Capítulo II

—Tu abuelo, Abdul Dahdal, me alejó de tu madre al enterarse de que estaba esperando un hijo mío. Su fanatismo por la religión y sus costumbres hicieron que no volviese a verla. Los ojos de Néstor, su padre, se ponen vidriosos.

—No puedo creer lo que usted me acaba de decir. El semblante de Sara denota asombro y, a la vez, confusión.

—Sin embargo, hija mía, hice todo lo posible para arreglar la situación, pero la obstinación de tu abuelo fue excesiva cuando me amenazó con muerte si no me alejaba de ustedes. Tuve que huir a América. —Su rostro está lleno de lágrimas.

—No sé qué decirle, necesito tiempo para asimilar todas estas verdades que me acaba de revelar. —Continúa Sara apesadumbrada.

—Hay algo más que debes saber, Sarita: ¡tengo cáncer! Es posible que no tenga mucho tiempo de vida. Es mi deseo pasar con los seres que realmente amo: tú, Guadalupe y mí querida sobrina Victoria.

Ustedes son lo único valioso que tengo en esta vida. Mi ilusión es disfrutar de estos últimos años con ustedes, pero si no logro curarme de este tumor maligno de colon, no podré hacerlo.

Sara siente compasión y empatía por su padre biológico, y parece que sus palabras son sinceras y que su arrepentimiento nace de un corazón contrito. Tras tomarse unos minutos de respiro, Sara lo abraza con ternura y mucho amor.

Entendiendo sus circunstancias, ella lo lleva a casa para que dialogue con su madre y puedan aclarar las cosas.

Cuando llegan, Néstor se pone de rodillas ante doña Guadalupe para pedirle perdón. Ella está a punto de rechazarlo otra vez, pero su hija Sara intercede:

— ¡Mamá, ten piedad! Sé la verdad.

— ¿De qué hablas, hija? No quiero saber nada de Néstor. —Le responde presurosa.

—Mi abuelo Abdul lo quiso matar cuando se enteró de que tú estabas embarazada. —Le replica con firmeza.

— ¿De qué hablas, hija? Mi padre me dijo claramente que Néstor se fue lejos con una mujer inglesa. Por eso me morí de tristeza al saber de su traición. —Doña Guadalupe se pone a llorar.

— ¡No es cierto! Tú sabías que mi abuelo era un musulmán ortodoxo y que no permitía que su familia se mezclara con judíos, cristianos o budistas. —Le comenta ella.

—Es verdad, papá fue un radical seguidor del Corán, pero nunca mentía. —Le dice con firmeza.

—Tú y mi abuelo son mentirosos. Me mentiste al decirme que mi padre había muerto en un accidente y mi abuelo te hizo creer que se había ido con una mujer. —El semblante de Sara se vuelve serio y enojado.

Durante unos segundos, doña Guadalupe guarda silencio hasta que, con unas palabras suaves y delicadas, expresa:

—Perdóname, hija, por mentirte; no sabía que papá había inventado la historia de la traición de Néstor.

—Te perdono, mamá; solo deseo que arregles las cosas con papá. —Le dice Sara mostrando bondad en la mirada.

Al escuchar esta verdad, su madre se inclina para levantar al doctor Néstor de la Torre y le mira a los ojos durante unos momentos hasta que le dice estas palabras:

— ¡Néstor, Néstor! No importa lo que pasó hace muchos años, te perdono de corazón, debes saber que siempre te he querido. Tú has sido y serás el único hombre de mi vida.

—Gracias, Guadalupe, por recibir tu perdón. Te pido que me permitas vivir estos años junto a ustedes. —Dice Néstor, cuya expresión cambia radicalmente.

Al ver aquella escena del reencuentro de un amor perdido, Sara se pone a llorar al observar el sentimiento que irradia de sus padres. Poco a poco todo se está aclarando.

Néstor les comenta que es uno de los accionistas principales de una de las petroleras más grandes de Ciudad de México. Él les invita a las dos para que viajen con él, sin embargo, solo su hija acepta la invitación, doña Guadalupe por su parte, prefiere quedarse a vivir en su querido pueblo junto a su hermana.

Hay un momento de regocijo en los tres: sus rostros irradian una cálida sonrisa; al fin y al cabo, después de tantos años, la familia está unida.

Posteriormente, el doctor Néstor, doña Guadalupe y la jovial Sara se pasean por la hermosa y acogedora colonia musulmana. Son días de alegría y felicidad, pero lamentablemente padre e hija tienen que viajar a México por asuntos empresariales y profesionales.

Néstor se despide con un tierno beso de su amada Guadalupe y Sara le da un cálido y profundo abrazo a su madre. Finalmente, ambos emprenden el viaje. Doña Guadalupe le pide a Néstor que cuide de Sara como a la niña de sus ojos y que la mantenga informada de todo.

A partir de ahora, la vida de Sara da un giro radical: deja atrás su humilde y sencilla vida en un colegio de España para estudiar en una de las mejores universidades del mundo en México.

Al llegar a Ciudad de México, conocida como una de las capitales más pobladas del mundo, es también el núcleo urbano más grande de México y su principal centro político, económico, social, académico, financiero, empresarial, turístico, cultural, de comunicaciones y de entretenimiento.

Sara observa maravillada las hermosas calles y las infraestructuras cosmopolitas de la ciudad.

En aquella metrópolis, el doctor Néstor de la Torre tiene su imponente compañía petrolera, calificada como una de las más transcendentales de Latinoamérica.

En la parte residencial, ostenta una mansión con perfiles victorianos y elementos arquitectónicos contemporáneos. El lugar tiene una sala grandiosa con cuatro cocinas, varios pasadizos, siete baños y más de nueve dormitorios, sin contar con la sala de juegos, la cancha de tenis y la piscina olímpica. Lo más agradable son los jardines cercados de numerosas flores de múltiples colores y la hierba cortada a la perfección. Docenas de empleados trabajaban para mantener la mansión impecable.

Todos son amables y serviciales, excepto una joven que viste elegantemente, es guapa, de cabello negro, ojos verdes, nariz fina y labios rojos como el carmesí. Es alta para ser mujer, lleva muchas joyas y anillos en las muñecas y los dedos, y un collar de diamantes que cuelga sobre su delicado cuello. No cabe duda de que es una mujer elegante y con exquisitos gustos.

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