Me quedé pensativa escuchando a las hermanas. Eso podría ser una explicación del por qué no los veo. Vienen en la madrugada y se van a realizar sus trabajos cuando yo todavía duermo. Aunque no dejaba de ser verdad que aparte de Dolores, no había visto a nadie más dentro de la casa, y realmente era muy grande para que ella realizara las tareas sola. —No te preocupes, querida, de seguro el día del cobro vendrán a verte —sugirió sor Inés ante mi expresión pensativa. Asentí, preguntándome si habría llegado la hora de hablar de mis visiones, cuando las escuché. —Ángel, debemos confesarte algo y queremos pedirte perdón por nuestro atrevimiento. En el tiempo que permaneciste dormida, estuvimos leyendo el diario de tus antepasados, no lo hicimos por mal querida, queríamos ayudarte a encontrar esas respuestas que tanto buscas y que a lo mejor es la solución para todo esto que está pasando contigo —confesó sor Caridad algo apenada. — Dolores nos dijo, que a lo mejor podríamos encontrar respue
Al girar mi cabeza me percaté que las hermanas tenían tamaña expresión de desconcierto. Repetí la pregunta sin obtener respuesta. Volviendo a girar mi cabeza hacia donde ellas veían, esperando ver por lo menos un fantasma por cómo ellas miraban hacía allá, pero solo existía el jardín blanco. Ninguna de las dos me contestó, seguían mirando algo en dirección al jardín, con los ojos y la boca bien abiertas. Ambas gesticulaban como si no pudiera hablar. Volví sobre mis pasos hasta llegar hasta donde ellas estaban detenidas, muy pálidas, como si estuvieran viendo un fantasma. —¿Qué es? ¿Qué tienen? —pregunté realmente asustada al verlas así. —¿Qué es lo que ven que se pusieron así? —Ángel, querida, ¿en verdad puedes ver el jardín? —preguntó sor Inés. —¿Estás diciendo ue existe un jardín florecido de color blanco ahí? —¡Claro que sí, mírenlo allí! —Y señalé para el lugar donde yo podía divisar perfectamente el jardín. —¿Por qué me preguntan? —No te asustes querida, pero nosotros no pod
Dolores como era su costumbre me miró en silencio sin responder y nos indicó de nuevo donde dormitaba el padre, haciendo que nos olvidaramos de todo lo demás. Nos apresuramos al verlo, lo divisamos recostado en uno de los sillones. Tenía su cabeza un poco reclinaba, su cuerpo se notaba muy delgado, las mangas dejaban ver sus brazos relajados, parecía dormitar, como lo había dicho Dolores. Por lo que nos detuvimos, pensando en dejarlo dormir un rato más para que descansara. Pero ya se había despertado al escuchar nuestros pasos en el corredor y levantó su cabeza, esbozando una sonrisa se levantó diligentemente viniendo a nuestro encuentro. —Queridas, no tenían que interrumpir su paseo por mi visita. Se lo dije a la buena de Dolores, que no las llamara. Me he tomado la tarde para estar con ustedes aquí y al mismo tiempo descansar —dijo con su voz melodiosa y grave en lo que se acercaba con pasos lentos. —Bienvenido padre —dije adelantándome para besar su mano. Acto que siguieron la
El padre ante la pregunta se quedó un momento en silencio, para luego responder con una expresión de tristeza. —¿Qué otra cosa puedo hacer? Los recojo y trato de ubicarlos en algún orfanato. Tu difunta abuela me ayudaba mucho en eso. Tenía contacto con casi todos los colegios del país. Solamente era cuestión de escribirle, y no sé cómo lo hacía. Pero siempre encontraba una ubicación para ellos. Por suerte hace mucho sol, pero no me dejan ninguno. Porque ahora mismo si lo hacen no sé que podría ser. Como mismo dice usted, sor Inés, pasa eso en casi todos los colegios que conozco. —Es como una epidemia, la pobreza es tan grande. Y las madres cada vez son más jóvenes, que la única solución que encuentran, es dejarlos abandonados. Seguimos hablando, las hermanas le relataban que a veces recogemos a las madres también. Pero cada vez eran menos las personas que nos concedían ayuda. Y el trabajo que realizaban no daba abasto para alimentarlos a todos, y han tenido que decidir entre ves
Las tres queríamos estar juntas, en media hora ya nos encontrábamos acomodadas, en otro de los juegos de muebles de la baranda inferior. Yo había traído tres o cuatro páginas del diario para leerlas en lo que esperábamos. Las bujías estaban prendidas ya, opacando la luz de la luna sobre el jardín. Pedí a Sor Caridad que leyera ella, desde niña me gustó como lo hacía, además, me sentía muy cansada. Ella gustosa aceptó. ... La que escribía era Constanza, contando los planos del arquitecto. Eran para ella demasiado exagerados; la vivienda se iba a componer de dos plantas con un jardín en el centro, portales interiores y exteriores con columnas; nos percatamos que estaba describiendo la vivienda en que nos encontrábamos. Como teníamos planeado hacer un recorrido al otro día leímos con avidez todo lo que describía. Se construirían en la planta baja diferentes salones, que, según su marido, estarían dedicados a las clases que debían recibir sus hijos. Además de la cocina, el comedor, sal
Todavía de pie en el corredor, sor Inés abrazaba a Dolores que había dejado de llorar y mantenía una expresión de incredulidad en su rostro. sor Caridad junto a mí con el rosario en sus manos rezaba febrilmente en silencio. Yo miraba mis manos sin entender, mientras las llevaba en un gesto automático a la cruz colgada de mi cuello. Fue Dolores quien reaccionó, apartándose de la monjita cerró la puerta, al tiempo que me decía que sería mejor ir a tomarnos un té antes de seguir con el recorrido. La seguimos en silencio hasta el salón del café, donde nos sentamos mientras ella desaparecía por una de las puertas. —No conocía que tocaras tan bien el piano Ángel —era sor Inés quien rompía el silencio.—Yo tampoco sabía que podía tocar así. Les juro que no sé que sé apoderó de mí, pero mis manos corrían por las teclas del piano sin que yo pudiera acordarme haber aprendido esa obra. Si no fuera porque creería estar enloqueciendo, diría que alguien tocaba a través de mí en ese momento. —¡Je
No sé si fueron sus palabras, su tono, o la manera en que me lo pidió; el caso es que yo regresé a mi posición como una niña dócil que se siente protegida contra todos los males ante las miradas de sus padres. Me dormí con una paz interior que me hacía sentir iluminada por el creador, varias veces desperté en esos días y siempre encontraba la misma mirada y rostro bondadoso a mi lado orando con aquella expresión santa que me hacían sentir muy bien; en algunas de las ocasiones me pareció ver a Dolores y a mis amigas, pero no estoy segura, sólo la imagen del padre Bartolomé quedó reflejada nítidamente en mi memoria. Por fin amaneció y el sonido de las campanadas de la iglesia llenaron de alegría mis oídos, me levanté de un salto mirando todo a mi alrededor como si fuera la primera vez que las veía, encontraba todo igual y diferente al mismo tiempo, es como si la luz que entraba por la ventana iluminara de una manera sin igual cada una de las cosas que sé encontraban en mi contorno e inc
Dolores me miró con cierto recelo al tiempo que las sacaba de un bolsillo, antes de dármelas me hizo prometerle que las leería en compañía de mis dos amigas para que no volviera a pasar lo de antes.—No temas nada, que yo estoy bien; pero voy a complacerte en lo que me pides si eso te deja tranquila. Sonrió y sé retiró diciendo que tenía un mundo de tareas por hacer, por mi parte miré a mis amigas, sin decir nada me dirigí a unas de las butacas que sé encontraban allí cerca de nosotras en la baranda interior de la casa, ellas en silencio sé sentaron a mi lado. Mis manos temblaban un poco cuando desdoblé el amarillo papel. La primera misiva estaba escrita con la inconfundible letra caligráfica de mi mamá como ya les había comentado, a continuación, la gruesa caligrafía de mi padre. La carta estaba escrita en el mismo año en que me internaron en el colegio de monjas. Decía así: “Mi querida niña, si algún día te encuentras leyendo esta carta, es porque ya no nos encontramos en este mu