Hermes salió del edifico administrativo de Industrias Hansen. El viento lo refrescaba la piel y le movía su ondulado cabello castaño. El sol comenzó a resplandecer con más fuerza. Era lindo estar vivo y poder disfrutar de todo esto. Las personas entraban y salían del imponente rascacielos, y por la carretera pavimentada pasaban automóviles y motocicletas, era cómodo escucharlos. Vio su reloj, apenas comenzaba el día y no había rastro de aquella hermosa mujer. Se desanimó de inmediato. ¿Cuándo podría volver a verla, si no sabía nada de ella? Quizás todavía no se había ido y seguía dentro, pero que se quedaría haciendo para poder esperarla.
—¡Flores, Flores! Llévela en un ramo o una sola por aparte —anunció una vendedora de avanzada edad en su puesto ambulante y Hermes supo lo que tenía que hacer.
Esa era un motivo perfecto para quedarse y así mataría el tiempo. Hermes se acercó a la vendedora y observó la variedad que tenía, era un pequeño y lindo jardín móvil. Algunas estaban decoradas y cubiertas por papel kraft de distintos colores. Pero la que le llamó más la atención fueron las rosas amarillas, le recordaba el sedoso cabello dorado de aquella preciosa mujer de piel blanca y mejillas rosadas.
—¿Cuánto cuestan las rosas amarillas? —preguntó Hermes con amabilidad a la vendedora.
—Esas valen seis dólares.
—Ya veo —dijo Hermes, detallando a las otras y vio que ciertas rosas estaban protegidas por un cristal de forma cilíndrica y por debajo estaban selladas por una superficie de madera lisa pintada de negro—. ¿Y esas que están cubiertas?
—Esas son rosas preservadas o las rosas eternas, porque han sido expuestas a un tratamiento que le permite durar de tres a cinco años, y tienen un valor de veintidós dólares.
—Increíble y muy bella la rosa amarilla.
—Veo que solo has preguntado por esa. Significa juventud, alegría, belleza, amistad y la sensualidad.
—Entonces es la rosa perfecta que necesito en estos momentos.
—Eso quiere decir que quieres conquistar a alguien —dijo la vendedora, sonriendo con complicidad—. Regálale una amarilla para enamorarla y cuando ya sean pareja, obséquiale una rosa roja para que te siga amando, pues hace referencia al amor, la pasión, la atracción y al erotismo que sientes por la pareja.
—¿Erotismo? —dijo Hermes con timidez.
—Sí, ya sabes, cuando la tomas en tus brazos y…
Hermes carraspeó su garganta, para evitar que la señora siguiera hablando y sus mejillas se ruborizaron con levedad. Aquella mujer era tan preciosa que parecía un ángel inmaculado y ni siquiera en su imaginación podía corromper el bello recuerdo de la hermosa rubia.
—Entiendo a lo que se refiere, no es necesario entrar en detalles.
—No seas tímido muchacho, a las mujeres les gustan los hombres decididos que inspiren confianza y las hagan sentir seguras, te lo digo yo que soy mujer y tengo bastante experiencia. Si cumples esos tres rasgos, ten por seguro que te volverás en un auténtico conquistador y tendrás a muchas mujeres enamoradas de ti —comentó la vendedora, con mucho dominio sobre el tema—. Ten por seguro que, hasta la mujer más ruda, fría y de carácter difícil, aunque se pueda defender por ella misma sin ningún problema, recibirá a gusto un compañero que la haga que se sienta protegida y en el cual puedan confiar.
Hermes escuchó atento las enseñanzas de su desconocida maestra y grabó sus palabras en su cerebro, de hecho, ella era la de la experiencia y su simple consejo, parecía tener mucha lógica.
—Así que la rosa amarilla es para conquistar y debo ser decidido, entonces. —Hermes cogió una rosa y extendió su brazo hacia la vendedora—. Déjeme obsequiarle esta linda rosa amarilla nacida del sol, maestra.
La vendedora se echó a reír ante el coqueteo bromista de Hermes y aceptó la rosa, como si fuera una joven doncella.
—Gracias por tu bello detalle. —La vendedora volvió a colocar la rosa en su lugar—. ¿Necesitas una, cierto?
—Sí, la necesito, pero el problema es que debo esperar a que ella salga y quería preguntarle, ¿si me podría dejar ayudarle a vender las flores hasta que ella aparezca? Moriré aburrido si solo me quedo sentado —expresó Hermes con más ánimo, debido a su anterior conversación.
—¿Y ese era el problema? Claro que sí, para ayudarte a conquistarla eso no es ningún inconveniente.
—¿En serio? Gracias, maestra, le estaré agradecido toda la vida —dijo Hermes, emocionado y se puso al lado de la vendedora.
—Solo debes hacerme la madrina de alguno de sus hijos.
—Bueno, tampoco hay que adelantarnos tanto, pero si eso llegara a pasar, tenga por segura que así será, maestra.
Hermes se quitó el saco azul y la corbata, y se quedó solo con su camisa blanca, para poder ayudar a la vendedora de flores. La señora era demasiado amable, había tenido mucha suerte de habérsela encontrado. Había sido como mandada del cielo para ayudarlo a enamorar a aquel hermoso ángel de cabello rubio y brillante como el oro y de esos encantadores ojos azules.
—Disculpe señora —dijo el guardia de seguridad de Industrias Hansen—. Esta es una zona privada, no puede vender aquí, la presidenta es una mujer muy estricta y no esto no le gustará.
—Pero ya había vendido varias veces aquí y no había tenido problemas —refutó la vendedora.
—Es porque hoy se encuentra la presidenta aquí y las otras veces no. Es…
El radio que tenía el vigilante en su cinturón comenzó a sonar y se distanció para hablar.
—Tranquila, buscaremos otro lugar, no se preocupe —consoló Hermes a la vendedora y le ayudó a mover el puesto ambulante que, gracias a las ruedas, era más fácil hacerlo.
Le avisó que tomara sus cosas, pero cuando ya se estaban marchando, el guardia de seguridad llegó a toda prisa donde ellos. Parecía asustado, como si hubiera visto a un horrible fantasma.
—Esperen, ya no es necesario que se vayan, pueden quedarse —dijo el guardia, agitado.
Hermes miró extraño al guardia, parecía otra persona después de haber hablado por su radio. No había muchas opciones y lo más seguro era de que alguien la haya dado la orden. ¿Pero quién? La presidente no podía estar interesada en algo sin relevancia como esto. No, no podría ser ella, quizás otra persona.
Hariella volvió a colocar el teléfono fijo en su sitio y moldeó una sonrisa de satisfacción en sus carnosos labios pintados de rojo. Su mirada estaba centrada los videos de las cámaras que se mostraban en su computadora y sus ojos parecían brillar. Había visto lo que pasaba afuera del edificio desde el comienzo hasta el final y susurró para ella misma:
—Hermes Darner.
—¿Ya han terminado las entrevistas a los aspirantes de gerente de finanzas? —preguntó Hariella a Lena, luego de haberla llamado.Ya habían pasado algunos minutos desde que había hablado con Hermes. Él se veía motivado y confiado de que obtendría el puesto y la copia del currículo que había visto, era bueno y también el registro de notas. Hermes cumplía con un buen perfil, como para poder desempeñar ese cargo.—Me han avisado que sí, ya han terminado, señora.—Tráeme los resultados, quiero verlos.Lena cumplió con el mandato de Hariella y al rato, llegó con lo que le había pedido. No necesitaba ser una bruja para saber a quién quería buscar: a Hermes Darner. Ella también había leído la información de él. Se preguntaba si en verdad había logrado captar la atención de su señora. Podría ser solo momentáneo, nada de lo que preocuparse. Se le pasaría después de la prueba que Hariella le había ordenado realizar. Pero, y si resultara cierto que desconocía de la identidad de Hariella y no esta
—Haremos un receso de una hora —anunció Lena a los miembros de la junta directiva—. La reunión continuará a la una en punto de la tarde.Los ejecutivos se levantaron de sus cómodas sillas que, estaban frente a una larga y delgada mesa rectangular de madera pulida color marrón claro, y le hicieron una reverencia a Hariella y salario del despacho. La sala era grande y los vidrios daban vista a la hermosa ciudad.Hariella estaba sentada a la cabeza y detrás de ella, sobre la pared blanca, también estaba un tablero tecnológico. Se puso recta en silla, se tocó los hombros y el cuello. Tanto tiempo sentada con la misma postura le causaba pequeños dolores, pero no eran de importancia, se le pasaban luego de una pequeña caminata.—¿Quiere que programe una cita con la masajista, señora Hariella? —preguntó Lena al ver a su señora, mostrando malestar, por la posición en que había estado.—No, no es necesario —dijo Hariella, colocándose de pie y mirando a través de la ventana, en tanto caminaba p
Hermes regresó al edificio de la empresa. La vendedora de flores le había guardado el maletín al igual que la rosa amarilla eterna, el frasco que la protegía se había roto. En ese estado no podía regalarlo. La señora había vendido todas las flores, por lo que ya no le quedaba ninguna. Eso lo entristeció, más que haber perdido la oportunidad de conversar con su precioso ángel, que ya no estaba presente por los alrededores.—¿A dónde vas, muchacho? —preguntó la vendedora al verlo caminar cabizbajo.—Debo irme.—¿Y no te llevarás esto? —La vendedora sacó la última rosa amarilla eterna y los ojos de Hermes se iluminaron llenos de felicidad—. La había apartado para ti, toma.Hermes se regresó hasta la señora y le dio un fuerte abrazo.—Gracias, maestra.Hariella llegó a su deslumbrante mansión que, se encontraba muy alejada de la empresa; a ella le gustaba la tranquilidad y solo en esta zona exclusiva, podía tener armonía. Ahí, distante del bullicio de la gran ciudad.El guardia de segurid
Hermes se encontraba frente a una alargada reja. El guardia lo miraba a través de la ventanilla de la caseta de vigilancia. Había tardado en llegar y no hallaba la dirección, lo que provocó que se tardara varias horas para llegar a su destino. Estaba agitado, sudado y sus piernas le dolían, pero no quería esperar hasta mañana para devolver el bolso con el dinero y algo en su pecho, le decía que debía entregarlo hoy. El corazón le palpitó con fortaleza, tragó saliva y quedó hechizado cuando la vio a ella. A pesar de las luces de la mansión, ella relucía con brillo propio, como si un aura celestial la cubriera por cada rincón de su maravilloso cuerpo. Hermes se ruborizó al percatarse del relevador atuendo que traía puesto su precioso ángel.—Hola —dijo Hermes, caminó y se puso al frente de Hariella, sus miradas se buscaban, como si sus ojos tuvieran adheridos imanes de cargas contrarias. Ella lucia más baja, pero a la vez, más encantadora—. Esto es tuyo. —Le entregó el bolso y ella lo r
Hariella sentía el agradable peso de los labios de Hermes contra su boca. Escuchó el sonido del maletín, cuando él lo dejó caer en el suelo y enseguida pudo apreciar los dos brazos que la rodeaban por la cintura, que la jalaron hacia él, haciendo que sus pechos se aplastaran en el cuerpo de Hermes. La piel de ambos ardía, y ni el reconfortante llanto de las nubes, que se expresaba en una repentina lluvia, podía apagar el naciente fuego que les quemaba el pecho, como una incontrolable flama, que los arropaba como un incitante y lujurioso abrigo. Entonces, sintió que no podía respirar. Así, que se detuvo y se vio obligada que despagarse de Hermes, para volver a tomar aire.La respiración de los dos era pesada y caliente, el pecho les brincaba con intensidad por el apasionado beso. Hariella le quitó los lentes y observó el cautivador rostro de Hermes. Ya estaba claro para ella, ese muchacho era enloquecedor y atractivo, pero, sobre todo, era alguien bueno y honesto. Era alguien a la que
Hermes esperaba en el sitio acordado en el que le había dicho a Hariella. Estaba inquieto y emocionado. Ella había aceptado sin colocar excusa y sin demora, lo que era una buena señal. Acercó la palma de su mano a su boca y exhaló varias veces; la reunión no había demorado tanto y todavía su aliento era mentolado.El sol estaba por colocarse y la tarde era fresca y gratificante. Hace algunos días Hermes no tenía nadie con quien compartir o salir, pero ahora estaba esperando a la mujer que consideraba un auténtico ángel.Hermes sintió varios toques suaves en su hombro derecho, lo que le hizo voltearse y ahí estaba ella: La magnate, Hariella Hansen, aunque esta identidad no era la que él conocía, sino a Hela Hart; una mujer común y corriente, que era ama de llaves en una lujosa mansión. Se quedó observándola, hoy vestía un traje formal de dos piezas, que se le veía tan hermoso. Creía que no había prenda, que se le viera mal, no a ella.Hariella llevaba puesto un pantalón y una chaqueta
Hariella y Hermes se quedaron observando el paisaje por algunos minutos.Hariella se quitó el sombrero y se acomodó el cabello rubio.Hermes la miró y quedó más maravillado con ella. Estaba seguro de que no volvería a conocer a una mujer tan preciosa como esa que tenía al frente.Luego bajaron del edificio. La noche ya era la que dominaba las alturas y las luces de las pantallas públicas eran las que iluminaban su camino. Ambos se habían vuelto más cercanos, como si hubieran derribado un muro invisible, que ahora les daba más confianza entre ellos. El reloj marcaba las seis y cincuenta de la tarde. El tiempo había pasado volando y lo habían disfrutado estando juntos.Hariella le daba miradas disimuladas a Hermes y sonreía para ella misma. La altura de él combinaba a la perfección con la de ella. La personalidad de Hermes era calmada y tranquila, mientras que la de ella era un poco más estricta, rígida y formal, pero con él, había encontrado una nueva Hariella; una que disfrutaba de lo
Al día siguiente, Hermes se presentó el imponente rascacielos de Industrias Hansen. Las palabras de Hariella lo habían motivado a aceptarlo. Asé que le entregó el contrato firmado a Samuel Park, el director del departamento de recursos humano y ambos se saludaron de mano para mostrar su entusiasmo.—Está bien, Hermes. Ahora espera, escogeremos a alguien para que te indique lo que tienes que hacer y para que te muestre cada uno de los departamentos del edificio, así sabrás a donde llevar los paquetes que debas entregar. ¿Tienes alguna pregunta? —dijo Samuel con amabilidad.—Ninguna, todo me ha quedado claro. Esperaré.—Entonces, bienvenido a Industrias Hansen, la empresa manufactura nacional e internacional más poderosa del mundo y la que domino los grandes mercados. Es un placer tener a talentos como tú bajo nuestro nombre.Samuel le dio un apretón de manos a Hermes y se marchó a su oficina. Apenas entró, se aseguró que Hermes no lo viera y cogió su celular:Samuel.Ya está todo listo