Dolores como era su costumbre me miró en silencio sin responder y nos indicó de nuevo donde dormitaba el padre, haciendo que nos olvidaramos de todo lo demás. Nos apresuramos al verlo, lo divisamos recostado en uno de los sillones. Tenía su cabeza un poco reclinaba, su cuerpo se notaba muy delgado, las mangas dejaban ver sus brazos relajados, parecía dormitar, como lo había dicho Dolores. Por lo que nos detuvimos, pensando en dejarlo dormir un rato más para que descansara. Pero ya se había despertado al escuchar nuestros pasos en el corredor y levantó su cabeza, esbozando una sonrisa se levantó diligentemente viniendo a nuestro encuentro. —Queridas, no tenían que interrumpir su paseo por mi visita. Se lo dije a la buena de Dolores, que no las llamara. Me he tomado la tarde para estar con ustedes aquí y al mismo tiempo descansar —dijo con su voz melodiosa y grave en lo que se acercaba con pasos lentos. —Bienvenido padre —dije adelantándome para besar su mano. Acto que siguieron la
El padre ante la pregunta se quedó un momento en silencio, para luego responder con una expresión de tristeza. —¿Qué otra cosa puedo hacer? Los recojo y trato de ubicarlos en algún orfanato. Tu difunta abuela me ayudaba mucho en eso. Tenía contacto con casi todos los colegios del país. Solamente era cuestión de escribirle, y no sé cómo lo hacía. Pero siempre encontraba una ubicación para ellos. Por suerte hace mucho sol, pero no me dejan ninguno. Porque ahora mismo si lo hacen no sé que podría ser. Como mismo dice usted, sor Inés, pasa eso en casi todos los colegios que conozco. —Es como una epidemia, la pobreza es tan grande. Y las madres cada vez son más jóvenes, que la única solución que encuentran, es dejarlos abandonados. Seguimos hablando, las hermanas le relataban que a veces recogemos a las madres también. Pero cada vez eran menos las personas que nos concedían ayuda. Y el trabajo que realizaban no daba abasto para alimentarlos a todos, y han tenido que decidir entre ves
Las tres queríamos estar juntas, en media hora ya nos encontrábamos acomodadas, en otro de los juegos de muebles de la baranda inferior. Yo había traído tres o cuatro páginas del diario para leerlas en lo que esperábamos. Las bujías estaban prendidas ya, opacando la luz de la luna sobre el jardín. Pedí a Sor Caridad que leyera ella, desde niña me gustó como lo hacía, además, me sentía muy cansada. Ella gustosa aceptó. ... La que escribía era Constanza, contando los planos del arquitecto. Eran para ella demasiado exagerados; la vivienda se iba a componer de dos plantas con un jardín en el centro, portales interiores y exteriores con columnas; nos percatamos que estaba describiendo la vivienda en que nos encontrábamos. Como teníamos planeado hacer un recorrido al otro día leímos con avidez todo lo que describía. Se construirían en la planta baja diferentes salones, que, según su marido, estarían dedicados a las clases que debían recibir sus hijos. Además de la cocina, el comedor, sal
Todavía de pie en el corredor, sor Inés abrazaba a Dolores que había dejado de llorar y mantenía una expresión de incredulidad en su rostro. sor Caridad junto a mí con el rosario en sus manos rezaba febrilmente en silencio. Yo miraba mis manos sin entender, mientras las llevaba en un gesto automático a la cruz colgada de mi cuello. Fue Dolores quien reaccionó, apartándose de la monjita cerró la puerta, al tiempo que me decía que sería mejor ir a tomarnos un té antes de seguir con el recorrido. La seguimos en silencio hasta el salón del café, donde nos sentamos mientras ella desaparecía por una de las puertas. —No conocía que tocaras tan bien el piano Ángel —era sor Inés quien rompía el silencio.—Yo tampoco sabía que podía tocar así. Les juro que no sé que sé apoderó de mí, pero mis manos corrían por las teclas del piano sin que yo pudiera acordarme haber aprendido esa obra. Si no fuera porque creería estar enloqueciendo, diría que alguien tocaba a través de mí en ese momento. —¡Je
No sé si fueron sus palabras, su tono, o la manera en que me lo pidió; el caso es que yo regresé a mi posición como una niña dócil que se siente protegida contra todos los males ante las miradas de sus padres. Me dormí con una paz interior que me hacía sentir iluminada por el creador, varias veces desperté en esos días y siempre encontraba la misma mirada y rostro bondadoso a mi lado orando con aquella expresión santa que me hacían sentir muy bien; en algunas de las ocasiones me pareció ver a Dolores y a mis amigas, pero no estoy segura, sólo la imagen del padre Bartolomé quedó reflejada nítidamente en mi memoria. Por fin amaneció y el sonido de las campanadas de la iglesia llenaron de alegría mis oídos, me levanté de un salto mirando todo a mi alrededor como si fuera la primera vez que las veía, encontraba todo igual y diferente al mismo tiempo, es como si la luz que entraba por la ventana iluminara de una manera sin igual cada una de las cosas que sé encontraban en mi contorno e inc
Dolores me miró con cierto recelo al tiempo que las sacaba de un bolsillo, antes de dármelas me hizo prometerle que las leería en compañía de mis dos amigas para que no volviera a pasar lo de antes.—No temas nada, que yo estoy bien; pero voy a complacerte en lo que me pides si eso te deja tranquila. Sonrió y sé retiró diciendo que tenía un mundo de tareas por hacer, por mi parte miré a mis amigas, sin decir nada me dirigí a unas de las butacas que sé encontraban allí cerca de nosotras en la baranda interior de la casa, ellas en silencio sé sentaron a mi lado. Mis manos temblaban un poco cuando desdoblé el amarillo papel. La primera misiva estaba escrita con la inconfundible letra caligráfica de mi mamá como ya les había comentado, a continuación, la gruesa caligrafía de mi padre. La carta estaba escrita en el mismo año en que me internaron en el colegio de monjas. Decía así: “Mi querida niña, si algún día te encuentras leyendo esta carta, es porque ya no nos encontramos en este mu
Terminé de leer la carta quedando en mi una sensación muy extraña, por un lado estaba feliz de poder tener estas lindas misivas, sentir como mis padres me hablaban; por otro, sentía que habían llegado para confundirme más; pero estaba dispuesta a seguir el mandato de mi padre al pie de la letra, me sentía algo cansada, le pedí a mis amigas que leyeran ellas las cartas, luego en la tarde las comentaremos, llamando a Dolores le pedí que por favor me acompañara a mi habitación que deseaba descansar, al llegar a la segunda planta le pregunté. —Dolores, ¿cuál es la habitación número cinco? —La suya señorita, ¿por qué? Hace muchos años que nadie nombra las habitaciones por número.—En la carta me dice papá que existe una puerta que da a una pequeña habitación, donde existe algo para mi que dejaron ellos cuando vivían aquí. Asombrada me ayudó a encontrarla, estaba situada detrás del espejo. —Es la primera vez que sé de la existencia de este cuartico. Nos introducimos en la estancia, en el c
Recogimos todos los papeles que sé encontraban tirados sobre mi cama, con ellos en brazos nos dirigimos a la planta baja encontrándonos con Dolores a la entrada del comedor. Le informamos de nuestras intenciones, dejándole recomendaciones sobre que debía ser nuestra alimentación en lo que quedaba del día y la noche. Por extraño que parezca, fue la única vez que no protestó por violarme los horarios y reglas establecidos por no sé quién en la casa, asintió a todo lo que le pedía con un semblante lleno de incertidumbre. — ¿Está un poco extraña Dolores, no les parece? —Era sor Caridad que siempre estaba atenta a los cambios de humor de las personas que la rodeaban. — Sí, tienes razón. —Le contestó sor Inés. Yo me quedé en silencio imaginando cual sería el motivo de ella para estar así. Seguramente, me dije, habrá comenzado a dudar si yo cumpliré con la promesa que hiciera mi padre. Dejando detrás a mi empleada con sus pensamientos, seguimos avanzando hacía nuestro destino. El sal