Capítulo 2

Jameson

—Quiero ir a las ruletas —avisó Jackson.

Yo quería una línea.

—Pero, bebito… —Sasha intentó ser seductora, mientras sus manos tomaron la corbata de Jackson—. Has perdido un montón de dinero; además, casi son las cuatro de la mañana. —Tiró del pedazo de tela, y la vena en el cuello de Jackson se hinchó—. Mejor nos vamos a la habitación y te doy lo que te gusta… —Mordió su oreja en un tonto intento de seducirlo, conocía muy bien a Jackson y Kate también y estaba causando todo menos excitación en mi amigo.

—Jameson... —murmuró Kate a mi oído, con temor, justo cuando Jack tomaba a Sasha del brazo y barbilla, apretándola con fuerza.

—¡A mí nada ni nadie me manda, menos tú, idiota! —El agarre en su brazo se apretaba y Kate lo hacía en el mío, yo quería divertirme un rato, así que esperé—. ¿Quién te crees que eres?, ¿¡mi puto padre!? —gritó mi amigo—. A ti no te debe importar cuánto estoy perdiendo sino los todo el dinero que te voy a pagar.

—Jameson… —Chasqueé mi lengua a Kate—. Va a lastimarla… Por favor. —Vi la súplica en sus ojos; así que, me separé de ella y agarré el brazo de Jack.

—Vamos a la ruleta, hermano. —Traté de tranquilizarlo, no tanto por Kate sino porque, si Jackson se ponía violento, podían sacarnos del casino, eso sin contar que, lo último que necesitaba era un puto escándalo, bastante m****a me había echado Domenico hacía una semana.

Los ojos rojos de mi amigo, como si tuvieran brasas ardientes, me enfocaron un momento antes de asentir, no se resistió cuando lo empujé hacia la ruleta.

—Lleva a Sasha al tocador para que se tranquilice… —susurré a Kate —y no tardes o puede que me haya ido cuando regreses. —Mi mirada buscó a la rubia de la mesa de Póquer.

Kate entrecerró los ojos, pero no la dejé decir una sola palabra, en vez de eso me giré y alcancé a Jackson en la ruleta, afortunadamente un nuevo juego estaba comenzando.

Nos sentamos en las sillas y nos entregaron nuestras fichas.

—Todo, al dieciséis rojo —vociferó Jackson, colocando todas sus fichas en el número elegido.

—Todo al sesenta y seis negro —ordené yo, el negro era mi color de la suerte.

La ruleta fue puesta en marcha y mientras giraba, todos los apostadores de la mesa observaban expectantes dónde quedaría la famosa bolita.

—Sesenta y seis negro —exclamó el crupier mientras recogía las fichas y me las entregaba.

—¡Eres un desgraciado con suerte! —expresó Jackson aun enojado—. ¿Hiciste pacto con el jodido diablo? Has ganado toda la noche, cabrón. —Me golpeó el hombro con fuerza.

—Yo soy el hijo de Lucifer, pendejo, y si vuelves a golpearme te pondré a tu trasero a divagar por el inframundo.

Kate y Sasha volvieron del tocador, se habían demorado más de lo normal, sin embargo, no sentí la ausencia, Kate se apretó a mí, sus pechos descansando en mi espalda, el aroma de su perfume me llegó, envolviéndome en una nube lujuriosa y mientras Sasha se acercaba a Jackson, en lo único que podía pensar, era en cuántas maneras la poseeria, una vez llegáramos a la habitación.

—¡Te estoy hablando, cabrón! —Jackson gritó a centímetros de mi cara, llevé la mano a mi rostro limpiando las gotas de su saliva que me habían salpicado.

—Ten más cuidado, imbécil. —Lo alejé y me levanté de la silla—. Me voy al hotel, deberías hacer lo mismo.

—No, ve tú, mandilon, yo apostaré una vez más. ¡Vamos, Sasha! —ordenó a su acompañante, dejé que se alejara y tomé a la mujer del brazo.

—No lo provoques, linda, si quiere correr desnudo por el jodido Treasure, déjalo ser…  Llama a mi guardaespaldas si se pone muy eléctrico. —Ella asintió y yo la dejé ir, conduciendo a Kate hacia la caja, para reclamar mi dinero.

Salí del casino, observando las calles infestadas de gente. Las Vegas siempre estaba en todo su furor sin importar la hora que marcara el reloj, por algo la llamaban La Ciudad del Pecado, porque pecar es todo lo que te provoca hacer cuando estabas aquí.

—Para esto nací —murmuré, guardando el cheque que me entregaron en el casino y tomando a Kate de la cintura mientras esperábamos el coche.

—Cariño, has ganado mucho esta noche… —Mi mujer se colocó frente a mí, deslizando sus manos por las solapas de mi saco. Conocía esa mirada, ese sutil movimiento de pestañas, teníamos muchos años juntos, la conocía mejor que la m*****a palma de mi mano.

—¿Qué vas a pedirme? —Arqueé una ceja hacia ella.

—El abrigo de piel que vimos en la boutique del hotel. —Negué con mi cabeza—. Anda, me lo prometiste, dijiste que si ganabas esta noche, me lo comprarías.

—Todo depende… —Sonreí para ella, mientras mis dedos subían por sus costados.

—¿Depende de…? —preguntó, haciendo un puchero y pasando sus brazos por encima de mis hombros.

—De qué tan buena seas una vez lleguemos a la habitación. —Masajeé sus trasero y Kate se lanzó a mis labios con la misma intensidad de hacía diez años.

Una vez trajeron el coche, lo encendí rápidamente, necesitaba llegar al hotel, el trayecto hasta el Venetian fue rápido, con una mano en el volante y la otra  acaricie con pericia la entrepierna de Kate, un juego previo para lo que haria con ella en el hotel, y solo bastó que las puertas del ascensor se cerraran, para que ella se abalanzara sobre mí, pasando los brazos por mi cuello y enredando sus piernas a mi cintura, nuestros labios se unieron en un beso salvaje, cargado de deseo. Rodeé su cintura con mis brazos mientras la encarcelaba entre mi cuerpo y la pared de la caja metálica.

El elevador empezó a ascender al igual que la notable tensión en mis pantalones, mientras mi mujer se refregaba en mi cadera sin un atisbo de vergüenza, el pitido del ascensor nos advirtió que habíamos llegado a nuestro destino, sin embargo, no cambiamos de posición, estábamos demasiado sumidos en el placer  como para detenernos a ver si alguien nos estaba mirando. Caminé a tientas por el oscuro corredor hasta encontrarme con la única puerta de ese piso, la habitación presidencial, y no sé cómo diablos metí la mano en mi bolsillo, hasta encontrar la tarjeta, no estaba pensando con la cabeza adecuada, la deslicé por la cerradura y de inmediato entramos al interior del inmueble. Tomé a Kate apretándola aún más por la cintura y arremetí junto con ella en la pared, haciéndola emitir un jadeo de dolor y excitación… la sentí temblar, metí mi mano entre nuestros cuerpos y acaricié su cuerpo mientras ella abría el cierre de mi pantalón y su mano se perdía dentro de mi bóxer.

Remplacé mis dedos y me restregué contra su cuerpo con fuerza.

—¡Oh Dios, eres increíble! —gimoteó en mi oído mientras se afianzaba en mis hombros—. ¡Más… más! —gritó, su rostro contraído, entretanto, repetía la acción de refregarme en su pelvis.

—No soy Dios, chiquita, soy James.

Ella me tomó de las mejillas y unió nuestras frentes—. Tú, Jameson Shields… tú eres mi Dios…

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