Las puertas se cerraron y dentro del sitio hubo un silencio que pareció ser eterno, mientras que el elevador empezó a subir.
Hermes miraba a Hariella con disimulo por el rabillo del ojo, podía verle la piel blanca, libre de manchas y el cabello rubio le parecía brillar como si fueran mechones de oro. Ella era tan hermosa y elegante. Jamás en su vida podría llegar a estar con alguien como ella, mucho menos con su introvertida personalidad que no lo ayudaban demasiado.
Hariella recibió un portafolio de parte de Lena y se puso a verlos. Hermes se percató y con eso había encontrado una excusa para romper el hielo.
—¿Se presentará a la entrevista, para la vacante de finanzas? —preguntó Hermes, mirando hacia el frente en la pantalla donde iban apareciendo diferentes números.
Lena arrugó el entrecejo y tragó un poco de saliva; sabía que a Hariella no le gustaba ser interrumpida y menos que le dirigieran la palabra sin que ella otorgara el permiso para hacerlo. Se quedó atónita mirando a su señora.
Hariella notó la mirada fija de su secretaria y alzó su mano izquierda, en señal para que no hiciera nada.
—Tal vez —dijo Hariella, sin ningún interés, mientras seguía viendo los papeles.
Hariella creyó que era un tonto. Aunque todos los hombres lo eran. Ese chico que, era un criminal de la moda, no podía lucir más nerd. Exhaló con disimulo para no descargar su rabia, solo por haber abordado el ascensor presidencial, sin saber que era de uso exclusivo para ella y, en menor medida, de Lena.
—Entonces, debo pedirle perdón —dijo Hermes, haciendo un gesto de confianza, mientras esbozaba una sonrisa-
Eso hizo que Hariella se confundiera más, no tenía la certeza de si ese hombre en verdad no sabía quién era ella y ahora le pedía perdón de la nada. Quizás era un nuevo plan para acercarse a ella y a su enorme riqueza: fingir que no la conocía. Hariella era fría, de carácter fuerte, calculadora y la mejor en los negocios. Pero a pesar de su dura y estricta personalidad, no aborrecía al amor, pero pareciera que era el amor quien se negara a ella. Los hombres, nada más, se le acercaban por su inmensa fortuna. Eso la había hecho crear un muro de hielo en su corazón y no cualquiera podría derrumbar esa endurecida y gélida pared. Evitaba el contacto con otros hombres y también toda conversación que fuera apartada del mundo de los negocios.
«¿Qué es lo que quieres?», pensó Hariella.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Porque yo me quedaré con el puesto de gerente —dijo Hermes con seguridad y sonrió con satisfacción.
La respuesta fue tan inesperada para Hariella, que había logrado causarle gracia y sus provocativos labios, se movieron solos, haciendo que, por un segundo, se le dibujara una efímera sonrisa en su boca, casi imperceptible al ojo humano. No recordaba la última vez que había sonreído, tantos años y hasta ahora volvía a experimentarlo. Eso la hizo pausar su lectura y levantó el rostro. No había detallado bien al chico, ya que le había doblado los ojos cuando había entrado y, cuando habían estado frente, no lo detalló con tanto esmero. Giró su cuello con ligereza y vio a aquel hombre que le hablaba. Parecía muy joven y las gafas le daban un aura de inocencia e intelectualidad.
Hariella analizó el comportamiento de Hermes, había comenzado la conversación; después de que Lena le hubiera entregado el portafolio, más bien parecía algo improvisado y no planeado, pero tenía que comprobarlo.
—¿Conoces a la presidenta de esta empresa? —interrogó Hariella. Si no se había visto antes, era poco probable que él supiera quien era ella. Iba a comprobarlo.
—No —respondió Hermes con confianza. Era claro que buscaría a la CEO de la empresa donde se iba a postular. Pero de ella no aparecían imágenes en internet, ni una sola, solo del edificio administrativo y otros empleados—. No la conozco. En la red no hay fotografías de ella. Supongo que llegaré a conocerla si trabajo aquí.
Hariella comprobó lo que era obvio. No daba entrevistas ni permitía que su identidad circulara en internet. Había comprado una compañía informática y contratado a los mejores profesionales para eliminación del contenido, en el caso de los Paparazzi. Además, su imagen estaba asegurada y sin su consentimiento, emprendería acciones legales contra ella. Sin mencionar que, tenía una amplia gama de contactos y era benefactora de muchos medios de la prensa. Utilizaban su nombre y era ella quien había aprobado su particular apodo: La magnate. Así que, tuvo una idea que le había parecido interesante.
—Ya veo. —Hariella le pasó la carpeta a Lena y adquirió una postura más relajada—. ¿Y qué piensas de ella?
Hermes cerró sus ojos, inhaló y exhaló el aire con delicadeza, como si la pregunta lo hubiera hecho reflexionar sobre algo importante. Acomodó el cuello de su camisa, abrió sus ojos y volteó su mirada hacia Hariella.
—Ella es mi sueño.
Los párpados de Hariella se ensancharon ante la sorpresa de la respuesta que ese joven le había dado. Ya, en menos de un minuto, la había sorprendido dos veces y eso la inquietaba, y a la vez, le llamaba la atención. “Ella es mi sueño”. ¿Qué significaba eso? Si le había dicho que no la conocía, entonces, ¿cómo una desconocida podría ser su sueño? Cada palabra lo hacía más raro y extraño.
—¿A qué te refieres? —indagó Hariella, queriendo saber la explicación sobre lo que le había respondido.
Hariella también dobló la cabeza hacia Hermes y, por primera vez, sus miradas se encontraron. No le gustaba que nadie le dirigiera la vista, pero las palabras tan devotas de ese chico le otorgarían un pequeño permiso de mirarla directo. Cuando él había entrado. Había doblado la vista.
Hermes vio la piel blanca y las mejillas rosadas de Hariella, el cabello rubio que parecía hebras de seda dorada y los ojos azules, que eran más claros que los de él, como el bello color del extenso cielo.
«Un ángel», pensó Hermes, comparando la belleza de Hariella con la de un ser sobrenatural.
El rostro juvenil y semblante de mujer mayor, le concedían un encanto demasiado poderoso. Hermes no estaba acostumbrado a tratar con tantas muchachas y menos con una que, para él, era demasiado hermosa. Había visto universitarias lindas, pero el ángel que ahora veían sus ojos no tenía comparación alguna.
«Un ángel precioso», se corrigió Hermes en su cabeza.
Hermes sintió un fuerte golpe en su pecho, como si su corazón le hubiera dado un vigoroso puño. Las mejillas se le calentaron, pero a pesar de eso, él no desviaría la mirada, quizás no tendría otra oportunidad similar a esta y él no sería descortés para apartar la vista primero.
Hariella veía a través de las gafas de Herme. Los lentes parecían tornarse de morado y celste. Pero eso no le impedía ver los ojos azules, oscuros, que la observaban de vuelta. El muchacho parecía ser más joven que ella y era más alto, por lo que su cuello estaba inclinado en un ángulo ascendente. La pareció valiente que él no desviara la mirada, así que fue ella quien lo hizo.
—Bueno, creo que lo que yo piense de la presidenta no es relevante para nadie y menos para ella —dijo Hermes—. No la conozco, pero lo que quiero decir, es que quisiera ser como ella. La presidenta es increíble y admirable, por el cargo que ocupa… Una mujer que es capaz de dirigir y liderar una empresa tan grande como esta y lograr que tenga tanto éxito, sin duda, es alguien sorprendente y quizás, ni en mis sueños, podría alcanzarla.
—El nombre de la presidenta ejecutiva y directora general es Hariella Hansen y, estoy segura, de que, escuchar esas palabras, le hubieran agradado —dijo ella, siendo consciente de que él no sabía su identidad, después de haber quedada maravillada con la respuesta del muchacho.
—Sí, su nombre es hermoso —comentó Hermes con emoción—. Altar de Dios o León de Dios. En este caso, Leona, ¿no?
Hariella apretó los labios dado que sabía cuál era el significado de su nombre. Leona, nunca nadie le había dicho eso.
—Tal vez su carácter sea de así de temible e insoportable, como la del felino —dijo ella de manera neutra.
—Tal vez. A ella le quedaría bien —contestó Hermes con complicidad—. Es la gran señora.
—Sí —dijo Hariella—. Bien, pero debo preguntarte: ¿tienes problemas de vista?
—No, no —dijo Hermes con apuro y se quitó los lentes—. Puedo ver bien sin ellos, son antirreflejos para proteger mi vista de las luces del computador, celulares y de las luces ultravioleta.
—¿Puedes prestármelos? —preguntó ella, alzando su brazo derecho.
—Claro, aquí tienes. —Hermes se los entregó y se quedó observándola mientras ella se los colocaba.
Hariella notó el cambio, apenas se los puso. Veía menos opaco y la entrada de luz a sus ojos disminuyó. Volvió entonces la vista hacia Hermes y quedó extrañada. El muchacho parecía haberse hecho más atractivo sin sus gafas. Pero decidió seguir como si nada, no debía demostrar que la había sorprendido.
—¿Qué tal me veo? —preguntó ella, moviendo su cabeza de arriba hacia abajo.
—Mejor que a mí, te ves igual de bonita.
—¿Tú crees? —preguntó ella de forma retórica, sin molestarse por la adulación del chico.
—Por supuesto, a ti te quedaría hermosa cualquier cosa que te coloques —dijo Hermes, comenzando el coqueteo con esa hermosa rubia.
Lena se pellizcó uno de sus cachetes. Esto que pasaba debía ser un sueño, sí, eso era. Entonces, ¿por qué escuchaba el parloteo de su jefa y del despistado muchacho que no era digno de ella? Aunque pocas personas la conocían, no le generaba confianza. Quizás solo fingía y quería atrapar en sus malvadas redes a su señora, eso no lo permitiría.
La puerta del ascensor se abrió, pues ya Hermes había llegado al piso en el que tenía que presentar la entrevista.
—¿No vendrá? Este es el piso de recursos humanos —dijo Hermes, avisando, al ver que ninguna de las dos, había avanzado para bajarse, luego de que Hariella le devolviera los lentes.
—Tenemos que hacer algo primero. Puedes ir tranquilo a tu entrevista —dijo Hariella, mirando con fijeza a Hermes.
—Entonces, que tenga un buen día —dijo Hermes, despidiéndose.
Las puertas se cerraron y las dos quedaron de nuevo en silencio y en tranquilidad.Hariella había disfrutado de la conversación con el muchacho y hasta entonces se percató de que no se habían presentado y no había llegado a descubrir el nombre de ese hombre con el que había hablado hace pocos segundos, pero eso podría solucionarse. Hace mucho que nadie le hablaba con esa confianza, debido a su cargo, las charlas siempre eran estrictas y puntuales.—¿Crees que sea alguien bueno? —interrogó Hariella a su secretaria Lena, quebrando la armonía en la que habían quedado.Lena lo pensó antes de responder, podría estar fingiendo a la vez que en verdad no conocía la identidad de su jefa. La pregunta se había convertido en un auténtico dilema, no tenía pruebas ni la certeza que, aquel joven estaba mintiendo y no podía ir por el mundo acusando a todos los hombres que se acercaran a Hariella de estafadores o farsantes. Tendría que averiguarlo primero antes de dar un veredicto acusatorio en contra
Hermes percibió la pesada mirada de los hombres y mujeres que estaban en los puestos de trabajo. Su corazón se inquietó, pero para relajarse recordó el rostro de aquella rubia hermosa con la que recién había hablado y también el dulce aroma de ese inolvidable perfume de flores. Eso pudo calmarlo y comenzó a caminar con cautela. Los latidos en su pecho poco a poco se fueron tranquilizando. Si aspiraba al puesto de gerente de finanzas, debía transmitir seguridad y confianza, no temor y miedo, eso no eran los rasgos de un líder.—¿Hermes Darner? —le preguntó una bella mujer, que tenía una tabla con broche, mientras miraba los papeles sobre ella.—Sí, soy Hermes.—Sígueme, te llevaré a la oficina donde te harán la entrevista.La bella mujer lo guio hasta donde estaban dos hombres y dos mujeres que también aspiraban al puesto de la empresa. Estaban sentados, cada uno, en una silla diferente, de color negro, que estaban bien ordenadas en filas, pegadas a la pared, y se ubicaban al frente de
Hermes salió del edificio administrativo de Industrias Hansen. El viento le refrescaba la piel y le movía su ondulado cabello castaño. El sol comenzó a resplandecer con más fuerza. Era lindo estar vivo y poder disfrutar de todo esto. Las personas entraban y salían del imponente rascacielos, y por la carretera pavimentada pasaban automóviles y motocicletas; era cómodo escucharlos. Además, ya había pasado lo difícil, que era la entrevista que tan nervioso y asustado lo tenía. La conversación con aquella hermosa rubia lo había calmado un poco. Vio su reloj, apenas comenzaba el día y no había rastro de aquella hermosa mujer tan preciosa de cabello brillante y ojos celestes. Se desanimó de inmediato. ¿Cuándo podría volver a verla, si no sabía nada de ella? Quizás todavía no se había ido y seguía dentro, pero que se quedaría haciendo para poder esperarla.—¡Flores, Flores! Llévela en un ramo o una sola por aparte —anunció una vendedora de avanzada edad en su puesto ambulante y Hermes supo lo
—¿Ya han terminado las entrevistas a los aspirantes de gerente de finanzas? —preguntó Hariella a Lena, luego de haberla llamado.Ya habían pasado algunos minutos desde que había hablado con Hermes. Él se veía motivado y confiado de que obtendría el puesto y la copia del currículo que había visto, era bueno y también el registro de notas. Hermes cumplía con un buen perfil, como para poder desempeñar ese cargo.—Me han avisado que sí, ya han terminado, señora.—Tráeme los resultados, quiero verlos.Lena cumplió con el mandato de Hariella. Al rato, llegó con lo que le había pedido. No necesitaba ser una bruja para saber a quién quería buscar: a Hermes Darner. Ella también había leído la información de él. Se preguntaba si en verdad había logrado captar la atención de su señora. Podría ser solo momentáneo, nada de lo que preocuparse. Se le pasaría después de la prueba que Hariella le había ordenado realizar. Pero, y si resultara cierto que desconocía de la identidad de Hariella y no estaba
—Haremos un receso de una hora —anunció Lena a los miembros de la junta directiva—. La reunión continuará a la una en punto de la tarde.Los ejecutivos se levantaron de sus cómodas sillas que, estaban frente a una larga y delgada mesa rectangular de madera pulida color marrón claro, y le hicieron una reverencia a Hariella y salieron del despacho. La sala era grande y los vidrios daban vista a la hermosa ciudad.Hariella estaba sentada a la cabeza y detrás de ella, sobre la pared blanca, también estaba un tablero tecnológico. Se puso recta en silla, se tocó los hombros y el cuello. Tanto tiempo, sentada, en la misma postura le causaba pequeños dolores, pero no eran de importancia, se le pasaban luego de una pequeña caminata.—¿Quiere que programe una cita con la masajista, señora Hariella? —preguntó Lena al ver a su señora, mostrando malestar, por la posición en que había estado.—No, no es necesario —dijo Hariella, colocándose de pie y mirando a través de la ventana, en tanto caminaba
Hermes regresó al edificio de la empresa. La vendedora de flores le había guardado el maletín al igual que la rosa amarilla eterna; el frasco que la protegía se había roto. En ese estado no podía regalarlo. La señora había vendido todas las flores, por lo que ya no le quedaba ninguna. Eso lo entristeció, más que haber perdido la oportunidad de conversar con su precioso ángel, que ya no estaba presente por los alrededores.—¿A dónde vas, muchacho? —preguntó la vendedora al verlo caminar cabizbajo.—Debo irme.—¿Y no te llevarás esto? —La vendedora sacó la última rosa amarilla eterna y los ojos de Hermes se iluminaron llenos de felicidad—. La había apartado para ti, toma.Hermes se regresó hasta la señora y le dio un fuerte abrazo.—Gracias, maestra.Hariella llegó a su deslumbrante mansión que, se encontraba muy alejada de la empresa; a ella le gustaba la tranquilidad y solo en esta zona exclusiva, podía tener armonía. Ahí, distante del bullicio de la gran ciudad.El guardia de segurida
Hermes se encontraba frente a una alargada reja. El guardia lo miraba a través de la ventanilla de la caseta de vigilancia. Había tardado en llegar y no hallaba la dirección, lo que provocó que se tardara varias horas para llegar a su destino. Estaba agitado, sudado y sus piernas le dolían, pero no quería esperar hasta mañana para devolver el bolso con el dinero y algo en su pecho, le decía que debía entregarlo hoy. El corazón le palpitó con fortaleza, tragó saliva y quedó hechizado cuando la vio a ella. A pesar de las luces de la mansión, ella relucía con brillo propio, como si un aura celestial la cubriera por cada rincón de su maravilloso cuerpo. Hermes se ruborizó al percatarse del relevador atuendo que traía puesto su precioso ángel.—Hola —dijo Hermes, caminó y se puso al frente de Hariella. Sus miradas se buscaban, como si sus ojos tuvieran adheridos imanes de cargas contrarias. Ella lucia más baja, pero a la vez, más encantadora—. Esto es tuyo. —Le entregó el bolso y ella lo re
Hariella sentía el agradable peso de los labios de Hermes contra su boca. Escuchó el sonido del maletín, cuando él lo dejó caer en el suelo y enseguida pudo apreciar los dos brazos que la rodeaban por la cintura, que la jalaron hacia él, haciendo que sus pechos se aplastaran en el cuerpo de Hermes. La piel de ambos ardía, y ni el reconfortante llanto de las nubes, que se expresaba en una repentina lluvia, podía apagar el naciente fuego que les quemaba el pecho, como una incontrolable flama, que los arropaba como un incitante y lujurioso abrigo. Entonces, sintió que no podía respirar. Así, que se detuvo y se vio obligada a despagarse de Hermes, para volver a tomar aire.La respiración de los dos era pesada y caliente, el pecho les brincaba con intensidad por el apasionado beso. Hariella le quitó los lentes y observó el cautivador rostro de Hermes. Ya estaba claro para ella, ese muchacho era enloquecedor y atractivo, pero, sobre todo, era alguien bueno y honesto. Era alguien a la que ell