—Vamos, siéntate, te trajimos el almuerzo. No debes dejar de comer, sabes que enseguida enfermas. No dije nada, hice exactamente lo que ellas me pedían. Giré mi cabeza tratando de ver donde se encontraba Julián, no sé cómo, pero podía sentirlo cerca. Y fue entonces cuando vi, que la puerta detrás del espejo estaba entreabierta. Comí en silencio sin ser interrumpida por las hermanas. Tomaza me había hecho una rica crema de vegetales, la comí toda sabiendo que si no lo hacía ellas me obligarían. Luego se retiraron al yo decirle que quería dormir. Que bajaría más tarde, esperé que cerraran la puerta para ver a Tata Julián. Para mi sorpresa, la imagen de una bella mujer muy parecida a mí, salió en su lugar de la habitación detrás del espejo. Me puse de pie presurosa, tratando de escapar de la habitación. No sé por qué motivo sentía mucho miedo de ella. Pero fue mucho más rápida que yo. Me llené de valor y la enfrenté. Tenía la pequeña sospecha, de que se trataba de la primera Ángel. Pe
Estoy aterrada mirando el horrible monstruo que va a atrapar a Tata Julián, quiero gritar, pero la voz no me sale. Contemplo con horror como la oscuridad lo envuelve, al fin un enorme grito sale de mí. El padre Bartolomé corre a ver qué me pasa, le señalo lo que está sucediendo; sin embargo, parece que no lo ve. Solo es visible para mí.—Cálmate querida, todo está bien, todo está bien —me repetía una y otra vez intentando llevarme de nuevo al interior de la capilla. Me desprendo de su agarre y corro con todas mis fuerzas, para ayudar a Tata Julián, cuando una mano me detiene. Giro mi cabeza para verlo joven con una mirada muy preocupada. Y sin más, me abrazo a él llorando, me lleva de regreso a donde el padre Bartolomé me espera. A mis gritos las hermanas vinieron corriendo, acompañados de Dolores, que sin más me abrazó con fuerza, comenzando a cantar la nana que decía mi mamá. Y mientras ella lo hacía, las hermanas y el padre rezaban, en lo que Tata Julián cantaba. Y por encima de
—Hola Dolores, que bueno que viniste, estoy realizando un recorrido por todas las habitaciones de la casa que no hemos visto.—Hace muy bien niña, me permite que la acompañe. Conozco muy bien quienes las habitaron y puedo responder a sus preguntas.—Con mucho gusto, así será mucho más ameno el recorrido —respondió en mi lugar la hermana Caridad.—Claro Dolores —le dije al ver que seguía observándome sin moverse. —Me gustaría saber de ellas y nadie mejor que tú para saberlas.—Pues con mucho gusto se las mostraré todas —dijo echando manos a su gran llavero.—Gracias, querida, es un placer tenerte conmigo. La próxima habitación que abriera entonces Dolores con sus llaves, y que en las mías era la número nueve, estaba pintada de un rosa grisáceo, pero muy hermosa, llena de encajes y cortinajes por todas partes, muchos lazos colgaban de graciosa manera por doquier. La cama llena de almohadones y muñecos le daban un agradable calor, una cómoda llena de arabescos y de cosas colgadas de la
Me sorprendió la respuesta y abrí el ropero dando de lleno con una gran colección de ropas de bebé, todas blancas, el olor a lilas estaba presente, a pesar de saber que había sido destinada a mí, no sentí ninguna conexión con la misma. —Dolores, sabes que no siento especial conexión como la que sentí en la de mis padres. —Es lógico, niña, la única semana que permaneciste aquí, su padre no dejó que la acostaran acá, le ponían en el medio de los dos en su cama. —Me explicó.—Se ve que eras su primer hijo. —Dijo la hermana Inés. —Pasa eso mucho con los padres primerizos, aunque es muy peligroso. —¿Me amaban mucho, verdad Dolores? —Le adoraban, señorita, por eso mismo se marcharon escondiéndola del mundo. Continuando dimos con la doce de color Pardo, con una cama personal sin almohadas, una cortina en frente de la ventana, una chimenea en la esquina y un sillón, nada más existía allí.—¿Quién habitaba aquí? —preguntó la hermana Inés.—Esta habitación fue de Diego, el hijo de Ángel
Movida por la curiosidad de conocer cómo era el lugar donde mi padre había pasado gran parte de su vida, la seguí pidiéndole, me enseñara bien las llaves de ambas habitaciones, pues quería regresar a revisar entre las cosas de ellos. Me embargaba unas enormes ansias de saber, debido a los cortos años que pasé junto a ellos por la separación y luego por su repentina muerte, no alcancé a conocer mucho de sus cosas. El dormitorio de mi padre era de un azul verde suave que refrescaba la vista. Daba la sensación de encontrarte muy cerca del mar. Una enorme pecera llena de diminutos y coloridos pececitos que deambulaban de un lado a otro, ocupaba una pared completa.—Esto es maravilloso — dijo sor Inés y lo era. —Qué lástima que los niños se fueran de seguro, les gustaría. No puedo decir cuántas especies existían, pero doy fe que era una preciosa colección, el cristal iba desde casi el techo hasta el piso, tengo la impresión que de alguna manera la luz solar entraba en ella, pues estaba c
—¡No niña, si le cuento la verdad! —Dijo muy seria. —Cuando ya faltaban tres días para regresar y separarnos de ella, él se negaba a comer y lloraba en silencio sin decir nada a nadie. —¿De veras?—Sí, el niño Lorencito se enamoró de Luz, desde que la vio en la playa. Cuando se enteró lo que pasaron a los abuelos de usted, padres de su mamá; corrió a donde estaba su abuela y prácticamente la obligó hacerse cargo de la niña Luz. Y desde entonces solamente se separó de ella, cuando era estrictamente necesario. La de veces que yo me los encontraba extasiados en cualquier lugar de la casa o la finca, leyéndole historias o poemas de amor a la niña Lucecita. —¿Lucecita?—Así le decíamos aquí en la casa, pues como era tan blanca, rubia y con aquellos ojazos enormes que parecían dos diamantes que iluminaban a su paso y su nombre era Luz, de cariño le decíamos así, a ella le hacía mucha gracia, pero sabía que era una demostración de lo mucho que la queríamos. Ella se ganó a todos en la casa
Nos integramos al juego por un rato, riendo también olvidados de todo. Al final Tomasa se puso de pie ella sola, dejando a todos asombrados con su agilidad. Los chicos se empeñaban en que Aurelio los cargara a todos al mismo tiempo, cosa que hizo, el más pequeño en los hombros sujeto de su cabeza, los otros en los brazos y los pies y salió tambaleándose cómicamente mientras los niños gritaban y reían con gran aspaviento. Y al sentir la casa llena de energía positiva, ante la inocencia y felicidad que los niños nos regalaban, otra vez la idea de hacer el lugar, un orfanato surgió en mi memoria.—Vamos, vamos —vociferaba Tomasa. —Es hora de almorzar. Y allá nos fuimos todas luego de ayudar a lavar a los pequeños. La alegría siguió toda la hora del almuerzo en que Tomasa contaba las cosas que hacía Dolores de niña y que nos hacían reír mucho. No recordaba cuando era la última vez que me había divertido tanto, creo que en el colegio antes de que mi vida se complicara de la manera que
Ya habíamos llegado al aula y aunque les parezca imposible, delante de mis ojos volvió a ser el anciano Tata Julián. No dije nada, lo observé adentrarse en el aula con sus pasos cortos y cansados, apoyado en su enorme bastón, y yo dirigí mis pasos al salón de juego, incorporando al juego y charla del padre y los niños. La noche avanzaba y seguíamos escuchando las hermosas historias que nos relataba de su trabajo en la villa con todos los niños y habitantes del lugar. La clase hacía mucho que había terminado y las hermanas habían venido a escuchar al padre. Sor Caridad sentía nostalgia del colegio y sor Inés estaba impaciente, porque no había recibido respuesta de la madre superiora a su petición de acogida de los chicos.—Con el río subido es imposible que pase el cartero, hermana, debe de tener paciencia. —Le aconsejaba el padre Bartolomé.—Lo peor es que Julián me ha dicho que va a seguir subiendo—¿No me diga eso? ¡Se inundará todo! —exclamó el padre.—¿Usted cree?—Sí, todo me