Hermes y Hela quedaron para ver un partido de béisbol. Hermes adquirió las boletas y compraron los mismos suéteres para apoyar al equipo.El sol brillaba con intensidad en el estadio, y la energía de la multitud era contagiosa. Hermes y Hela estaban sentados en las gradas, ambos vestidos con suéteres idénticos del equipo local. El ambiente estaba lleno de emoción y anticipación mientras el partido de béisbol se desarrollaba ante ellos.El estadio estaba repleto de aficionados, todos animando y vitoreando a su equipo favorito. Hermes y Hela se unieron al bullicio, levantando sus refrescos y brindando por cada jugada emocionante. Hela, con sus gafas oscuras y su gorra, mantenía un perfil bajo, pero no podía ocultar la chispa de alegría en sus ojos mientras miraba el juego.En el campo, el lanzador del equipo local se preparaba para lanzar la bola. El sonido del b**e golpeando la pelota resonó por todo el estadio, seguido por un rugido de la multitud cuando el jugador corrió a la primera
Hermes estaba en la empresa, cumpliendo con su trabajo de mensajero, llevando los paquetes a los receptores correspondientes. La rutina del día a día, con su carga habitual de entregas y trámites, tenía un ritmo casi mecánico. Sin embargo, había un momento en particular que siempre lograba romper la monotonía y llenarlo de una emoción contenida: cuando debía ir a la oficina de la CEO, Hariella Hansen.Cada vez que recibía esa tarea, sentía un pequeño salto de emoción en su pecho. Caminaba por los pasillos de la empresa con pasos decididos, mientras sostenía los documentos en sus manos, anticipando ese breve encuentro con la poderosa directora. Al llegar a la puerta de su oficina, se tomaba un segundo para recomponerse, respirando hondo antes de entrar.La puerta se abría con un suave empujón y, como siempre, Hariella estaba de espaldas, protegida por su imponente silla de escritorio. La luz suave de la tarde se filtraba por las ventanas, creando un halo alrededor de su figura. No podía
—Gracias, Hermes —dijo ella, su voz firme, pero con una nota de algo más, algo que Hermes no pudo identificar de inmediato.—De nada, señora —respondió él, aun con el corazón acelerado.—¿Quieres revisar algunos documentos? —preguntó ella de forma afable.—Sí, señora Hariella.—Allí en la mesa… Puedes sentarte y trabajar en esos documentos —dijo Hariella Hansen de forma autoritaria—. Haz el informe y déjalo en mi escritorio.—Como ordene, señora Hariella.Hermes se dirigió a la mesa que ella había indicado, encontrando una pila de documentos a revisar. Se sentó y comenzó a trabajar en su informe, concentrándose en la tarea, pero también sintiendo una extraña mezcla de emoción y responsabilidad. Miraba ocasionalmente hacia la silla de la CEO, que permanecía inmóvil, como si la presencia de Hariella se extendiera por toda la oficina, incluso sin necesidad de moverse.Mientras trabajaba, una sonrisa de alegría moldeó sus labios. No podía creer que estuviera allí, en la oficina de Hariella
Hariella se mantenía en su oficina, en su silla de escritorio, de espaldas a Hermes. Cada vez que él entraba, su corazón se agitaba por la emoción que le generaba la situación. Era un juego estimulante, uno que la mantenía al borde de sus emociones. Hermes no sabía quién era, y esa ignorancia lo hacía todo más intrigante.Día tras día, Hariella escuchaba los pasos de Hermes, entrar y salir de su despacho. El ritmo constante de sus pisadas, el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose, se habían convertido en una melodía familiar que marcaba el pulso de su rutina. Cada visita era una mezcla de anticipación y temor, una danza silenciosa en la que ambos participaban sin que él lo supiera.Cuando la puerta se cerró detrás de él, Hariella dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. El documento había sido una excusa, una prueba de su propio control. Mientras permanecía sentada, mirando al frente, sabía que este juego de sombras no podría durar para siempre. Aunque, de for
Era domingo por la tarde. Hermes y Hela habían acordado recorrer cerca de la playa para visitar los muelles y sentir la salina brisa del mar. Se había colocado un pantalón jean gris, una camisa blanca de mangas largas, un saco azul marino sin abotonar, unos zapatos Oxford y un cinturón marrón. Se había arreglado su cabello castaño y se había juntado una gran cantidad de un nuevo perfume que había comprado. Esta vez había dejado guardado sus gafas antirreflejos dentro del saco. Una cuidada barba ligera la adornaba el rostro y lo hacía lucir más guapo. Pero Hermes no se había percatado de eso; en sus adentros él seguía siendo un muchacho ordinario que pasaba desapercibido, pero la verdad era que era se veía atractivo e irresistible. No entendía por qué algunas mujeres que pasaban se le quedaban viendo y le sonreían de manera pícara. Aunque Hermes las ignoraba, solo esperaba poder ver a su precioso ángel de cabello dorado. Ya casi eran las tres de la tarde, la hora planeada para verse. Ha
Hariella caminaba y disfrutaba de la cita con Hermes. Él siempre la complacía en lo que ella quisiera y era agradable que lo hiciera. Una idea rondaba su cabeza, pero creía que era mu apresurada o quizás no. No estaba segura, y Hermes, todavía no le proponía nada formal, aunque tenía un presentimiento que hoy él se animaría a preguntárselo; lo veía en su mirada, él estaba extraño. ¿Pero qué pensaría si ella le hiciera esa propuesta? Había formulado muchas mentiras para engañarlo, eso no sería un problema, eso dependería de Hermes y al final decidió que, si él se animaba a dar el primer paso en su relación, ella daría el segundo paso de manera inmediata como un suceso en cadena que no podía ser detenido. Si Hermes propiciaba la acción, ella respondería con una contundente reacción. Era muy difícil quitarle una idea cuando ya lo había tomado; pues sus decisiones eran terminantes e irrevocables. Notó como la mano de Hermes temblaba y sudaba de manera extraña, eso eran indicios que se prep
Hermes caminaba distraído por los pasillos del edificio de Industrias Hansen, la propuesta de Hela se le repetía una y otra vez en su cabeza: ¿quieres casarte conmigo? Si las noches anteriores no había podido dormir por estar pensando en cómo declarársele, ahora su insomnio era provocado por la respuesta que debía darle al precioso ángel que tanto le gustaba. Sostuvo bien el tubo metálico de su carrito de repartos de tres pisos y llegó hasta donde estaba un hombre con traje de etiqueta similar al de él, pero de distinto color. Agarró una carpeta marrón y la puso sobre el escritorio de aquel hombre en el que, este último mes, se había vuelto su amigo de trabajo: Jarrer Miller; era un agraciado muchacho de veintiocho años. Tenía el cabello negro, ojos marrones. Era de personalidad alegre y divertida; ambos se llevaron bien desde el día en que se conocieron.—Hermes —susurró Jarrer a Hermes, después de haber revisado el cartapacio y al percatarse que no eran los que él había pedido—. Herm
Hariella iba caminando por un callejón hacia el sitio donde se encontraba con Hermes; ella salía por la parte trasera del edificio y para evitar encontrarse con alguien que trabajara en Industrias Hansen, debía realizar un recorrido más largo. Pero giró su cuello y bajó su cabeza para ocultar su rostro con ayuda del sombrero y los lentes de sol, al ver a Mónica y a Jarrer, acompañados de varios más de sus empleados; ellos en pocas ocasiones la habían visto, quizás no la reconocerían, pero el sentimiento del romance con Hermes la hizo cubrirse por instinto y no quería correr riesgo que la descubrieran; no debía dejar que la vieran o su mentira podría llegar a su final sin que hubiera saciado lo que quería experimentar. Caminó con lentitud y precavida para verificar que nadie más estuviera cerca y miró hacia donde estaba Hermes; Mónica se acercó por la espalda y le cubrió los ojos, entonces Hermes se dio media vuelta y la agarró por la cintura. Apretó los puños e inclinó su cabeza hacia