y busqué entre mis gavetas, pero no tenía nada, consumí la última dos días atrás, tomando mi celular marqué el número de Kate rápidamente, si no tenía una droga, tendría la otra.

Solo sonó una vez antes que descolgara.

—Regresa a mi cuarto, ¡ahora! —indiqué, colgando una vez más y apagando el celular, no quería más interrupciones.

Pasamos todo el día encerrados en la habitación, compartiendo nuestros cuerpos hasta que no hubo más superficie dónde empujar a Kate, había llamado a uno de mis chicos e inhalado un par de líneas para cuando el sol se escondió, aunque eso disgustó a Kate; después de una reparadora siesta, mi mujercita me pidió que la llevara a un restaurante, acepté porque hizo un gran trabajo, me recibió sin rechistar todas las veces que la tomé, incluso cuando transformé su cuerpo en mi campo de juegos.

Me gustaba el sexo, el sexo duro, salvaje, me gustaba infringir dolor y que no hubiese queja ni llanto, era un maldito sádico y ella lo sabía, era mi masoquista perfecta.

Estaba terminando de atar mi corbata cuando ella entró con la tarjeta extra que le di.

—Puntual como siempre —musité, observando su vestido largo—. Pienso tomarte con esos tacones más tarde.

—Me lo supuse. —Se acercó—. ¿Te ayudo? —Me giré, dejando la corbata en sus manos. Ella ató el nudo con maestría—. ¿A dónde iremos?

—Reservé en el Todd English's… Pero antes… —Tomé el paquete que había pedido horas antes—. Para ti.

—Pensé que lo habías olvidado… —Me abrazó.

—Nunca olvido nada, preciosa, te lo ganaste. —Me solté de su amarre, nunca fui bueno con los abrazos—. Mañana debo volver a Nueva York. —Agarré mi chaqueta—. Mi padre me necesita, así que vamos a cenar y luego a disfrutar la noche en el casino.

Salimos de la habitación y, fuera del hotel, el valet ya tenía mi auto listo, me subí al coche y aceleré a fondo, disfrutaría esta última noche en Las Vegas… Por ahora.

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