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1. El ascensor

El sonido del elevador lo hizo volver a la realidad a un tímido muchacho. Había quedado absorto en sus pensamientos mientras lo esperaba. Al fin había bajado, pues el edificio era gigante, tenía más de cien niveles y le habían indicado que debía ir al piso setenta. Las puertas plateadas se abrieron a los lados, y arriba, en una pantalla tecnológica, aparecía ahora el número uno, en color rojo. Los nervios se apoderaron de él, porque después que diera un paso hacia adentro, ya no habría vuelta atrás, pero no perdería la calma. Respiró profundo por la nariz y lo soltó todo por la boca.

Hermes Darner era un joven de veinticuatro años, recién egresado de la universidad por haber terminado no un grado, sino ya, a su corta edad, un posgrado en administración de empresas. Se había preparado para esta entrevista, había una vacante en el puesto de gerente de finanzas y en esa área él destacaba lo suficiente para tomar la iniciativa de presentarse en la empresa manufacturera de alimentos que, dominaba el mercado nacional e internacional: Industrias Hansen. Tenía los ojos, azul oscuro, que estaban protegidos por unos lentes. Lucía un ondulado cabello castaño con un corte sencillo y se había colocado un traje de color índigo. Había lustrado sus zapatos y cargaba un maletín en su mano derecha. Su aspecto era mejor de lo que él creía, pero nunca le había prestado atención a si era bello o feo, eso lo tenía sin cuidado, no era vanidoso, pero le gustaba ejercitarse para mantenerse saludable. No hacía alarde de su atractivo y ni en la escuela, ni en la universidad había sido el más popular. Siempre se mantuvo alejado de las fiestas y los desórdenes, hasta ahora su vida era tranquila y calmada, sin emociones fuertes ni momentos arriesgados. Había terminado sus estudios y ya buscaba trabajo, luego construiría una casa para él, se conseguiría una esposa y tendría hijos, ese era el camino trazado y todo le estaba saliendo como lo había planeado. Solo debía dar el siguiente paso: el de obtener el cargo de gerente de finanzas y todo seguiría su curso normal.

Hermes solo debía entrar e ir al piso correspondiente. Pero los nervios le ganaron. Estaba tan asustado que retrocedió. Debía ir al baño de la recepción. Al terminar de hacer su necesidad se aseó y se lavó las manos. Se quedó viendo al espejo, como en trance, mirándose con sus gafas a través de los lentes. Había experimentado muchas escenas de pánico y miedo, pero presentarse a la entrevista estaba superando cualquier otra en su historial de vida. Sacó los audífonos y su celular para colocar música relajante; era lo que necesitaba para lograr tranquilizarse.

Eso le impidió escuchar la llegada y el saludo que hacía el personal de la empresa a la gran señora, Hariella Hansen. Al salir, vio como el grupo de personas se estaba replegando en la recepción. Frunció el ceño y avanzó hacia el elevador. Divisó que uno que estaba con las puertas abiertas y que empezaba a cerrarse. Apresuró el paso y colocó su mano en medio, para evitar que el acceso se sellara por completo.

Hermes así pudo divisor a esas dos hermosas mujeres que estaban frente a él. Se quedó observándolas, perplejo. Ellas dos parecían brillar como por un resplandor especial. Eran hermosas, pero esa mujer rubia era como una diosa en la tierra. Su piel blanca, su atuendo negro, su cabello dorado y sus ojos azules le daban un encanto excepcional.

Ambas se veían mayores que él y relucían como gemas preciosas, pero una de ellas lo hacía más que la otra. No le sorprendió ver a las dos damas portando ese ropaje tan elegante, lo extraño sería encontrar a una que estuviera mal arreglada. El prestigio de la empresa así lo exigía.

La mujer que más destacaba tenía el cabello rubio, amarrado en un moño, y dos mechones le caían a los lados de sus blancas mejillas. Su rostro era demasiado precioso, sus delgados labios habían sido pintados de lápiz labial rojo. En las orejas tenía unos notables aretes cristalinos. Llevaba un ajustado vestido negro que la tapaba las rodillas y el cual era cubierto por un saco de mangas largas del mismo color, que era asegurado por un cinturón que venía integrado en la misma prenda. La figura de la mujer era delgada y sus tacones la hacían ver un poco más alta, y, por último, en su brazo, cargaba un bolso de mano de tamaño mediano, que también era negro, parecía gustarle ese color.

La otra muchacha llevaba una falda y una chaqueta elegante gris y, por dentro, una camisa blanca. Su cabello era marrón y sus ojos eran verdes. Se veía bien y se mostraba seria y segura. Tenía un rostro lindo como del de una joven dama. Sin duda alguna, ambas eran muy hermosas. Sin embargo, la rubia desprendía un aura más poderosa, como si tuviera comparación. La castaña también mantenía un aspecto destacado y señorial. Pero en menor medida que la otra. Era que la mujer de cabello dorado era demasiado deslumbrante y magnánima.

Hermes quedó embelesado ante tanta belleza. Había apartado su vista con rapidez para no incomodarlas, pero la imagen de ellas dos se habían quedado grabadas en su imaginación, como si hubiera tomado una foto con una veloz cámara tecnológica. Esas mujeres, más bien, parecían dos modelos famosas. Luego caminó, nervioso, y se puso al lado derecho de la rubia, pues la de cabello marrón se había colocado a la izquierda de ella, por la que esa preciosa mujer, con vestido negro, había quedado en el centro. El fascinante perfume de ellas inundó sus fosas nasales y eso logró calmarlo. Era un exquisito y delicioso aroma que casi podría elevarlo por el aire. Parecía que se hubiera transportado a un armonioso campo de jazmín, rosas y otras flores que no podría describir. No la distinguió, porque la imagen de ella no aparecía en internet y hasta algunos de sus empleados, jamás la había visto a la cara. Pero la que estaba a su lado era ni más ni menos que Hariella Hansen, la inalcanzable directora general y también la presidenta ejecutiva de Industrias Hansen, apodada por los medios de comunicación como “La magnate”, ya que era una empresaria multimillonaria con mucho éxito en los negocios y ocupaba distinguidos cargos en la empresa manufacturera y en varias otras, mientras que, la que se había la otra muchacha, era su inseparable secretaria: Lena Whitney.

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