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3. El plan de Hariella

Las puertas se cerraron y las dos quedaron de nuevo en silencio y en tranquilidad.

Hariella había disfrutado de la conversación con el muchacho y hasta entonces se percató de que no se habían presentado y no había llegado a descubrir el nombre de ese hombre con el que había hablado hace pocos segundos, pero eso podría solucionarse. Hace mucho que nadie le hablaba con esa confianza, debido a su cargo, las charlas siempre eran estrictas y puntuales.

—¿Crees que sea alguien bueno? —interrogó Hariella a su secretaria Lena, quebrando la armonía en la que habían quedado.

Lena lo pensó antes de responder, podría estar fingiendo a la vez que en verdad no conocía la identidad de su jefa. La pregunta se había convertido en un auténtico dilema, no tenía pruebas ni la certeza que, aquel joven estaba mintiendo y no podía ir por el mundo acusando a todos los hombres que se acercaran a Hariella de estafadores o farsantes. Tendría que averiguarlo primero antes de dar un veredicto acusatorio en contra de él, y eso se le sumaba cuando notó el cambio en la voz de su señora. Lena, era quizás la que más conocía a Hariella y sabía que en el fondo esperaba que le dijera que era alguien bueno, pero no hablaría bien de él, si era por cuestión de pretendientes para su señora; un aspirante a gerente no era digno de ella y menos un jovencito que no podría darle más de lo que su señora tenía. Pero tampoco hablaría mal; una respuesta neutra era lo más sabio en este momento.

—No lo sé —dijo Lena—. Parecía ser sincero, pero a la vez podría ser un buen actor. Nunca se sabe, mi señora.

—Hay mucha certeza en tus palabras, Lena.

Luego de varios segundos, ambas llegaron al apartamento ejecutivo y salieron del elevador.

Hariella caminó despacio, con su hermoso rostro levantado. Apenas la vieron llegar, todos los demás ejecutivos se levantaron de sus asientos e inclinaron su espalda hacia adelante como muestra de respeto a la magnate. Esto no fue impuesto por Hariella; ellos la hacían por su gusto. Llegó a la más grande de las oficinas y Lena le abrió la puerta. Allí se sentó en su cómoda y acolchada silla de escritorio de color negro, que más parecía el trono de una reina moderna. El vidrio detrás de ella era transparente y le permitía ver el hermoso panorama de la ciudad. Reposó sus codos sobre la rectangular mesa de cristal y se puso las manos al frente de su cara y miró a Lena.

—Tráeme la información de él.

Luego de varios minutos, Lena volvió a entrar a la oficina con una carpeta marrón, en donde estaba el nombre y una foto de aquel hombre que había hablado con ella.

—¿Alguna otra cosa, señora Hariella? —preguntó Lena con voz apacible.

—No, eso es todo. Puedes retirarte.

Lena se marchó y dejó a Hariella sola en su increíble oficina.

—Hermes Darner —dijo Hariella y abrió el portafolio para comenzar a leer la información que estaba en los papeles—. Veinticuatro años, bastante joven y también muy alto. Terminó la carrera de pregrado de administración de empresas y recién ha terminado el posgrado, también es bastante listo.

Hariella siguió leyendo y, después de haber terminado, cogió el teléfono de su escritorio y llamó a Lena para que se presentara de nuevo en su oficina.

—¿Se le ofrece algo, señora Hariella? —preguntó Lena, al instante en que llegó al despacho.

—¿Cuántos años me pondrías si fuera la primera vez que me vieras? No lo pienses, solo dilo.

Lena miró a su señora y le causaba cierto temor responder, aunque se tenían confianza, Hariella siempre se mantenía de mal humor y cuando no lo estaba, como en esta ocasión, cualquier cosa que no le gustara, le hacía cambiar en un parpadeo su genio. Además, no entendía la pregunta, a su señora nunca le había importado lo que dijeran de ella y menos de su apariencia. Ni para Lena, ni para nadie en la empresa, era un secreto que, la señora Hariella, era una mujer que todavía era joven, de apenas treinta y dos años, que era preciosa, multimillonaria, grandiosa y con un liderazgo innato que, nada más la había hecho cosechar éxito tras éxito.

Había algo en lo que Lena no podía estar más de acuerdo, y eran las palabras de aquel muchacho: “Hariella es un sueño”, si lo era para él, mucho más para una mujer. Lena siempre había admirado a Hariella, porque a pesar de su dinero, ella siempre se había esforzado más que los demás, y no se había destacado como una de las mejores, sino como la mejor.

Lena vaciló al dar la respuesta y reflexionó unos segundos.

«¿Acaso es por él?», pensó Lena. El comportamiento extraño de su señora en el ascensor y ahora esa pregunta que ella no acostumbra a tenerle importancia.

«No, él no podría haber llamado la atención de la señora Hariella».

Lena recordó todas las veces que Hariella había rechazado a atractivos y millonarios empresarios que la habían pretendido, pero ella no había mostrado ningún interés en ellos y los había rechazado sin titubeo y de forma directa para que no hubiera confusiones. Un simple muchacho, aspirante a gerente en su empresa, no podía haber llamado la atención de su inalcanzable señora. No, si aquellos hombres adinerados y bien vestidos no pudieron enamorar a Hariella Hansen, menos ese modesto jovencito de carácter blando y pasivo.

—Veintiocho —dijo Lena y respiró tranquila por su respuesta al ver el rostro de satisfacción de Hariella.

—Está bien —dijo Hariella—. Creo que he encontrado la manera de probar si ese hombre es bueno o malo; si en verdad no sabía quién era yo o si solo es un perfecto estafador. Si es malo, tendrá un precio por el cual quedará hechizado, y si es bueno, ignorará el dinero por completo. Pero por supuesto que él ha venido por el dinero. —Hariella se levantó de su silla con su rostro serio e inexpresivo y cogió su ostentoso bolso de mujer—. Haz lo que te diré al pie de la letra, Lena.

—Como usted ordene, señora Hariella.

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