—¿Ya han terminado las entrevistas a los aspirantes de gerente de finanzas? —preguntó Hariella a Lena, luego de haberla llamado.
Ya habían pasado algunos minutos desde que había hablado con Hermes. Él se veía motivado y confiado de que obtendría el puesto y la copia del currículo que había visto, era bueno y también el registro de notas. Hermes cumplía con un buen perfil, como para poder desempeñar ese cargo.
—Me han avisado que sí, ya han terminado, señora.
—Tráeme los resultados, quiero verlos.
Lena cumplió con el mandato de Hariella y al rato, llegó con lo que le había pedido. No necesitaba ser una bruja para saber a quién quería buscar: a Hermes Darner. Ella también había leído la información de él. Se preguntaba si en verdad había logrado captar la atención de su señora. Podría ser solo momentáneo, nada de lo que preocuparse. Se le pasaría después de la prueba que Hariella le había ordenado realizar. Pero, y si resultara cierto que desconocía de la identidad de Hariella y no estaba fingiendo. Eso supondría un problema, pero tendría que mirar la reacción de su señora, no debía adelantarse a los hechos. Ahora todo dependía de Hermes. ¿Era un estafador o solo un muchacho despistado? Eso pronto se sabría.
—¿Se le ofrece algo más, señora Hariella? —preguntó Lena, con su acostumbrada docilidad al hablarle a su imponente jefa.
—No. Ya puedes retirarte —dijo Hariella, con voz autoritaria.
—Antes de marcharme, debo recordarle de la reunión de la junta directiva que se hará a las once de la mañana.
—Sí, ve preparando todo.
—Entonces, me retiro.
Hariella empezó a pasar los documentos de los candidatos, esos no le importaban en lo absoluto, hasta que por fin logró hallar lo que buscaba. Lo agarró con sus dos manos, se irguió en su acolchada silla grande y se rodó con los pies hacia atrás. Dio media vuelta y puso sus codos en los soportes del asiento. Ni ella misma sabia porque quería que él fuera el que haya sido seleccionado y por algún motivo quería volver a hablar con él. Hermes había sido el único con el que hace muchos años disfrutaba de una conversación casual, libre de presión. Había sido divertido para ella. Pero aquella diversión se esfumó como el imparable humo cuando vuela por los aires. El buen humor que tenía hace un segundo, desapareció tan rápido en cuanto leyó: No escogido. Su semblante cambió de forma drástica y veloz. No se podía explicar como un rostro tan precioso y de simetría perfecta, podía expresar ese enfado y causar tanto miedo solo al verlo. Un aura sombría y pesada la cubrió, como si fuera un ancho abrigo de seda. Hermes la había imaginado, como un hermoso ángel inmaculado, pero ella podía convertirse, en un instante, en un ángel malvado y despiadado. Volvió a acercarse a su escritorio y extendió su brazo hacia el moderno teléfono fijo, pero se detuvo ante de tomarlo en su mano. Bastaba una simple llamada al director de recursos humanos y un par de palabras suyas y Hermes Darner se convertiría en el nuevo gerente de finanzas de Industrias Hansen. Nada más debía levantar el teléfono y presionar las teclas. Pero cuál era la razón por la que lo haría. Aunque, Hermes nada más era un desconocido. ¿Qué era lo que le había hecho ese muchacho que le causaba esta inquietud? Era una mujer prudente y analizaba todas las posibilidades. Si Hermes obtenía el trabajo de esa manera, no sería limpio ni justo y el fondo sabía que él no querría ser escogido de esa forma. Abrió entonces el documento del afortunado que había sido el elegido y resultó ser una mujer con experiencia en la materia de finanzas y también presentaba una intachable hoja de vida. Se debatió con ella misma y decidió no intervenir. Entonces, miró la hora en su reloj, la entrevista había acabado, pero tal vez podría verlo por las cámaras de seguridad. Abrió su computadora y al instante podía ver el panorama fuera del edificio de Industrias Hansen. Su ira pudo aplacarse cuando lo vio hablando con una vendedora de flores. Observó cuando Hermes agarró una rosa amarilla y se la entregó a la señora. Eso le causó gracia. Sintió algo que no podía explicar, ella, sin razón alguna, se había alegrado de verlo. Pero debía estar segura en su totalidad si era bueno o malo, por eso su plan todavía estaba en pie. Además, que ella ansiaba ver lo que haría Hermes.
«¿Eres un hombre codicioso y ambicioso, o eres alguien bueno?».
Lo que había visto de él, solo mostraban que era un chico normal y bondadoso.
Hariella observó como el guardia de seguridad se acercó a ellos dos. Eso no podía significar nada bueno y dedujo que les estaba diciendo que se fueran. Así, que esta vez cogió el teléfono sin duda y marcó al departamento de seguridad.
El líder de seguridad le contestó con prontitud. Él sabía el número fijo que solo utilizaba la presidenta de la empresa y Hariella sabía que él había sido quien había dado la orden de echarlos.
—Déjalos que se queden —dijo Hariella, imperativa y con voz tajante y llena de enojo.
—¿A quiénes se refiere, presidenta? —preguntó confundido el líder de seguridad.
—A la vendedora de flores y al hombre que está con ella. Si dejas que se vayan, ni mañana ni el resto de tu vida tendrás un empleo al que puedas asistir.
Hariella colgó el teléfono y se quedó a mirando la pantalla de su computadora.
El radio que tenía el vigilante en su cinturón comenzó a sonar y se distanció para hablar.
—Evita que se vaya la vendedora de flores —dijo el líder de seguridad, sonaba desesperado.
—¿Por qué? Usted me dijo que hiciera que se fueran a otro lugar —refutó el guardia.
—La presidenta lo ha ordenado y si dejas que se marchen, ya no habrá un mañana para ti o para mí. ¡Hazlo ahora! —gritó el líder.
El guardia percibió el miedo y el temor en las palabras de su superior, que un escalofrío le recorrió el cuerpo. Vio como la vendedora y el muchacho se alejaban y un fuerte palpito en su pecho lo hizo correr a toda prisa. Sus piernas le temblaban, pero alcanzó a colocarse al frente de ellos.
—Esperen, ya no es necesario que se vayan, pueden quedarse —dijo el vigilante, agitado.
Hermes miró extraño al agente, parecía otra persona después de haber hablado por su radio. No había muchas opciones y lo más seguro era de que alguien la haya dado la orden. ¿Pero quién? La presidente no podía estar interesada en algo sin relevancia como esto. No, no podría ser ella, quizás otra persona.
Hariella volvió a colocar el teléfono fijo en su sitio y moldeó una sonrisa de satisfacción en sus carnosos labios pintados de rojo. Sus ojos azules centelleaban de complacencia y susurró:
—Hermes Darner. Espera un poco más, pronto te pondré a prueba.
—Haremos un receso de una hora —anunció Lena a los miembros de la junta directiva—. La reunión continuará a la una en punto de la tarde.Los ejecutivos se levantaron de sus cómodas sillas que, estaban frente a una larga y delgada mesa rectangular de madera pulida color marrón claro, y le hicieron una reverencia a Hariella y salario del despacho. La sala era grande y los vidrios daban vista a la hermosa ciudad.Hariella estaba sentada a la cabeza y detrás de ella, sobre la pared blanca, también estaba un tablero tecnológico. Se puso recta en silla, se tocó los hombros y el cuello. Tanto tiempo sentada con la misma postura le causaba pequeños dolores, pero no eran de importancia, se le pasaban luego de una pequeña caminata.—¿Quiere que programe una cita con la masajista, señora Hariella? —preguntó Lena al ver a su señora, mostrando malestar, por la posición en que había estado.—No, no es necesario —dijo Hariella, colocándose de pie y mirando a través de la ventana, en tanto caminaba p
Hermes regresó al edificio de la empresa. La vendedora de flores le había guardado el maletín al igual que la rosa amarilla eterna, el frasco que la protegía se había roto. En ese estado no podía regalarlo. La señora había vendido todas las flores, por lo que ya no le quedaba ninguna. Eso lo entristeció, más que haber perdido la oportunidad de conversar con su precioso ángel, que ya no estaba presente por los alrededores.—¿A dónde vas, muchacho? —preguntó la vendedora al verlo caminar cabizbajo.—Debo irme.—¿Y no te llevarás esto? —La vendedora sacó la última rosa amarilla eterna y los ojos de Hermes se iluminaron llenos de felicidad—. La había apartado para ti, toma.Hermes se regresó hasta la señora y le dio un fuerte abrazo.—Gracias, maestra.Hariella llegó a su deslumbrante mansión que, se encontraba muy alejada de la empresa; a ella le gustaba la tranquilidad y solo en esta zona exclusiva, podía tener armonía. Ahí, distante del bullicio de la gran ciudad.El guardia de segurid
Hermes se encontraba frente a una alargada reja. El guardia lo miraba a través de la ventanilla de la caseta de vigilancia. Había tardado en llegar y no hallaba la dirección, lo que provocó que se tardara varias horas para llegar a su destino. Estaba agitado, sudado y sus piernas le dolían, pero no quería esperar hasta mañana para devolver el bolso con el dinero y algo en su pecho, le decía que debía entregarlo hoy. El corazón le palpitó con fortaleza, tragó saliva y quedó hechizado cuando la vio a ella. A pesar de las luces de la mansión, ella relucía con brillo propio, como si un aura celestial la cubriera por cada rincón de su maravilloso cuerpo. Hermes se ruborizó al percatarse del relevador atuendo que traía puesto su precioso ángel.—Hola —dijo Hermes, caminó y se puso al frente de Hariella, sus miradas se buscaban, como si sus ojos tuvieran adheridos imanes de cargas contrarias. Ella lucia más baja, pero a la vez, más encantadora—. Esto es tuyo. —Le entregó el bolso y ella lo r
Hariella sentía el agradable peso de los labios de Hermes contra su boca. Escuchó el sonido del maletín, cuando él lo dejó caer en el suelo y enseguida pudo apreciar los dos brazos que la rodeaban por la cintura, que la jalaron hacia él, haciendo que sus pechos se aplastaran en el cuerpo de Hermes. La piel de ambos ardía, y ni el reconfortante llanto de las nubes, que se expresaba en una repentina lluvia, podía apagar el naciente fuego que les quemaba el pecho, como una incontrolable flama, que los arropaba como un incitante y lujurioso abrigo. Entonces, sintió que no podía respirar. Así, que se detuvo y se vio obligada que despagarse de Hermes, para volver a tomar aire.La respiración de los dos era pesada y caliente, el pecho les brincaba con intensidad por el apasionado beso. Hariella le quitó los lentes y observó el cautivador rostro de Hermes. Ya estaba claro para ella, ese muchacho era enloquecedor y atractivo, pero, sobre todo, era alguien bueno y honesto. Era alguien a la que
Hermes esperaba en el sitio acordado en el que le había dicho a Hariella. Estaba inquieto y emocionado. Ella había aceptado sin colocar excusa y sin demora, lo que era una buena señal. Acercó la palma de su mano a su boca y exhaló varias veces; la reunión no había demorado tanto y todavía su aliento era mentolado.El sol estaba por colocarse y la tarde era fresca y gratificante. Hace algunos días Hermes no tenía nadie con quien compartir o salir, pero ahora estaba esperando a la mujer que consideraba un auténtico ángel.Hermes sintió varios toques suaves en su hombro derecho, lo que le hizo voltearse y ahí estaba ella: La magnate, Hariella Hansen, aunque esta identidad no era la que él conocía, sino a Hela Hart; una mujer común y corriente, que era ama de llaves en una lujosa mansión. Se quedó observándola, hoy vestía un traje formal de dos piezas, que se le veía tan hermoso. Creía que no había prenda, que se le viera mal, no a ella.Hariella llevaba puesto un pantalón y una chaqueta
Hariella y Hermes se quedaron observando el paisaje por algunos minutos.Hariella se quitó el sombrero y se acomodó el cabello rubio.Hermes la miró y quedó más maravillado con ella. Estaba seguro de que no volvería a conocer a una mujer tan preciosa como esa que tenía al frente.Luego bajaron del edificio. La noche ya era la que dominaba las alturas y las luces de las pantallas públicas eran las que iluminaban su camino. Ambos se habían vuelto más cercanos, como si hubieran derribado un muro invisible, que ahora les daba más confianza entre ellos. El reloj marcaba las seis y cincuenta de la tarde. El tiempo había pasado volando y lo habían disfrutado estando juntos.Hariella le daba miradas disimuladas a Hermes y sonreía para ella misma. La altura de él combinaba a la perfección con la de ella. La personalidad de Hermes era calmada y tranquila, mientras que la de ella era un poco más estricta, rígida y formal, pero con él, había encontrado una nueva Hariella; una que disfrutaba de lo
Al día siguiente, Hermes se presentó el imponente rascacielos de Industrias Hansen. Las palabras de Hariella lo habían motivado a aceptarlo. Asé que le entregó el contrato firmado a Samuel Park, el director del departamento de recursos humano y ambos se saludaron de mano para mostrar su entusiasmo.—Está bien, Hermes. Ahora espera, escogeremos a alguien para que te indique lo que tienes que hacer y para que te muestre cada uno de los departamentos del edificio, así sabrás a donde llevar los paquetes que debas entregar. ¿Tienes alguna pregunta? —dijo Samuel con amabilidad.—Ninguna, todo me ha quedado claro. Esperaré.—Entonces, bienvenido a Industrias Hansen, la empresa manufactura nacional e internacional más poderosa del mundo y la que domino los grandes mercados. Es un placer tener a talentos como tú bajo nuestro nombre.Samuel le dio un apretón de manos a Hermes y se marchó a su oficina. Apenas entró, se aseguró que Hermes no lo viera y cogió su celular:Samuel.Ya está todo listo
Hariella sonrió con malicia y despejó sus pensamientos; no podía hacer eso porque acabaría con el avance y el acercamiento que había surgido entre los dos. Hermes quedaría atónito y, estaba segura, de que él no sabría que decir si se diera la vuelta y le mostrara su verdadera identidad. No era tiempo para hacerlo. No si ella quería seguir adelante con su aventura con el muchacho. Se miró a los brazos, la sola idea de que Hermes estaba detrás de ella le hacía erizar la piel de la intensidad de emociones que era capaz de provocarle aquel hombre; unas que no había experimentado antes y que la hacían latir el corazón con un ímpetu que la hacía sentirse emocionada. ya había tomado su decisión y nada le haría cambiar de parecer. Ahora utilizaría su dominio en los varios idiomas que manejaba y que hablaba con fluidez.—Bienvenido, Hermes Darner —dijo Hariella, con un melodioso y refinado acento alemán, que logró disimular su verdadera voz y se mantuvo de espaldas, sin voltear la silla—. Me h