61.CARTAS.
Todavía de pie en el corredor, sor Inés abrazaba a Dolores que había dejado de llorar y mantenía una expresión de incredulidad en su rostro. sor Caridad junto a mí con el rosario en sus manos rezaba febrilmente en silencio. Yo miraba mis manos sin entender, mientras las llevaba en un gesto automático a la cruz colgada de mi cuello.

Fue Dolores quien reaccionó, apartándose de la monjita cerró la puerta, al tiempo que me decía que sería mejor ir a tomarnos un té antes de seguir con el recorrido. La seguimos en silencio hasta el salón del café, donde nos sentamos mientras ella desaparecía por una de las puertas.

—No conocía que tocaras tan bien el piano Ángel —era sor Inés quien rompía el silencio.

—Yo tampoco sabía que podía tocar así. Les juro que no sé que sé apoderó de mí, pero mis manos corrían por las teclas del piano sin que yo pudiera acordarme haber aprendido esa obra. Si no fuera porque creería estar enloqueciendo, diría que alguien tocaba a través de mí en ese momento.

—¡Je
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