—Tu abuelo, Abdul Dahdal, me alejó de tu madre al enterarse de que estaba esperando un hijo mío. Su fanatismo por la religión y sus costumbres hicieron que no volviese a verla. Los ojos de Néstor, su padre, se ponen vidriosos.
—No puedo creer lo que usted me acaba de decir. El semblante de Sara denota asombro y, a la vez, confusión.
—Sin embargo, hija mía, hice todo lo posible para arreglar la situación, pero la obstinación de tu abuelo fue excesiva cuando me amenazó con muerte si no me alejaba de ustedes. Tuve que huir a América. —Su rostro está lleno de lágrimas.
—No sé qué decirle, necesito tiempo para asimilar todas estas verdades que me acaba de revelar. —Continúa Sara apesadumbrada.
—Hay algo más que debes saber, Sarita: ¡tengo cáncer! Es posible que no tenga mucho tiempo de vida. Es mi deseo pasar con los seres que realmente amo: tú, Guadalupe y mí querida sobrina Victoria.
Ustedes son lo único valioso que tengo en esta vida. Mi ilusión es disfrutar de estos últimos años con ustedes, pero si no logro curarme de este tumor maligno de colon, no podré hacerlo.
Sara siente compasión y empatía por su padre biológico, y parece que sus palabras son sinceras y que su arrepentimiento nace de un corazón contrito. Tras tomarse unos minutos de respiro, Sara lo abraza con ternura y mucho amor.
Entendiendo sus circunstancias, ella lo lleva a casa para que dialogue con su madre y puedan aclarar las cosas.
Cuando llegan, Néstor se pone de rodillas ante doña Guadalupe para pedirle perdón. Ella está a punto de rechazarlo otra vez, pero su hija Sara intercede:
— ¡Mamá, ten piedad! Sé la verdad.
— ¿De qué hablas, hija? No quiero saber nada de Néstor. —Le responde presurosa.
—Mi abuelo Abdul lo quiso matar cuando se enteró de que tú estabas embarazada. —Le replica con firmeza.
— ¿De qué hablas, hija? Mi padre me dijo claramente que Néstor se fue lejos con una mujer inglesa. Por eso me morí de tristeza al saber de su traición. —Doña Guadalupe se pone a llorar.
— ¡No es cierto! Tú sabías que mi abuelo era un musulmán ortodoxo y que no permitía que su familia se mezclara con judíos, cristianos o budistas. —Le comenta ella.
—Es verdad, papá fue un radical seguidor del Corán, pero nunca mentía. —Le dice con firmeza.
—Tú y mi abuelo son mentirosos. Me mentiste al decirme que mi padre había muerto en un accidente y mi abuelo te hizo creer que se había ido con una mujer. —El semblante de Sara se vuelve serio y enojado.
Durante unos segundos, doña Guadalupe guarda silencio hasta que, con unas palabras suaves y delicadas, expresa:
—Perdóname, hija, por mentirte; no sabía que papá había inventado la historia de la traición de Néstor.
—Te perdono, mamá; solo deseo que arregles las cosas con papá. —Le dice Sara mostrando bondad en la mirada.
Al escuchar esta verdad, su madre se inclina para levantar al doctor Néstor de la Torre y le mira a los ojos durante unos momentos hasta que le dice estas palabras:
— ¡Néstor, Néstor! No importa lo que pasó hace muchos años, te perdono de corazón, debes saber que siempre te he querido. Tú has sido y serás el único hombre de mi vida.
—Gracias, Guadalupe, por recibir tu perdón. Te pido que me permitas vivir estos años junto a ustedes. —Dice Néstor, cuya expresión cambia radicalmente.
Al ver aquella escena del reencuentro de un amor perdido, Sara se pone a llorar al observar el sentimiento que irradia de sus padres. Poco a poco todo se está aclarando.
Néstor les comenta que es uno de los accionistas principales de una de las petroleras más grandes de Ciudad de México. Él les invita a las dos para que viajen con él, sin embargo, solo su hija acepta la invitación, doña Guadalupe por su parte, prefiere quedarse a vivir en su querido pueblo junto a su hermana.
Hay un momento de regocijo en los tres: sus rostros irradian una cálida sonrisa; al fin y al cabo, después de tantos años, la familia está unida.
Posteriormente, el doctor Néstor, doña Guadalupe y la jovial Sara se pasean por la hermosa y acogedora colonia musulmana. Son días de alegría y felicidad, pero lamentablemente padre e hija tienen que viajar a México por asuntos empresariales y profesionales.
Néstor se despide con un tierno beso de su amada Guadalupe y Sara le da un cálido y profundo abrazo a su madre. Finalmente, ambos emprenden el viaje. Doña Guadalupe le pide a Néstor que cuide de Sara como a la niña de sus ojos y que la mantenga informada de todo.
A partir de ahora, la vida de Sara da un giro radical: deja atrás su humilde y sencilla vida en un colegio de España para estudiar en una de las mejores universidades del mundo en México.
Al llegar a Ciudad de México, conocida como una de las capitales más pobladas del mundo, es también el núcleo urbano más grande de México y su principal centro político, económico, social, académico, financiero, empresarial, turístico, cultural, de comunicaciones y de entretenimiento.
Sara observa maravillada las hermosas calles y las infraestructuras cosmopolitas de la ciudad.
En aquella metrópolis, el doctor Néstor de la Torre tiene su imponente compañía petrolera, calificada como una de las más transcendentales de Latinoamérica.
En la parte residencial, ostenta una mansión con perfiles victorianos y elementos arquitectónicos contemporáneos. El lugar tiene una sala grandiosa con cuatro cocinas, varios pasadizos, siete baños y más de nueve dormitorios, sin contar con la sala de juegos, la cancha de tenis y la piscina olímpica. Lo más agradable son los jardines cercados de numerosas flores de múltiples colores y la hierba cortada a la perfección. Docenas de empleados trabajaban para mantener la mansión impecable.
Todos son amables y serviciales, excepto una joven que viste elegantemente, es guapa, de cabello negro, ojos verdes, nariz fina y labios rojos como el carmesí. Es alta para ser mujer, lleva muchas joyas y anillos en las muñecas y los dedos, y un collar de diamantes que cuelga sobre su delicado cuello. No cabe duda de que es una mujer elegante y con exquisitos gustos.
Cuando se acerca al doctor Néstor, este la presenta a Sara, como su legítima hija.—Sarita, esta es mi querida sobrina Victoria, en quien me complazco. —Dice el doctor Néstor con regocijo.—Es un gusto conocerla, Victoria. —Le dice Sara con una cálida sonrisa.—Tío Néstor, ¿quién es esta naca? —Le dice con aires de superioridad.—Victoria, ten un poco más de consideración con mi hija Sara. Es mi anhelo que las dos se lleven bien, es lo más preciado que tengo en mi vida. —Le contesta con una sonrisa.—Esa naca es tu hija. ¿De dónde salió? ¿Acaso es una chiquilla que solo quiere sacarte dinero? —Le responde con palabras despectivas.—Es una historia larga de contar, pero ahora quiero que sean como hermanas, ya que a las dos las estimo mucho. —Néstor le contesta con el semblante serio.En su interior, Victoria está enfadada porque sabe que ha llegado a su vida una peligrosa enemiga. Ella quiere heredar todo de su tío y no va a permitir que una desconocida se salga con la suya.—Hola, Sar
Mientras tanto, Sara escucha la conversación y nota en los dos cierta afinidad: son atractivos, hijos de millonarios, jactanciosos, ambiciosos y presumidos. Son perfectos el uno para el otro, por lo que Sara preferiría que estos dos se hicieran pareja y la dejaran en paz.Sara y sus compañeros empiezan a hacer el trabajo de Finanzas; Miguel Ángel aún se demora un poco porque sigue conversando con Victoria.Sara está algo incómoda y para no hacer notar, se adelanta con sus compañeros de grupo para empezar la tarea; pasan varios minutos hasta que Miguel viene con sus aires de conquistador.— ¡Es una hembra espectacular tu querida prima!, ni en lo más mínimo te pareces a ella. —Miguel esboza una sonrisa cruel.— ¡Chaval, dedícate a dirigir al grupo para acabar la tarea de una vez! ¡Majadero! ¿Quieres que te dé otra bofetada? —Sara al tener tanta rabia, sus mejillas se ponen rojas.Una de las compañeras de Sara le advierte que no le siga la corriente, que se está portando así con su nuev
—Hola, buenas tardes. —Saluda Sara con cierta timidez.Sara, que se siente incómoda por la mirada penetrante de Diego, le dice a su padre que está cansada y que quiere volver a casa.Antes de irse, el doctor Néstor y Diego charlan un par de minutos. Sara intenta acercarse disimuladamente para escuchar la conversación, pero se despiden con un caluroso abrazo.Mientras padre e hija se suben a la limusina, él le dice:—Sarita, ¿qué te parece la compañía petrolera de tu padre?—No encuentro las palabras para describir lo asombrada que estoy por ver un edificio tan inmenso y tanta gente en todos los departamentos. —Contesta ella expresando admiración en su semblante.—Es un gran esfuerzo por parte de tu padre y sus colaboradores, han sido décadas para convertirnos en una gran petrolera, no solo en México, sino también en Latinoamérica. —Él le expresa con una sonrisa.—Te admiro, papá, eres una persona muy trabajadora, inteligente y responsable. Ella le devuelve la sonrisa.—Hija mía, mejor
—Sarita, mi amor, ¿cómo te fue en la universidad?—Hola, papá. Me fue muy bien. Las clases fueron emocionantes. —Le responde ella.—Me alegro mucho por ti, porque a partir de la próxima semana te voy a poner en el área comercial para que puedas estar ocupada por las tardes. —Le comenta.—Es una excelente idea, ya que prefiero estar más en la empresa que en la universidad. —Le contesta Sara.— ¿Y por qué, hija, prefieres estar aquí y no en la universidad? —El semblante de su padre se pone serio.—Me gusta la universidad, pero he decidido cambiarme de horario, concretamente los sábados. —Le aclara Sara.—Está bien, si esa es tu decisión, hija mía, la respeto. Te adoro, mi amor. Él la besa tiernamente en la frente.—También te quiero mucho, eres el mejor papá del mundo. Sara le abraza calurosamente.El doctor Néstor no es consciente de la difícil situación que está atravesando su hija. Además, ella no quiere preocuparlo hablando de su vida sentimental, y mucho menos de Miguel Ángel.A p
— ¡Guadalupe, ella es nuestra.....! ¡Ella es nuestra......! —Le dice aquel hombre con lágrimas y profunda tristeza en sus ojos.— ¡Cállate, Néstor! No te atrevas a decir ni una palabra más o nunca te perdonaré. —Contesta ella con severidad y firmeza.—Debe saber la verdad, no se la niegues, te lo imploro por amor a Dios. —Aquel hombre insiste con un arrepentimiento sincero.—Ya me has hecho demasiado daño, ¡vete de aquí! Deja en paz a mi hija. —El semblante de doña Guadalupe se torna impetuoso y exaltado.—No me la niegues, te lo suplico. —La voz del desdichado hombre está llena de angustia y desesperación.Su abnegada madre, al no poder resistir la presencia del anciano, lo echa a empujones hasta la puerta de salida, mientras él le ruega perdón. Terminada la penosa circunstancia, ella se pone a llorar en brazos de su querida hija. Ella está confundida, no comprende la relación que su madre tuvo hace muchos años con aquel triste anciano.— ¡Mamá, no sufras! No es justo que te pongas a
«Este hombre está loco, mi madre dijo hace años que mi padre murió en un accidente. Seguramente es un viejo borracho que intenta conquistar a chicas guapas con su vana labia y dinero». Ella dice en sus adentros.Sara al terminar de pasearse por el parque central de Madrid, ve un lujoso coche negro con cristales ahumados. Cuatro hombres vestidos con trajes oscuros lo están custodiando; parecen guardaespaldas. El anciano se dirige al coche con lágrimas en los ojos. Sara se turba por un momento, pero decide no acercarse, ya que si resulta ser su padre, que hace mucho tiempo atrás había causado un gran daño a su madre, ¡no estaría dispuesta a perdonarlo!Sara fue testigo de cómo doña Guadalupe lloraba amargamente en varias ocasiones. Noches y noches sin dormir, ataques de pánico y ojeras de tanto llorar. El dolor que había sufrido no tenía parangón.Finalmente, Sara regresa por última vez a su casa de Madrid para mudarse con su madre y tía a Brahui. Todas ellas parten hacia el pequeño pue