65. EL REGALO
Recogimos todos los papeles que sé encontraban tirados sobre mi cama, con ellos en brazos nos dirigimos a la planta baja encontrándonos con Dolores a la entrada del comedor. Le informamos de nuestras intenciones, dejándole recomendaciones sobre que debía ser nuestra alimentación en lo que quedaba del día y la noche. Por extraño que parezca, fue la única vez que no protestó por violarme los horarios y reglas establecidos por no sé quién en la casa, asintió a todo lo que le pedía con un semblante lleno de incertidumbre.

— ¿Está un poco extraña Dolores, no les parece? —Era sor Caridad que siempre estaba atenta a los cambios de humor de las personas que la rodeaban.

— Sí, tienes razón. —Le contestó sor Inés.

Yo me quedé en silencio imaginando cual sería el motivo de ella para estar así. Seguramente, me dije, habrá comenzado a dudar si yo cumpliré con la promesa que hiciera mi padre. Dejando detrás a mi empleada con sus pensamientos, seguimos avanzando hacía nuestro destino.

El sal
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