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La calma que se apoderó de Iván y Samuel fue efímera. El sonido de sus pasos apresurados resonaba en los pasillos desiertos, mientras el resplandor tenue de las luces fluorescentes colgantes iluminaba débilmente su camino. La hermana de Elisa, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, comenzó a respirar más tranquilo, pero la tensión seguía en el aire. No podían relajarse. Sabían que estaban a punto de escapar, pero no tenían certeza alguna de que Montalvo no estuviera por delante, esperando para interceptarlos.

Iván avanzaba con seguridad, el sonido de su respiración constante y baja en medio del silencio de la construcción vacía. Cada vez que se detenía un momento, evaluando el pasillo, la ansiedad en su interior aumentaba. Si algo había aprendido en años de lucha, era que la seguridad nunca estaba garantizada cuando se trataba de Montalvo. No solo tenía poder; su influencia era tal que sus hombres parecían estar en todas partes, como sombras que lo seguían y protegían a
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