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4. La entrevista

Hermes percibió la pesada mirada de los hombres y mujeres que estaban en los puestos de trabajo. Su corazón se inquietó, pero para relajarse recordó el rostro de aquella rubia hermosa con la que recién había hablado y también el dulce aroma de ese inolvidable perfume de flores. Eso pudo calmarlo y comenzó a caminar con cautela. Los latidos en su pecho poco a poco se fueron tranquilizando. Si aspiraba al puesto de gerente de finanzas, debía transmitir seguridad y confianza, no temor y miedo, eso no eran los rasgos de un líder.

—¿Hermes Darner? —le preguntó una bella mujer, que tenía una tabla con broche, mientras miraba los papeles sobre ella.

—Sí, soy Hermes.

—Sígueme, te llevaré a la oficina donde te harán la entrevista.

La bella mujer lo guio hasta donde estaban dos hombres y dos mujeres que también aspiraban al puesto de la empresa. Estaban sentados, cada uno, en una silla diferente, de color negro, que estaban bien ordenadas en filas, pegadas a la pared, y se ubicaban al frente de la oficina. Los cuatro se lo quedaron mirando, como si estuvieran juzgando si él podría ganar el trabajo. El ambiente era tenso y hostil. Ninguno se conocía y estaban compitiendo para quedarse con un envidiable cargo en Industrias Hansen; no había espacio para la amistad ni para demostrar debilidad ante tus potenciales rivales.

Hermes se sentó con reserva en la silla. No miró su reloj; eso era muestra de que una persona contaba los minutos para que terminara un evento, pues tenía otro más importante que el que estaba haciendo y en este momento nada más relevante que su entrevista. Había algo que todos comentaban: “La magnate es una mujer muy rica y poderosa”, decían ellos y seguían hablando maravilla, como del cuidado que debías tener, debido a su difícil carate y, aunque no la conocía, pues no había fotografías de ella, ese apodo le quedaba perfecto. Hariella Hansen, la leona. Moldeó una sonrisa grácil en su rostro.

El tiempo pasaba y cada uno de los cuatro fue pasando, hasta que al fin llegó el turno de Hermes. Aunque le llamaba la atención, que todavía no habían aparecido esas dos mujeres. Giró el cuello para ver si venían, pero no había rastro de la preciosa rubia, ni de la linda castaña. Se levantó resignado a la idea de que ellas llegaran puntuales, eso le preocupaba.

Hermes entró a la oficina, que era bastante lujosa. El vidrio transparente podía dejar apreciar el increíble panorama a otros monumentales rascacielos. Pero en otra oportunidad podría apreciar tal belleza de paisaje. Se concentró en el hombre del elegante traje de color azul que estaba sentado detrás del escritorio de cristal. Sin duda, era una buena señal que hayan concedido en el mismo color del traje. El entrevistador era de semblante serio y un hombre mayor, algo que podría colocar nervioso a cualquier aspirante, pero Hermes logro mantenerse tranquilo.

—¿Hermes Darner? —preguntó aquel señor con voz neutra.

Esa era la prueba de una monótona y repetida secuencia de preguntas. ¿Cuántas veces había repetido el mismo cuestionario en este día? Muchas veces, pero lo que era genial, era que, para esas mismas interrogantes, siempre había respuestas diferentes, y todas llenas de esperanza e ilusión por querer adueñarse del cargo de gerente de finanzas o, en términos generales, de cualquier puesto al que sea, que aspiraban. Ese era el anhelo de jóvenes y adultos, tener la posibilidad de ser seleccionados y demostrar su potencial. Lo único que necesitaban era solo una oportunidad.

—Sí, señor. Soy Hermes Darner.

El encuestador le dio un rápido vistazo de arriba hacia abajo.

—Toma asiento, por favor. —Le señaló la silla, en la que recibía a los que realizaban la entrevista. Hermes se sentó y acomodó el maletín en sus piernas—. Bien, háblame de ti, Hermes.

«Esa pregunta es más difícil que cualquiera de mis exámenes en la universidad», pensó Hermes. Apenas comenzaban y ya las preguntas eran de extremo cuidado.

—Me mudé a esta ciudad para iniciar mis estudios. Terminé mi pregrado hace dos años y mi posgrado hace un par de meses. Tengo un hermano menor y mis padres todavía viven juntos y felices. Me gusta leer y también me gustan los deportes para mantenerme saludable y en forma —respondió Hermes y él mismo se sorprendió de la seriedad en el tono de su voz.

—Y dime, ¿por qué estás interesado en este puesto?

—Estoy entusiasmado con las posibilidades que ofrece su prestigiosa empresa. Me gustaría formar parte de su éxito en el futuro y quiero ayudarla a crecer mediante la gerencia de finanzas y así lograr un excelente desarrollo en las actividades de obtención, administración y ahorro del dinero.

Las palabras fluyeron de su boca como si alguien se las susurrara al oído y pudo notar el asombro en el rostro del entrevistador. Era normal que muchos se equivocaran o titubearan al responder, producto de los nervios. Hermes, al ver tenido un inicio impecable, la convicción de que podría seguir contentando así de bien, le llenaron el cuerpo y se sentía seguro de que podría conseguirlo.

—Interesante —prosiguió el encuestador—, y dime, ¿por qué eres la persona ideal para este empleo?

—Este trabajo se adapta de manera perfecta a mis competencias —dijo Hermes, rebosante de serenidad al momento de expresar su respuesta y parecía que se había convertido en un diestro maestro de la oratoria—. Estoy convencido de que su empresa es la idónea para mis intereses y habilidades…

La entrevista finalizó luego de varios minutos. Hermes había quedado satisfecho, pues había expresado y mostrado todo su material para poder ser el escogido, desde su currículo hasta su registro de notas. El directo lo tendría en cuenta y que quedara pendiente a la llamada o al mensaje que le avisaba si había sido rechazado o si, por el contrario, había sido el afortunado. Respiró lento y profundo, como si le hubieran quitado un gran peso de la espalda, pero enseguida recordó a aquella preciosa rubia y a su acompañante. Se detuvo en la puerta y miró con rapidez a los asientos, pero no vio a nadie.

«Se demoran mucho. Ya deberían de estar aquí».

—Disculpe —dijo Hermes, se dio la vuelta y captó la atención de aquel hombre—. Dos amigas mías se han retrasado, pero es un hecho que ellas llegaran. Se la ha presentado una emergencia, intercedo por ambas para que las espere un poco más.

—Tranquilo, no te preocupes por eso. Aquí cada quien responde por sus acciones.

—Gracias, señor.

Hermes salió del despacho y cuando lo hizo, la secretaria del encargado de las entrevistas se acercó hasta él.

—¿Hay más candidatos al puesto de gerente de finanzas? —preguntó el hombre, ante la duda de lo que le había dicho el joven que recién había salido.

—No, señor —contestó ella—. Hermes Darner era el último, ya no hay más nadie en la lista.

—Entonces, ¿a qué amigas se refería? —murmuró él.

—¿Disculpe? —interrogó extrañada la secretaria, no había entendido lo que había querido decir su jefe.

—No es nada, puedes retirarte.

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