Por suerte la noche transcurrió tranquila, solo el sonido de la lluvia, los rayos, los truenos y el viento se escucharon. Sin embargo, no podía dormir, no se me quitaba de la cabeza lo que había dicho la niña Jacinta, y señalaba detrás de mí como si en verdad ella pudiera ver esa presencia que por momentos siento respirando en mi nuca. Era tanto mi desasosiego que me levanté y me senté en una esquina cerca de la ventana con una vela y me puse a leer la biblia. No sé cuándo me dormí, pero al reloj marcar las cinco de la mañana, cosa que hacía, aunque no sonara en todo el santo día, abrí mis ojos y me quedé contemplando el reflejo de la pequeña llama de la vela, que se había consumido casi en su totalidad. Era hermoso, las gotas de agua resbalaban cuál diamantes por la superficie transparente del cristal, cuando de pronto retrocedí asustada. ¡Podría jurar haber visto un rostro de hombre del otro lado de la ventana! Miré de nuevo y solo la oscuridad y el reflejo de la llama divisé. L
Después de salir de la hacienda de Ángel, el padre Bartolomé junto a los dos monaguillos se adentraron por el sendero que los conducía al lugar del trágico accidente. El camino cada vez se hacía más resbaladizo para los pobres animalitos. Una llovizna suave pero persistente había comenzado a caer dificultando aún más la situación.—Hijos, creo que mejor bajamos —dijo el padre Bartolomé dando el ejemplo, y con los animales tomados de las bridas siguieron avanzando. Dada la dificultad del camino no habían podido avanzar mucho cuesta arriba. El trillo era realmente muy estrecho, interrumpido en muchas ocasiones por el derrumbe de las piedras que muchas veces estuvieron a punto de darle.—Padre —lo llamó uno de los monaguillos. —Creo que debiéramos desistir y posponer el viaje para cuando se seque todo.—Hijo, esas criaturas merecen todo el sacrificio que hagamos por ella con tal de que nos los separen. ¿No crees que ya han perdido demasiado? —Pueden quedarse en casa de la señorita Ánge
Llevo días sintiendo que alguien anda detrás de mí, lo puedo ver reflejado en las ventanas, en los espejos, por eso trato de no caminar sola. La niña Jacinta me asusta, cada vez que se encuentra conmigo, mira detrás y me dice que el hombre malo sigue ahí, que me quiere llevar. Sigo durmiendo en la habitación de los niños juntos a los demás, aunque a cada rato giro la cabeza, pues me parece ver que alguien me pasa por el lado, o están trabajando en diferentes cosas. Creo realmente que algo no está bien conmigo, debo de estar enloqueciendo y eso me llena de miedo. He decidido ocultarlo a las hermanas, pues me he percatado que ellas también comienzan a tener visiones, al parecer la maldición las está alcanzando por permanecer a mi lado. Por lo que pretendo que en cuanto pase este mal tiempo y regrese el padre Bartolomé, se marchen con todos los niños. No quiero que a ninguno de ellos les pase nada. Avanzo despacio hacia la biblioteca, me detengo a observar el jardín interior, la lluvi
Dolores tiraba de su madre ante la mirada de nosotras que nos habíamos quedado observando la escena sonrientes. Ella giraba la cabeza para mirarnos abochornada, mientras seguí su camino, retirándose lo más rápido que le era posible caminar, sin que su madre, la negra Tomaza, dejara de seguir diciendo cosas sobre mi invitación a cenar juntos. —Es increíble que a pesar de cómo ha cambiado el mundo, ellos continúen con esas costumbres que les arraigaron cuando llegaron aquí —dijo sor Caridad. —Así es, si la vieras Ángel, se ofendió y todo con tu invitación a que se sentara con nosotras a la mesa a almorzar —estuvo de acuerdo sor Inés. —No podemos hacer nada, son muy viejos. Eso no quiere decir que no lo intentaremos, pues se quedarán a vivir con nosotras por un tiempo, haremos nuestro mayor esfuerzo, ¿de acuerdo? De seguro, al ver que los tratamos como iguales, un día aceptan sentarse con nosotras —dije, aunque no creía que lo lograra, era muy fuerte la madre de Dolores, solo me dab
Hacía días que había dejado de sentir la presencia buena a mi lado, y sus consejos y respuestas como un susurro en mi oído y de cierta manera me sentía muy vulnerable al regresar esa extraña y terrorífica imagen del demonio que me perseguía y al mal tiempo no era algo que ayudaba en mi estado de ánimo. La tarde presagiaba que la tormenta seguiría y quizás que se volvería más fuerte. Los vientos se hacían cada vez más violentos. La casa sonaba como si se quejara del batir del fuerte aire contra sus paredes, daba mucho miedo. Además que las tres estábamos realmente preocupadas al no saber nada del padre Bartolomé, con estas torrenciales lluvias andando por esos caminos tan peligrosos por dentro de las enormes montañas. —Me siento realmente nerviosa con este tiempo, hermanas —confesé. — ¿Por qué no aprovechamos y seguimos leyendo el diario? —Sugerí.—Buena idea Ángel —dijo sor Inés. —Iré por él, a la biblioteca, ya que el tiempo no nos deja hacer otra cosa, mejor adelantamos la le
Cuando nos separamos, ellas siguieron mi mirada aterrada, luego la volvieron a mí, y realizaron ambas la señal de la cruz. Sor Caridad se puso de pie interrumpiendo mi visión, e impidiendo que viera la grotesca sombra en la ventana. —Yo te bendigo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo —y ambas por un momento rezaron con devoción, luego volvieron a ocupar sus puestos —qué la luz te acompañe siempre y te aleje de la oscuridad, la palabra del señor es más poderosa y te protegerá. Se sentaron y no dijeron nada más, pero luego comentaron que ellas de a poco se iban dando cuenta que algo misterioso pasaba con mi familia, sobre todo con la casa en particular, no habían observado o sentido nada, era un presentimiento. Algo oscuro envolvía todo lo que sucedía, y los niños no mienten, decían. La niña Jacinta vive diciendo que ve personas y malas cosas. Contaron ellas convencidas que los niños por ser almas puras no corrompidas por la vida, aún tienen ese poder.—Ya te dije q
—¿Qué locuras hablas hermana? Pasaron siglos desde que llegaron los primeros Aurelio y Tomaza con una bebé que se llamaba Dolores. —Protesté realmente asustada, porque también me había percatado de ello y me hice esa misma loca pregunta —¿conoces a un ser humano que viva tantos años?—Cierto, cierto, es una locura, imposible que sean los mismos. ¡Nadie puede vivir siglos, tendría que ser eterno! —aceptó sor Inés. —Debe ser lo que dice la hermana Caridad. Voy a continuar leyendo y dejar de pensar esas cosas. … Pasan los días y mis ojos se cierran en cualquier lugar, me muero del sueño. Tomaza me dice que debo comer, pero es que la comida me da asco y es muy difícil digerir. Si sigo así, me voy a enfermar seriamente. Por otro lado Agustín se la pasa viajando al puerto, ha encargado montones de cosas al otro mundo. Miguel le servirá de suministro, ambos ganarán mucho con el negocio de la electricidad. Pero yo me la paso sola en mi cuarto leyendo historias de amor y durmiendo. Me sient
La realización de que era en realidad la tercera Ángel que mencionaban una y otra vez en el diario familiar, hizo que un gran miedo se adueñara de mí, sin dejarme apenas respirar. ¡No podía ser! ¿Cómo mis padres me condenaron a este destino? ¿Por qué tuvieron que ponerme ese nombre? Una agonía muy grande siguió apoderándose de mí, en lo que aquella risa se acercaba más y más a donde me encontraba, y le vi. Estridente, ruidosa, cavernosa, triunfal, como si hubiese estado al acecho de que al fin yo diera con la verdad. —Ja, ja, ja, —reía mientras de a poco se iba haciendo más visible y tangible para mí. —¡Eres mía por los siglos de los siglos! Ja, ja, ja…, tu padre te vendió a mí, ¡te vendió, no importa si se arrepintió después, pero firmó el contrato! Gritó con una voz insoportable que casi desgarraba los tímpanos de mis oídos y lo vi, como realmente era, la viva imagen del maligno se presentó delante. Y sacó un papel amarillento y me mostraba la firma de Don Lorenzo, no sé cómo