—Gracias, Hermes —dijo ella, su voz firme, pero con una nota de algo más, algo que Hermes no pudo identificar de inmediato.—De nada, señora —respondió él, aun con el corazón acelerado.—¿Quieres revisar algunos documentos? —preguntó ella de forma afable.—Sí, señora Hariella.—Allí en la mesa… Puedes sentarte y trabajar en esos documentos —dijo Hariella Hansen de forma autoritaria—. Haz el informe y déjalo en mi escritorio.—Como ordene, señora Hariella.Hermes se dirigió a la mesa que ella había indicado, encontrando una pila de documentos a revisar. Se sentó y comenzó a trabajar en su informe, concentrándose en la tarea, pero también sintiendo una extraña mezcla de emoción y responsabilidad. Miraba ocasionalmente hacia la silla de la CEO, que permanecía inmóvil, como si la presencia de Hariella se extendiera por toda la oficina, incluso sin necesidad de moverse.Mientras trabajaba, una sonrisa de alegría moldeó sus labios. No podía creer que estuviera allí, en la oficina de Hariella
Hariella se mantenía en su oficina, en su silla de escritorio, de espaldas a Hermes. Cada vez que él entraba, su corazón se agitaba por la emoción que le generaba la situación. Era un juego estimulante, uno que la mantenía al borde de sus emociones. Hermes no sabía quién era, y esa ignorancia lo hacía todo más intrigante.Día tras día, Hariella escuchaba los pasos de Hermes, entrar y salir de su despacho. El ritmo constante de sus pisadas, el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose, se habían convertido en una melodía familiar que marcaba el pulso de su rutina. Cada visita era una mezcla de anticipación y temor, una danza silenciosa en la que ambos participaban sin que él lo supiera.Cuando la puerta se cerró detrás de él, Hariella dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. El documento había sido una excusa, una prueba de su propio control. Mientras permanecía sentada, mirando al frente, sabía que este juego de sombras no podría durar para siempre. Aunque, de for
Era domingo por la tarde. Hermes y Hela habían acordado recorrer cerca de la playa para visitar los muelles y sentir la salina brisa del mar. Se había colocado un pantalón jean gris, una camisa blanca de mangas largas, un saco azul marino sin abotonar, unos zapatos Oxford y un cinturón marrón. Se había arreglado su cabello castaño y se había juntado una gran cantidad de un nuevo perfume que había comprado. Esta vez había dejado guardado sus gafas antirreflejos dentro del saco. Una cuidada barba ligera la adornaba el rostro y lo hacía lucir más guapo. Pero Hermes no se había percatado de eso; en sus adentros él seguía siendo un muchacho ordinario que pasaba desapercibido, pero la verdad era que era se veía atractivo e irresistible. No entendía por qué algunas mujeres que pasaban se le quedaban viendo y le sonreían de manera pícara. Aunque Hermes las ignoraba, solo esperaba poder ver a su precioso ángel de cabello dorado. Ya casi eran las tres de la tarde, la hora planeada para verse. Ha
Hariella caminaba y disfrutaba de la cita con Hermes. Él siempre la complacía en lo que ella quisiera y era agradable que lo hiciera. Una idea rondaba su cabeza, pero creía que era mu apresurada o quizás no. No estaba segura, y Hermes, todavía no le proponía nada formal, aunque tenía un presentimiento que hoy él se animaría a preguntárselo; lo veía en su mirada, él estaba extraño. ¿Pero qué pensaría si ella le hiciera esa propuesta? Había formulado muchas mentiras para engañarlo, eso no sería un problema, eso dependería de Hermes y al final decidió que, si él se animaba a dar el primer paso en su relación, ella daría el segundo paso de manera inmediata como un suceso en cadena que no podía ser detenido. Si Hermes propiciaba la acción, ella respondería con una contundente reacción. Era muy difícil quitarle una idea cuando ya lo había tomado; pues sus decisiones eran terminantes e irrevocables. Notó como la mano de Hermes temblaba y sudaba de manera extraña, eso eran indicios que se prep
Hermes caminaba distraído por los pasillos del edificio de Industrias Hansen, la propuesta de Hela se le repetía una y otra vez en su cabeza: ¿quieres casarte conmigo? Si las noches anteriores no había podido dormir por estar pensando en cómo declarársele, ahora su insomnio era provocado por la respuesta que debía darle al precioso ángel que tanto le gustaba. Sostuvo bien el tubo metálico de su carrito de repartos de tres pisos y llegó hasta donde estaba un hombre con traje de etiqueta similar al de él, pero de distinto color. Agarró una carpeta marrón y la puso sobre el escritorio de aquel hombre en el que, este último mes, se había vuelto su amigo de trabajo: Jarrer Miller; era un agraciado muchacho de veintiocho años. Tenía el cabello negro, ojos marrones. Era de personalidad alegre y divertida; ambos se llevaron bien desde el día en que se conocieron.—Hermes —susurró Jarrer a Hermes, después de haber revisado el cartapacio y al percatarse que no eran los que él había pedido—. Herm
Hariella iba caminando por un callejón hacia el sitio donde se encontraba con Hermes; ella salía por la parte trasera del edificio y para evitar encontrarse con alguien que trabajara en Industrias Hansen, debía realizar un recorrido más largo. Pero giró su cuello y bajó su cabeza para ocultar su rostro con ayuda del sombrero y los lentes de sol, al ver a Mónica y a Jarrer, acompañados de varios más de sus empleados; ellos en pocas ocasiones la habían visto, quizás no la reconocerían, pero el sentimiento del romance con Hermes la hizo cubrirse por instinto y no quería correr riesgo que la descubrieran; no debía dejar que la vieran o su mentira podría llegar a su final sin que hubiera saciado lo que quería experimentar. Caminó con lentitud y precavida para verificar que nadie más estuviera cerca y miró hacia donde estaba Hermes; Mónica se acercó por la espalda y le cubrió los ojos, entonces Hermes se dio media vuelta y la agarró por la cintura. Apretó los puños e inclinó su cabeza hacia
Hermes esperaba a Hariella al frente de la notaría. Estaba nervioso y a la vez emocionado, ya era de tarde y pronto sería la hora de la boda; sabía que ella era puntual como una británica. Llevaba puesto el traje negro y la camisa blanca que Hariella le había regalado el día anterior, se había guardado las gafas dentro de su saco y su pecho estaba adornado por una corbata de moño que era oportuna para la ocasión. No pudo contener una sonrisa cuando vio a la hermosa mujer de vestido, tacones y sombrero negro que caminaba hacia él; era preciosa.Hariella tenía una figura envidiable y unos atributos de fantasía, ni grandes ni pequeños, su silueta era perfecta, como si hubiera sido tallada a mano por el mejor de los artistas y de ese proceso hubiera resultado su hermoso ángel de cabello dorado y esa dulce mirada azulada. Caminó hasta Hermes; él se veía atractivo. Tenía el semblante de un joven apuesto y la de un hombre sincero. No se dijeron nada y se saludaron con un beso en la que disfru
Hermes la besó en los labios y luego pasó al cuello de ella. Disfrutaba del sabor de la piel de la preciosa mujer que amaba y fue bajando con delicadeza hasta los pechos de Hariella, en tanto ella lo seguía con el centelleante azul de su mirada. Se afirmó con sus rodillas en la cama mientras aplastaba con ligereza las blandas masas con sus manos. Luego abrió su boca y los comía como el más delicioso de los manjares, primero el izquierdo y luego el derecho.Hariella se aferraba en las sábanas y el placer la confortaba como el más excitante de los ropajes. Cada roce y cada emoción que le generaba Hermes eran incontrolable y quería seguir sintiéndolo sin el menor de los pudores. Ese muchacho la devoraba con tanto anhelo, que solo de verlo despertaba en ella sus lujuriosos instintos.Hermes se quitó los pantalones y el bóxer y ni supo cómo lo hizo con tanta rapidez. Le fue dejando cortos besos por el vientre de Hariella y le alzó las piernas para quitarle las sensuales bragas de encaje neg