Hermes caminaba distraído por los pasillos del edificio de Industrias Hansen, la propuesta de Hela se le repetía una y otra vez en su cabeza: ¿quieres casarte conmigo? Si las noches anteriores no había podido dormir por estar pensando en cómo declarársele, ahora su insomnio era provocado por la respuesta que debía darle al precioso ángel que tanto le gustaba. Sostuvo bien el tubo metálico de su carrito de repartos de tres pisos y llegó hasta donde estaba un hombre con traje de etiqueta similar al de él, pero de distinto color. Agarró una carpeta marrón y la puso sobre el escritorio de aquel hombre en el que, este último mes, se había vuelto su amigo de trabajo: Jarrer Miller; era un agraciado muchacho de veintiocho años. Tenía el cabello negro, ojos marrones. Era de personalidad alegre y divertida; ambos se llevaron bien desde el día en que se conocieron.—Hermes —susurró Jarrer a Hermes, después de haber revisado el cartapacio y al percatarse que no eran los que él había pedido—. Her
Hariella iba caminando por un callejón hacia el sitio donde se encontraba con Hermes; ella salía por la parte trasera del edificio y para evitar encontrarse con alguien que trabajara en Industrias Hansen, debía realizar un recorrido más largo. Pero giró su cuello y bajó su cabeza para ocultar su rostro con ayuda del sombrero y los lentes de sol, al ver a Mónica y a Jarrer, acompañados de varios más de sus empleados; ellos en pocas ocasiones la habían visto, quizás no la reconocerían, pero el sentimiento del romance con Hermes la hizo cubrirse por instinto y no quería correr riesgo que la descubrieran; no debía dejar que la vieran o su mentira podría llegar a su final sin que hubiera saciado lo que quería experimentar. Caminó con lentitud y precavida para verificar que nadie más estuviera cerca y miró hacia donde estaba Hermes; Mónica se acercó por la espalda y le cubrió los ojos, entonces Hermes se dio media vuelta y la agarró por la cintura. Apretó los puños e inclinó su cabeza hacia
Hermes esperaba a Hariella al frente de la notaría. Estaba nervioso y a la vez emocionado, ya era de tarde y pronto sería la hora de la boda; sabía que ella era puntual como una británica. Llevaba puesto el traje negro y la camisa blanca que Hariella le había regalado el día anterior, se había guardado las gafas dentro de su saco y su pecho estaba adornado por una corbata de moño que era oportuna para la ocasión. No pudo contener una sonrisa cuando vio a la hermosa mujer de vestido, tacones y sombrero negro que caminaba hacia él; era preciosa.Hariella tenía una figura envidiable y unos atributos de fantasía, ni grandes ni pequeños, su silueta era perfecta, como si hubiera sido tallada a mano por el mejor de los artistas y de ese proceso hubiera resultado su hermoso ángel de cabello dorado y esa dulce mirada azulada. Caminó hasta Hermes; él se veía atractivo. Tenía el semblante de un joven apuesto y la de un hombre sincero. No se dijeron nada y se saludaron con un beso en la que disfr
Hermes la besó en los labios y luego pasó al cuello de ella. Disfrutaba del sabor de la piel de la preciosa mujer que amaba y fue bajando con delicadeza hasta los pechos de Hariella, en tanto ella lo seguía con el centelleante azul de su mirada. Se afirmó con sus rodillas en la cama mientras aplastaba con ligereza las blandas masas con sus manos. Luego abrió su boca y los comía como el más delicioso de los manjares, primero el izquierdo y luego el derecho.Hariella se aferraba en las sábanas y el placer la confortaba como el más excitante de los ropajes. Cada roce y cada emoción que le generaba Hermes eran incontratable y quería seguir sintiéndolo sin el menor de los pudores. Ese muchacho la devoraba con tanto anhelo que solo verlo despertaba en ella sus lujuriosos instintos.Hermes se quitó los pantalones y el bóxer y ni supo cómo lo hizo con tanta rapidez. Le fue dejando cortos besos por el vientre de Hariella y le alzó las piernas para quitarle las sensuales bragas de encaje negro,
Hariella dirigió sus manos a la entrepierna de Hermes y se acomodó encima de él.Hermes le apretó las caderas para asegurarse con más fortaleza al volver a sumergirse dentro de la aterciopelada y envolvente intimidad de Hariella, que lo hacía delirar con el suave ritmo de sus caderas, mientras ella se apoyaba en el abdomen de él para seguir con el armonioso movimiento.Hariella gemía de manera alternada y sus pechos brincaban con levedad ante la mirada de su enamorado.Hermes veía a detalle los abultados y provocativos atributos de Hariella. Acarició con lentitud los carnosos muslos de ella, hasta que llegó a los senos y los apretó con suavidad en sus manos. Alzó sus brazos y le colocó el sedoso cabello rubio que le comenzaba a taparle la cara a su bella esposa. Suspiraba, en tanto recibía los suaves golpes de las virtudes de Hariella en su entrepierna.Hariella se derrumbó en el torso de Hermes y le dio un extenso beso. Era sofocante y bastante agotador seguir en la misma posición.—
Hermes se dirigió a su armario sacó una camisa azul y bóxer negro. Pero cuando iba a sacar una pantaloneta, oyó el melodioso sonido de la voz de su consorte.—Así está bien. Pienso que ese atuendo es perfecto para una mañana de esposos —comentó Hariella, conociendo los pequeños detalles que hacían los enamorados.Hariella se puso la ropa y la camisa le quedaba grande y holgada; así que era perfecto. Sentada en la cama, comenzó a peinarse su cabello rubio, pero se dio cuenta de que Hermes la miraba mientras lo hacía.—Eres hermosa, mi ángel —dijo Hermes, orgulloso de que esa preciosa mujer fuera su esposa.—Gracias —contestó Hariella, sonrojada por el halago.Hermes se puso una pantaloneta gris y suéter casual negro. Ambos llamaron a excusarse de sus trabajos y los dos fueron al baño y se lavaron la cara y los dientes. Hermes tenía varios artículos de higiene de repuesto y le cedió uno a ella. Juguetearon mientras los hacían y cuando terminar fueron a la sala de estar y Hariella se sen
—¿Un banco? —interrogó Lena, confundida.—Sí —respondió Hariella, diciéndole el resto de los detalles—. Encárgate de que recupere el capital invertido, un banco nunca es una mala inversión. Además, paga la deuda de la señora…—Así lo haré… Pero antes de retirarme tengo otros asuntos que contarle, señora Hariella —dijo Lena, precavida. El tema era demasiado relevante para mantenerlo oculto—. Su padre y su madre han llamado. Dijeron que vendrán a visitarla y que la avisarán cuando lo harán.Hariella tomó una gran boconada de aire por la boca y luego la dejó salir. No tenía una buena relación con sus padres; no pasaron tiempo con ella y el cariño que les tenía era porque eran sus padres; los respetaba y los quería; pero evitaba tratar con ellos.—Espero no sea pronto —dijo Hariella con voz neutra e inflexiva en su expresión—. Mantenme al tanto y prepara todo para la reunión de la junta directiva.—Como usted ordene, señora Hariella.Hermes hacía su labor de mensajero, empujando su carrit
—Entonces yo también regresaré mañana —comentó Hariella, manifestando molestia en su precioso rostro—. Estoy segura de que pospondrán su venida, pero lo mejor será que vuelva pronto. No quiero que se coloquen a investigar mi vida.—Está bien, señora. Yo le estaré avisando de cualquier novedad que surja.—Otra cosa —dijo Hariella, curiosa, aunque ya había dado el mandato hace varios días—. ¿La casa que te mandé comprar, ya la tienes lista?—Por supuesto, señora. Usted ya puede disponer de ella cuando quiera —dijo Lena, orgullosa por cumplir su trabajo—. No le hace falta nada y he preparado lo necesario para un par de meses.—Bien hecho. Eso era todo. Ya puedes descansar.—Como usted ordene, señora Hariella.La llamada finalizó y Hariella dejó escapar un suspiro acompañado de una sonrisa. Se dejó caer de espaldas sobre la acolchada cama. Alzó su mano diestra y vio el anillo en su dedo. Recordó entonces la primera vez que conoció a Hermes, ya hace un mes:—“Ella es mi sueño” —dijo Hariel