4. El enojo de Hariella

—¿Ya han terminado las entrevistas a los aspirantes de gerente de finanzas? —preguntó Hariella a Lena, luego de haberla llamado.

Ya habían pasado algunos minutos desde que había hablado con Hermes. Él se veía motivado y confiado de que obtendría el puesto y la copia del currículo que había visto, era bueno y también el registro de notas. Hermes cumplía con un buen perfil, como para poder desempeñar ese cargo.

—Me han avisado que sí, ya han terminado, señora.

—Tráeme los resultados, quiero verlos.

Lena cumplió con el mandato de Hariella y al rato, llegó con lo que le había pedido. No necesitaba ser una bruja para saber a quién quería buscar: a Hermes Darner. Ella también había leído la información de él. Se preguntaba si en verdad había logrado captar la atención de su señora. Podría ser solo momentáneo, nada de lo que preocuparse. Se le pasaría después de la prueba que Hariella le había ordenado realizar. Pero, y si resultara cierto que desconocía de la identidad de Hariella y no estaba fingiendo. Eso supondría un problema, pero tendría que mirar la reacción de su señora, no debía adelantarse a los hechos. Ahora todo dependía de Hermes. ¿Era un estafador o solo un muchacho despistado? Eso pronto se sabría.

—¿Se le ofrece algo más, señora Hariella? —preguntó Lena, con su acostumbrada docilidad al hablarle a su imponente jefa.

—No. Ya puedes retirarte —dijo Hariella, con voz autoritaria.

—Antes de marcharme, debo recordarle de la reunión de la junta directiva que se hará a las once de la mañana.

—Sí, ve preparando todo.

—Entonces, me retiro.

Hariella empezó a pasar los documentos de los candidatos, esos no le importaban en lo absoluto, hasta que por fin logró hallar lo que buscaba. Lo agarró con sus dos manos, se irguió en su acolchada silla grande y se rodó con los pies hacia atrás. Dio media vuelta y puso sus codos en los soportes del asiento. Ni ella misma sabia porque quería que él fuera el que haya sido seleccionado y por algún motivo quería volver a hablar con él. Hermes había sido el único con el que hace muchos años disfrutaba de una conversación casual, libre de presión. Había sido divertido para ella. Pero aquella diversión se esfumó como el imparable humo cuando vuela por los aires. El buen humor que tenía hace un segundo, desapareció tan rápido en cuanto leyó: No escogido. Su semblante cambió de forma drástica y veloz. No se podía explicar como un rostro tan precioso y de simetría perfecta, podía expresar ese enfado y causar tanto miedo solo al verlo. Un aura sombría y pesada la cubrió, como si fuera un ancho abrigo de seda. Hermes la había imaginado, como un hermoso ángel inmaculado, pero ella podía convertirse, en un instante, en un ángel malvado y despiadado. Volvió a acercarse a su escritorio y extendió su brazo hacia el moderno teléfono fijo, pero se detuvo ante de tomarlo en su mano. Bastaba una simple llamada al director de recursos humanos y un par de palabras suyas y Hermes Darner se convertiría en el nuevo gerente de finanzas de Industrias Hansen. Nada más debía levantar el teléfono y presionar las teclas. Pero cuál era la razón por la que lo haría. Aunque, Hermes nada más era un desconocido. ¿Qué era lo que le había hecho ese muchacho que le causaba esta inquietud? Era una mujer prudente y analizaba todas las posibilidades. Si Hermes obtenía el trabajo de esa manera, no sería limpio ni justo y el fondo sabía que él no querría ser escogido de esa forma. Abrió entonces el documento del afortunado que había sido el elegido y resultó ser una mujer con experiencia en la materia de finanzas y también presentaba una intachable hoja de vida. Se debatió con ella misma y decidió no intervenir. Entonces, miró la hora en su reloj, la entrevista había acabado, pero tal vez podría verlo por las cámaras de seguridad. Abrió su computadora y al instante podía ver el panorama fuera del edificio de Industrias Hansen. Su ira pudo aplacarse cuando lo vio hablando con una vendedora de flores. Observó cuando Hermes agarró una rosa amarilla y se la entregó a la señora. Eso le causó gracia. Sintió algo que no podía explicar, ella, sin razón alguna, se había alegrado de verlo. Pero debía estar segura en su totalidad si era bueno o malo, por eso su plan todavía estaba en pie. Además, que ella ansiaba ver lo que haría Hermes.

«¿Eres un hombre codicioso y ambicioso, o eres alguien bueno?».

Lo que había visto de él, solo mostraban que era un chico normal y bondadoso.

Hariella observó como el guardia de seguridad se acercó a ellos dos. Eso no podía significar nada bueno y dedujo que les estaba diciendo que se fueran. Así, que esta vez cogió el teléfono sin duda y marcó al departamento de seguridad.

El líder de seguridad le contestó con prontitud. Él sabía el número fijo que solo utilizaba la presidenta de la empresa y Hariella sabía que él había sido quien había dado la orden de echarlos.

—Déjalos que se queden —dijo Hariella, imperativa y con voz tajante y llena de enojo.

—¿A quiénes se refiere, presidenta? —preguntó confundido el líder de seguridad.

—A la vendedora de flores y al hombre que está con ella. Si dejas que se vayan, ni mañana ni el resto de tu vida tendrás un empleo al que puedas asistir.

Hariella colgó el teléfono y se quedó a mirando la pantalla de su computadora.

El radio que tenía el vigilante en su cinturón comenzó a sonar y se distanció para hablar.

—Evita que se vaya la vendedora de flores —dijo el líder de seguridad, sonaba desesperado.

—¿Por qué? Usted me dijo que hiciera que se fueran a otro lugar —refutó el guardia.

—La presidenta lo ha ordenado y si dejas que se marchen, ya no habrá un mañana para ti o para mí. ¡Hazlo ahora! —gritó el líder.

El guardia percibió el miedo y el temor en las palabras de su superior, que un escalofrío le recorrió el cuerpo. Vio como la vendedora y el muchacho se alejaban y un fuerte palpito en su pecho lo hizo correr a toda prisa. Sus piernas le temblaban, pero alcanzó a colocarse al frente de ellos.

—Esperen, ya no es necesario que se vayan, pueden quedarse —dijo el vigilante, agitado.

Hermes miró extraño al agente, parecía otra persona después de haber hablado por su radio. No había muchas opciones y lo más seguro era de que alguien la haya dado la orden. ¿Pero quién? La presidente no podía estar interesada en algo sin relevancia como esto. No, no podría ser ella, quizás otra persona.

Hariella volvió a colocar el teléfono fijo en su sitio y moldeó una sonrisa de satisfacción en sus carnosos labios pintados de rojo. Sus ojos azules centelleaban de complacencia y susurró:

—Hermes Darner. Espera un poco más, pronto te pondré a prueba.

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