El viento helado de la madrugada silbaba entre los edificios viejos del barrio donde Natalia había crecido. Las calles estaban húmedas por la reciente lluvia, reflejando las luces mortecinas de los postes. A pesar del frío que se filtraba en sus huesos, ella caminaba con pasos decididos, sujetando la pequeña bolsa de compras contra su pecho. La vida nunca había sido fácil, pero ya estaba acostumbrada. Sin embargo, en el fondo de su alma, siempre sintió que algo no encajaba, como si su destino estuviera esperando por ella en algún otro lugar.
Desde que tenía memoria, su mundo había sido aquel diminuto apartamento en las afueras de la ciudad, donde su madre adoptiva, doña Rosario, la había criado con lo poco que tenía como su propia hija. Nunca hubo lujos ni comodidades, pero tampoco faltaron el amor y las enseñanzas. Fue una niña feliz, llena de risas y juegos en las calles del barrio, pero en su interior siempre sintió una tristeza inexplicable, una sensación de ausencia que no lograba comprender. Rosario le inculcó valores, le enseñó a luchar y a valerse por sí misma. Sin embargo, a sus 23 años, Natalia sentía que la vida aún le debía algo. Esa sensación de vacío la perseguía en cada esquina, como un susurro en la oscuridad que le recordaba que había algo más allá de lo que conocía.
Trabajaba en una cafetería, un sitio modesto donde pasaba horas sirviendo café y atendiendo clientes con su mejor sonrisa. No era el empleo de sus sueños, pero le permitía sobrevivir y ayudar a Rosario, quien cada día se veía más frágil. Aunque solía recibir la amabilidad de la gente sencilla, notaba con frecuencia el desdén de aquellos con más recursos. No la trataban con crueldad directa, pero la hacían sentir invisible, como si su presencia fuera insignificante. Esa sensación de desprecio se acumulaba en su interior, alimentando una herida silenciosa.
Sus días transcurrían en una rutina monótona, entre las charlas con los clientes habituales y las largas horas de pie, hasta que una noche, al llegar a casa, encontró a la anciana sentada en el viejo sillón de la sala, con una carta entre las manos temblorosas y una expresión que mezclaba angustia y culpa.
—Mi niña... —susurró Rosario, mirándola con los ojos cargados de emoción.
Natalia frunció el ceño, dejó las compras sobre la mesa y se acercó.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Te sientes mal?
La anciana negó con la cabeza y le extendió la carta.
—Es hora de que conozcas la verdad.
El corazón de Natalia latió con fuerza. Se sentó a su lado y tomó la carta con dedos temblorosos. Su mirada recorrió las palabras escritas con tinta ya desvaída.
"Natalia, si estás leyendo esto, significa que Rosario ha decidido contarte lo que he guardado todos estos años. No sé cómo empezar ni cómo enfrentar la culpa que me consume, pero la verdad es esta: no eres mi hija biológica. Te encontré cuando eras solo una bebé, abandonada en la orilla del río después de un secuestro que salió mal. Creí que habías sido dejada para morir, pero eras fuerte. Te llevé conmigo, te crié como mía y nunca tuve el valor de decirte la verdad. Tu verdadero padre es Esteban Montalvo."
Las letras comenzaron a volverse borrosas ante la incredulidad de Natalia.
—¿Qué... qué significa esto? —murmuró, sintiendo su respiración entrecortarse.
Rosario le tomó las manos con fuerza.
—Significa que toda tu vida te han mentido, hija.
El nombre de Esteban Montalvo no era desconocido para ella. Todos en la ciudad sabían quién era: el magnate más poderoso del país, dueño de un imperio que abarcaba desde hoteles de lujo hasta compañías petroleras. Un hombre cuya riqueza parecía no tener límites.
Pero más allá de su fortuna, tenía fama de ser despiadado. Era temido, respetado... y, ahora, resultaba ser su padre.
—No... esto tiene que ser un error —susurró, poniéndose de pie bruscamente.
Rosario negó con tristeza.
—No lo es. Esteban creyó que habías muerto cuando te secuestraron. Juana fue quien te encontró y te crió durante los primeros años. Tu madre biologica... ella nunca dejó de buscarte, Juana pensó que lo mejor era mantenerte oculta, pero tu madre no pudo soportar tu perdida y enfermó. Murió creyendo que nunca volvería a verte.
Natalia sintió una opresión en el pecho. Un torbellino de emociones la invadió: incredulidad, enojo, tristeza. Todo lo que creía cierto se derrumbaba ante sus ojos.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —preguntó con la voz quebrada.
—Porque tenía miedo de perderte. Temía que me odiaras.
Natalia no supo qué responder. Parte de ella quería creer que había una explicación, que su destino no había sido sellado desde su infancia. Pero otra parte... otra parte hervía de rabia.
Su padre era un hombre poderoso, influyente. ¿Cómo pudo darla por muerta tan fácilmente? ¿Cómo pudo continuar con su vida como si nada? Si realmente la había buscado, ¿por qué nunca la encontró?
Los recuerdos de su infancia vinieron a su mente con una nitidez dolorosa: los años difíciles, los momentos en que se preguntaba por qué su vida era tan diferente a la de los demás. Ahora tenía la respuesta, pero no era la que esperaba ni la que quería. No podía simplemente aceptar que todo esto había sido un error del destino. No podía perdonar tan fácilmente.
—Necesito respuestas —declaró, con la mandíbula tensa.
Rosario la miró con preocupación.
—No hagas nada impulsivo, Natalia.
Pero ya era demasiado tarde. Una semilla de venganza acababa de germinar en su interior.
Si Esteban Montalvo creía que su hija estaba muerta, entonces así seguiría siendo. Porque Natalia no buscaría recuperar el tiempo perdido. No quería amor ni un reencuentro emocional.
Quería justicia. Quería verlo caer.
Y, para ello, primero debía infiltrarse en su mundo.
Observó la carta una última vez antes de guardarla en su bolsillo. La decisión estaba tomada. No había vuelta atrás. Desde esa noche, Natalia dejó de ser quien era para convertirse en alguien dispuesto a enfrentar su destino, incluso si eso significaba destruir al hombre que le había dado la vida.
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Natalia entró en la cafetería donde trabajaba. El aire olía a café recién hecho y pan recién horneado, pero aquella mañana no tenía hambre ni energía. Pasó toda la noche en vela, leyendo una y otra vez aquella carta que había cambiado su vida para siempre.-¡Natalia! ¿Otra vez sin dormir? -preguntó Diana, su compañera de trabajo, mientras le servía un espresso en un vaso desechable.-Algo así -respondió Natalia, frotándose los ojos.No podía compartir lo que había descubierto. Aún no sabía cómo procesarlo, mucho menos explicarlo. Solo una idea se repetía en su mente como un mantra: tenía que encontrar la forma de acercarse a Esteban Montalvo.Pero ¿cómo? No podía aparecer de la nada y exigir respuestas. Un hombre como él, rodeado de abogados y seguridad, no permitiría que cualquier desconocido se presentara reclamando ser su hija.Si quería venganza, debía jugar sucio.Esa tarde, en su descanso, Natalia caminó hasta un cibercafé. Se sentó
El sonido de sus tacones resonaba en el reluciente piso de mármol cuando Natalia cruzó la recepción de Montalvo Corp por primera vez como empleada. Aunque su rostro reflejaba tranquilidad, por dentro su corazón latía con fuerza. Este era el primer paso real dentro del imperio de su padre.Vestía un traje de falda y chaqueta en tono azul marino, elegante pero discreto. Había pasado horas ensayando frente al espejo, asegurándose de que cada detalle de su apariencia proyectara profesionalismo. No podía cometer errores.-Señorita Guerra, por aquí -dijo una joven con gafas, que parecía tener poco más de veinte años.-Gracias... -leyó el gafete de la chica- Mariana.-Soy la asistente del señor Ríos, él me pidió que te mostrara la oficina.Natalia la siguió por un pasillo de paredes de cristal. Desde ahí, podía ver la actividad en las oficinas: teléfonos sonando, personas escribiendo en laptops de última generación, reuniones en salas con vista panorámica de la ciudad.-Aquí estamos -anunció
Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos mientras Natalia revisaba los documentos en la pantalla de su computadora. Sus compañeros ya se habían marchado, y la oficina estaba en completo silencio, salvo por el leve zumbido de los monitores y el sonido de sus propios latidos acelerados.El nombre de Fernando Acosta seguía brillando en la pantalla como una advertencia. No era coincidencia que aquel hombre, vinculado a su secuestro, fuera ahora uno de los directivos más importantes de Montalvo Corp.Natalia cerró la carpeta de documentos y se recargó en su silla. Tenía que saber más sobre él.Pero hacerlo sin levantar sospechas sería complicado.A la mañana siguiente, Natalia llegó temprano, lista para su siguiente movimiento. Se aseguró de cruzarse con Mariana en la cafetería interna de la empresa, donde los empleados se reunían antes de comenzar la jornada.-Oye, Mariana... -comenzó, sirviéndose café-, ¿tú sabes algo de Fernando Acosta?Mariana frunció el ceño y bajó la voz.-¿Por qu
Natalia salió del club con la mente dando vueltas. Lo que acababa de escuchar no solo le confirmaba que Fernando Acosta tenía planes ocultos dentro de Montalvo Corp, sino que además demostraba que su padre era más ingenuo de lo que creía.Si Acosta planeaba perjudicar a Esteban Montalvo, entonces ella tenía una oportunidad.Podía adelantarse a él.Podía hacerlo caer antes de que lograra su cometido.Pero para eso, necesitaba pruebas.A la mañana siguiente, Natalia llegó a la oficina con una nueva estrategia en mente. Hasta ahora, había mantenido un perfil bajo, ganándose la confianza de sus compañeros sin llamar demasiado la atención.Eso tenía que cambiar.Si quería acercarse a Acosta, debía asegurarse de que él la notara.Y sabía exactamente cómo hacerlo.-Matías -dijo con una sonrisa al acercarse al despacho de su jefe directo-, ¿tienes un momento?El hombre levantó la vista de su computadora y le hizo un gesto para que pasara.-¿Qué necesitas, Natalia?-He estado analizando alguno
Natalia contuvo la respiración.Los pasos en el pasillo se acercaban, firmes, seguros.Si la encontraban ahí, todo su plan se vendría abajo.Miró a su alrededor, buscando una salida. La oficina de Acosta tenía un ventanal enorme que daba a la ciudad, pero estaba en el piso treinta. Saltar no era una opción.Entonces, vio una puerta entreabierta al fondo. Un baño privado.Se movió con rapidez y se deslizó adentro justo cuando la puerta principal de la oficina se abría.Desde la estrecha rendija, observó cómo un hombre entraba.No era Acosta.Era un guardia de seguridad.Él miró alrededor con una linterna, revisando cada rincón.Natalia sintió su corazón martillar en el pecho. Si él se acercaba al baño, la encontraría.El guardia caminó lentamente, escaneando el lugar con la luz. Cuando iluminó el escritorio, notó la computadora encendida.Su rostro se tensó.Sacó un radio de su cinturón.-Aquí Torres. Algo raro en la oficina del señor Acosta. La computadora está encendida.Un chasquido
Natalia no podía apartar los ojos de la pantalla de su computadora.El nombre en el mensaje la golpeaba como un puñetazo en el estómago.Miguel Montalvo.Su propio hermano.El hijo legítimo de Esteban.El heredero de todo.El que creció rodeado de lujos mientras ella se ahogaba en la miseria.Él estaba involucrado en su secuestro.Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Había sido idea de Miguel? ¿O solo había seguido órdenes de alguien más?Natalia cerró los ojos por un momento, tratando de calmar el torbellino de pensamientos en su cabeza. No podía perder el control ahora. Había llegado demasiado lejos.Respiró hondo y volvió a leer el mensaje.El correo había sido enviado desde una cuenta interna de Montalvo Corp, y aunque el remitente estaba encriptado, su contacto había logrado rastrear al destinatario.Miguel Montalvo había recibido la confirmación del pago por su secuestro.Lo que significaba que había estado al tanto de todo.O peor aún... que lo había planeado.Natalia s
Natalia sostuvo el informe en sus manos, sintiendo su peso como si no solo estuviera hecho de papel, sino de plomo.Las cifras en el documento eran claras.Millones desviados en cuentas ocultas.Un nombre: Fernando Acosta.Y Miguel se lo había entregado a ella como si fuera una simple tarea administrativa.¿Era una prueba?¿Un mensaje encubierto?¿O un intento de arrastrarla a su juego?Miguel sonrió con calma desde el otro lado del escritorio, observándola con sus ojos afilados, esperando su reacción.Natalia sabía que no podía permitirse mostrar ni una pizca de sorpresa.Así que, con la misma frialdad con la que había aprendido a moverse en este mundo, cerró el documento y lo dejó suavemente sobre el escritorio.-Interesante -dijo, con una leve inclinación de cabeza-. ¿Qué quieres que haga con esto?Miguel apoyó una mano sobre la madera pulida del escritorio, sus dedos tamborileando un ritmo pausado.-Fernando Acosta ha sido un socio de la empresa durante años, pero últimamente ha t
Natalia no podía dejar de pensar en las palabras de Andrés.Miguel quería destruir a Esteban.La revelación la había dejado atónita, pero también había despertado algo dentro de ella: un sentimiento de urgencia, de desesperación, pero sobre todo, de furia.Estaba atrapada en una red que había tejido el mismo hombre al que había venido a destruir. Y lo peor era que, hasta ahora, no había tenido ni idea de lo profundo que llegaban sus garras.Desde que había descubierto que era hija de Esteban Montalvo, la idea de venganza había tomado un lugar central en su vida. Había creído que, al destruir a Esteban, obtendría una suerte de justicia. Pero lo que no había previsto era que su hermano, Miguel, fuera el verdadero enemigo.La verdad era mucho más compleja y peligrosa de lo que había imaginado. Miguel no solo estaba involucrado en su secuestro, sino que además tenía planes para apoderarse de toda la empresa. Todo este tiempo había creído que el viejo magnate era la fuente de sus dolores,