Edmond.La fiebre ha pasado, pero los escalofríos aún me recorren el cuerpo. Es absurdo el vuelco que ha dado mi vida. Todo lo que creí, toda mi felicidad se deshace como castillo de arena frente a un huracán. No dejo de sentirme estúpido, crédulo, por dejar que esa mujer haya manipulado tantos años haciéndome creer que era el padre de Éline... El temblor estremece mi pecho, paso las manos por el rostro antes de seguir escribiendo al detective. Recomienda cautela, no anticiparme a los hechos antes de obtener resultados. Por mi parte resulta imposible, sobre todo cuando escucho los rápidos pasos por el pasillo como si se tratara de un animalito desbocado. Entra sin pedir permiso, no lo necesita, siempre ha sido mi princesa, y yo el caballero capaz de cumplir cada uno de sus caprichos.—¡Papi, dice mami que has estado muy enfermo! —se sube a la cama, no tarda en abrazarme—. Tranquilo, ya vine a cuidarte.Deja pequeños besos en mi rostro, el corazón me late rápido, intento controlar el n
Edmond.El elevador se detiene en el séptimo piso, las puertas de metal se abren dando paso a una de las mejores suites del hotel. Avanzo hacia el salón, los muebles de color blanco relucen sobre el piso de mármol negro pulido. El aroma a lavanda y rosas inunda el área; una botella de vino espumoso blanco yace en la hielera, la copa a medio beber indica que no me esperaba.—Me sorprende verte aquí —dice a mis espaldas—; más a estas horas.—Necesitamos hablar, Karine.Ella pasa por mi lado, porta una fragancia suave, dulce, con notas especiadas; la conozco bien, es una de mis creaciones, una especialmente para ella, lleva su nombre. Toma asiento, e indica con un movimiento de mano que haga lo mismo. No le incomoda quedar frente a mí con ese camisón rojo tan revelador donde resaltan al descaro sus pechos.—De la forma en que me miras diría que en realidad has venido porque me extrañas.—No te equivoques, es por mi hija que estoy aquí.—¿Pidió verme? —No, fui ver al mayordomo del abuelo
Simone.Busco el cepillo rosa con el que siempre peino a Éline en su cajonera, sin embargo, no está, parece haberse esfumado. No lo entiendo, anoche antes de que durmiera lo coloqué aquí. Ella me observa a través del espejo, el cabello negro es una maraña de ondas que pide a gritos que alguien lo calme. Tomo otro cepillo diferente, ella frunce el ceño al ver que no es su preferido.—Parece que al hada de los dientes le hizo falta tu cepillo —sonríe.—¿Me dejó alguna moneda?—Creo que se le olvidó —hace un puchero—. Tranquila, cuando la vea le exigiré tu pago.—¿Puedes hablar con ella? —noto la emoción en sus palabras.—Tal vez.—Si es así, le podrías pedir un deseo de mi parte.—¿Un deseo? ¿Cuál sería?Ella gira su rostro para mirarme completamente, seria suspira como si las palabras le salieran del fondo del alma.—Pediría que tú fueras mi verdadera madre. De esta manera nadie tendría que regresar y nadie tendría que irse.Un nudo se hace en mi garganta, parte de la conversación que
Simone.Él no puede responder, intento estabilizarlo, su chofer se acerca a ayudarme. No sé el tiempo que transcurre, pero de un momento a otro el hombre le practica primeros auxilios hasta que llega uno de los médicos del asilo con el equipo, el guardia los ha llamado. Logran estabilizarlo, al parecer ha sufrido un ataque cardíaco. No sabía que tenía problemas en el corazón, en realidad, hace muchos años dejé de saber de él; quise olvidarme que tenía padre, a pesar de que hace más de siete meses que se ha empeñado en reaparecer en mi vida. Tiene puesto oxígeno, está medio consciente, el médico recomienda llevarlo al hospital donde suele atenderse. Él asiente, la ambulancia está lista, yo solo escucho todo; su estado de salud parece delicada. Cuando la camilla pasa por mi lado él intenta extender su mano hacia mí, pero el gesto se desvanece al instante debido a la debilidad.—Le pediría que nos acompañara, señorita Simone —comenta su chofer—. Le haría bien al señor, por favor.No dud
Simone.Detesto el olor a que hay en los hospitales, huelen a muerte, desgracias y dolor disfrazados de aromas antisépticos. El nerviosismo es constante en mi cuerpo, algo dentro de mí tiembla. Un sentimiento extraño, parecido al terror, a la pérdida de un ser amado. El recuerdo de mi abuela viene a mi mente, sin embargo, esto es diferente. Estoy desesperada, mi cabeza duele, el llanto de un niño a lo lejos hace que dé un brinco en el asiento. Busco desesperada el sonido saliendo de la sala de espera. Pertenece a un bebé, su madre lo arrulla, el dolor de cabeza se hace más fuerte, mi mente se nubla, los chillidos del pequeño hacen eco en mis sienes. ¿Qué está sucediendo? Creo que voy a desfallecer cuando alguien me sostiene.—¿Se encuentra bien, señorita? —asiento como puedo—. No mienta, sé reconocer cuando alguien está a punto de desmayarse.—No es nada, no se preocupe.—Eso es lo peor que se le puede decir a un doctor, señorita.El hombre me lleva a un pequeño cubículo. Toma mi pres
Simone.Sus besos recorren mi cuello, la dulzura agasaja la piel como el complemento necesitado. Las manos grandes aferradas a mis caderas, el vaivén constante de su pelvis contra la mía, sus gruñidos encierran mi nombre; es la gloria, es el éxtasis, es Edmond haciendo que toque al cielo... envueltos en sábanas con aroma a jazmines. Despierto sobresaltada, el sol ha salido, y aún sigo en la cama. Mi cuerpo está desnudo, recuerdos de la noche anterior hacen arder mi rostro, me entregué a él como nunca antes; vencí el miedo, le regalé toda la confianza, y no puedo negar lo bien que se siente. Él está en mí, en mi piel, en mi mente, en mis sueños. Di el paso necesario para arreglar lo nuestro, él lo dijo anoche, lo escuché antes de quedar dormida, susurró que me amaba. Ese recuerdo me da la energía para salir de la cama, con la sonrisa incrustada en los labios. Llamo a Richard, mi padre pasó bien la noche, es un alivio, pronto le darán el alta. Prometo visitarlo en cuanto pueda. Me apre
Simone.Salgo de la sala donde tienen a mi padre, cada paso que doy se siente más ligero, como si el peso de tristezas, amarguras y dolor que cargaba en mi vida fuera una gran tormenta que poco a poco se ha disipado. Sonrío, no puedo parar de hacerlo; pienso en la cena que les haré esta noche, en el nuevo libro que leeré para Éline y los besos que quiero darle a Edmond. —¡Simone, Simone! Giro hacia la voz que me llama. Es el mismo doctor que me auxilió ayer. Se acerca a paso apresurado, lo primero que pasa por mi mente es que algo vuelve a estar mal con papá por lo que voy a su encuentro, pero la sonrisa que me regala indica lo contrario.—Disculpa que te llame de esta forma —el brillo en sus irises destella bajo la lámpara del pasillo—, pero te llamé varias veces y no escuchabas.—Oh, perdón, es que estaba haciendo notas mentales de algunos quehaceres. ¿Cómo está usted, doctor?—Justo venía a preguntarte lo mismo. Me quedé preocupado por lo sucedido ayer, y quería chequear tu estad
Simone.La voz de esa mujer hace eco en mi cabeza, la impotencia se expande por mi cuerpo al punto de querer sacarla de aquí, alejarla de Éline, pero son las risas de esta las que me hacen entrar en razón, desde la cocina las veo; se está divirtiendo con ella, con su madre. Lágrimas ruedan por mis mejillas, me agacho y comienzo a recoger los cristales esparcidos sobre el suelo, es por lo que estoy aquí, para limpiar, arreglar lo que está roto a pesar de no ser responsable. El contrato lo estipula, y en el momento que este se cancele... ¡No quiero pensar en ello! No ahora, Edmond y yo estamos tan bien, por fin podemos amarnos libres de rencores o traumas. He de ser fuerte y continuar, no me dejaré derrotar por ella.La cena que tenía planeada consta con un nuevo ingrediente; celos, creo que nunca había sentido tantos en mi vida como en este momento. Si a Éline le molestara, si hiciera una pequeña muestra o gesto de disgusto, pero no, está tan contenta que apenas voltea a verme desde su