208.  LA EXTRAÑA

Después de pasar un buen rato intentando abrir una puerta sin encontrar la llave correspondiente, lo cual me estaba desesperando, el niño volvió a señalarme la puerta y se escondió detrás de mí. En ese momento, se escucharon golpes en la puerta. Una de las sirvientas fue a abrir y en el umbral se encontraba una mujer vestida completamente de negro, con un enorme sombrero cubierto por un velo que ocultaba su rostro.

—Buenos días—, la saludó la sirvienta, —¿en qué podemos ayudarle?

—Buenos días—, respondió la mujer con una voz que parecía salir de ultratumba. —¿Es aquí donde vive la señorita Ángel del Castillo?— preguntó con la misma voz espeluznante.

Al escuchar mi nombre, me acerqué a la puerta, sosteniendo al niño en mis brazos. No reconocía a la mujer, pero su presencia y su pregunta me llenaron de curiosidad y un poco de inquietud.

—Sí, soy yo. ¿Cómo puedo ayudarle?— respondí, tratando de discernir su rostro detrás del velo.

El niño detrás de mí se aferró a mi falda, impidiéndome a
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