Capítulo 5

Tyler

Entré a la cocina buscando al chef, el pobre estaba completamente atareado con el servicio, sus ayudantes estaban trabajando a mil.

Hablamos rápidamente de “La presa” y me entregó el pedido de la mesa quince, estaba entregando dicha comanda, cuando vi a el señor Stanfort salir de su oficina y hablar con un hombre que estaba de espaldas a mí, una hermosa mujer de cabellos de fuego, lo acompañaba; era alta, delgada y con una piel casi traslúcida… vestía un abrigo de piel, que a leguas, se veía que costaba un año entero de mi sueldo.

Llamé a Erick, otro de los meseros y lo presenté con los comensales de la mesa quince y peiné mi cabello con mis manos antes de dirigirme al reservado dos, en donde me esperaba mi jefe, con el niño rico y la mujer hermosa.

—Bueno, mi querido Jameson, te dejo en compañía de uno de mis mejores empleados. —Suspiré, levemente nervioso, ubicándome a un costado de la mesa y entregando las cartillas del menú.

—Buenas noches, bienvenidos al Todd Olives, mi nombre es Tyler Brown y esta noche seré su mesero —recité claramente, mientras la mujer me recibía las cartillas del menú sin siquiera mirarme, cosa que agradecí—. ¿Me permiten recomendarles el plato de la casa? Hoy tenemos costillas de cordero y…

—Tráeme una botella de Domaine de la Romanée —interrumpió el hombre, sin levantar la mirada.

Apunté rápidamente el nombre del vino, era un Conti Grand Cru, Côte de Nuits, un vino francés tinto de la Borgoña, con más de 1500 años de historia, la botella oscilaba entre los trece mil y quince mil euros. Tenía que ir a la cava de reserva.

—Volveré en unos minutos, mientras deciden qué ordenar. —No recibí ningún tipo de respuesta, así que, salí tropezando con Will que salía de su reservado.

—¿A quién tienes? —cuestionó con burla.

—Un niño pijo, que pidió una botella de Domaine de la Romanée.

—Oh m****a — silvó Will — ¿la que cuesta una pasta?

—La misma, ¿y tú?

—Un futbolista colombiano, acompañado de una mujer de piernas kilométricas.

—Bueno, el hijo de Nostradamus, también vino con una de esas, mejor no lo hago esperar y voy a la cava… —me despedí de Will y bajé las escaleras, entrando a dicha habitación y buscando el vino solicitado, y luego caminé lo más rápido que pude.

—Pensé que Stanfort nos había dado el mesero más rápido.

—Lo siento, había varios compañeros en la reserva buscando vinos para nuestros comensales.

—Ninguno era un Shields… —exclamó el hombre con altivez—. Espero seas más veloz con el servicio.

—Sí, señor, ¿ya saben qué van a ordenar? —Afortunadamente, los dos seguían sin mirarme, la chica estaba enfrascada en la carta, mientras el niño pijo, tenía su mirada fija en la pantalla de su celular.

—Yo quiero las costillas de cordero con crema de maíz —pidió la hermosa pelirroja—. Gracias. —Alzó su mirada hacia mí, sus ojos eran cafés, pero eso no fue lo que llamó mi atención, lo que me hizo sentir nervioso de repente, era la intensidad con la que me estaba observando, como si hubiese visto un puto fantasma. 

—A mí puedes traerme… —dijo el hombre y retiré la mirada de la chica que seguía observándome pasmada, para atender la orden del hijito de papi—. El pulpo a la parrilla con vinagreta de guisantes, ajo tostado, tomate y perejil. —Tomó la carta de manos de la chica y alzó la mirada para entregármelas.

Fue cuando mi mundo se sacudió completamente, para luego detenerse. Me vi reflejado en sus lentes oscuros por más tiempo del debidamente correcto, antes que el hombre sentado frente a mí, los retirara y sus ojos azules como dos témpanos de hielo se enfocaron en los míos, me quedé sin aire, y noté cómo los hombros del hombre se tornaron rígidos mientras me observaba.

Entendí por qué la mujer me miraba con tal intensidad.

Éramos exactamente iguales.

El hombre llevó la mano a su cabello, disimulando la perturbación que se leía en su mirada y muy seguramente en la mía, parecía que hubiesen pegado mis pies al piso con cemento, carraspeó un poco antes de continuar con su orden.

—Como aperitivo; y como plato fuerte, la langosta de Maine, sin limón —enfatizó y se removió en su asiento—. Como acompañante quiero papas al gratín, y de postre, el soufflé de vainilla de Olives —terminó la orden, como si no nos estuviésemos reflejando en un espejo.

—Lo mismo para mí —balbuceó la mujer, sin dejar de observarme.

—Procura ser eficiente y rápido —exigió él, con arrogancia, para luego despacharme con un ademán de manos.

Tragué con fuerza mientras salía del reservado, me sentía confundido, un poco pasmado, Will se detuvo a mi lado, noté traía las entradas de su mesa.

—Parece que hubieses visto muerto.

Tomé una larga respiración, sentía que todo mi rostro estaba rígido.

—Si pudieras entrar en mi reservado, te darías cuenta que me he tropezado conmigo mismo.

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