Dolores me miró con cierto recelo al tiempo que las sacaba de un bolsillo, antes de dármelas me hizo prometerle que las leería en compañía de mis dos amigas para que no volviera a pasar lo de antes.—No temas nada, que yo estoy bien; pero voy a complacerte en lo que me pides si eso te deja tranquila. Sonrió y sé retiró diciendo que tenía un mundo de tareas por hacer, por mi parte miré a mis amigas, sin decir nada me dirigí a unas de las butacas que sé encontraban allí cerca de nosotras en la baranda interior de la casa, ellas en silencio sé sentaron a mi lado. Mis manos temblaban un poco cuando desdoblé el amarillo papel. La primera misiva estaba escrita con la inconfundible letra caligráfica de mi mamá como ya les había comentado, a continuación, la gruesa caligrafía de mi padre. La carta estaba escrita en el mismo año en que me internaron en el colegio de monjas. Decía así: “Mi querida niña, si algún día te encuentras leyendo esta carta, es porque ya no nos encontramos en este mu
Terminé de leer la carta quedando en mi una sensación muy extraña, por un lado estaba feliz de poder tener estas lindas misivas, sentir como mis padres me hablaban; por otro, sentía que habían llegado para confundirme más; pero estaba dispuesta a seguir el mandato de mi padre al pie de la letra, me sentía algo cansada, le pedí a mis amigas que leyeran ellas las cartas, luego en la tarde las comentaremos, llamando a Dolores le pedí que por favor me acompañara a mi habitación que deseaba descansar, al llegar a la segunda planta le pregunté. —Dolores, ¿cuál es la habitación número cinco? —La suya señorita, ¿por qué? Hace muchos años que nadie nombra las habitaciones por número.—En la carta me dice papá que existe una puerta que da a una pequeña habitación, donde existe algo para mi que dejaron ellos cuando vivían aquí. Asombrada me ayudó a encontrarla, estaba situada detrás del espejo. —Es la primera vez que sé de la existencia de este cuartico. Nos introducimos en la estancia, en el c
Recogimos todos los papeles que sé encontraban tirados sobre mi cama, con ellos en brazos nos dirigimos a la planta baja encontrándonos con Dolores a la entrada del comedor. Le informamos de nuestras intenciones, dejándole recomendaciones sobre que debía ser nuestra alimentación en lo que quedaba del día y la noche. Por extraño que parezca, fue la única vez que no protestó por violarme los horarios y reglas establecidos por no sé quién en la casa, asintió a todo lo que le pedía con un semblante lleno de incertidumbre. — ¿Está un poco extraña Dolores, no les parece? —Era sor Caridad que siempre estaba atenta a los cambios de humor de las personas que la rodeaban. — Sí, tienes razón. —Le contestó sor Inés. Yo me quedé en silencio imaginando cual sería el motivo de ella para estar así. Seguramente, me dije, habrá comenzado a dudar si yo cumpliré con la promesa que hiciera mi padre. Dejando detrás a mi empleada con sus pensamientos, seguimos avanzando hacía nuestro destino. El sal
Ambas hermanas se quedaron por un momento mirándome fijamente interrogativamente. Para luego observar mis prendas que no estaban iluminadas. ¿No se suponía que cuando se me acercara una presencia de esas que me perseguían ellas lo hicieran? ¿Por qué no lo hacían ante esta que sentía todo el tiempo a mi lado, y hasta había empezado a leer mi mente y a contestarme? ¿Qué tenía de especial? Sobre todo, ¿quién era? —No pasa nada hermanas, solo era un mosquito en mi oído. —Dije escuchando una pequeña risa a mi lado, y una mano apoyándose en mi hombro. ¡Dios! ¿por qué me pasaban estas cosas?, pero no dije nada, mejor no asustar a las hermanas. —Sí, esos bichos son muy molestos —dijo sor Inés —sigue leyendo Caridad. —De acuerdo, mañana traeremos albahaca para que los aleje. Son realmente molestos —estuvo de acuerdo sor Caridad y siguió con la lectura. …—Sí señor, discúlpeme usted, no era mi intención ofenderle. Decía el capataz esto con el sombrero en las manos, inclinándose mientras sé
Las tres soltamos todo nuestro aire mirándonos sin decir nada, era evidente que nos acercabamos a una parte de la historia que nos causaría tristeza. Sor Inés le quitó los papeles de la manos a la hermana Caridad alegando que ella era muy emocional y que de seguro a mitad de la historia se pondría a llorar y no entenderíamos nada. Ella no protestó y yo estuve de acuerdo porque ella como yo, llorábamos a lágrima viva ante las cosas tristes o emocionantes de las novelas que leíamos. —Saquen los pañuelos y no me interrumpan —nos dijo la hermana Inés —quiero saber qué pasó con esas chicas hoy. —Y sin esperar continuó donde lo había dejado la hermana Caridad. …El regreso sé hizo lo más apresurado que sé pudo, dada las condiciones del terreno y la lluvia que no dejaba de caer. Habían despachado a un hombre con el mandato de traer al doctor lo antes posible, pero esto podría tardar hasta un día entero, al llegar ya le esperaban con todo lo necesario para atender las chicas. Dolores tenía un
Seguimos leyendo sin parar el diario, que se nos asemejaba a la historia que nos había contado sor Caridad de cuando la sacaron del colegio para comprometerla. Todo lo arreglaba el señor Don Lorenzo, como era la costumbre en aquella época y aún hoy se sigue practicando. Suspiré pensando que no tendría ese problema, por desgracia mis padres habían fallecido, y mi abuela también. Así que podría elegir libremente si me decidía a vivir la vida normal, de escort con quien lo haría y me sentí por un instante dichosa. …Don Lorenzo ofreció un baile invitando a todas las familias importantes de la comarca. Vinieron muy apuestos jóvenes que sé disputaban las atenciones de ella, que disfrutaba ante tal avalancha de galantería. Pero a Ángel en particular, le llamaba la atención un joven algo sombrío que llegará en la tarde, entrando en el despacho junto con Don Lorenzo y que la saludara a su llegada; después en todo lo que restó de la tarde y noche no volvió acercarse, debido a la insistente m
La mano en mi hombro se hizo más fuerte y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Me di vuelta rápidamente, pero no había nadie allí. Solo una extraña sensación de presencia. —¿Qué sucede, hija? —preguntó sor Caridad al ver mi reacción. —Nada, solo sentí algo en mi hombro, pero debe ser mi imaginación. Ella asintió y volvió a su lectura, pero yo no podía dejar de sentir la presencia allí. Como si alguien estuviera a mi lado, observándome. Decidí ignorar esa sensación y concentrarme en la lectura. Sería una oportunidad única para la primera Ángel de conocer a personas adineradas y tal vez hacer nuevos conocidos. Pero la mano en mi hombro seguía allí, presionando con más fuerza. —¿Estás segura de que estás bien? —preguntó sor Caridad al ver mi expresión preocupada. —Sí, sólo estoy deseosa de saber que sigue. A lo mejor ese joven que conoció Ángel es un buen hombre y es feliz. —Puede ser, pero ¿en verdad estás bien? —preguntó preocupada al ver que me levanté de mi silla y comencé a
Ante el anuncio que había hecho de la visita del padre Bartolomé. Salimos apresuradamente pidiendo a Dolores que preparara unos refrigerios, y que nos lo llevara a la sala del café. No tuvimos que esperar mucho, pues al rato apareció el padre, diciéndonos que tenía algo muy importante que comunicarnos. —Diga usted lo que sea padre Me adelanté y le besé su mano, invitándolo a sentar junto a nosotras y beber algo caliente. Tenía un rostro de sumo cansancio y tristeza a la vez. Él accedió a mi pedido y se dejó caer en una silla junto a todas. Lo imité y me dediqué a servirle una tasa humeante de café. —Primero tomé su café y luego nos dice, se ve usted muy cansado. Debió mandar a decir que le mandáramos un carruaje, no puede seguir caminado esas distancias padre. —No es nada hija, es bueno caminar. —Sí, es cierto, pero no en exceso y mal alimentado. —Dijo sor Caridad. —Vamos, tome usted el café. —Queridas que Dios las bendiga, lo que les voy a contar es algo que no comprendo muy bi