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Natalia sostuvo el informe en sus manos, sintiendo su peso como si no solo estuviera hecho de papel, sino de plomo.

Las cifras en el documento eran claras.

Millones desviados en cuentas ocultas.

Un nombre: Fernando Acosta.

Y Miguel se lo había entregado a ella como si fuera una simple tarea administrativa.

¿Era una prueba?

¿Un mensaje encubierto?

¿O un intento de arrastrarla a su juego?

Miguel sonrió con calma desde el otro lado del escritorio, observándola con sus ojos afilados, esperando su reacción.

Natalia sabía que no podía permitirse mostrar ni una pizca de sorpresa.

Así que, con la misma frialdad con la que había aprendido a moverse en este mundo, cerró el documento y lo dejó suavemente sobre el escritorio.

-Interesante -dijo, con una leve inclinación de cabeza-. ¿Qué quieres que haga con esto?

Miguel apoyó una mano sobre la madera pulida del escritorio, sus dedos tamborileando un ritmo pausado.

-Fernando Acosta ha sido un socio de la empresa durante años, pero últimamente ha t
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