Las puertas se cerraron y las dos quedaron de nuevo en silencio y en tranquilidad.
Hariella había disfrutado de la conversación con el muchacho y hasta entonces se percató de que no se habían presentado y no había llegado a descubrir el nombre de ese hombre con el que había hablado hace pocos segundos, pero eso podría solucionarse. Hace mucho que nadie le hablaba con esa confianza, debido a su cargo, las charlas siempre eran estrictas y puntuales.
—¿Crees que sea alguien bueno? —interrogó Hariella a su secretaria Lena, quebrando la armonía en la que habían quedado.
Lena lo pensó antes de responder, podría estar fingiendo a la vez que en verdad no conocía la identidad de su jefa. La pregunta se había convertido en un auténtico dilema, no tenía pruebas ni la certeza que, aquel joven estaba mintiendo y no podía ir por el mundo acusando a todos los hombres que se acercaran a Hariella de estafadores o farsantes. Tendría que averiguarlo primero antes de dar un veredicto acusatorio en contra de él, y eso se le sumaba cuando notó el cambio en la voz de su señora. Lena, era quizás la que más conocía a Hariella y sabía que en el fondo esperaba que le dijera que era alguien bueno, pero no hablaría bien de él, si era por cuestión de pretendientes para su señora; un aspirante a gerente no era digno de ella y menos un jovencito que no podría darle más de lo que su señora tenía. Pero tampoco hablaría mal; una respuesta neutra era lo más sabio en este momento.
—No lo sé —dijo Lena—. Parecía ser sincero, pero a la vez podría ser un buen actor. Nunca se sabe, mi señora.
—Hay mucha certeza en tus palabras, Lena.
Luego de varios segundos, ambas llegaron al apartamento ejecutivo y salieron del elevador.
Hariella caminó despacio, con su hermoso rostro levantado. Apenas la vieron llegar, todos los demás ejecutivos se levantaron de sus asientos e inclinaron su espalda hacia adelante como muestra de respeto a la magnate. Esto no fue impuesto por Hariella; ellos la hacían por su gusto. Llegó a la más grande de las oficinas y Lena le abrió la puerta. Allí se sentó en su cómoda y acolchada silla de escritorio de color negro, que más parecía el trono de una reina moderna. El vidrio detrás de ella era transparente y le permitía ver el hermoso panorama de la ciudad. Reposó sus codos sobre la rectangular mesa de cristal y se puso las manos al frente de su cara y miró a Lena.
—Tráeme la información de él.
Luego de varios minutos, Lena volvió a entrar a la oficina con una carpeta marrón, en donde estaba el nombre y una foto de aquel hombre que había hablado con ella.
—¿Alguna otra cosa, señora Hariella? —preguntó Lena con voz apacible.
—No, eso es todo. Puedes retirarte.
Lena se marchó y dejó a Hariella sola en su increíble oficina.
—Hermes Darner —dijo Hariella y abrió el portafolio para comenzar a leer la información que estaba en los papeles—. Veinticuatro años, bastante joven y también muy alto. Terminó la carrera de pregrado de administración de empresas y recién ha terminado el posgrado, también es bastante listo.
Hariella siguió leyendo y, después de haber terminado, cogió el teléfono de su escritorio y llamó a Lena para que se presentara de nuevo en su oficina.
—¿Se le ofrece algo, señora Hariella? —preguntó Lena, al instante en que llegó al despacho.
—¿Cuántos años me pondrías si fuera la primera vez que me vieras? No lo pienses, solo dilo.
Lena miró a su señora y le causaba cierto temor responder, aunque se tenían confianza, Hariella siempre se mantenía de mal humor y cuando no lo estaba, como en esta ocasión, cualquier cosa que no le gustara, le hacía cambiar en un parpadeo su genio. Además, no entendía la pregunta, a su señora nunca le había importado lo que dijeran de ella y menos de su apariencia. Ni para Lena, ni para nadie en la empresa, era un secreto que, la señora Hariella, era una mujer que todavía era joven, de apenas treinta y dos años, que era preciosa, multimillonaria, grandiosa y con un liderazgo innato que, nada más la había hecho cosechar éxito tras éxito.
Había algo en lo que Lena no podía estar más de acuerdo, y eran las palabras de aquel muchacho: “Hariella es un sueño”, si lo era para él, mucho más para una mujer. Lena siempre había admirado a Hariella, porque a pesar de su dinero, ella siempre se había esforzado más que los demás, y no se había destacado como una de las mejores, sino como la mejor.
Lena vaciló al dar la respuesta y reflexionó unos segundos.
«¿Acaso es por él?», pensó Lena. El comportamiento extraño de su señora en el ascensor y ahora esa pregunta que ella no acostumbra a tenerle importancia.
«No, él no podría haber llamado la atención de la señora Hariella».
Lena recordó todas las veces que Hariella había rechazado a atractivos y millonarios empresarios que la habían pretendido, pero ella no había mostrado ningún interés en ellos y los había rechazado sin titubeo y de forma directa para que no hubiera confusiones. Un simple muchacho, aspirante a gerente en su empresa, no podía haber llamado la atención de su inalcanzable señora. No, si aquellos hombres adinerados y bien vestidos no pudieron enamorar a Hariella Hansen, menos ese modesto jovencito de carácter blando y pasivo.
—Veintiocho —dijo Lena y respiró tranquila por su respuesta al ver el rostro de satisfacción de Hariella.
—Está bien —dijo Hariella—. Creo que he encontrado la manera de probar si ese hombre es bueno o malo; si en verdad no sabía quién era yo o si solo es un perfecto estafador. Si es malo, tendrá un precio por el cual quedará hechizado, y si es bueno, ignorará el dinero por completo. Pero por supuesto que él ha venido por el dinero. —Hariella se levantó de su silla con su rostro serio e inexpresivo y cogió su ostentoso bolso de mujer—. Haz lo que te diré al pie de la letra, Lena.
—Como usted ordene, señora Hariella.
Hermes percibió la pesada mirada de los hombres y mujeres que estaban en los puestos de trabajo. Su corazón se inquietó, pero para relajarse recordó el rostro de aquella rubia hermosa con la que recién había hablado y también el dulce aroma de ese inolvidable perfume de flores. Eso pudo calmarlo y comenzó a caminar con cautela. Los latidos en su pecho poco a poco se fueron tranquilizando. Si aspiraba al puesto de gerente de finanzas, debía transmitir seguridad y confianza, no temor y miedo, eso no eran los rasgos de un líder.—¿Hermes Darner? —le preguntó una bella mujer, que tenía una tabla con broche, mientras miraba los papeles sobre ella.—Sí, soy Hermes.—Sígueme, te llevaré a la oficina donde te harán la entrevista.La bella mujer lo guio hasta donde estaban dos hombres y dos mujeres que también aspiraban al puesto de la empresa. Estaban sentados, cada uno, en una silla diferente, de color negro, que estaban bien ordenadas en filas, pegadas a la pared, y se ubicaban al frente de
Hermes salió del edificio administrativo de Industrias Hansen. El viento le refrescaba la piel y le movía su ondulado cabello castaño. El sol comenzó a resplandecer con más fuerza. Era lindo estar vivo y poder disfrutar de todo esto. Las personas entraban y salían del imponente rascacielos, y por la carretera pavimentada pasaban automóviles y motocicletas; era cómodo escucharlos. Además, ya había pasado lo difícil, que era la entrevista que tan nervioso y asustado lo tenía. La conversación con aquella hermosa rubia lo había calmado un poco. Vio su reloj, apenas comenzaba el día y no había rastro de aquella hermosa mujer tan preciosa de cabello brillante y ojos celestes. Se desanimó de inmediato. ¿Cuándo podría volver a verla, si no sabía nada de ella? Quizás todavía no se había ido y seguía dentro, pero que se quedaría haciendo para poder esperarla.—¡Flores, Flores! Llévela en un ramo o una sola por aparte —anunció una vendedora de avanzada edad en su puesto ambulante y Hermes supo lo
—¿Ya han terminado las entrevistas a los aspirantes de gerente de finanzas? —preguntó Hariella a Lena, luego de haberla llamado.Ya habían pasado algunos minutos desde que había hablado con Hermes. Él se veía motivado y confiado de que obtendría el puesto y la copia del currículo que había visto, era bueno y también el registro de notas. Hermes cumplía con un buen perfil, como para poder desempeñar ese cargo.—Me han avisado que sí, ya han terminado, señora.—Tráeme los resultados, quiero verlos.Lena cumplió con el mandato de Hariella. Al rato, llegó con lo que le había pedido. No necesitaba ser una bruja para saber a quién quería buscar: a Hermes Darner. Ella también había leído la información de él. Se preguntaba si en verdad había logrado captar la atención de su señora. Podría ser solo momentáneo, nada de lo que preocuparse. Se le pasaría después de la prueba que Hariella le había ordenado realizar. Pero, y si resultara cierto que desconocía de la identidad de Hariella y no estaba
—Haremos un receso de una hora —anunció Lena a los miembros de la junta directiva—. La reunión continuará a la una en punto de la tarde.Los ejecutivos se levantaron de sus cómodas sillas que, estaban frente a una larga y delgada mesa rectangular de madera pulida color marrón claro, y le hicieron una reverencia a Hariella y salieron del despacho. La sala era grande y los vidrios daban vista a la hermosa ciudad.Hariella estaba sentada a la cabeza y detrás de ella, sobre la pared blanca, también estaba un tablero tecnológico. Se puso recta en silla, se tocó los hombros y el cuello. Tanto tiempo, sentada, en la misma postura le causaba pequeños dolores, pero no eran de importancia, se le pasaban luego de una pequeña caminata.—¿Quiere que programe una cita con la masajista, señora Hariella? —preguntó Lena al ver a su señora, mostrando malestar, por la posición en que había estado.—No, no es necesario —dijo Hariella, colocándose de pie y mirando a través de la ventana, en tanto caminaba
Hermes regresó al edificio de la empresa. La vendedora de flores le había guardado el maletín al igual que la rosa amarilla eterna; el frasco que la protegía se había roto. En ese estado no podía regalarlo. La señora había vendido todas las flores, por lo que ya no le quedaba ninguna. Eso lo entristeció, más que haber perdido la oportunidad de conversar con su precioso ángel, que ya no estaba presente por los alrededores.—¿A dónde vas, muchacho? —preguntó la vendedora al verlo caminar cabizbajo.—Debo irme.—¿Y no te llevarás esto? —La vendedora sacó la última rosa amarilla eterna y los ojos de Hermes se iluminaron llenos de felicidad—. La había apartado para ti, toma.Hermes se regresó hasta la señora y le dio un fuerte abrazo.—Gracias, maestra.Hariella llegó a su deslumbrante mansión que, se encontraba muy alejada de la empresa; a ella le gustaba la tranquilidad y solo en esta zona exclusiva, podía tener armonía. Ahí, distante del bullicio de la gran ciudad.El guardia de segurida
Hermes se encontraba frente a una alargada reja. El guardia lo miraba a través de la ventanilla de la caseta de vigilancia. Había tardado en llegar y no hallaba la dirección, lo que provocó que se tardara varias horas para llegar a su destino. Estaba agitado, sudado y sus piernas le dolían, pero no quería esperar hasta mañana para devolver el bolso con el dinero y algo en su pecho, le decía que debía entregarlo hoy. El corazón le palpitó con fortaleza, tragó saliva y quedó hechizado cuando la vio a ella. A pesar de las luces de la mansión, ella relucía con brillo propio, como si un aura celestial la cubriera por cada rincón de su maravilloso cuerpo. Hermes se ruborizó al percatarse del relevador atuendo que traía puesto su precioso ángel.—Hola —dijo Hermes, caminó y se puso al frente de Hariella. Sus miradas se buscaban, como si sus ojos tuvieran adheridos imanes de cargas contrarias. Ella lucia más baja, pero a la vez, más encantadora—. Esto es tuyo. —Le entregó el bolso y ella lo re
Hariella sentía el agradable peso de los labios de Hermes contra su boca. Escuchó el sonido del maletín, cuando él lo dejó caer en el suelo y enseguida pudo apreciar los dos brazos que la rodeaban por la cintura, que la jalaron hacia él, haciendo que sus pechos se aplastaran en el cuerpo de Hermes. La piel de ambos ardía, y ni el reconfortante llanto de las nubes, que se expresaba en una repentina lluvia, podía apagar el naciente fuego que les quemaba el pecho, como una incontrolable flama, que los arropaba como un incitante y lujurioso abrigo. Entonces, sintió que no podía respirar. Así, que se detuvo y se vio obligada a despagarse de Hermes, para volver a tomar aire.La respiración de los dos era pesada y caliente, el pecho les brincaba con intensidad por el apasionado beso. Hariella le quitó los lentes y observó el cautivador rostro de Hermes. Ya estaba claro para ella, ese muchacho era enloquecedor y atractivo, pero, sobre todo, era alguien bueno y honesto. Era alguien a la que ell
Hermes se hallaba en el apartamento de recursos humanos. Había recibido un mensaje donde lo citaban a que viniera a la empresa. Esta vez se había colocado un traje de etiqueta color negro y se había rociado perfume. Una sonrisa se le pintaba en los labios. ¿Para qué otra razón lo llamaría la prestigiosa empresa de Industrias Hansen? Eso era claro para él; había sido el seleccionado. Estaba seguro de ello y se preparaba para escuchar las buenas nuevas. La misma mujer que lo había recibido la vez pasada, lo volvió a invitar al mismo despacho, donde estaba el mismo hombre que lo había entrevistado.—Bienvenido, Hermes, toma asiento por favor —dijo el encuestador—. La vez anterior quizás no nos presentamos, mi nombre es Samuel Park. —Saludó a Hermes con su mano—. Yo soy el director del apartamento de recursos humanos. Lo que quiere decir, que eso me hace el responsable del reclutamiento de empleados dentro de Industrias Hansen, además actúo como el mediador entre los empleados y sus superi