18. Fin de la velada nupcial

Hariella dirigió sus manos a la entrepierna de Hermes y se acomodó encima de él.

Hermes le apretó las caderas para asegurarse con más fortaleza al volver a sumergirse dentro de la aterciopelada y envolvente intimidad de Hariella, que lo hacía delirar con el suave ritmo de sus caderas, mientras ella se apoyaba en el abdomen de él para seguir con el armonioso movimiento.

Hariella gemía de manera alternada y sus pechos brincaban con levedad ante la mirada de su enamorado.

Hermes veía a detalle los abultados y provocativos atributos de Hariella. Acarició con lentitud los carnosos muslos de ella, hasta que llegó a los senos y los apretó con suavidad en sus manos. Alzó sus brazos y le colocó el sedoso cabello rubio que le comenzaba a taparle la cara a su bella esposa. Suspiraba, en tanto recibía los suaves golpes de las virtudes de Hariella en su entrepierna.

Hariella se derrumbó en el torso de Hermes y le dio un extenso beso. Era sofocante y bastante agotador seguir en la misma posición.

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