El sonido del elevador lo hizo volver a la realidad a un tímido muchacho. Había quedado absorto en sus pensamientos mientras lo esperaba. Al fin había bajado, pues el edificio era gigante, tenía más de cien niveles y le habían indicado que debía ir al piso setenta. Las puertas plateadas se abrieron a los lados, y arriba, en una pantalla tecnológica, aparecía ahora el número uno, en color rojo. Los nervios se apoderaron de él, porque después que diera un paso hacia adentro, ya no habría vuelta atrás, pero no perdería la calma. Respiró profundo por la nariz y lo soltó todo por la boca.
Hermes Darner era un joven de veinticuatro años, recién egresado de la universidad por haber terminado no un grado, sino ya, a su corta edad, un posgrado en administración de empresas. Se había preparado para esta entrevista, había una vacante en el puesto de gerente de finanzas y en esa área él destacaba lo suficiente para tomar la iniciativa de presentarse en la empresa manufacturera de alimentos que, dominaba el mercado nacional e internacional: Industrias Hansen. Tenía los ojos, azul oscuro, que estaban protegidos por unos lentes. Lucía un ondulado cabello castaño con un corte sencillo y se había colocado un traje de color índigo. Había lustrado sus zapatos y cargaba un maletín en su mano derecha. Su aspecto era mejor de lo que él creía, pero nunca le había prestado atención a si era bello o feo, eso lo tenía sin cuidado, no era vanidoso, pero le gustaba ejercitarse para mantenerse saludable. No hacía alarde de su atractivo y ni en la escuela, ni en la universidad había sido el más popular. Siempre se mantuvo alejado de las fiestas y los desórdenes, hasta ahora su vida era tranquila y calmada, sin emociones fuertes ni momentos arriesgados. Había terminado sus estudios y ya buscaba trabajo, luego construiría una casa para él, se conseguiría una esposa y tendría hijos, ese era el camino trazado y todo le estaba saliendo como lo había planeado. Solo debía dar el siguiente paso: el de obtener el cargo de gerente de finanzas y todo seguiría su curso normal.
Hermes solo debía entrar e ir al piso correspondiente. Pero los nervios le ganaron. Estaba tan asustado que retrocedió. Debía ir al baño de la recepción. Al terminar de hacer su necesidad se aseó y se lavó las manos. Se quedó viendo al espejo, como en trance, mirándose con sus gafas a través de los lentes. Había experimentado muchas escenas de pánico y miedo, pero presentarse a la entrevista estaba superando cualquier otra en su historial de vida. Sacó los audífonos y su celular para colocar música relajante; era lo que necesitaba para lograr tranquilizarse.
Eso le impidió escuchar la llegada y el saludo que hacía el personal de la empresa a la gran señora, Hariella Hansen. Al salir, vio como el grupo de personas se estaba replegando en la recepción. Frunció el ceño y avanzó hacia el elevador. Divisó que uno que estaba con las puertas abiertas y que empezaba a cerrarse. Apresuró el paso y colocó su mano en medio, para evitar que el acceso se sellara por completo.
Hermes así pudo divisor a esas dos hermosas mujeres que estaban frente a él. Se quedó observándolas, perplejo. Ellas dos parecían brillar como por un resplandor especial. Eran hermosas, pero esa mujer rubia era como una diosa en la tierra. Su piel blanca, su atuendo negro, su cabello dorado y sus ojos azules le daban un encanto excepcional.
Ambas se veían mayores que él y relucían como gemas preciosas, pero una de ellas lo hacía más que la otra. No le sorprendió ver a las dos damas portando ese ropaje tan elegante, lo extraño sería encontrar a una que estuviera mal arreglada. El prestigio de la empresa así lo exigía.
La mujer que más destacaba tenía el cabello rubio, amarrado en un moño, y dos mechones le caían a los lados de sus blancas mejillas. Su rostro era demasiado precioso, sus delgados labios habían sido pintados de lápiz labial rojo. En las orejas tenía unos notables aretes cristalinos. Llevaba un ajustado vestido negro que la tapaba las rodillas y el cual era cubierto por un saco de mangas largas del mismo color, que era asegurado por un cinturón que venía integrado en la misma prenda. La figura de la mujer era delgada y sus tacones la hacían ver un poco más alta, y, por último, en su brazo, cargaba un bolso de mano de tamaño mediano, que también era negro, parecía gustarle ese color.
La otra muchacha llevaba una falda y una chaqueta elegante gris y, por dentro, una camisa blanca. Su cabello era marrón y sus ojos eran verdes. Se veía bien y se mostraba seria y segura. Tenía un rostro lindo como del de una joven dama. Sin duda alguna, ambas eran muy hermosas. Sin embargo, la rubia desprendía un aura más poderosa, como si tuviera comparación. La castaña también mantenía un aspecto destacado y señorial. Pero en menor medida que la otra. Era que la mujer de cabello dorado era demasiado deslumbrante y magnánima.
Hermes quedó embelesado ante tanta belleza. Había apartado su vista con rapidez para no incomodarlas, pero la imagen de ellas dos se habían quedado grabadas en su imaginación, como si hubiera tomado una foto con una veloz cámara tecnológica. Esas mujeres, más bien, parecían dos modelos famosas. Luego caminó, nervioso, y se puso al lado derecho de la rubia, pues la de cabello marrón se había colocado a la izquierda de ella, por la que esa preciosa mujer, con vestido negro, había quedado en el centro. El fascinante perfume de ellas inundó sus fosas nasales y eso logró calmarlo. Era un exquisito y delicioso aroma que casi podría elevarlo por el aire. Parecía que se hubiera transportado a un armonioso campo de jazmín, rosas y otras flores que no podría describir. No la distinguió, porque la imagen de ella no aparecía en internet y hasta algunos de sus empleados, jamás la había visto a la cara. Pero la que estaba a su lado era ni más ni menos que Hariella Hansen, la inalcanzable directora general y también la presidenta ejecutiva de Industrias Hansen, apodada por los medios de comunicación como “La magnate”, ya que era una empresaria multimillonaria con mucho éxito en los negocios y ocupaba distinguidos cargos en la empresa manufacturera y en varias otras, mientras que, la que se había la otra muchacha, era su inseparable secretaria: Lena Whitney.
Las puertas se cerraron y dentro del sitio hubo un silencio que pareció ser eterno, mientras que el elevador empezó a subir.Hermes miraba a Hariella con disimulo por el rabillo del ojo, podía verle la piel blanca, libre de manchas y el cabello rubio le parecía brillar como si fueran mechones de oro. Ella era tan hermosa y elegante. Jamás en su vida podría llegar a estar con alguien como ella, mucho menos con su introvertida personalidad que no lo ayudaban demasiado.Hariella recibió un portafolio de parte de Lena y se puso a verlos. Hermes se percató y con eso había encontrado una excusa para romper el hielo.—¿Se presentará a la entrevista, para la vacante de finanzas? —preguntó Hermes, mirando hacia el frente en la pantalla donde iban apareciendo diferentes números.Lena arrugó el entrecejo y tragó un poco de saliva; sabía que a Hariella no le gustaba ser interrumpida y menos que le dirigieran la palabra sin que ella otorgara el permiso para hacerlo. Se quedó atónita mirando a su se
Las puertas se cerraron y las dos quedaron de nuevo en silencio y en tranquilidad.Hariella había disfrutado de la conversación con el muchacho y hasta entonces se percató de que no se habían presentado y no había llegado a descubrir el nombre de ese hombre con el que había hablado hace pocos segundos, pero eso podría solucionarse. Hace mucho que nadie le hablaba con esa confianza, debido a su cargo, las charlas siempre eran estrictas y puntuales.—¿Crees que sea alguien bueno? —interrogó Hariella a su secretaria Lena, quebrando la armonía en la que habían quedado.Lena lo pensó antes de responder, podría estar fingiendo a la vez que en verdad no conocía la identidad de su jefa. La pregunta se había convertido en un auténtico dilema, no tenía pruebas ni la certeza que, aquel joven estaba mintiendo y no podía ir por el mundo acusando a todos los hombres que se acercaran a Hariella de estafadores o farsantes. Tendría que averiguarlo primero antes de dar un veredicto acusatorio en contra
Hermes percibió la pesada mirada de los hombres y mujeres que estaban en los puestos de trabajo. Su corazón se inquietó, pero para relajarse recordó el rostro de aquella rubia hermosa con la que recién había hablado y también el dulce aroma de ese inolvidable perfume de flores. Eso pudo calmarlo y comenzó a caminar con cautela. Los latidos en su pecho poco a poco se fueron tranquilizando. Si aspiraba al puesto de gerente de finanzas, debía transmitir seguridad y confianza, no temor y miedo, eso no eran los rasgos de un líder.—¿Hermes Darner? —le preguntó una bella mujer, que tenía una tabla con broche, mientras miraba los papeles sobre ella.—Sí, soy Hermes.—Sígueme, te llevaré a la oficina donde te harán la entrevista.La bella mujer lo guio hasta donde estaban dos hombres y dos mujeres que también aspiraban al puesto de la empresa. Estaban sentados, cada uno, en una silla diferente, de color negro, que estaban bien ordenadas en filas, pegadas a la pared, y se ubicaban al frente de
Hermes salió del edificio administrativo de Industrias Hansen. El viento le refrescaba la piel y le movía su ondulado cabello castaño. El sol comenzó a resplandecer con más fuerza. Era lindo estar vivo y poder disfrutar de todo esto. Las personas entraban y salían del imponente rascacielos, y por la carretera pavimentada pasaban automóviles y motocicletas; era cómodo escucharlos. Además, ya había pasado lo difícil, que era la entrevista que tan nervioso y asustado lo tenía. La conversación con aquella hermosa rubia lo había calmado un poco. Vio su reloj, apenas comenzaba el día y no había rastro de aquella hermosa mujer tan preciosa de cabello brillante y ojos celestes. Se desanimó de inmediato. ¿Cuándo podría volver a verla, si no sabía nada de ella? Quizás todavía no se había ido y seguía dentro, pero que se quedaría haciendo para poder esperarla.—¡Flores, Flores! Llévela en un ramo o una sola por aparte —anunció una vendedora de avanzada edad en su puesto ambulante y Hermes supo lo
—¿Ya han terminado las entrevistas a los aspirantes de gerente de finanzas? —preguntó Hariella a Lena, luego de haberla llamado.Ya habían pasado algunos minutos desde que había hablado con Hermes. Él se veía motivado y confiado de que obtendría el puesto y la copia del currículo que había visto, era bueno y también el registro de notas. Hermes cumplía con un buen perfil, como para poder desempeñar ese cargo.—Me han avisado que sí, ya han terminado, señora.—Tráeme los resultados, quiero verlos.Lena cumplió con el mandato de Hariella. Al rato, llegó con lo que le había pedido. No necesitaba ser una bruja para saber a quién quería buscar: a Hermes Darner. Ella también había leído la información de él. Se preguntaba si en verdad había logrado captar la atención de su señora. Podría ser solo momentáneo, nada de lo que preocuparse. Se le pasaría después de la prueba que Hariella le había ordenado realizar. Pero, y si resultara cierto que desconocía de la identidad de Hariella y no estaba
—Haremos un receso de una hora —anunció Lena a los miembros de la junta directiva—. La reunión continuará a la una en punto de la tarde.Los ejecutivos se levantaron de sus cómodas sillas que, estaban frente a una larga y delgada mesa rectangular de madera pulida color marrón claro, y le hicieron una reverencia a Hariella y salieron del despacho. La sala era grande y los vidrios daban vista a la hermosa ciudad.Hariella estaba sentada a la cabeza y detrás de ella, sobre la pared blanca, también estaba un tablero tecnológico. Se puso recta en silla, se tocó los hombros y el cuello. Tanto tiempo, sentada, en la misma postura le causaba pequeños dolores, pero no eran de importancia, se le pasaban luego de una pequeña caminata.—¿Quiere que programe una cita con la masajista, señora Hariella? —preguntó Lena al ver a su señora, mostrando malestar, por la posición en que había estado.—No, no es necesario —dijo Hariella, colocándose de pie y mirando a través de la ventana, en tanto caminaba
Hermes regresó al edificio de la empresa. La vendedora de flores le había guardado el maletín al igual que la rosa amarilla eterna; el frasco que la protegía se había roto. En ese estado no podía regalarlo. La señora había vendido todas las flores, por lo que ya no le quedaba ninguna. Eso lo entristeció, más que haber perdido la oportunidad de conversar con su precioso ángel, que ya no estaba presente por los alrededores.—¿A dónde vas, muchacho? —preguntó la vendedora al verlo caminar cabizbajo.—Debo irme.—¿Y no te llevarás esto? —La vendedora sacó la última rosa amarilla eterna y los ojos de Hermes se iluminaron llenos de felicidad—. La había apartado para ti, toma.Hermes se regresó hasta la señora y le dio un fuerte abrazo.—Gracias, maestra.Hariella llegó a su deslumbrante mansión que, se encontraba muy alejada de la empresa; a ella le gustaba la tranquilidad y solo en esta zona exclusiva, podía tener armonía. Ahí, distante del bullicio de la gran ciudad.El guardia de segurida
Hermes se encontraba frente a una alargada reja. El guardia lo miraba a través de la ventanilla de la caseta de vigilancia. Había tardado en llegar y no hallaba la dirección, lo que provocó que se tardara varias horas para llegar a su destino. Estaba agitado, sudado y sus piernas le dolían, pero no quería esperar hasta mañana para devolver el bolso con el dinero y algo en su pecho, le decía que debía entregarlo hoy. El corazón le palpitó con fortaleza, tragó saliva y quedó hechizado cuando la vio a ella. A pesar de las luces de la mansión, ella relucía con brillo propio, como si un aura celestial la cubriera por cada rincón de su maravilloso cuerpo. Hermes se ruborizó al percatarse del relevador atuendo que traía puesto su precioso ángel.—Hola —dijo Hermes, caminó y se puso al frente de Hariella. Sus miradas se buscaban, como si sus ojos tuvieran adheridos imanes de cargas contrarias. Ella lucia más baja, pero a la vez, más encantadora—. Esto es tuyo. —Le entregó el bolso y ella lo re