—Entonces yo también regresaré mañana —comentó Hariella, manifestando molestia en su precioso rostro—. Estoy segura de que pospondrán su venida, pero lo mejor será que vuelva pronto. No quiero que se coloquen a investigar mi vida.—Está bien, señora. Yo le estaré avisando de cualquier novedad que surja.—Otra cosa —dijo Hariella, curiosa, aunque ya había dado el mandato hace varios días—. ¿La casa que te mandé comprar, ya la tienes lista?—Por supuesto, señora. Usted ya puede disponer de ella cuando quiera —dijo Lena, orgullosa por cumplir su trabajo—. No le hace falta nada y he preparado lo necesario para un par de meses.—Bien hecho. Eso era todo. Ya puedes descansar.—Como usted ordene, señora Hariella.La llamada finalizó y Hariella dejó escapar un suspiro acompañado de una sonrisa. Se dejó caer de espaldas sobre la acolchada cama. Alzó su mano diestra y vio el anillo en su dedo. Recordó entonces la primera vez que conoció a Hermes, ya hace un mes:—“Ella es mi sueño” —dijo Hariel
Hermes esperaba sentado en una silla tapizada marrón claro, en tanto miraba al lado contrario de donde estaba la cama. Aún estaba sudado y solo tenía la toalla blanca asegurada en su cintura. Escuchaba el agua, golpear el piso del baño. Varios minutos pasaron y detrás de él, percibió la presencia de su esposa, que le había dicho que se volteara cuando ella le avisara.—Ya puedes darte vuelta —dijo Hariella, avisándole.Hermes se colocó de pie y volvió la mirada hacia ella. Su torso era atlético y su abdomen se le marcaba con ligereza. El pelo castaño lo tenía despeinado y los tonificados brazos, revelaban músculos. Su vista azul oscuro se quedó viendo a la encantadora mujer que se paraba frente a él. Quedó embelesado y hechizado. La había visto desnuda muchas veces, pero sin duda, cuando vestía ropas seductoras y al estar semidesnuda, despertaba las fantasías más profundas de su ser.Hariella se había colocado un baby doll de encaje negro. La piel blanca se le detallaba de manera prov
—¿Qué te dijeron? —preguntó Hariella, después de que terminara la llamada.—Tal como usted predijo, han pospuesto su venida para mañana.—Era de esperarse. —Hariella se acomodó el cinturón de seguridad, entrecruzó sus brazos, sus piernas y cerró sus párpados—. Primero vayamos a mi mansión para avisar a Amelia de la visita de mis padres, para que prepare todo y luego iremos a la empresa.El día avanzó rápido y sin imprevistos. Era tarde y el rutinario ocaso ya volvía a pintar las alturas de anaranjado. Estaban en el edificio ejecutivo de Industrias Hansen.Hariella se había colocado al corriente de los asuntos de la empresa. Lena desempeñaba una excelente administración; ella era su potencial candidata para ocupar el puesto de directora para aliviar el peso de su trabajo, mientras pensaba quedarse solo como la presidenta de la poderosa multinacional. Ya había cumplido con sus tareas diarias. Las realizó con el adiestramiento, que ya había obtenido con el paso de los años de estar. Pero
El intenso sol comenzaba su apogeo. El viento de los grandes árboles del parque les refrescaba el rostro. Habían estado trotando desde las siete en la pista atlética del parque, después caminaban para recuperarse y luego volvían a correr. Ambos vestían ropa deportiva color negro. Una sudadera y un buzo con capucha. En esta parte no había riesgo de que la reconocieran y tampoco estaban pendientes de ellos, pues las demás personas estaban concentradas en sus ejercicios.El pecho les brincaba de la fatiga. El sudor le bajaba por la frente y humedecía sus prendas.Hariella le seguía el paso a Hermes, él lo hacía lento para ir siempre a la par. Había trascurrido mucho tiempo, que no se ejercitaba. Dejó de correr y se quedó en la misma posición para recuperar el aire.Hermes la vio y se detuvo al instante, se acercó a ella y le puso la mano en la espalda.—Ya está bien por hoy —dijo Hermes, tomándola por la cintura y ella se sostuvo por la parte trasera del cuello de él. Miraron a los alred
—Tu padre y yo creemos, que ya es hora de que formalices una relación —comentó Halley, sensata y adoptando un semblante más blando—. Te la pasas trabajando y no tienes tiempo para ti. Joseph Johnson es conocido de la infancia, además de ser atractivo, serio, adinerado, responsable y de una buena e ilustre familia; nosotros le damos nuestra bendición a Joseph y lo aceptaremos como nuestro yerno. ¿Quién mejor para ti que él?Hariella observó desilusionada a su madre y luego a su padre. Pero sonrió en sus adentros al responder la última pregunta en sus pensamientos: «Hermes». En todas las decisiones, que había tomado en su vida, ellos no habían sido partícipes ni consejeros; ella misma, gracias a su intelecto, había elegido lo que era mejor para su futuro.—Esto es lo que haremos —comentó Hariella, tenaz y aguantándose el enojo por lo que había escuchado—. Disfrutaremos de los próximos días de su estancia en esta ciudad y cuando salgamos de aquí, olvidaremos lo que estoy por decir a cont
Hariella había logrado sobrellevar la visita de sus padres; pues también querían mantenerse al tanto de los negocios y la estadística de las acciones de la empresa; después de todo, eran los que la habían fundado. Tres días habían pasado, y mañana, ya podría volver con Hermes. Respiró lento. En el ascensor, iban los cinco, Joseph se había mantenido junto a ellos, no le importaba, mientras se mantuviera alejada de ella y no siguiera tratando de seducirla. Cuando las puertas del elevador se abrieron, salieron. Pero un escalofrío le recorrió las entrañas como si le hubieran congelado las extremidades por fuera y los órganos por dentro. Quedó estupefacta, inmóvil y desarmada. Sus ojos se clavaron en los de Hermes, que la veía tan sorprendido como ella. ¿Qué hacía aquí? Él no debería estar aquí; volvería al trabajo la otra semana.«Tú no debes estar aquí, Hermes. ¿Qué es lo que has hecho?», pensó, lamentándose.El pavor la devoraba, pero siguió caminando, ya no había excusa. No podía cambi
Hermes llegó a su antiguo departamento; desmoronado por dentro y por fuera. Había abandonado aquel edificio donde se había estado quedando junto a Hariella. La había dejado sola, mientras el desconsuelo le retenía el aire del pecho como si fuera a ahogarse. Se tiró en la cama, abatido y sin nada ni nadie que lograra aplacar su sufrimiento. Por sus mejillas bajaban lágrimas, pero no emitía ningún quejido. Lloraba en silencio y aislado de la mirada de todos. Las sábanas de la cama y las paredes del cuarto eran sus testigos, eran los que contemplaban su pesar: “—Nunca te he amado, Hermes. Solo fuiste un experimento, nada más. La prueba es que tu llanto y tu tristeza, no provoca nada en mí. Ya te lo dije, solo fuiste un experimento”. Esas palabras invadían sus pensamientos y aumentaban su tormento; era cierto, ella se había mantenido tranquila y serena, sin derramar ni una sola lágrima al verlo a él, consumido y devastado por la tristeza. Los ojos le dolían y también le empezó a doler la
—¿Qué haces tú aquí, Lena? —preguntó Hermes, sorprendido. Él se había marchado y ya no había nada que lo vinculara y se aseguró de ocultar la sortija en su ropa—. ¿Ella te ha enviado?—¿Ella? ¿Así le dices ahora, Hermes Darner, a la mujer que fue tu esposa y con la que compartiste por meses? —dijo Lena, de manera severa—. Te diré lo que pienso: tú no eres un hombre digno de estar con la señora Hariella. No estás a su altura, Hermes Darner. Pero no he venido aquí a discutir contigo.—No lo parece. Es la impresión que dan tus palabras y no te estoy dispuesto a escucharlas, así que será mejor que regreses por donde viniste, Lena Whitney—dijo Hermes, parándose frente ella, en tanto la miraba con desagrado—. No quiero saber nada de ustedes, nunca más. —Pasó al lado de Lena, dispuesto a marcharse y dejarla sola.—La señora Hariella está enferma —dijo Lena a sus espaldas y él se detuvo de inmediato. A esa mujer cruel, que lo había tratado mal y que lo había ofendido, debía alegrarse y emocio