12. La confesión de Hermes

Hariella sonrió con malicia y despejó sus pensamientos; no podía hacer eso porque acabaría con el avance y el acercamiento que había surgido entre los dos. Hermes quedaría atónito y, estaba segura, de que él no sabría que decir si se diera la vuelta y le mostrara su verdadera identidad. No era tiempo para hacerlo. No si ella quería seguir adelante con su aventura con el muchacho. Se miró a los brazos, la sola idea de que Hermes estaba detrás de ella le hacía erizar la piel de la intensidad de emociones que era capaz de provocarle aquel hombre; unas que no había experimentado antes y que la hacían latir el corazón con un ímpetu que la hacía sentirse emocionada. ya había tomado su decisión y nada le haría cambiar de parecer. Ahora utilizaría su dominio en los varios idiomas que manejaba y que hablaba con fluidez.

—Bienvenido, Hermes Darner —dijo Hariella, con un melodioso y refinado acento alemán, que logró disimular su verdadera voz y se mantuvo de espaldas, sin voltear la silla—. Me h
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