Una vez Claus y Kimaris desaparecieron entre los árboles, Salomé se dejó caer en el suelo para respirar más relajada ahora que la confrontación se había evitado, pero se dio cuenta de que sus problemas estaban lejos de terminar cuando notó que sus compañeros ya se habían puesto de pie y se plantaron frente a ella. Vio sus rostros; Carolos se notaba preocupado pero los otros tres se veían sorprendidos.
La loba marrón pasó saliva debido a que no sabía qué esperar. Había mostrado eso que tanto había tratado de ocultar: que estaba desarrollando una fuerza física que no era normal, ni siquiera en un hombre lobo. ¿Cómo reaccionarían ellos? ¿La tratarían como un bicho raro? ¿Le temerían? ¿Provocarían que la exiliaran como el monstruo que era?
Finalmente Orien habló para decir lo que su gemela y Aegeus pensaban:
—Eso fue… ¡increíble! —gritó con una gran sonrisa.
—¡¿Eh?! —exclamaron Carolos y Salomé con las cejas bien levantadas, puesto que no esperaban esa reacción.
—¡La forma en la que te le plantaste a Claus! —secundó Ophelia a su gemelo también chillando emocionada—. ¡Eso fue muy genial!
—¡No sabíamos que eras tan fuerte! —le elogió Aegeus también emocionado—. ¡¿Desde cuándo tienes esa fuerza?! Mencionaste lo del jabalí, ¿no?
Salomé se pasó la mano por la nuca, no muy segura de contar toda la historia, pero al fin se decidió a sacar aquello de su pecho aprovechando que sus compañeros de caza no la estaban juzgando como el monstruo que temía ser y empezó a narrar:
—Aquel día cuando el jabalí me acorraló en el risco, parecería que logré esquivarlo en el último momento y por eso me salvé, pero lo que ocurrió fue otra cosa.
—¿Qué pasó? —preguntó Ophelia, interesada.
Salomé suspiró, levantó la mirada al cielo y continuó con su historia:
—Cuando el jabalí venía hacia mí, hice lo único que pude hacer: tiré un gancho al menos esperando causarle un daño antes de que me lanzara al vacío, pero lo que ocurrió ni yo me lo creo: del puñetazo levanté al jabalí, giró en el aire sobre mi cabeza y cayó al precipicio. Cuando regresamos a casa, pensé que había sido por la adrenalina del momento pero, he estado haciendo pruebas y mi fuerza sigue siendo sobrenatural: he roto huesos de los animales cazados como si fueran ramas y he logrado romper rocas como si fueran terrones de lodo seco.
Para demostrar su punto, Salomé tomó con su mano una piedra que estaba cerca de ella y la apretó. Tomó algo de tiempo, pero al final esta se partió ante la fuerza de la loba.
—¡Wow! —exclamaron los gemelos ante la demostración.
—Por eso había estado fallando en las cacerías —continuó explicando Salomé mientras se sacudía las manos—. No quería tener un arranque de fuerza y que se dieran cuenta de mi fuerza.
—¿Pero por qué no? —preguntó Aegeus, no enojado, sino emocionado—. ¡Nos hubieras ahorrado muchos problemas si la usabas!
—¡Así es! —corroboró Ophelia—. ¿Te imaginas si yo tuviera tu fuerza?
—¡Yo sé lo que haría con ella! —le interrumpió su gemelo—. ¡Iría por mi cuenta a cazar osos!
Y tras decir eso, Orien le dio unos golpes en el hombro a su gemela, lo que provocó que se pusieran a intercambiar manotazos, lo que sirvió para relajar un poco a Salomé al arrancarle una pequeña risa.
Carolos vio que su amiga se estaba dejando llevar por los halagos, pero no había que perder la perspectiva del asunto.
—Sí, ¿pero por qué? —dijo haciendo que las miradas de los otros cuatro se giraran hacía él—. Vamos chicos, piénsenlo: no es normal que alguien tenga una fuerza así, ni siquiera los hombres lobos somos tan fuertes.
—Ay Carolos —dijo Ophelia como si el hijo del beta hubiera preguntado algo tan obvio como el color del cielo—. Eso tal vez se aplique para nosotros los lobos negros, pero Salomé es una loba marrón.
—Sí tonto —dijo Orien dándole un golpe en la cabeza a Carolos—. Tal vez los de su especie son más fuertes que los lobos en Arcadia.
Mientras que Carolos se sobaba ahí donde Orien le había golpeado, Aegeus preguntó:
—¿Qué dices Salomé? ¿Crees que sea eso?
Salomé bajó la cabeza, pensativa, y respondió:
—No lo sé. No sé mucho de otros lobos marrones porque desde que recuerdo ya viajaba con mis papás. Mi papá yo no diría que era más fuerte que nuestro alfa y mamá… ella era más bien del tipo erudita, así que dudo que fuera más fuerte que papá.
Un silencio pesado cayó sobre el grupo, no tanto porque el misterio de la fuerza de Salomé continuara, sino porque le habían hecho recordar a sus padres fallecidos.
Como líder del grupo, Aegeus tomó el deber de romper esa tensa situación y luego de aclararse la garganta, dijo:
—Bueno, propongo que hasta que se demuestre lo contrario, nos apeguemos a la idea de que la fuerza de Salomé se debe a que es una especie diferente de hombre lobo.
—Hecho —dijeron los gemelos y Carolos al unísono, lo que de cierta forma Salomé agradeció.
—Con eso acordado —continuó Aegeus —, es hora de regresar a casa. No debemos olvidar que seguimos en el territorio de los grises y aunque Salomé ya le pateó el trasero al más peligroso, al menos yo no quiero seguir tentando a nuestra suerte.
Los demás asintieron ante ese razonamiento.
—Pero no hay que olvidar el regalo que nos dejó ese gris —dijo Orien mirando hacia el cadáver del oso que por la conmoción ya los demás habían olvidado.
—¿En serio quieres llevártelo luego de todo el problema que causó? —le preguntó su hermana mientras le daba un golpe en el hombro.
—Oye, comida es comida y bien sabes que son tiempos difíciles, ¡no podemos darnos el lujo de desperdiciarla! —respondió el gemelo macho sobándose ahí donde le habían pegado.
—Orien tiene razón —asintió Aegeus—, habrá que llevarlo con nosotros.
Ophelia resopló resignada y dijo:
—Bueno, pero también ¿cómo lo vamos a justificar? Si les decimos que nos metimos al territorio de los grises, seguro el alfa y el beta nos van a comer junto con el oso.
Salomé y Carolos bajaron la cabeza, nerviosos, pero este último se apuró a hablar:
—Po-podemos decir que lo encontramos herido, un golpe de suerte —el pretexto que le había metido en ese problema ahora les salvaba la vida.
—Supongo que eso está bien —concluyó Aegeus rascándose la nuca—. Eso es lo que vamos a decir, ¿de acuerdo?
—¿Puedo sumar algo al acuerdo? —se apuró Salomé a agregar.
Aegeus la miró y preguntó:
—¿Qué cosa?
Salomé bajó la mirada antes de responder:
—¿Pu-puedo pedir que no digan nada de mi fuerza? —no quiero que se haga mucho alboroto en la manada al menos hasta que yo misma comprenda qué es lo que me está pasando.
Los otros cuatro lobos se miraron entre ellos antes de asentir al unísono, lo que le quitó un peso del corazón a Salomé.
—Gracias chicos —dijo con una sonrisa llena de gratitud.
Pero mientras los demás lobos se ponían de acuerdo sobre cómo llevarse al oso, Salomé miró en dirección hacia donde Claus y esa demonio se habían ido.
Pasó saliva, nerviosa. Por alguna razón esa tal Kimaris le daba mala espina. ¿Qué haría una demonio en Arcadia? Y más importante, ¿por qué alguien como Claus la obedeció? Salomé negó con la cabeza, ya tenía mucho con el propio misterio de su fuerza sobrenatural como para todavía ponerse a pensar en lo que fuera que estuvieran tramando los grises. Sólo le quedó esperar que si Kimaris o la otra manada se traían algo entre manos, no le fastidiaran la vida.
Con la fuerza de Salomé, cargar a ese oso fue tarea fácil y con este sobre sus espaldas iniciaron el camino de vuelta a la villa.
Carolos por su parte dejó de lado sus preocupaciones al imaginarse el banquete que se iban a dar esa noche ya que sería la primera vez en varios meses que los lobos negros verían tal cantidad de carne. Pero al recordar lo precaria que había estado la situación de las presas para los lobos negros, ver cómo Salomé marchaba bien pese a estar cargando tanto peso y luego al recordar la paliza que le había dado a Claus, una idea comenzó a fraguarse en su mente y se sintió muy estúpido por no haberlo pensado en cuanto su amiga puso de rodillas al gris.
En la entrada de la villa varios grupos de cazadores estaban entregando sus precarias presas del día, cuando vieron al grupo de Aegeus llegar con su gran carga. No sólo se quedaron con la boca abierta al ver por primera vez en mucho tiempo entrar a un oso a la villa como alimento, sino que de inmediato corrieron para ayudar a los cinco jóvenes a cargar su pesado botín.
Dejaron el cuerpo del oso al lado de las demás presas y pronto se pusieron a interrogarles sobre cómo se habían hecho con tal premio, pero los cinco se apegaron a su historia de que lo habían encontrado ya muerto y decidieron traerlo, lo que a ojos de los demás lobos les quitó algo de mérito, pero al grupo de Aegeus no le importó al conocer la verdadera historia y se conformaron con saber que esa noche cenarían bien.
***
Un nuevo día había llegado a Arcadia y por primera vez en un buen tiempo, a Salomé no le tocó ir a cazar.
Gracias a haber capturado a la presa más grande del día, ella y su grupo se habían ganado un día de descanso. Alguna vez Salomé y Carolos habían acordado que cuando al fin tuvieran su primer día libre como cazadores, irían al río a jugar en el agua como cuando eran pequeños, pero ese día Salomé no estaba en el río. Se encontraba en un pequeño monte cercano a la villa, alejada de todo y de todos, acostada a la sombra de un árbol mirando el cielo azul y las nubes que se desplazaban por este, pensando.
Pese a que Aegeus y los gemelos no lo habían visto mal, a ella todavía le preocupaba el hecho de su fuerza extraordinaria, saber de dónde venía. ¿Sería verdad lo que habían especulado? ¿Qué sería parte de su herencia como loba marrón? Salomé no estaba segura, sentía que había algo más detrás de su fuerza. Pasó saliva y pensó en lo que más le preocupaba del asunto: ¿y si su súper fuerza significaba que se estaba convirtiendo en algo más? Eso era lo que más le aterraba, la idea de perderse a sí misma.
Pero no pudo profundizar en ese tema, ya que algo la sacó de sus pensamientos:
—¡Salomé! —le llamaba su hermana.
Salomé se reincorporó y vio que la pequeña loba subía corriendo hasta donde se encontraba ella. Se veía agitada y no sólo por correr.
—¿Nicole? —preguntó Salomé preocupada—. ¿Qué pasa?
Nicole llegó con ella, se apoyó sobre sus rodillas para tomar algo de aire y luego dijo:
—Es papá. Quiere verte y parece importante.
La respiración se le fue a Salomé. No tenía un buen presentimiento.
Con el corazón en un puño, Salomé bajó hasta la villa, llegó a su casa, entró sin anunciarse con Nicole detrás de ella y lo que vio ahí le indicó que su mal presentimiento era correcto: sentados alrededor de la mesa estaban Daniel, Barak… y Carolos. El beta fue el primero en hablar:—Bienvenida Salomé, toma asiento por favor.Pero Salomé no se movió de su lugar.—¿Qué está pasando? —preguntó ella mientras deseaba con todo su ser que no fuera a ser lo que se temía.—Queremos hablar sobre lo que ocurrió ayer —respondió Daniel sin darle más rodeos, con la cabeza apoyada en su puño y mirando fijamente a su hijastra—. De su encuentro con Claus Obelidis.El alma de Salomé se le fue hasta los pies; su mal presentimiento había estado en lo correcto todo el
Con todo eso arreglado, Daniel y Barak les pidieron a los jóvenes que salieran de la casa para que ellos pudieran afinar los últimos detalles en privado y para que Salomé tuviera tiempo de respirar y procesar lo que acababa de ocurrir.Una vez que estuvieron en la calle, Salomé se detuvo, se cruzó de brazos y mirando a Carolos preguntó:—¿Y bien?El joven lobo se detuvo en seco, bajó las orejas y se giró despacio para ver a la loba. Era casi adorable y gracioso verlo pasar de aquel lobo valiente a ese cachorro asustado, pero Salomé tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no sonreír y mantener su cara de enojo.Carolos evadió la mirada de su amiga por un corto periodo de tiempo, luego la miró y recuperando algo del aplomo que había demostrado dentro de la casa, dijo:—Mantengo lo que dije ahí dentro: era necesario que se supiera
Salomé y Barak continuaron con su práctica por gran parte de la mañana. Por ese día ya no combatieron, pues el beta pensó que lo mejor sería que la loba practicara algunas posiciones de pelea antes de comenzar a practicar con ellas y después seguir viendo formas de controlar su fuerza.Al llegar el medio día Nicole se dio cuenta de que pronto sería hora de comer, por lo que regresó a casa para preparar comida tanto para su hermana como para Barak y para cuando regresó a la arena, justo el beta había autorizado un descanso, por lo que la niña aprovechó para acercarse a ellos con la cesta donde había guardado la comida que había preparado y dijo:—Espero que tengan hambre.Salomé vio a su hermana y sonrió. La verdad es que aunque Nicole le había hecho desayunar pesado, luego de todo el día de entrenamiento tenía b
Los días pasaron con esa nueva rutina, con Salomé no sólo entrenando posturas de combate, sino también haciendo ejercicios físicos para aumentar su fuerza (si es que eso era posible) y otros más con el objetivo de ayudarla a controlarla. Ella no diría que ya era combatiente experta, pero al menos podía decir que ya tenía una mejor técnica que esa con la que había iniciado a entrenar. Ahora sólo le quedaba dar lo mejor de sí misma para reclamar los mejores territorios de caza de vuelta a los lobos negros.Llegó un día en que terminó su entrenamiento y se retiró a su casa a bañarse. Pero en lugar de cenar y subir a su habitación para descansar, subió pero a cambiarse con lo que consideraba eran sus mejores ropas para luego bajar y ver también a Daniel y Nicole arreglados lo mejor que podían. Había llegado el día
Salomé abrió los ojos de golpe. Entornó la mirada y vio que la luz de la mañana ya se estaba colando por la ventana de su habitación. Apoyó su antebrazo sobre su frente y suspiró. Había dormido poco; durante toda la noche estuvo dando vueltas sobre su cama por todos los pensamientos que le aquejaban, desde la pelea que tendría con Claus hasta lo que fuera que estuviera tramando Kimaris. No fue hasta que se convenció de que todo se arreglaría cuando ganara, cosa que era en extremo probable, que al fin pudo cerrar los ojos, pero a considerar por la cantidad de sueño que todavía tenía, eso no debería de haber sido hacía mucho.Entornó la mirada por la habitación y se vio sola dentro de ella. Por el aroma a carne asada dedujo que su hermana ya había bajado a preparar el desayuno, por lo que se apuró a lavarse la cara para despertarse un poco,
Salomé empezó a recuperar la consciencia. Primero se sintió acostada sobre unas sábanas, pero en un piso duro que definitivamente no era el de su habitación. Sintió también algunas vendas en su cuerpo y además, por alguna razón, una presión fría en sus muñecas.Abrió los ojos y tal como lo esperaba, no estaba en su recamara, pero tampoco en la casa del curandero de la manada. Giró la cabeza a su izquierda y en la única ventana que pudo ver, bastante pequeña esta, vio barrotes.«¿La prisión de la villa?», pensó Salomé dando al fin con el lugar en el que estaba. La villa de los lobos negros tenía una prisión, construida hacía muchos años, para encerrar ahí a lobos grises o a lobos negros que fueran un peligro para la misma manada, pero hasta donde Salomé sabía, tenía
En la villa de los lobos negros, Barak caminaba por las calles de esta en dirección a la casa de su alfa. Entró sin siquiera anunciarse pues sabía que su único ocupante lo esperaba sólo a él. Se dio un momento para mirar la casa, sin las dos mujeres que la ocupaban junto con el líder de la manada, la verdad es que la casa se sentía fría, vacía… hasta muerta se podría decir.Miró al fondo de la casa y ahí sobre unas pieles encontró a Daniel echado, con un claro desgano en su rostro. Se acercó a él y el alfa al fin se dignó a mirarlo para preguntar:—¿Y bien?Barak se aclaró la garganta y respondió:—Los cazadores que enviamos a buscar a Salomé y Carolos ya regresaron y me entregaron su informe: no encontraron rastro de los chicos.Daniel suspiró, se sentó y mientras se pas
Aunque la situación ya no se veía tan amenazante, pues Carolos sentía que podía con una humana, no se animó a bajar la guardia.—¿Qué haces aquí? —preguntó Carolos todavía apuntando la navaja hacia la chica—. En esta isla sólo hay hombres lobo.—Lo sé, lo sé —dijo la pelirroja con una mano en la nuca—. Como habrás notado, no soy de aquí, sólo estoy de paso.—Estás en territorio de los lobos grises —le advirtió Carolos—. Si te ven por aquí te matarán.Aunque no sabía que tan válida era su amenaza considerando que sus enemigos habían aceptado a Kimaris entre sus filas.—Pero tú tienes pelaje negro, así que supongo que estamos en la misma situación —observó la pelirroja, pero sus palabras sólo