Con el corazón en un puño, Salomé bajó hasta la villa, llegó a su casa, entró sin anunciarse con Nicole detrás de ella y lo que vio ahí le indicó que su mal presentimiento era correcto: sentados alrededor de la mesa estaban Daniel, Barak… y Carolos. El beta fue el primero en hablar:
—Bienvenida Salomé, toma asiento por favor.
Pero Salomé no se movió de su lugar.
—¿Qué está pasando? —preguntó ella mientras deseaba con todo su ser que no fuera a ser lo que se temía.
—Queremos hablar sobre lo que ocurrió ayer —respondió Daniel sin darle más rodeos, con la cabeza apoyada en su puño y mirando fijamente a su hijastra—. De su encuentro con Claus Obelidis.
El alma de Salomé se le fue hasta los pies; su mal presentimiento había estado en lo correcto todo el tiempo. Miró dolida a Carolos por la traición a su pacto silencioso y furiosa le espetó:
—¡¿Les dijiste?!
Ante el reclamo de Salomé, Carolos bajó la mirada. Era la primera vez que le molestaba la debilidad de su amigo ya que si había tenido el valor de delatarla con el alfa y el beta, por lo menos esperaba que tuviera el mismo valor para verla a los ojos y aceptar lo que había hecho.
Viendo que la situación se estaba poniendo tensa, Barak se aclaró la garganta y retomó la palabra.
—Para poder hacer esto, tenemos que empezar bien, así que de primeras debes saber que no estás en problemas, Salomé.
«¿¡En problemas?!», pensó Salomé casi ofendida mientras se giraba a ver al beta. A ella no le preocupaba estar en problemas, lo que le preocupaba es que en principio ni ella misma sabía cómo reaccionar a lo que fuera que le estuviera pasando.
Como Salomé no dijo ninguna otra palabra, Barak continuó:
—Lo que nos interesa es que nos digas bien los detalles de lo que te ocurre basado en lo que pasó ayer y ver si podemos usarlo a nuestro beneficio.
—¡¿Su beneficio?! —explotó al fin Salomé, asustando a Nicole quién no comprendía qué estaba pasando—. ¡¿Van a usarme como un arma?!
En el fondo, esa era otra de sus preocupaciones.
—No como un arma —respondió Daniel, impasible—. Como nuestra esperanza.
Salomé se sorprendió por esa declaración. Al ver que la muchacha ya estaba un poco más calmada, Barak le indicó con la mano una de las sillas.
—Entonces, ¿lista para tomar asiento?
Salomé pasó saliva, miró a su hermana y una vez esta asintió con la cabeza, ambas tomaron asiento.
—Gracias Salomé —agradeció Barak antes que nada—. Entremos en materia. Según lo que nos contó Carolos, cuando fue a perseguir a aquel oso cruzó al territorio de los lobos grises, se toparon con Claus y de no haber sido por ti, todos habrían muerto, ¿no es así?
Salomé primero miró feo a Carolos, luego regresó la vista a Barak y se limitó a asentir con la cabeza. Daniel por su parte levantó las cejas, bajó el brazo con el que apoyaba su cabeza, se irguió un poco y preguntó:
—¿En serio venciste a Claus?
Salomé quería mencionar que en realidad no le había vencido, que aquella demonio había interrumpido la batalla, pero no sabía si Carolos les había hablado de la extranjera y no quería hacer más compleja esa charla, por lo que decidió mantenerse en el tema de conversación, por lo que empezó a narrar:
—Desde hace un par de días… mi fuerza física ha estado aumentando. —miró sus manos antes de continuar—. Rompo huesos de animales cazados con facilidad y rocas como si fueran terrones de tierra. Cuando luché con Claus, sus golpes no me dolían, podía ver sus movimientos y fui capaz de darle dos golpes que le lastimaron.
Barak y Daniel se miraron entre ellos con dudas mientras que Nicole miraba a su hermana sorprendida. El beta volvió a ver a Salomé y preguntó:
—¿Te importaría darnos una demostración rápida?
—¿Cómo? —preguntó Salomé inclinando la cabeza.
—Unas vencidas. Conmigo —respondió Barak.
Salomé miró el brazo del beta. Pese a que sus trabajos en la manada eran más del tipo administrativo, aún así se le veían fornidos y no era para menos, ya que de seguro era el segundo hombre lobo más fuerte de todos ellos, sólo por debajo de Daniel. Pasó saliva, pero aún así se animó a responder:
—C-claro.
Ambos contendientes pusieron sus codos del brazo derecho sobre la mesa y luego se tomaron de la mano. Se miraron fijamente por unos segundos hasta que Barak dijo:
—No te contengas, recuerda que quiero ver si de verdad eres fuerte, ¿de acuerdo? —Salomé sólo asintió—. Bien: una, dos… ¡tres!
La loba sólo puso un poco de fuerza en su brazo para mantenerlo firme, pero pudo ver cómo Barak le imprimía bastante fuerza a su brazo, primero para medir la fuerza de la muchacha y luego poco a poco subía de intensidad para hacer que el brazo de esta cediera, pero no ocurría nada.
Salomé decidió que era momento de demostrar lo suyo y le imprimió un poco de fuerza a su brazo y todos los presentes se sorprendieron al ver la forma en que el brazo de Barak comenzaba a ceder. Este por su parte puso toda su fuerza en tratar de llevar su brazo al lado contrario, pero era inútil, así que Salomé decidió terminar con eso para saber ya de una vez qué pasaba ahí, por lo que puso más fuerza y de inmediato, los nudillos de Barak golpearon la superficie de la mesa.
—¡Wow! —exclamó Nicole tan sorprendida por la fuerza de su hermana como lo estaba Daniel, aunque este no pronunció ninguna palabra.
Barak por su parte tomó su mano y se sobó. Había perdido y se veía que le dolía, pero no dejaba de sonreír.
—Vaya, vaya… esto es mejor que lo que esperábamos.
—Bueno, ya demostré que soy fuerte, ¿no? —dijo Salomé mirando a los dos adultos—. ¿Ya van a decir a qué se refieren con lo de “nuestra esperanza”?
Daniel miró a su hijastra y respondió:
—El rito del territorio.
«¡¿El rito del territorio?!», pensó Salomé, sorprendida. Ya comprendía a dónde iba la cosa y se sentía estúpida por no haber pensado en eso antes.
Hacía muchos años, cuando los lobos negros y los lobos grises estaban en constante guerra por las presas de Arcadia, el rey Licaón estableció el rito del territorio, donde una vez al año el mejor cazador de cada manada sería enviado a luchar contra el elegido del otro bando y quien resultara ganador de la contienda, ganaría para su manada la mayor parte de los territorios de caza de Arcadia.
—¡¿Entonces eso es?! —explotó Salomé golpeando la mesa, haciendo que las patas de esta crujieran al romperse un poco— ¡¿Quieren que vaya a pelear por ustedes al rito del territorio?! ¡Y pensar que habían dicho que no querían volverme un arma!
—¡Por eso fue que hablé! —dijo Carolos dando un manotazo en la mesa y poniéndose de pie para encarar a Salomé—. ¡Tú mejor que nadie sabes la situación por la que estamos pasando! El rito balanceaba las cosas, una temporada una manada se quedaba con los territorios de caza y luego la otra. Pero desde hace cinco años Claus ha ganado todos los ritos del territorio para los lobos grises, lo que luego de ese tiempo nos ha llevado a una pesada hambruna. Tenemos que ganar el siguiente rito del territorio porque si no quién sabe si sobreviviremos el siguiente año con tan pocas presas a nuestra disposición y dado que casi venciste a Claus ayer, ¡eres la más indicada para hacerlo!
Salomé miró a Carolos con los ojos bien abiertos por la sorpresa. Era raro que al principio de la charla el muchacho se mostrara con miedo de verla directo a los ojos para aceptar que la había delatado y ahora, se le ponía enfrente sin miedo exponiendo las razones por las que lo había hecho, unas razones muy válidas si se pensaba bien. Era casi como ver a su amigo de la infancia bajo otra luz.
—Básicamente eso que expuso Carolos —dijo Barak retomando la palabra con un tono suave para tratar de calmar la situación—. Te necesitamos Salomé, si de verdad venciste al campeón de los lobos grises, necesitamos que tomes parte en el siguiente rito y nos ayudes a recuperar territorios de caza al menos por un año. Además, recuerda que al ganador se le concede una petición, la que sea, siempre y cuando esté dentro de las capacidades de las manadas. No es un mal trato, ¿no crees?
Salomé miró a Barak, bajó la cabeza y se apoyó sobre el respaldo de la silla donde antes había estado sentada.
—Sí, no es un mal trato. Pero eso no es lo que me preocupa; lo que me preocupa soy yo misma.
Todos miraron a Salomé.
—¿A qué te refieres? —Nicole fue la única que se atrevió a preguntar lo que los demás pensaban.
Salomé miró a su hermana y respondió:
—Esta fuerza no es natural. Temo… temo estarme convirtiendo en algo que no soy yo.
Ante las palabras de la muchacha, Daniel se puso de pie y habló:
—Es verdad que no sabemos de dónde salió esa fuerza, si es herencia de tu especie de lobo o la adquiriste de otro lado. Pero sí sé esto: debemos enfrentar a nuestros propios temores por el bien de las personas que nos importan.
Salomé miró a su padrastro y vio las tres cicatrices en el lado derecho de su cara, testamento de cuando él tuvo que luchar contra el anterior alfa de los lobos negros, un hombre lobo incluso más temible que Claus si ella recordaba bien. La razón del conflicto había sido que Daniel les había encontrado a ella y a su madre una vez que fueron arrojados a esa isla y su padre había muerto. Daniel les había ofrecido asilo, pero el anterior alfa no quería lobos extranjeros en su territorio, así que Daniel tuvo que retarlo a un combate a muerte para quitarle el título de alfa y permitirles a ella y a su madre quedarse con ellos. El resto era historia.
Si Daniel había enfrentado a tan temible enemigo por el bien de ella y su madre y triunfado, sin la ayuda de súper fuerza, ¿por qué ella no debería hacerlo? Esas tres cicatrices en el rostro de su padrastro fueron lo que necesitó para convencerse.
Suspiró, irguió la espalda y dijo:
—Está bien, lo haré. Seré la campeona de los lobos negros, tomaré parte en el rito del territorio, venceré a Claus y terminaré con la hambruna que nos azota.
Barak y Daniel se miraron entre ellos y sonrieron mientras que Nicole se dedicó a aplaudir el valor de su hermana.
—Entonces eso lo decide —dijo Daniel—. Barak, prepara unas sesiones de entrenamiento para Salomé, aunque sea fuerte necesitará saber pelear ya que una pelea no es lo mismo que una cacería.
—De inmediato Daniel —respondió Barak haciendo una reverencia. Daniel asintió con la cabeza y luego miró a su hijastra:
—Y Salomé, gracias. De verdad.
Salomé sonrió y se sintió un poco avergonzada, pero se le pasó cuando Nicole llegó ante ella para bombardearla con preguntas sobre lo que había pasado el día anterior y sobre si creía que cuando creciera ella sería tan fuerte como su hermana mayor.
Salomé trató de responder a sus preguntas, pero al mirar a Carolos vio que otra vez evitaba verla. El valor que había demostrado hacia poco ya se había ido.
Con todo eso arreglado, Daniel y Barak les pidieron a los jóvenes que salieran de la casa para que ellos pudieran afinar los últimos detalles en privado y para que Salomé tuviera tiempo de respirar y procesar lo que acababa de ocurrir.Una vez que estuvieron en la calle, Salomé se detuvo, se cruzó de brazos y mirando a Carolos preguntó:—¿Y bien?El joven lobo se detuvo en seco, bajó las orejas y se giró despacio para ver a la loba. Era casi adorable y gracioso verlo pasar de aquel lobo valiente a ese cachorro asustado, pero Salomé tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no sonreír y mantener su cara de enojo.Carolos evadió la mirada de su amiga por un corto periodo de tiempo, luego la miró y recuperando algo del aplomo que había demostrado dentro de la casa, dijo:—Mantengo lo que dije ahí dentro: era necesario que se supiera
Salomé y Barak continuaron con su práctica por gran parte de la mañana. Por ese día ya no combatieron, pues el beta pensó que lo mejor sería que la loba practicara algunas posiciones de pelea antes de comenzar a practicar con ellas y después seguir viendo formas de controlar su fuerza.Al llegar el medio día Nicole se dio cuenta de que pronto sería hora de comer, por lo que regresó a casa para preparar comida tanto para su hermana como para Barak y para cuando regresó a la arena, justo el beta había autorizado un descanso, por lo que la niña aprovechó para acercarse a ellos con la cesta donde había guardado la comida que había preparado y dijo:—Espero que tengan hambre.Salomé vio a su hermana y sonrió. La verdad es que aunque Nicole le había hecho desayunar pesado, luego de todo el día de entrenamiento tenía b
Los días pasaron con esa nueva rutina, con Salomé no sólo entrenando posturas de combate, sino también haciendo ejercicios físicos para aumentar su fuerza (si es que eso era posible) y otros más con el objetivo de ayudarla a controlarla. Ella no diría que ya era combatiente experta, pero al menos podía decir que ya tenía una mejor técnica que esa con la que había iniciado a entrenar. Ahora sólo le quedaba dar lo mejor de sí misma para reclamar los mejores territorios de caza de vuelta a los lobos negros.Llegó un día en que terminó su entrenamiento y se retiró a su casa a bañarse. Pero en lugar de cenar y subir a su habitación para descansar, subió pero a cambiarse con lo que consideraba eran sus mejores ropas para luego bajar y ver también a Daniel y Nicole arreglados lo mejor que podían. Había llegado el día
Salomé abrió los ojos de golpe. Entornó la mirada y vio que la luz de la mañana ya se estaba colando por la ventana de su habitación. Apoyó su antebrazo sobre su frente y suspiró. Había dormido poco; durante toda la noche estuvo dando vueltas sobre su cama por todos los pensamientos que le aquejaban, desde la pelea que tendría con Claus hasta lo que fuera que estuviera tramando Kimaris. No fue hasta que se convenció de que todo se arreglaría cuando ganara, cosa que era en extremo probable, que al fin pudo cerrar los ojos, pero a considerar por la cantidad de sueño que todavía tenía, eso no debería de haber sido hacía mucho.Entornó la mirada por la habitación y se vio sola dentro de ella. Por el aroma a carne asada dedujo que su hermana ya había bajado a preparar el desayuno, por lo que se apuró a lavarse la cara para despertarse un poco,
Salomé empezó a recuperar la consciencia. Primero se sintió acostada sobre unas sábanas, pero en un piso duro que definitivamente no era el de su habitación. Sintió también algunas vendas en su cuerpo y además, por alguna razón, una presión fría en sus muñecas.Abrió los ojos y tal como lo esperaba, no estaba en su recamara, pero tampoco en la casa del curandero de la manada. Giró la cabeza a su izquierda y en la única ventana que pudo ver, bastante pequeña esta, vio barrotes.«¿La prisión de la villa?», pensó Salomé dando al fin con el lugar en el que estaba. La villa de los lobos negros tenía una prisión, construida hacía muchos años, para encerrar ahí a lobos grises o a lobos negros que fueran un peligro para la misma manada, pero hasta donde Salomé sabía, tenía
En la villa de los lobos negros, Barak caminaba por las calles de esta en dirección a la casa de su alfa. Entró sin siquiera anunciarse pues sabía que su único ocupante lo esperaba sólo a él. Se dio un momento para mirar la casa, sin las dos mujeres que la ocupaban junto con el líder de la manada, la verdad es que la casa se sentía fría, vacía… hasta muerta se podría decir.Miró al fondo de la casa y ahí sobre unas pieles encontró a Daniel echado, con un claro desgano en su rostro. Se acercó a él y el alfa al fin se dignó a mirarlo para preguntar:—¿Y bien?Barak se aclaró la garganta y respondió:—Los cazadores que enviamos a buscar a Salomé y Carolos ya regresaron y me entregaron su informe: no encontraron rastro de los chicos.Daniel suspiró, se sentó y mientras se pas
Aunque la situación ya no se veía tan amenazante, pues Carolos sentía que podía con una humana, no se animó a bajar la guardia.—¿Qué haces aquí? —preguntó Carolos todavía apuntando la navaja hacia la chica—. En esta isla sólo hay hombres lobo.—Lo sé, lo sé —dijo la pelirroja con una mano en la nuca—. Como habrás notado, no soy de aquí, sólo estoy de paso.—Estás en territorio de los lobos grises —le advirtió Carolos—. Si te ven por aquí te matarán.Aunque no sabía que tan válida era su amenaza considerando que sus enemigos habían aceptado a Kimaris entre sus filas.—Pero tú tienes pelaje negro, así que supongo que estamos en la misma situación —observó la pelirroja, pero sus palabras sólo
Salomé y Carolos se quedaron de pie mirando a la vampiro hasta que fue obvio que en efecto se había quedado dormida.Sin nada más por hacer, ambos lobos fueron y se sentaron en diversos lugares del campamento, vigilando a su nueva “compañera”, hasta que el cansancio les venció y se quedaron dormidos.Lo que despertó a Salomé más tarde fue un aroma que hizo que el estómago básicamente la golpeara: carne asada con hongos fritos. Abrió los ojos y aunque lo veía con la luz de la mañana, no creyó lo que tenía enfrente: Kaia estaba en la fogata cocinando y se oía que tarareaba una canción.Se giró hacia donde Carolos había ido a dormir la noche anterior y lo vio también despierto y mirando la escena, luego este se giró a ella y pudo ver en sus ojos que le preguntaba: “¿Estás viendo lo mismo q