96. AGONÍA

La realización de que era en realidad la tercera Ángel que mencionaban una y otra vez en el diario familiar, hizo que un gran miedo se adueñara de mí, sin dejarme apenas respirar. ¡No podía ser! ¿Cómo mis padres me condenaron a este destino? ¿Por qué tuvieron que ponerme ese nombre? Una agonía muy grande siguió apoderándose de mí, en lo que aquella risa se acercaba más y más a donde me encontraba, y le vi. Estridente, ruidosa, cavernosa, triunfal, como si hubiese estado al acecho de que al fin yo diera con la verdad.

—Ja, ja, ja, —reía mientras de a poco se iba haciendo más visible y tangible para mí. —¡Eres mía por los siglos de los siglos! Ja, ja, ja…, tu padre te vendió a mí, ¡te vendió, no importa si se arrepintió después, pero firmó el contrato!

Gritó con una voz insoportable que casi desgarraba los tímpanos de mis oídos y lo vi, como realmente era, la viva imagen del maligno se presentó delante. Y sacó un papel amarillento y me mostraba la firma de Don Lorenzo, no sé cómo
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