—Así es, soy la esposa de Abdoulayé Agoyán Cuando terminé de decir eso, se hizo un gran silencio y me rodearon todos los habitantes de aquel lugar girando a mi alrededor, no sabría decir si me estudiaban o con mirada amenazante.—¡Imposible! — dijo el anciano. — ¡Él desapareció hace miles de años con toda su gente!Abrí mis brazos en el centro del círculo que ellos me habían hecho llenándome completamente de luz, pedí que mi esposo apareciera ante mí y al momento Julián apareció en todo su esplendor.—¡Mi rey! —exclamaron y se arrodillaron haciendo tres inclinaciones ante él.—¿Cómo sabemos que es él? —preguntó la misma anciana.Julián golpeó con el bastón en el piso y hizo que aparecieran todos los demás delante de sus ancestros y familiares, así como el altar. Y otra vez todos volvieron arrodillarse y hacer tres enormes reverencia para luego acostarse con los brazos en cruz y hacer un saludo. Después a un signo de Julián se pusieron todos de pie y comenzaron a mirarse entre ell
Los años pasaron y mi Julián, no aparecía. Sin embargo, había algo que llamaba mucho mi atención, pues era lo último que me había regalado antes de partir, y había tomado el trabajo de colocarlo el mismo. Un hermoso ramo de nomeolvides lo había colocado en un búcaro muy precioso. Se mantenía fresco como el primer día que me lo había regalado, y eso hacía que mi corazón guardara la esperanza de que él regresara un día a mi lado. La hacienda la había convertido, la planta baja en un refugio para los necesitados. La planta alta la transformé en una acogedora vivienda, donde todas las temporadas de verano recibía a mis queridas amigas Sor Inés y Sor Caridad, que con los años decidieron dejar el colegio y quedarse a ayudarme en mi hermosa labor. El padre Bartolomé murió como un santo en su sueño, a la edad de noventa años. Los niños huérfanos más grandes, cuando cumplieron la mayoría de edad y terminaron sus estudios, regresaron a sus propiedades encargándose de los menores, y vien
El interminable día terminaba sin que hubiese decidido que haría, el sol comenzaba a ocultarse tras la vereda, las aves revoloteaban en busca de sus nidos, el silencio y las sombras se iban apoderando de todo a mi alrededor. Un sentimiento de inseguridad me embargaba mientras trataba de pensar en mis próximos pasos. Las campanadas de un reloj, me anunciaban que la jornada llegaba a su fin. Jamás imaginé que estuviera pasando por esta cantidad de hechos inesperados. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué fue lo que quiso decir mi abuela con esa sentencia?Esas preguntas revoloteaban en mi cabeza sin cesar, entre otras tantas, que todavía no sabía si iba a poder darles respuestas, todo era tan excitante, extraño, misterioso y emocionante para mí que no comprendía todavía lo que me estaba pasando, y mucho menos cómo asumir eso que tenía encima de mis hombros, es decir lo que había dejado mi desconocida abuela.Todavía parada en la escalinata, observaba a los últimos invitados perderse en la lejani
—Muy bien, Sor Inés —contesté intrigada y asustada, me incorporé para seguirla.Mientras nos dirigimos a la dirección del colegio, ella me tomaba de la mano con cariño sin mencionar una sola palabra, mientras movía la cabeza y hacía un gran esfuerzo para no llorar. Al llegar se encontraban todas las hermanas allí con lágrimas en los ojos, me hicieron sentar con mucha delicadeza.—Hija —comenzó a hablar la madre superiora— siento mucho tener que darte esta noticia. Pero tus padres han fallecido en un accidente y debes prepararte para ir al entierro de tus padres—¡No, no madre, eso no debe ser cierto! —Grité retrocediendo asustada.—Lo siento mucho, hija, lo siento— dijo Sor Inés y me abrazó muy fuerte llorando a la par conmigo.—Debes de calmarte Ángel —me pedía la madre Superiora, pero por mucho que lo intentaba no podía.Luego de un buen rato que me dejaron desahogarme, y que me sentaran, trajeron un vaso de agua obligándome a beberlo. Me llené de valor y pregunté.—¿Cómo pasó?
Muy nerviosa lo hice, tenía un mundo de papeles que no entendía y se lo di a Sor Caridad, a mi solo me llamó la atención una foto de ellos, y un sobre. Lo abrí nervioso para encontrarme con una hermosa carta de mis padres, donde me decían lo mucho que me amaban y que confiara en las monjas que ellas sabrían qué hacer.—No tienes de qué preocuparte —dijo el padre— aunque no abrí ni leí esos papeles. Ellos me dijeron que se trataban, ahí está arreglado todo para que permanezcas en el colegio hasta la mayoría de edad. Todo está pagado hasta entonces.—¿De veras?—Sí, también sé que te dejaron una pequeña fortuna para cuando salgas del colegio puedas hacer frente a la vida que elijas vivir.Mientras él hablaba, yo solo miraba la carta de mis padres abiertas en mis manos. Las monjas revisaban todos los papeles y se sorprendieron al ver la suma que dejaron en donación junto al pago para el colegio y comenzaron a alabarlos. Los escuchaba en silencio sin comprender bien todavía lo que explic
—¡¿Una abuela yo?!—exclamé sorprendida—, ¿cómo es posible que nunca tuve conocimiento de ella en toda mi vida? Mi padre jamás me habló de ella. Debe de ser una equivocación, señor.—No lo es, señorita —dice extendiendo los papeles que había sacado, y que la madre superiora tomó, en lo que seguí yo preguntando.—¿Cómo no apareció cuando su muerte? ¿Por qué nunca me visitó? Y ahora sale de la nada pidiendo que la visite. ¿Quién me asegura que es cierto? —Concluí mirando interrogativamente a la madre superiora.—Hija, los papeles que me acaba de presentar el señor abogado —comenzó a hablar y me los extendió— demuestran realmente que tienes una abuela.—Tengo una abuela, tengo una abuela —repetía sin darse cuenta en lo que observaba las pruebas que lo demostraban, mis padres en una foto abrazados a ella.—Sí, señorita, tiene una abuela —dijo el señor abogado.—¡No! ¡No es mi abuela! Si lo fuera, me habría buscado antes. Así que no tengo ninguna obligación que cumplir con ella —dij
Giré mi cabeza buscando la presencia que sentía infructuosamente, el aire era realmente helado. Al no ver nada, me decidí a seguir adentrándome en la casa, convenciéndome de que era todo producto de mi imaginación. Debía ser el cansancio, el entierro y todo lo que me había sucedido en las últimas horas, lo cual todavía mi cerebro abarrotado por tantas nuevas informaciones no procesaba.La sala de espera se encontraba inmediatamente después; en contraste con el recibidor, casi en penumbras, estaba muy iluminada por bombillas de luz blanca, que hacían que los espesos cortinajes del mismo color, que cubrían todas las paredes de la habitación soltaran destellos, por un momento me quedé algo atontada y sin saber qué sentir o pensar. ¡Era realmente tan blanca, sin una mancha, sin nada que entorpeciera dicha blancura que por un momento pensé que así de pulcro debía ser el paraíso!Bajé mi cabeza para observar mis zapatos, temerosa de que pudieran ensuciar tan hermosa alfombra, hasta tuv
Abrí de golpe la puerta del baño, introduciéndome con presteza y cerrándola a mis espaldas, quedando recostada a la misma con los ojos cerrados, respirando agitadamente como si hubiese acabado de efectuar una larga carrera. Cuando por fin mi corazón se calmó, abrí mis ojos y pensé que me encontraba en el paraíso, todo de un tenue color azul. La bañera despedía humos y olores que me hicieron calmar al momento, tuve que aguantarme para contener la tentación de sumergirme en ella y así olvidarme de todo lo sucedido en estos últimos tres días. Me lavé de prisa, me vestí y salí disparada hacia el comedor donde ya me esperaba bandeja en mano mi querida ama de llaves. Sin decir una palabra, me sirvió una excelente sopa de vegetales, seguida de un agradable jugo de frutas, pues no apetecía otra cosa, acostumbrada a la frugal comida del colegio. El día había transcurrido muy rápido, me sentía extenuada, ¡todo era tan nuevo para mí y tan extraño! Terminé de tomar mi jugo