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2. El plan de Hariella

Las puertas se cerraron y las dos quedaron de nuevo en silencio y en tranquilidad.

Hariella había disfrutado de la conversación con el muchacho y hasta entonces se percató que no se habían presentado y no había llegado a descubrir el nombre de ese hombre con el que había hablado hace pocos segundos, pero eso podría solucionarse. Hace mucho que nadie le hablaba con esa confianza, debido a su cargo, las charlas siempre eran estrictas y puntuales.

—¿Crees que sea alguien bueno? —interrogó Hariella a su secretaria Lena, quebrando la armonía en la que habían quedado.

Lena lo pensó antes de responder, podría estar fingiendo a la vez que en verdad no conocía la identidad de su jefa. La pregunta se había convertido en un auténtico dilema, no tenía pruebas ni la certeza que aquel joven estaba mintiendo y no podía ir por el mundo acusando a todos los hombres que se acercaran a Hariella de estafadores o farsantes. Tendría que averiguarlo primero antes de dar un veredicto acusatorio en contra de él, y eso se le sumaba que notó el cambio en la voz de su señora. Lena, era quizás la que más conocía a Hariella y sabía que en el fondo esperaba que le dijera que era alguien bueno, pero no hablaría bien de él, si era por cuestión de pretendientes para su señora; un aspirante a gerente no era digno de ella y menos un jovencito que no podría darle más de lo que su señora tenía. Pero tampoco hablaría mal; una respuesta neutra era lo más sabio en este momento.

—No lo sé —dijo Lena—. Parecía ser sincero, pero a la vez podría ser un buen actor. Nunca se sabe, mi señora.

—Hay mucha certeza en tus palabras, Lena.

Luego de varios segundos, ambas llegaron al departamento ejecutivo y salieron del elevador.

Hariella caminó despacio, con su hermoso rostro levantado. Apenas la vieron llegar, todos los demás ejecutivos se levantaron de sus asientos e inclinaron su espalda hacia adelante como muestra de respeto a la magnate. Esto no fue impuesto por Hariella, ellos la hacían por su gusto. Llegó a la más grande de las oficinas y Lena le abrió la puerta. Allí se sentó en su cómoda y acolchada silla de escritorio de color negro, que más parecía el trono de una reina moderna. El vidrio detrás de ella era transparente y le permitía ver el hermoso panorama de la ciudad. Reposó sus codos sobre la rectangular mesa de cristal y se puso las manos al frente de su cara y miró a Lena.

—Tráeme la información de él.

Luego de varios minutos, Lena volvió a entrar a la oficina con una carpeta marrón, en donde estaba el nombre y una foto de aquel hombre que había hablado con ella.

—¿Alguna otra cosa, señora Hariella? —preguntó Lena con voz apacible.

—No, eso es todo. Puedes retirarte.

Lena se marchó y dejó a Hariella sola en su increíble oficina.

—Hermes Darner —dijo Hariella y abrió el portafolio para comenzar a leer la información que estaba en los papeles—. Veinticuatro años, bastante joven y también muy alto. Terminó la carrera de pregrado de administración de empresas y recién ha terminado el posgrado, también es bastante listo.

Hariella siguió leyendo y después de haber terminado, cogió el teléfono de su escritorio y llamó a Lena para que se presentara de nuevo en su oficina.

—¿Se le ofrece algo, señora Hariella? —preguntó Lena, al instante en que llegó al despacho.

—¿Cuántos años me pondrías si fuera la primera vez que me vieras? No lo pienses, solo dilo.

Lena miró a su señora y le causaba cierto temor responder, aunque se tenían confianza, Hariella siempre se mantenía de mal humor y cuando no lo estaba, como en esta ocasión, cualquier cosa que no le gustara, le hacía cambiar en un parpadeo su genio. Además, no entendía la pregunta, a su señora unca le había importado lo que dijeran de ella y menos de su apariencia. Ni para Lena, ni para nadie en la empresa era un secreto que Hariella era una mujer que todavía era joven, de apenas treinta y dos años, que era preciosa, multimillonaria, grandiosa y con un liderazgo innato que, nada más la había hecho cosechar éxito tras éxito.

Había algo en lo que Lena no podía estar más de acuerdo, y eran las palabras de aquel muchacho: “Hariella es un sueño”, si lo era para él, mucho más para una mujer. Lena siempre había admirado a Hariella, porque a pesar de su dinero, ella siempre se había esforzado más que los demás, y no había destacado como una de las mejores, sino como la mejor.

Lena vaciló al dar la respuesta y reflexionó unos segundos.

«¿Acaso es por él?», pensó Lena. El comportamiento extraño de su señora en el ascensor y ahora esa pregunta que ella no acostumbra a tenerle importancia.

«No, él no podría haber llamado la atención de la señora Hariella».

Lena recordó todas las veces que Hariella había rechazado a atractivos y millonarios empresarios que la habían pretendido, pero ella no había mostrado ningún interés en ellos y los había rechazado sin titubeo y de forma directa para que no hubiera confusiones. Un simple muchacho aspirante a gerente en su empresa, no podía haber llamado la atención de su inalcanzable señora. No, si aquellos hombres adinerados y bien vestidos no pudieron enamorar a Hariella Hansen, menos ese modesto jovencito de carácter blando y pasivo.

—Veintiocho —dijo Lena y respiró tranquila por su respuesta al ver el rostro de satisfacción de Hariella.

—Está bien —dijo Hariella—. Creo que he encontrado la manera de probar si ese hombre es bueno o malo; si en verdad no sabía quién era yo o si solo es un perfecto estafador. Si es malo, tendrá un precio por el cual quedará hechizado, y si es bueno, ignorará el dinero por completo. Pero por supuesto que él ha venido por el dinero. —Hariella se levantó de su silla con su rostro serio e inexpresivo y cogió su ostentoso bolso de mujer—. Haz lo que te diré al pie de la letra, Lena.

—Como usted ordene, señora Hariella.

Hermes percibió la pesada mirada de los hombres y mujeres que estaban en los puestos de trabajo. Su corazón se inquietó, pero para relajarse recordó el rostro de aquella rubia hermosa con la que recién había hablado y también el dulce aroma de ese inolvidable perfume de flores. Eso pudo calmarlo y comenzó a caminar con cautela. Los latidos en su pecho poco a poco se fueron tranquilizando. Si aspiraba al puesto de gerente de finanzas debía trasmitir seguridad y confianza, no temor y miedo, eso no eran los rasgos de un líder.

—¿Hermes Darner? —le preguntó una bella mujer, que tenía una tabla con broche, mientras miraba los papeles sobre ella.

—Sí, soy Hermes.

—Sígueme, te llevaré a la oficina donde te harán la entrevista.

La bella mujer lo guio hasta donde estaban dos hombres y dos mujeres que también aspiraban al puesto de la empresa. Estaban sentados, cada uno, en una silla diferente, de color negro, que estaban bien ordenadas en filas, pegadas a la pared, y se ubicaban al frente de la oficina. Los cuatro se lo quedaron mirando, como si estuvieran juzgando si él podría ganar el trabajo. El ambiente era tenso y hostil. Ninguno se conocía y estaban compitiendo para quedarse con un envidiable cargo en Industrias Hansen, no había espacio para la amistad ni para demostrar debilidad ante tus potenciales rivales.

Hermes se sentó con reserva en la silla. No miro su reloj, eso era muestra de que una persona contaba los minutos para que terminara un evento, pues tenía otro más importante que el que estaba haciendo y en este momento no había nada más relevante que su entrevista. Había algo que todos comentaban: “La magnate es una mujer muy rica y poderosa”, decían ellos y seguían hablando maravillas y, aunque no la conocía, pues no la había buscado, dedujo que sea trataba de Hariella Hansen. ¿A quién más le pertenecería ese apodo, sino a la directora general y presidenta ejecutiva de la empresa?

El tiempo pasaba y cada uno de los cuatro fue pasando, hasta que al fin llegó el turno de Hermes. Aunque le llamaba la atención, que todavía no habían aparecido esas dos mujeres. Giró el cuello para ver si venían, pero no había rastro de la preciosa rubia, ni de la linda castaña. Se levantó resignado a la idea de que ellas llegaran puntuales, eso le preocupaba.

Hermes entró a la oficina, que era bastante lujosa y el vidrio transparente podía dejar apreciar el increíble panorama a otros monumentales rascacielos. Pero en otra oportunidad podría apreciar tal belleza de paisaje. Se concentró en el hombre del elegante traje de color azul que estaba sentado detrás del escritorio de cristal. Sin duda era una buena señal que hayan concedido en el mismo color del traje. El entrevistador era de semblante serio y un hombre mayor, algo que podría colocar nervioso a cualquier aspirante, pero Hermes logro mantenerse tranquilo.

—¿Hermes Darner? —preguntó aquel señor con voz neutra.

Esa era la prueba de una monótona y repetida secuencia de preguntas. ¿Cuántas veces había repetido el mismo cuestionario en este día? Muchas veces, pero lo que era genial, era que, para esas mismas interrogantes, siempre había respuestas diferentes, y todas llenas de esperanza e ilusión por querer adueñarse del cargo de gerente de finanzas o en términos generales, de cualquier puesto al que sea, que aspiraban. Ese era el anhelo de jóvenes y adultos, tener la posibilidad de ser seleccionados y demostrar su potencial. Lo único que necesitaban era solo una oportunidad.

—Sí, señor. Soy Hermes Darner.

El encuestador le dio un rápido vistazo de arriba hacia abajo.

—Toma asiento, por favor. —Le señaló la silla, en la que recibía a los que realizaban la entrevista. Hermes se sentó y acomodó el maletín en sus piernas—. Bien, háblame de ti, Hermes.

«Esa pregunta es más difícil que cualquiera de mis exámenes en la universidad», pensó Hermes. Apenas comenzaban y ya las preguntas eran de extremo cuidado.

—Me mudé a esta ciudad para iniciar mis estudios. Terminé mi pregrado hace dos años y mi posgrado hace un par de meses. Tengo un hermano menor y mis padres todavía viven juntos y felices. Me gusta leer y también me gustan los deportes para mantenerme saludable y en forma —respondió Hermes y él mismo se sorprendió de la seriedad en el tono de su voz.

—Y dime, ¿por qué estás interesado en este puesto?

—Estoy entusiasmado con las posibilidades que ofrece su prestigiosa empresa. Me gustaría formar parte de su éxito en el futuro y quiero ayudarla a crecer mediante la gerencia de finanzas y así lograr un excelente desarrollo en las actividades de obtención, administración y ahorro del dinero.

Las palabras fluyeron de su boca como si alguien se las susurrara al oído y pudo notar el asombro el rostro del entrevistador. Era normal que muchos se equivocaran o titubearan al responder, producto de los nervios. Hermes, al ver tenido un inicio impecable, la convicción de que podría seguir contentando así de bien, le llenaron el cuerpo y se sentía seguro de que podría conseguirlo.

—Interesante —prosiguió el encuestador— y dime, ¿por qué eres la persona ideal para este empleo?

—Este trabajo se adapta de manera perfecta a mis competencias —dijo Hermes, rebosante de serenidad al momento de expresar su respuesta y parecía que se había convertido en un diestro maestro de la oratoria—. Estoy convencido de que su empresa es a idónea para mis intereses y habilidades…

La entrevista finalizó luego de varios minutos. Hermes había quedado satisfecho, pues había expresado y mostrado todo su material para poder ser el escogido, desde su currículo hasta su registro de notas. El entrevistador lo tendrían en cuenta y que quedara pendiente a la llamada o al mensaje que le avisaba si había sido rechazado o si, por el contrario, había sido el afortunado. Respiró lento y profundo, como si le hubieran quitado un gran peso de la espalda, pero enseguida recordó a aquella preciosa rubia y a su acompañante. Se detuvo en la puerta y miró con rapidez a los asientos, pero no vio a nadie.

«Se demoran mucho. Ya deberían de estar aquí».

—Disculpe —dijo Hermes, se dio la vuelta y captó la atención de aquel hombre—. Dos amigas mías se han retrasado, pero es un hecho que ellas llegaran. Se la ha presentado una emergencia, intercedo por ambas para que las espere un poco más.

—Tranquilo, no te preocupes por eso. Aquí cada quien responde por sus acciones.

—Gracias, señor.

Hermes salió del despacho y cuando lo hizo, la secretaria del encargado de las entrevistas se acercó hasta él.

—¿Hay más candidatos al puesto de gerente de finanzas? —preguntó el hombre, ante la duda de lo que le había dicho el joven que recién había salido.

—No, señor —contestó ella—. Hermes Darner era el último, ya no hay más nadie en la lista.

—Entonces, ¿a qué amigas se refería? —murmuró él.

—¿Disculpe? —interrogó extrañada la secretaria, no había entendido lo que había querido decir su jefe.

—No es nada, puedes retirarte.

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