Después de varios minutos en ese frenesí suspendido, Helios la colocó con suavidad en el piso. Sus manos, grandes y seguras, desabrocharon la bata de encaje que cubría a Herseis, dejando que la tela cayera al suelo como una nube desvaneciéndose al atardecer. Ella, sin dudarlo, se inclinó hacia adelante, apoyándose en la silla. La postura la hacía parecer una felina, lista para recibir el siguiente embate, su espalda arqueada y la piel tersa expuesta, como un paisaje bajo la luz de la luna. Helios no pudo evitar admirar la curva de su espalda, el brillo de su piel bajo la tenue luz, y la forma en que sus caderas se elevaban, esperándolo con deseo.—Ah… oh… —gemía Herseis, su voz rompiéndose en el aire como las olas al chocar contra la orilla, mientras él comenzaba a embestirla nuevamente con más ímpetu.Helios la arremetía con una fuerza controlada, pero intensa. Cada movimiento era un choque, una colisión que resonaba en la habitación como un eco de aplausos firmes, el sonido de sus c
Helios y Herseis llevaron a cabo la ceremonia de boda civil y en privado de ellos. Ella usó un vestido negro y un velo. Allí firmaron el contrato de conveniencia. Él ya había pagado las deudas, así que la razón principal que quedaba era que tuvieron hijos. Describe la escena. Luego celebran su noche de bodas con una intensa velada de pasión que los sofoca. Describe nuevas posiciones.Ambos se encontraban en una pequeña sala privada de un lujoso juzgado, listos para llevar a cabo su boda civil. El ambiente era solemne, íntimo, con solo unas pocas personas presentes, todos de confianza absoluta. Aunque no había un despliegue fastuoso de flores ni decoraciones exuberantes, el espacio estaba impregnado de una elegancia simple, casi sobria, que reflejaba la naturaleza de su relación: discreta, pero cargada de poder y deseo.Herseis vestía un vestido negro, una elección poco convencional, pero perfecta para la ocasión. La tela se ajustaba a su cuerpo de manera impecable, destacando su esbel
Esa era la verdad que rondaba constantemente en la mente de Helios. Desde que Herseis había entrado en su vida, todo lo demás se había desvanecido. No le importaba más nadie; ninguna otra persona, ningún otro interés. Solo ella. La mujer madura que había encontrado refugio en sus brazos y que, a su vez, se había convertido en su mundo. La diferencia de edad, que antes le había parecido una posible barrera, ya no tenía ninguna importancia. Si acaso, solo añadía una capa de admiración y respeto a lo que sentía por ella.Helios disfrutaba cuidándola, no como un deber, sino como un placer. Le preparaba el desayuno, cenas elaboradas, a menudo siguiendo las pautas del nutricionista para asegurarse de que ella estuviera siempre saludable y fuerte. Cada plato que le servía no solo era un acto de amor, sino una afirmación de su devoción hacia ella.—Buenos días —susurraba él cada mañana, inclinándose para besarle la frente cuando se despertaban.—Buenos días —respondía Herseis con una sonrisa
Al despertar, el sol se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación con una luz suave. Helios la besó en la frente, y luego en los labios, como si aún quisiera saborear lo que la noche les había regalado. El desayuno, preparado con esmero y siguiendo las recomendaciones del nutricionista, era un recordatorio silencioso de los nuevos comienzos, de las promesas de una vida compartida. Helios la observaba mientras comían, y en su mente, no podía dejar de pensar en lo afortunado que era de tenerla a su lado, no solo como su amante, sino como su compañera, su reina.En los días siguientes, su vida continuó con esa mezcla perfecta de pasión y cotidianidad. Corriendo juntos por las mañanas, nadando en la piscina privada, disfrutando de juegos y momentos tranquilos, ambos sabían que el verdadero lujo no estaba en los bienes materiales que los rodeaban, sino en la conexión que compartían.Así, pasó un año, pero a pesar de todas las veces que lo hacían no había indicios de que est
Helios la miraba con esa serenidad suya, pero en sus ojos brillaba una chispa que solo ella conocía. Ese fuego que ardía detrás de su fachada tranquila, que se encendía cada vez que estaban solos. Con movimientos delicados pero decididos, Herseis comenzó a desvestirlo, pieza por pieza, disfrutando de cada momento en que su piel quedaba expuesta. Sentía el calor de su cuerpo bajo sus dedos, la tensión de sus músculos respondiendo a sus caricias. Era como si su agradecimiento, su amor y su deseo se fusionaran en un solo acto de entrega.Se desnudó con la misma intensidad, dejando que la ropa cayera al suelo sin importar dónde terminara. Cuando al fin ambos estuvieron desnudos, Herseis lo empujó suavemente sobre la cama y, con una sonrisa juguetona, se colocó sobre él. Sentía el poder de esa posición, la libertad de poder tomar el control por un momento. Bajó lentamente, disfrutando de la sensación de su piel contra la suya, de la dureza de su cuerpo bajo el suyo.Comenzó a moverse con u
El top deportivo de Herseis fue lo primero en caer. Helios lo levantó con una mano firme pero suave, desnudando su torso brillante de sudor. Sus pechos quedaron al descubierto, y Helios no pudo resistirse a inclinarse y besar cada centímetro de su piel, saboreando el ligero gusto salado de su sudor. Los gemidos suaves de Herseis llenaron el aire, sus manos enterrándose en el cabello oscuro de Helios mientras él la devoraba con besos y caricias.—Ah… Helios —susurró ella, su voz quebrándose entre el placer y la respiración agitada.Cada sonido que hacía, cada suspiro que escapaba de sus labios, encendía aún más a Helios. Su ropa deportiva pronto quedó esparcida por el suelo del gimnasio, mientras ambos se despojaban con prisa de cualquier barrera entre ellos. El aire estaba cargado de calor, no solo por el ejercicio, sino por el deseo que los envolvía.Cuando finalmente ambos quedaron completamente desnudos, Helios la levantó fácilmente, sosteniéndola por las caderas con la fuerza que
Ambos se quedaron en silencio, con una exaltación entre ellos. Era como si el resto de la sala hubiera desaparecido. No importaban las miradas curiosas de los asistentes ni el bullicio de la celebración. Solo existían ellos dos, inmersos en un diálogo íntimo, aunque formal, que ocultaba mucho más de lo que expresaba en palabras.Helios, sin poder contenerse más, extendió la mano y tomó suavemente la de Herseis. Su piel era cálida, y el contacto los conectó de una manera que las palabras no podían describir.—Siempre he sabido que había algo especial en ti —dijo él—. Y hoy, más que nunca, lo veo con claridad. Eres… perfecta.Los ojos de Herseis se suavizaron, y sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia él, dejando que su frente tocara suavemente la de Helios. El gesto era íntimo, silencioso, pero cargado de emociones que no necesitaban ser dichas.—Helios… —susurró ella.Ambos se acercaron todavía más. Y entonces, sin más palabras, Helios la abrazó. Fue un abrazo firme, protector, pero
Un lujoso auto azabache se estacionó frente a un imperioso edificio. Un hombre con atuendo de chofer fue el primero en bajarse y luego una linda muchacha con ropa de secretaria.Ambos se colocaron al costado de la puerta trasera del vehículo. El chofer fue el encargado de abrir la puerta de manera sutil, como si estuviera por recibir a una reina de la edad media. Entonces, de manera espléndida, una esbelta pierna fue lo primero en mostrarse, cuyo tacón negro de aguja, se afirmó de modo firme en el asfalto. Así, como una poderosa soberana, que descendía de su carruaje real. Así, una espléndida mujer se manifestó con lentitud.Ella abandonó el coche con glamour y distinción. Tenía puesto en su cabeza un sombrero Hepbrum oscuro con un velo que tapaba la parte superior de su rostro, sol dejando ver la parte de su boca y fina barbilla. En su negra pupila se reflejó la maravillosa arquitectura empresarial que le pertenecía a ella.Hariella Hansen era conocida como La magnate. Era arrogante,