Hermes la besó en los labios y luego pasó al cuello de ella. Disfrutaba del sabor de la piel de la preciosa mujer que amaba y fue bajando con delicadeza hasta los pechos de Hariella, en tanto ella lo seguía con el centelleante azul de su mirada. Se afirmó con sus rodillas en la cama mientras aplastaba con ligereza las blandas masas con sus manos. Luego abrió su boca y los comía como el más delicioso de los manjares, primero el izquierdo y luego el derecho.Hariella se aferraba en las sábanas y el placer la confortaba como el más excitante de los ropajes. Cada roce y cada emoción que le generaba Hermes eran incontratable y quería seguir sintiéndolo sin el menor de los pudores. Ese muchacho la devoraba con tanto anhelo que solo verlo despertaba en ella sus lujuriosos instintos.Hermes se quitó los pantalones y el bóxer y ni supo cómo lo hizo con tanta rapidez. Le fue dejando cortos besos por el vientre de Hariella y le alzó las piernas para quitarle las sensuales bragas de encaje negro,
Hariella dirigió sus manos a la entrepierna de Hermes y se acomodó encima de él.Hermes le apretó las caderas para asegurarse con más fortaleza al volver a sumergirse dentro de la aterciopelada y envolvente intimidad de Hariella, que lo hacía delirar con el suave ritmo de sus caderas, mientras ella se apoyaba en el abdomen de él para seguir con el armonioso movimiento.Hariella gemía de manera alternada y sus pechos brincaban con levedad ante la mirada de su enamorado.Hermes veía a detalle los abultados y provocativos atributos de Hariella. Acarició con lentitud los carnosos muslos de ella, hasta que llegó a los senos y los apretó con suavidad en sus manos. Alzó sus brazos y le colocó el sedoso cabello rubio que le comenzaba a taparle la cara a su bella esposa. Suspiraba, en tanto recibía los suaves golpes de las virtudes de Hariella en su entrepierna.Hariella se derrumbó en el torso de Hermes y le dio un extenso beso. Era sofocante y bastante agotador seguir en la misma posición.—
Hermes se dirigió a su armario sacó una camisa azul y bóxer negro. Pero cuando iba a sacar una pantaloneta, oyó el melodioso sonido de la voz de su consorte.—Así está bien. Pienso que ese atuendo es perfecto para una mañana de esposos —comentó Hariella, conociendo los pequeños detalles que hacían los enamorados.Hariella se puso la ropa y la camisa le quedaba grande y holgada; así que era perfecto. Sentada en la cama, comenzó a peinarse su cabello rubio, pero se dio cuenta de que Hermes la miraba mientras lo hacía.—Eres hermosa, mi ángel —dijo Hermes, orgulloso de que esa preciosa mujer fuera su esposa.—Gracias —contestó Hariella, sonrojada por el halago.Hermes se puso una pantaloneta gris y suéter casual negro. Ambos llamaron a excusarse de sus trabajos y los dos fueron al baño y se lavaron la cara y los dientes. Hermes tenía varios artículos de higiene de repuesto y le cedió uno a ella. Juguetearon mientras los hacían y cuando terminar fueron a la sala de estar y Hariella se sen
—¿Un banco? —interrogó Lena, confundida.—Sí —respondió Hariella, diciéndole el resto de los detalles—. Encárgate de que recupere el capital invertido, un banco nunca es una mala inversión. Además, paga la deuda de la señora…—Así lo haré… Pero antes de retirarme tengo otros asuntos que contarle, señora Hariella —dijo Lena, precavida. El tema era demasiado relevante para mantenerlo oculto—. Su padre y su madre han llamado. Dijeron que vendrán a visitarla y que la avisarán cuando lo harán.Hariella tomó una gran boconada de aire por la boca y luego la dejó salir. No tenía una buena relación con sus padres; no pasaron tiempo con ella y el cariño que les tenía era porque eran sus padres; los respetaba y los quería; pero evitaba tratar con ellos.—Espero no sea pronto —dijo Hariella con voz neutra e inflexiva en su expresión—. Mantenme al tanto y prepara todo para la reunión de la junta directiva.—Como usted ordene, señora Hariella.Hermes hacía su labor de mensajero, empujando su carrit
—Entonces yo también regresaré mañana —comentó Hariella, manifestando molestia en su precioso rostro—. Estoy segura de que pospondrán su venida, pero lo mejor será que vuelva pronto. No quiero que se coloquen a investigar mi vida.—Está bien, señora. Yo le estaré avisando de cualquier novedad que surja.—Otra cosa —dijo Hariella, curiosa, aunque ya había dado el mandato hace varios días—. ¿La casa que te mandé comprar, ya la tienes lista?—Por supuesto, señora. Usted ya puede disponer de ella cuando quiera —dijo Lena, orgullosa por cumplir su trabajo—. No le hace falta nada y he preparado lo necesario para un par de meses.—Bien hecho. Eso era todo. Ya puedes descansar.—Como usted ordene, señora Hariella.La llamada finalizó y Hariella dejó escapar un suspiro acompañado de una sonrisa. Se dejó caer de espaldas sobre la acolchada cama. Alzó su mano diestra y vio el anillo en su dedo. Recordó entonces la primera vez que conoció a Hermes, ya hace un mes:—“Ella es mi sueño” —dijo Hariel
Hermes esperaba sentado en una silla tapizada marrón claro, en tanto miraba al lado contrario de donde estaba la cama. Aún estaba sudado y solo tenía la toalla blanca asegurada en su cintura. Escuchaba el agua, golpear el piso del baño. Varios minutos pasaron y detrás de él, percibió la presencia de su esposa, que le había dicho que se volteara cuando ella le avisara.—Ya puedes darte vuelta —dijo Hariella, avisándole.Hermes se colocó de pie y volvió la mirada hacia ella. Su torso era atlético y su abdomen se le marcaba con ligereza. El pelo castaño lo tenía despeinado y los tonificados brazos, revelaban músculos. Su vista azul oscuro se quedó viendo a la encantadora mujer que se paraba frente a él. Quedó embelesado y hechizado. La había visto desnuda muchas veces, pero sin duda, cuando vestía ropas seductoras y al estar semidesnuda, despertaba las fantasías más profundas de su ser.Hariella se había colocado un baby doll de encaje negro. La piel blanca se le detallaba de manera prov
—¿Qué te dijeron? —preguntó Hariella, después de que terminara la llamada.—Tal como usted predijo, han pospuesto su venida para mañana.—Era de esperarse. —Hariella se acomodó el cinturón de seguridad, entrecruzó sus brazos, sus piernas y cerró sus párpados—. Primero vayamos a mi mansión para avisar a Amelia de la visita de mis padres, para que prepare todo y luego iremos a la empresa.El día avanzó rápido y sin imprevistos. Era tarde y el rutinario ocaso ya volvía a pintar las alturas de anaranjado. Estaban en el edificio ejecutivo de Industrias Hansen.Hariella se había colocado al corriente de los asuntos de la empresa. Lena desempeñaba una excelente administración; ella era su potencial candidata para ocupar el puesto de directora para aliviar el peso de su trabajo, mientras pensaba quedarse solo como la presidenta de la poderosa multinacional. Ya había cumplido con sus tareas diarias. Las realizó con el adiestramiento, que ya había obtenido con el paso de los años de estar. Pero
El intenso sol comenzaba su apogeo. El viento de los grandes árboles del parque les refrescaba el rostro. Habían estado trotando desde las siete en la pista atlética del parque, después caminaban para recuperarse y luego volvían a correr. Ambos vestían ropa deportiva color negro. Una sudadera y un buzo con capucha. En esta parte no había riesgo de que la reconocieran y tampoco estaban pendientes de ellos, pues las demás personas estaban concentradas en sus ejercicios.El pecho les brincaba de la fatiga. El sudor le bajaba por la frente y humedecía sus prendas.Hariella le seguía el paso a Hermes, él lo hacía lento para ir siempre a la par. Había trascurrido mucho tiempo, que no se ejercitaba. Dejó de correr y se quedó en la misma posición para recuperar el aire.Hermes la vio y se detuvo al instante, se acercó a ella y le puso la mano en la espalda.—Ya está bien por hoy —dijo Hermes, tomándola por la cintura y ella se sostuvo por la parte trasera del cuello de él. Miraron a los alred