200. LOS CABALLOS

Las horas pasaban lentamente para mí, que rezaba fervientemente por qué pasaran, y llegara la mañana, para que mi Julián apareciera. Las campanadas del viejo reloj, se estuvieron escuchando toda la noche, así como aquellas pisadas gruesas que se detenían frente a la puerta donde yo estaba justo detrás de ella.

Por fin con las primeras horas de la mañana, dejaron de escucharse con el ruido que comenzaron a hacer los sirvientes al llegar para prepararlo todo. Me asomé por una ventana y estaba todo blanco, había nevado la noche completa.

Al ver que todos estaban dormidos, salí despacio dirigiéndome a la cocina, con la esperanza de ver a Dolores. Solo estaban las trabajadoras del pueblo que me saludaron sorprendidas al verme.

—Buenos días, señorita, ¿qué hace levantada tan temprano?

—Buenos días, tengan ustedes —les respondí sin dejar de mirar alrededor en busca de mis sirvientes. — No he podido dormir bien y por eso me levanté. Me quedé cuidando de los chicos, para que las he
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