Hermes percibió la pesada mirada de los hombres y mujeres que estaban en los puestos de trabajo. Su corazón se inquietó, pero para relajarse recordó el rostro de aquella rubia hermosa con la que recién había hablado y también el dulce aroma de ese inolvidable perfume de flores. Eso pudo calmarlo y comenzó a caminar con cautela. Los latidos en su pecho poco a poco se fueron tranquilizando. Si aspiraba al puesto de gerente de finanzas, debía transmitir seguridad y confianza, no temor y miedo, eso no eran los rasgos de un líder.
—¿Hermes Darner? —le preguntó una bella mujer, que tenía una tabla con broche, mientras miraba los papeles sobre ella.
—Sí, soy Hermes.
—Sígueme, te llevaré a la oficina donde te harán la entrevista.
La bella mujer lo guio hasta donde estaban dos hombres y dos mujeres que también aspiraban al puesto de la empresa. Estaban sentados, cada uno, en una silla diferente, de color negro, que estaban bien ordenadas en filas, pegadas a la pared, y se ubicaban al frente de la oficina. Los cuatro se lo quedaron mirando, como si estuvieran juzgando si él podría ganar el trabajo. El ambiente era tenso y hostil. Ninguno se conocía y estaban compitiendo para quedarse con un envidiable cargo en Industrias Hansen; no había espacio para la amistad ni para demostrar debilidad ante tus potenciales rivales.
Hermes se sentó con reserva en la silla. No miró su reloj; eso era muestra de que una persona contaba los minutos para que terminara un evento, pues tenía otro más importante que el que estaba haciendo y en este momento nada más relevante que su entrevista. Había algo que todos comentaban: “La magnate es una mujer muy rica y poderosa”, decían ellos y seguían hablando maravilla, como del cuidado que debías tener, debido a su difícil carate y, aunque no la conocía, pues no había fotografías de ella, ese apodo le quedaba perfecto. Hariella Hansen, la leona. Moldeó una sonrisa grácil en su rostro.
El tiempo pasaba y cada uno de los cuatro fue pasando, hasta que al fin llegó el turno de Hermes. Aunque le llamaba la atención, que todavía no habían aparecido esas dos mujeres. Giró el cuello para ver si venían, pero no había rastro de la preciosa rubia, ni de la linda castaña. Se levantó resignado a la idea de que ellas llegaran puntuales, eso le preocupaba.
Hermes entró a la oficina, que era bastante lujosa. El vidrio transparente podía dejar apreciar el increíble panorama a otros monumentales rascacielos. Pero en otra oportunidad podría apreciar tal belleza de paisaje. Se concentró en el hombre del elegante traje de color azul que estaba sentado detrás del escritorio de cristal. Sin duda, era una buena señal que hayan concedido en el mismo color del traje. El entrevistador era de semblante serio y un hombre mayor, algo que podría colocar nervioso a cualquier aspirante, pero Hermes logro mantenerse tranquilo.
—¿Hermes Darner? —preguntó aquel señor con voz neutra.
Esa era la prueba de una monótona y repetida secuencia de preguntas. ¿Cuántas veces había repetido el mismo cuestionario en este día? Muchas veces, pero lo que era genial, era que, para esas mismas interrogantes, siempre había respuestas diferentes, y todas llenas de esperanza e ilusión por querer adueñarse del cargo de gerente de finanzas o, en términos generales, de cualquier puesto al que sea, que aspiraban. Ese era el anhelo de jóvenes y adultos, tener la posibilidad de ser seleccionados y demostrar su potencial. Lo único que necesitaban era solo una oportunidad.
—Sí, señor. Soy Hermes Darner.
El encuestador le dio un rápido vistazo de arriba hacia abajo.
—Toma asiento, por favor. —Le señaló la silla, en la que recibía a los que realizaban la entrevista. Hermes se sentó y acomodó el maletín en sus piernas—. Bien, háblame de ti, Hermes.
«Esa pregunta es más difícil que cualquiera de mis exámenes en la universidad», pensó Hermes. Apenas comenzaban y ya las preguntas eran de extremo cuidado.
—Me mudé a esta ciudad para iniciar mis estudios. Terminé mi pregrado hace dos años y mi posgrado hace un par de meses. Tengo un hermano menor y mis padres todavía viven juntos y felices. Me gusta leer y también me gustan los deportes para mantenerme saludable y en forma —respondió Hermes y él mismo se sorprendió de la seriedad en el tono de su voz.
—Y dime, ¿por qué estás interesado en este puesto?
—Estoy entusiasmado con las posibilidades que ofrece su prestigiosa empresa. Me gustaría formar parte de su éxito en el futuro y quiero ayudarla a crecer mediante la gerencia de finanzas y así lograr un excelente desarrollo en las actividades de obtención, administración y ahorro del dinero.
Las palabras fluyeron de su boca como si alguien se las susurrara al oído y pudo notar el asombro en el rostro del entrevistador. Era normal que muchos se equivocaran o titubearan al responder, producto de los nervios. Hermes, al ver tenido un inicio impecable, la convicción de que podría seguir contentando así de bien, le llenaron el cuerpo y se sentía seguro de que podría conseguirlo.
—Interesante —prosiguió el encuestador—, y dime, ¿por qué eres la persona ideal para este empleo?
—Este trabajo se adapta de manera perfecta a mis competencias —dijo Hermes, rebosante de serenidad al momento de expresar su respuesta y parecía que se había convertido en un diestro maestro de la oratoria—. Estoy convencido de que su empresa es la idónea para mis intereses y habilidades…
La entrevista finalizó luego de varios minutos. Hermes había quedado satisfecho, pues había expresado y mostrado todo su material para poder ser el escogido, desde su currículo hasta su registro de notas. El directo lo tendría en cuenta y que quedara pendiente a la llamada o al mensaje que le avisaba si había sido rechazado o si, por el contrario, había sido el afortunado. Respiró lento y profundo, como si le hubieran quitado un gran peso de la espalda, pero enseguida recordó a aquella preciosa rubia y a su acompañante. Se detuvo en la puerta y miró con rapidez a los asientos, pero no vio a nadie.
«Se demoran mucho. Ya deberían de estar aquí».
—Disculpe —dijo Hermes, se dio la vuelta y captó la atención de aquel hombre—. Dos amigas mías se han retrasado, pero es un hecho que ellas llegaran. Se la ha presentado una emergencia, intercedo por ambas para que las espere un poco más.
—Tranquilo, no te preocupes por eso. Aquí cada quien responde por sus acciones.
—Gracias, señor.
Hermes salió del despacho y cuando lo hizo, la secretaria del encargado de las entrevistas se acercó hasta él.
—¿Hay más candidatos al puesto de gerente de finanzas? —preguntó el hombre, ante la duda de lo que le había dicho el joven que recién había salido.
—No, señor —contestó ella—. Hermes Darner era el último, ya no hay más nadie en la lista.
—Entonces, ¿a qué amigas se refería? —murmuró él.
—¿Disculpe? —interrogó extrañada la secretaria, no había entendido lo que había querido decir su jefe.
—No es nada, puedes retirarte.
Hermes salió del edificio administrativo de Industrias Hansen. El viento le refrescaba la piel y le movía su ondulado cabello castaño. El sol comenzó a resplandecer con más fuerza. Era lindo estar vivo y poder disfrutar de todo esto. Las personas entraban y salían del imponente rascacielos, y por la carretera pavimentada pasaban automóviles y motocicletas; era cómodo escucharlos. Además, ya había pasado lo difícil, que era la entrevista que tan nervioso y asustado lo tenía. La conversación con aquella hermosa rubia lo había calmado un poco. Vio su reloj, apenas comenzaba el día y no había rastro de aquella hermosa mujer tan preciosa de cabello brillante y ojos celestes. Se desanimó de inmediato. ¿Cuándo podría volver a verla, si no sabía nada de ella? Quizás todavía no se había ido y seguía dentro, pero que se quedaría haciendo para poder esperarla.—¡Flores, Flores! Llévela en un ramo o una sola por aparte —anunció una vendedora de avanzada edad en su puesto ambulante y Hermes supo lo
—¿Ya han terminado las entrevistas a los aspirantes de gerente de finanzas? —preguntó Hariella a Lena, luego de haberla llamado.Ya habían pasado algunos minutos desde que había hablado con Hermes. Él se veía motivado y confiado de que obtendría el puesto y la copia del currículo que había visto, era bueno y también el registro de notas. Hermes cumplía con un buen perfil, como para poder desempeñar ese cargo.—Me han avisado que sí, ya han terminado, señora.—Tráeme los resultados, quiero verlos.Lena cumplió con el mandato de Hariella. Al rato, llegó con lo que le había pedido. No necesitaba ser una bruja para saber a quién quería buscar: a Hermes Darner. Ella también había leído la información de él. Se preguntaba si en verdad había logrado captar la atención de su señora. Podría ser solo momentáneo, nada de lo que preocuparse. Se le pasaría después de la prueba que Hariella le había ordenado realizar. Pero, y si resultara cierto que desconocía de la identidad de Hariella y no estaba
—Haremos un receso de una hora —anunció Lena a los miembros de la junta directiva—. La reunión continuará a la una en punto de la tarde.Los ejecutivos se levantaron de sus cómodas sillas que, estaban frente a una larga y delgada mesa rectangular de madera pulida color marrón claro, y le hicieron una reverencia a Hariella y salieron del despacho. La sala era grande y los vidrios daban vista a la hermosa ciudad.Hariella estaba sentada a la cabeza y detrás de ella, sobre la pared blanca, también estaba un tablero tecnológico. Se puso recta en silla, se tocó los hombros y el cuello. Tanto tiempo, sentada, en la misma postura le causaba pequeños dolores, pero no eran de importancia, se le pasaban luego de una pequeña caminata.—¿Quiere que programe una cita con la masajista, señora Hariella? —preguntó Lena al ver a su señora, mostrando malestar, por la posición en que había estado.—No, no es necesario —dijo Hariella, colocándose de pie y mirando a través de la ventana, en tanto caminaba
Hermes regresó al edificio de la empresa. La vendedora de flores le había guardado el maletín al igual que la rosa amarilla eterna; el frasco que la protegía se había roto. En ese estado no podía regalarlo. La señora había vendido todas las flores, por lo que ya no le quedaba ninguna. Eso lo entristeció, más que haber perdido la oportunidad de conversar con su precioso ángel, que ya no estaba presente por los alrededores.—¿A dónde vas, muchacho? —preguntó la vendedora al verlo caminar cabizbajo.—Debo irme.—¿Y no te llevarás esto? —La vendedora sacó la última rosa amarilla eterna y los ojos de Hermes se iluminaron llenos de felicidad—. La había apartado para ti, toma.Hermes se regresó hasta la señora y le dio un fuerte abrazo.—Gracias, maestra.Hariella llegó a su deslumbrante mansión que, se encontraba muy alejada de la empresa; a ella le gustaba la tranquilidad y solo en esta zona exclusiva, podía tener armonía. Ahí, distante del bullicio de la gran ciudad.El guardia de segurida
Hermes se encontraba frente a una alargada reja. El guardia lo miraba a través de la ventanilla de la caseta de vigilancia. Había tardado en llegar y no hallaba la dirección, lo que provocó que se tardara varias horas para llegar a su destino. Estaba agitado, sudado y sus piernas le dolían, pero no quería esperar hasta mañana para devolver el bolso con el dinero y algo en su pecho, le decía que debía entregarlo hoy. El corazón le palpitó con fortaleza, tragó saliva y quedó hechizado cuando la vio a ella. A pesar de las luces de la mansión, ella relucía con brillo propio, como si un aura celestial la cubriera por cada rincón de su maravilloso cuerpo. Hermes se ruborizó al percatarse del relevador atuendo que traía puesto su precioso ángel.—Hola —dijo Hermes, caminó y se puso al frente de Hariella. Sus miradas se buscaban, como si sus ojos tuvieran adheridos imanes de cargas contrarias. Ella lucia más baja, pero a la vez, más encantadora—. Esto es tuyo. —Le entregó el bolso y ella lo re
Hariella sentía el agradable peso de los labios de Hermes contra su boca. Escuchó el sonido del maletín, cuando él lo dejó caer en el suelo y enseguida pudo apreciar los dos brazos que la rodeaban por la cintura, que la jalaron hacia él, haciendo que sus pechos se aplastaran en el cuerpo de Hermes. La piel de ambos ardía, y ni el reconfortante llanto de las nubes, que se expresaba en una repentina lluvia, podía apagar el naciente fuego que les quemaba el pecho, como una incontrolable flama, que los arropaba como un incitante y lujurioso abrigo. Entonces, sintió que no podía respirar. Así, que se detuvo y se vio obligada a despagarse de Hermes, para volver a tomar aire.La respiración de los dos era pesada y caliente, el pecho les brincaba con intensidad por el apasionado beso. Hariella le quitó los lentes y observó el cautivador rostro de Hermes. Ya estaba claro para ella, ese muchacho era enloquecedor y atractivo, pero, sobre todo, era alguien bueno y honesto. Era alguien a la que ell
Hermes se hallaba en el apartamento de recursos humanos. Había recibido un mensaje donde lo citaban a que viniera a la empresa. Esta vez se había colocado un traje de etiqueta color negro y se había rociado perfume. Una sonrisa se le pintaba en los labios. ¿Para qué otra razón lo llamaría la prestigiosa empresa de Industrias Hansen? Eso era claro para él; había sido el seleccionado. Estaba seguro de ello y se preparaba para escuchar las buenas nuevas. La misma mujer que lo había recibido la vez pasada, lo volvió a invitar al mismo despacho, donde estaba el mismo hombre que lo había entrevistado.—Bienvenido, Hermes, toma asiento por favor —dijo el encuestador—. La vez anterior quizás no nos presentamos, mi nombre es Samuel Park. —Saludó a Hermes con su mano—. Yo soy el director del apartamento de recursos humanos. Lo que quiere decir, que eso me hace el responsable del reclutamiento de empleados dentro de Industrias Hansen, además actúo como el mediador entre los empleados y sus superi
Hermes esperaba en el sitio acordado en el que le había dicho a Hariella. Estaba inquieto y emocionado. Ella lo había aceptado sin colocar excusa y sin demora, lo que era una buena señal. Acercó la palma de su mano a su boca y exhaló varias veces; la reunión no se había demorado tanto y todavía su aliento era mentolado.El sol estaba por colocarse y la tarde era fresca y gratificante. Hace algunos días Hermes no tenía nadie con quien compartir o salir, pero ahora estaba esperando a la mujer que consideraba un auténtico ángel.Hermes sintió varios toques suaves en su hombro derecho, lo que le hizo voltearse y ahí estaba ella: La magnate, Hariella Hansen, aunque esta identidad no era la que él conocía, sino a Hela Hart; una mujer común y corriente, que era empleada a medio tiempo en la compañía y una ama de llaves en una lujosa mansión. Se quedó observándola, hoy vestía un traje formal de dos piezas, que se le veía tan hermoso. Creía que no había prenda, que se le viera mal, no a ella.H