3. Una rosa de Hariella para Hermes

Hermes salió del edifico administrativo de Industrias Hansen. El viento lo refrescaba la piel y le movía su ondulado cabello castaño. El sol comenzó a resplandecer con más fuerza. Era lindo estar vivo y poder disfrutar de todo esto. Las personas entraban y salían del imponente rascacielos, y por la carretera pavimentada pasaban automóviles y motocicletas, era cómodo escucharlos. Vio su reloj, apenas comenzaba el día y no había rastro de aquella hermosa mujer. Se desanimó de inmediato. ¿Cuándo podría volver a verla, si no sabía nada de ella? Quizás todavía no se había ido y seguía dentro, pero que se quedaría haciendo para poder esperarla.

—¡Flores, Flores! Llévela en un ramo o una sola por aparte —anunció una vendedora de avanzada edad en su puesto ambulante y Hermes supo lo que tenía que hacer.

Esa era un motivo perfecto para quedarse y así mataría el tiempo. Hermes se acercó a la vendedora y observó la variedad que tenía, era un pequeño y lindo jardín móvil. Algunas estaban decoradas y cubiertas por papel kraft de distintos colores. Pero la que le llamó más la atención fueron las rosas amarillas, le recordaba el sedoso cabello dorado de aquella preciosa mujer de piel blanca y mejillas rosadas.

—¿Cuánto cuestan las rosas amarillas? —preguntó Hermes con amabilidad a la vendedora.

—Esas valen seis dólares.

—Ya veo —dijo Hermes, detallando a las otras y vio que ciertas rosas estaban protegidas por un cristal de forma cilíndrica y por debajo estaban selladas por una superficie de madera lisa pintada de negro—. ¿Y esas que están cubiertas?

—Esas son rosas preservadas o las rosas eternas, porque han sido expuestas a un tratamiento que le permite durar de tres a cinco años, y tienen un valor de veintidós dólares.

—Increíble y muy bella la rosa amarilla.

—Veo que solo has preguntado por esa. Significa juventud, alegría, belleza, amistad y la sensualidad.

—Entonces es la rosa perfecta que necesito en estos momentos.

—Eso quiere decir que quieres conquistar a alguien —dijo la vendedora, sonriendo con complicidad—. Regálale una amarilla para enamorarla y cuando ya sean pareja, obséquiale una rosa roja para que te siga amando, pues hace referencia al amor, la pasión, la atracción y al erotismo que sientes por la pareja.

—¿Erotismo? —dijo Hermes con timidez.

—Sí, ya sabes, cuando la tomas en tus brazos y…

Hermes carraspeó su garganta, para evitar que la señora siguiera hablando y sus mejillas se ruborizaron con levedad. Aquella mujer era tan preciosa que parecía un ángel inmaculado y ni siquiera en su imaginación podía corromper el bello recuerdo de la hermosa rubia.

—Entiendo a lo que se refiere, no es necesario entrar en detalles.

—No seas tímido muchacho, a las mujeres les gustan los hombres decididos que inspiren confianza y las hagan sentir seguras, te lo digo yo que soy mujer y tengo bastante experiencia. Si cumples esos tres rasgos, ten por seguro que te volverás en un auténtico conquistador y tendrás a muchas mujeres enamoradas de ti —comentó la vendedora, con mucho dominio sobre el tema—. Ten por seguro que, hasta la mujer más ruda, fría y de carácter difícil, aunque se pueda defender por ella misma sin ningún problema, recibirá a gusto un compañero que la haga que se sienta protegida y en el cual puedan confiar.

Hermes escuchó atento las enseñanzas de su desconocida maestra y grabó sus palabras en su cerebro, de hecho, ella era la de la experiencia y su simple consejo, parecía tener mucha lógica.

—Así que la rosa amarilla es para conquistar y debo ser decidido, entonces. —Hermes cogió una rosa y extendió su brazo hacia la vendedora—. Déjeme obsequiarle esta linda rosa amarilla nacida del sol, maestra.

La vendedora se echó a reír ante el coqueteo bromista de Hermes y aceptó la rosa, como si fuera una joven doncella.

—Gracias por tu bello detalle. —La vendedora volvió a colocar la rosa en su lugar—. ¿Necesitas una, cierto?

—Sí, la necesito, pero el problema es que debo esperar a que ella salga y quería preguntarle, ¿si me podría dejar ayudarle a vender las flores hasta que ella aparezca? Moriré aburrido si solo me quedo sentado —expresó Hermes con más ánimo, debido a su anterior conversación.

—¿Y ese era el problema? Claro que sí, para ayudarte a conquistarla eso no es ningún inconveniente.

—¿En serio? Gracias, maestra, le estaré agradecido toda la vida —dijo Hermes, emocionado y se puso al lado de la vendedora.

—Solo debes hacerme la madrina de alguno de sus hijos.

—Bueno, tampoco hay que adelantarnos tanto, pero si eso llegara a pasar, tenga por segura que así será, maestra.

Hermes se quitó el saco azul y la corbata, y se quedó solo con su camisa blanca, para poder ayudar a la vendedora de flores. La señora era demasiado amable, había tenido mucha suerte de habérsela encontrado. Había sido como mandada del cielo para ayudarlo a enamorar a aquel hermoso ángel de cabello rubio y brillante como el oro y de esos encantadores ojos azules.

—Disculpe señora —dijo el guardia de seguridad de Industrias Hansen—. Esta es una zona privada, no puede vender aquí, la presidenta es una mujer muy estricta y no esto no le gustará.

—Pero ya había vendido varias veces aquí y no había tenido problemas —refutó la vendedora.

—Es porque hoy se encuentra la presidenta aquí y las otras veces no. Es…

El radio que tenía el vigilante en su cinturón comenzó a sonar y se distanció para hablar.

—Tranquila, buscaremos otro lugar, no se preocupe —consoló Hermes a la vendedora y le ayudó a mover el puesto ambulante que, gracias a las ruedas, era más fácil hacerlo.

Le avisó que tomara sus cosas, pero cuando ya se estaban marchando, el guardia de seguridad llegó a toda prisa donde ellos. Parecía asustado, como si hubiera visto a un horrible fantasma.

—Esperen, ya no es necesario que se vayan, pueden quedarse —dijo el guardia, agitado.

Hermes miró extraño al guardia, parecía otra persona después de haber hablado por su radio. No había muchas opciones y lo más seguro era de que alguien la haya dado la orden. ¿Pero quién? La presidente no podía estar interesada en algo sin relevancia como esto. No, no podría ser ella, quizás otra persona.

Hariella volvió a colocar el teléfono fijo en su sitio y moldeó una sonrisa de satisfacción en sus carnosos labios pintados de rojo. Su mirada estaba centrada los videos de las cámaras que se mostraban en su computadora y sus ojos parecían brillar. Había visto lo que pasaba afuera del edificio desde el comienzo hasta el final y susurró para ella misma:

—Hermes Darner.

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