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8. La desilusión de Hariella
Hermes regresó al edificio de la empresa. La vendedora de flores le había guardado el maletín al igual que la rosa amarilla eterna; el frasco que la protegía se había roto. En ese estado no podía regalarlo. La señora había vendido todas las flores, por lo que ya no le quedaba ninguna. Eso lo entristeció, más que haber perdido la oportunidad de conversar con su precioso ángel, que ya no estaba presente por los alrededores.

—¿A dónde vas, muchacho? —preguntó la vendedora al verlo caminar cabizbajo.

—Debo irme.

—¿Y no te llevarás esto? —La vendedora sacó la última rosa amarilla eterna y los ojos de Hermes se iluminaron llenos de felicidad—. La había apartado para ti, toma.

Hermes se regresó hasta la señora y le dio un fuerte abrazo.

—Gracias, maestra.

Hariella llegó a su deslumbrante mansión que, se encontraba muy alejada de la empresa; a ella le gustaba la tranquilidad y solo en esta zona exclusiva, podía tener armonía. Ahí, distante del bullicio de la gran ciudad.

El guardia de segurida
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