Hermes esperaba en el sitio acordado en el que le había dicho a Hariella. Estaba inquieto y emocionado. Ella lo había aceptado sin colocar excusa y sin demora, lo que era una buena señal. Acercó la palma de su mano a su boca y exhaló varias veces; la reunión no se había demorado tanto y todavía su aliento era mentolado.El sol estaba por colocarse y la tarde era fresca y gratificante. Hace algunos días Hermes no tenía nadie con quien compartir o salir, pero ahora estaba esperando a la mujer que consideraba un auténtico ángel.Hermes sintió varios toques suaves en su hombro derecho, lo que le hizo voltearse y ahí estaba ella: La magnate, Hariella Hansen, aunque esta identidad no era la que él conocía, sino a Hela Hart; una mujer común y corriente, que era empleada a medio tiempo en la compañía y una ama de llaves en una lujosa mansión. Se quedó observándola, hoy vestía un traje formal de dos piezas, que se le veía tan hermoso. Creía que no había prenda, que se le viera mal, no a ella.H
—¿Quieres uno? —preguntó Hermes—. Yo invito.Hariella asintió en aprobación. Se acercaron al puesto, que era el de un mesón, adherido a una camioneta. El vendedor tenía uniforme y sus manos estaban protegidas por unos guantes blancos, y, además, tenía amarrados globos de colores, dándole un aire festivo. Sin embargo, adelantó la fila, pasando delante de los demás. Había vivido su vida sin conocer lo que era esperar; las filas no existían en su mundo. Sin embargo, una niña en la fila fue rápida en corregirla.—Debe hacer la fila, señora —dijo la niña que seguía en la formación.Hariella miró por encima del hombro, observando la numerosa cantidad de niños y parejas jóvenes que formaban la fila. Tensó la mandíbula y los vio con desdén. Ella era Hariella Hansen, CEO y presidenta de Industrias Hansen, doctora, hermosa, La Magnate. Nada ni nadie la hacía esperar. Pero en ese momento, no era Hariella Hansen. Era Hela Hart, una mujer común en un parque público. Con un gesto comprensivo hacia H
Hariella y Hermes se quedaron observando el paisaje por algunos minutos. Ella se quitó el sombrero y se acomodó el cabello rubio que se notaba como hebras doradas.Hermes la miró y quedó más maravillado con ella. Estaba seguro de que no volvería a conocer a una mujer tan preciosa como esa que tenía al frente.Luego bajaron del edificio. La noche ya era la que dominaba las alturas y las luces de las pantallas públicas eran las que iluminaban su camino. Ambos se habían vuelto más cercanos, como si hubieran derribado un muro invisible, que ahora les daba más confianza entre ellos. El reloj marcaba las seis y cincuenta de la tarde. El tiempo había pasado volando y lo habían disfrutado estando juntos.Hariella le daba miradas disimuladas a Hermes y sonreía para ella misma. La altura de él combinaba a la perfección con la de ella. La personalidad de Hermes era calmada y tranquila, mientras que la de ella era un poco más estricta, rígida y formal, pero con él, había encontrado una nueva Harie
Al día siguiente, Hermes se presentó el imponente rascacielos de Industrias Hansen. Las palabras de Hariella lo habían motivado a aceptarlo. Asé que le entregó el contrato firmado a Samuel Park, el director del apartamento de recursos humanos y ambos se saludaron de mano para mostrar su entusiasmo.—Está bien, Hermes. Ahora espera, escogeremos a alguien para que te indique lo que tienes que hacer y para que te muestre cada uno de los apartamentos del edificio, así sabrás a dónde llevar los paquetes que debas entregar. ¿Tienes alguna pregunta? —dijo Samuel con amabilidad.—Ninguna, todo me ha quedado claro. Esperaré.—Entonces, bienvenido a Industrias Hansen, la empresa manufactura nacional e internacional más poderosa del mundo y la que domina los grandes mercados. Es un placer tener a talentos como tú bajo nuestro nombre.Samuel le dio un apretón de manos a Hermes y se marchó a su oficina. Apenas entró, se aseguró que Hermes no lo viera y cogió su celular:Samuel.Ya está todo listo,
Hariella sonrió con malicia y despejó sus pensamientos; no podía hacer eso porque acabaría con el avance y el acercamiento que había surgido entre los dos. Hermes quedaría atónito y, estaba segura, de que él no sabría qué decir si se diera la vuelta y le mostrara su verdadera identidad. No era tiempo para hacerlo. No si ella quería seguir adelante con su aventura con el muchacho. Se miró a los brazos, la sola idea de que Hermes estaba detrás de ella le hacía erizar la piel de la intensidad de emociones que era capaz de provocarle aquel hombre; unas que no había experimentado antes y que la hacían latir el corazón con un ímpetu que la hacía sentirse emocionada. Ya había tomado su decisión y nada le haría cambiar de parecer. Ahora utilizaría su dominio en los varios idiomas que manejaba y que hablaba con fluidez. Se mantuvo de espaldas a él, con su gran silla de escritorio protegiendo su cuerpo y su cabeza.—Bienvenido, Hermes Darner —dijo Hariella, con un melodioso y refinado acento ale
Hermes y Hela quedaron para ver un partido de béisbol. Hermes adquirió las boletas y compraron los mismos suéteres para apoyar al equipo.El sol brillaba con intensidad en el estadio, y la energía de la multitud era contagiosa. Hermes y Hela estaban sentados en las gradas, ambos vestidos con suéteres idénticos del equipo local. El ambiente estaba lleno de emoción y anticipación mientras el partido de béisbol se desarrollaba ante ellos.El estadio estaba repleto de aficionados, todos animando y vitoreando a su equipo favorito. Hermes y Hela se unieron al bullicio, levantando sus refrescos y brindando por cada jugada emocionante. Hela, con sus gafas oscuras y su gorra, mantenía un perfil bajo, pero no podía ocultar la chispa de alegría en sus ojos mientras miraba el juego.En el campo, el lanzador del equipo local se preparaba para lanzar la bola. El sonido del b**e golpeando la pelota resonó por todo el estadio, seguido por un rugido de la multitud cuando el jugador corrió a la primera
Hermes estaba en la empresa, cumpliendo con su trabajo de mensajero, llevando los paquetes a los receptores correspondientes. La rutina del día a día, con su carga habitual de entregas y trámites, tenía un ritmo casi mecánico. Sin embargo, había un momento en particular que siempre lograba romper la monotonía y llenarlo de una emoción contenida: cuando debía ir a la oficina de la CEO, Hariella Hansen.Cada vez que recibía esa tarea, sentía un pequeño salto de emoción en su pecho. Caminaba por los pasillos de la empresa con pasos decididos, mientras sostenía los documentos en sus manos, anticipando ese breve encuentro con la poderosa directora. Al llegar a la puerta de su oficina, se tomaba un segundo para recomponerse, respirando hondo antes de entrar.La puerta se abría con un suave empujón y, como siempre, Hariella estaba de espaldas, protegida por su imponente silla de escritorio. La luz suave de la tarde se filtraba por las ventanas, creando un halo alrededor de su figura. No podía
—Gracias, Hermes —dijo ella, su voz firme, pero con una nota de algo más, algo que Hermes no pudo identificar de inmediato.—De nada, señora —respondió él, aun con el corazón acelerado.—¿Quieres revisar algunos documentos? —preguntó ella de forma afable.—Sí, señora Hariella.—Allí en la mesa… Puedes sentarte y trabajar en esos documentos —dijo Hariella Hansen de forma autoritaria—. Haz el informe y déjalo en mi escritorio.—Como ordene, señora Hariella.Hermes se dirigió a la mesa que ella había indicado, encontrando una pila de documentos a revisar. Se sentó y comenzó a trabajar en su informe, concentrándose en la tarea, pero también sintiendo una extraña mezcla de emoción y responsabilidad. Miraba ocasionalmente hacia la silla de la CEO, que permanecía inmóvil, como si la presencia de Hariella se extendiera por toda la oficina, incluso sin necesidad de moverse.Mientras trabajaba, una sonrisa de alegría moldeó sus labios. No podía creer que estuviera allí, en la oficina de Hariella