Los segundos parecían alargarse en una eternidad. El sonido de las armas siendo recargadas, los cuerpos tensos listos para atacar o defenderse, y en el centro de todo, Montalvo, sonriendo como si aún tuviera la ventaja.- Debo admitirlo, Iván. - Su tono era tranquilo, casi divertido. - Han logrado sorprenderme. Pero eso no cambia nada. ¿De verdad creen que pueden ganarme?Iván no respondió de inmediato. Escudriñó la sala, asegurándose de que todos estuvieran preparados. Samuel estaba a su lado, sujetando el arma con firmeza. La hermana de Elisa se mantenía oculta detrás de un mueble, lista para actuar si era necesario. Sus hombres, los refuerzos que había logrado reunir, apuntaban directamente a los secuaces de Montalvo.- Se acabó. - Iván habló con voz firme. - Ríndete y tal vez logres salir con vida de esto.Montalvo soltó una carcajada, un sonido seco y afilado.- ¿Rendirme? - Su mirada se oscureció. - Crees que esto ha terminado, pero en realidad, apenas empieza.De pronto, un sil
El viento frío de la noche golpeaba el rostro de Iván mientras permanecía de pie en el borde del camino de tierra. Sus ojos escaneaban el área con una intensidad depredadora. Sabía que Elisa estaba cerca. Sabía que Montalvo lo estaba esperando. Pero eso no importaba.- Iván, esto es una trampa. - Samuel habló con urgencia, con la mano sobre su pistola. - Montalvo quiere que vayas solo.- Lo sé.Samuel frunció el ceño.- Entonces, ¿por qué sigues con esto? Debemos idear un plan, buscar apoyo, esperar el momento adecuado.Iván giró la cabeza y lo miró con una dureza implacable.- Elisa no tiene tiempo para eso.Samuel suspiró, sabiendo que no podía hacer cambiar de opinión a su amigo.- ¿Al menos dime que vas armado?Iván sacó la Glock de su cinturón y revisó el cargador.- Siempre.Samuel apretó los labios.- Voy contigo.Iván negó con la cabeza.- No. Necesito que cubras la salida. Montalvo querrá cerrarnos el paso.Samuel dudó un segundo, pero asintió.- No hagas ninguna estupidez.I
El disparo retumbó en el almacén como un trueno en la distancia. Iván sintió cómo el tiempo se ralentizaba. Vio a Montalvo con el arma aún alzada, el humo saliendo de la boca del cañón. Sintió el aire tenso, cargado de peligro y muerte.Pero el dolor no llegó.Porque no era él quien había recibido la bala.- ¡Elisa!Su voz fue un rugido cuando la vio caer.Elisa había corrido hacia él en el último segundo, lanzándose contra Montalvo con el trozo de metal oxidado. Había logrado distraerlo, pero a un alto precio.Ahora, yacía en el suelo, con una mancha carmesí extendiéndose sobre su costado.Iván no pensó. No dudó.Con una furia inhumana, se lanzó sobre Montalvo.El impacto los derribó a ambos, rodando por el suelo. La pistola de Montalvo cayó de su mano y se deslizó lejos, fuera de su alcance. Ahora era solo una pelea de fuerza bruta.Iván golpeó. Una, dos, tres veces. Sentía el crujido de los huesos bajo su puño, pero no se detuvo.- ¡Por ella, maldito! ¡Por todo lo que hiciste!Mont
El viento helado de la madrugada silbaba entre los edificios viejos del barrio donde Natalia había crecido. Las calles estaban húmedas por la reciente lluvia, reflejando las luces mortecinas de los postes. A pesar del frío que se filtraba en sus huesos, ella caminaba con pasos decididos, sujetando la pequeña bolsa de compras contra su pecho. La vida nunca había sido fácil, pero ya estaba acostumbrada. Sin embargo, en el fondo de su alma, siempre sintió que algo no encajaba, como si su destino estuviera esperando por ella en algún otro lugar.Desde que tenía memoria, su mundo había sido aquel diminuto apartamento en las afueras de la ciudad, donde su madre adoptiva, doña Rosario, la había criado con lo poco que tenía como su propia hija. Nunca hubo lujos ni comodidades, pero tampoco faltaron el amor y las enseñanzas. Fue una niña feliz, llena de risas y juegos en las calles del barrio, pero en su interior siempre sintió una tristeza inexplicable, una sensación de ausencia que no lograb
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Natalia entró en la cafetería donde trabajaba. El aire olía a café recién hecho y pan recién horneado, pero aquella mañana no tenía hambre ni energía. Pasó toda la noche en vela, leyendo una y otra vez aquella carta que había cambiado su vida para siempre.-¡Natalia! ¿Otra vez sin dormir? -preguntó Diana, su compañera de trabajo, mientras le servía un espresso en un vaso desechable.-Algo así -respondió Natalia, frotándose los ojos.No podía compartir lo que había descubierto. Aún no sabía cómo procesarlo, mucho menos explicarlo. Solo una idea se repetía en su mente como un mantra: tenía que encontrar la forma de acercarse a Esteban Montalvo.Pero ¿cómo? No podía aparecer de la nada y exigir respuestas. Un hombre como él, rodeado de abogados y seguridad, no permitiría que cualquier desconocido se presentara reclamando ser su hija.Si quería venganza, debía jugar sucio.Esa tarde, en su descanso, Natalia caminó hasta un cibercafé. Se sentó
El sonido de sus tacones resonaba en el reluciente piso de mármol cuando Natalia cruzó la recepción de Montalvo Corp por primera vez como empleada. Aunque su rostro reflejaba tranquilidad, por dentro su corazón latía con fuerza. Este era el primer paso real dentro del imperio de su padre.Vestía un traje de falda y chaqueta en tono azul marino, elegante pero discreto. Había pasado horas ensayando frente al espejo, asegurándose de que cada detalle de su apariencia proyectara profesionalismo. No podía cometer errores.-Señorita Guerra, por aquí -dijo una joven con gafas, que parecía tener poco más de veinte años.-Gracias... -leyó el gafete de la chica- Mariana.-Soy la asistente del señor Ríos, él me pidió que te mostrara la oficina.Natalia la siguió por un pasillo de paredes de cristal. Desde ahí, podía ver la actividad en las oficinas: teléfonos sonando, personas escribiendo en laptops de última generación, reuniones en salas con vista panorámica de la ciudad.-Aquí estamos -anunció
Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos mientras Natalia revisaba los documentos en la pantalla de su computadora. Sus compañeros ya se habían marchado, y la oficina estaba en completo silencio, salvo por el leve zumbido de los monitores y el sonido de sus propios latidos acelerados.El nombre de Fernando Acosta seguía brillando en la pantalla como una advertencia. No era coincidencia que aquel hombre, vinculado a su secuestro, fuera ahora uno de los directivos más importantes de Montalvo Corp.Natalia cerró la carpeta de documentos y se recargó en su silla. Tenía que saber más sobre él.Pero hacerlo sin levantar sospechas sería complicado.A la mañana siguiente, Natalia llegó temprano, lista para su siguiente movimiento. Se aseguró de cruzarse con Mariana en la cafetería interna de la empresa, donde los empleados se reunían antes de comenzar la jornada.-Oye, Mariana... -comenzó, sirviéndose café-, ¿tú sabes algo de Fernando Acosta?Mariana frunció el ceño y bajó la voz.-¿Por qu
Natalia salió del club con la mente dando vueltas. Lo que acababa de escuchar no solo le confirmaba que Fernando Acosta tenía planes ocultos dentro de Montalvo Corp, sino que además demostraba que su padre era más ingenuo de lo que creía.Si Acosta planeaba perjudicar a Esteban Montalvo, entonces ella tenía una oportunidad.Podía adelantarse a él.Podía hacerlo caer antes de que lograra su cometido.Pero para eso, necesitaba pruebas.A la mañana siguiente, Natalia llegó a la oficina con una nueva estrategia en mente. Hasta ahora, había mantenido un perfil bajo, ganándose la confianza de sus compañeros sin llamar demasiado la atención.Eso tenía que cambiar.Si quería acercarse a Acosta, debía asegurarse de que él la notara.Y sabía exactamente cómo hacerlo.-Matías -dijo con una sonrisa al acercarse al despacho de su jefe directo-, ¿tienes un momento?El hombre levantó la vista de su computadora y le hizo un gesto para que pasara.-¿Qué necesitas, Natalia?-He estado analizando alguno