Simone.Contengo el llanto al borde de mis ojos, el pecho me aprieta el alma donde reluce una tristeza inmensa. «No sé para qué volví» Si todo es mucho peor que antes. El coraje que sentí esta tarde frente a la exesposa de Edmond se ha esfumado, es una pena interna la que me lastima, y no soy la única, pues Éline no ha sonreído más, no desea hablar del tema, y él… él está peor que nunca. Yace en su cama bañado en sudor con compresas de agua fría sobre la frente y pecho. Se desmayó hace dos horas, sentí el estruendo a mis espaldas cuando salía corriendo. Regresé por él, lo ayudé a llegar a su habitación donde se volvió a desplomar; aún así siguió rechazándome, pero hice caso omiso; curé su herida; y ahora espero que baje la fiebre que le está consumiendo los sentidos. No sé qué tanto hay dentro de esa mente, qué tanto rencor guarda; pero estoy segura de que una gran pena aqueja el subconsciente de Edmond. Sus piernas presentan un leve temblor, las manos hacen gestos involuntarios; mue
Simone.—No me gusta la sopa —se queja.—Estás resfriado, te sentará de maravillas. Además, la noche en la que regresé no parecía incomodarte, bien que te la comiste.—Eso fue porque no sabía que lo habías hecho tú.El tono de voz es tan déspota, cargado del repudio que me hace encararlo con el enojo a flor de piel. Él arquea una ceja, espera el remolino de insultos atorados en mi garganta, sin embargo, vuelvo a inspirar profundo, no deseo discutir.—Sé que me detestas, Edmond, pero lo único que pido en el poco tiempo que me quede aquí es llevar la fiesta en paz.—¿Poco tiempo? No me digas que después del esfuerzo sobrehumano que hice para aceptar que volvieras planeas irte. Eres una cobarde, Simone.—Si vuelves con tu exmujer, el contrato quedará roto. Sería un alivio para ti, ya no tendrías que verme la cara.—Tienes razón —sonríe de lado—. Lo menos que quiero es tenerte rondando si mi vida vuelve a ser como antes.—¿Entonces regresarás con ella? —musito, los ojos me arden.—¿Si así
Edmond.La fiebre ha pasado, pero los escalofríos aún me recorren el cuerpo. Es absurdo el vuelco que ha dado mi vida. Todo lo que creí, toda mi felicidad se deshace como castillo de arena frente a un huracán. No dejo de sentirme estúpido, crédulo, por dejar que esa mujer haya manipulado tantos años haciéndome creer que era el padre de Éline... El temblor estremece mi pecho, paso las manos por el rostro antes de seguir escribiendo al detective. Recomienda cautela, no anticiparme a los hechos antes de obtener resultados. Por mi parte resulta imposible, sobre todo cuando escucho los rápidos pasos por el pasillo como si se tratara de un animalito desbocado. Entra sin pedir permiso, no lo necesita, siempre ha sido mi princesa, y yo el caballero capaz de cumplir cada uno de sus caprichos.—¡Papi, dice mami que has estado muy enfermo! —se sube a la cama, no tarda en abrazarme—. Tranquilo, ya vine a cuidarte.Deja pequeños besos en mi rostro, el corazón me late rápido, intento controlar el n
Edmond.El elevador se detiene en el séptimo piso, las puertas de metal se abren dando paso a una de las mejores suites del hotel. Avanzo hacia el salón, los muebles de color blanco relucen sobre el piso de mármol negro pulido. El aroma a lavanda y rosas inunda el área; una botella de vino espumoso blanco yace en la hielera, la copa a medio beber indica que no me esperaba.—Me sorprende verte aquí —dice a mis espaldas—; más a estas horas.—Necesitamos hablar, Karine.Ella pasa por mi lado, porta una fragancia suave, dulce, con notas especiadas; la conozco bien, es una de mis creaciones, una especialmente para ella, lleva su nombre. Toma asiento, e indica con un movimiento de mano que haga lo mismo. No le incomoda quedar frente a mí con ese camisón rojo tan revelador donde resaltan al descaro sus pechos.—De la forma en que me miras diría que en realidad has venido porque me extrañas.—No te equivoques, es por mi hija que estoy aquí.—¿Pidió verme? —No, fui ver al mayordomo del abuelo
Simone.Busco el cepillo rosa con el que siempre peino a Éline en su cajonera, sin embargo, no está, parece haberse esfumado. No lo entiendo, anoche antes de que durmiera lo coloqué aquí. Ella me observa a través del espejo, el cabello negro es una maraña de ondas que pide a gritos que alguien lo calme. Tomo otro cepillo diferente, ella frunce el ceño al ver que no es su preferido.—Parece que al hada de los dientes le hizo falta tu cepillo —sonríe.—¿Me dejó alguna moneda?—Creo que se le olvidó —hace un puchero—. Tranquila, cuando la vea le exigiré tu pago.—¿Puedes hablar con ella? —noto la emoción en sus palabras.—Tal vez.—Si es así, le podrías pedir un deseo de mi parte.—¿Un deseo? ¿Cuál sería?Ella gira su rostro para mirarme completamente, seria suspira como si las palabras le salieran del fondo del alma.—Pediría que tú fueras mi verdadera madre. De esta manera nadie tendría que regresar y nadie tendría que irse.Un nudo se hace en mi garganta, parte de la conversación que
Simone.Él no puede responder, intento estabilizarlo, su chofer se acerca a ayudarme. No sé el tiempo que transcurre, pero de un momento a otro el hombre le practica primeros auxilios hasta que llega uno de los médicos del asilo con el equipo, el guardia los ha llamado. Logran estabilizarlo, al parecer ha sufrido un ataque cardíaco. No sabía que tenía problemas en el corazón, en realidad, hace muchos años dejé de saber de él; quise olvidarme que tenía padre, a pesar de que hace más de siete meses que se ha empeñado en reaparecer en mi vida. Tiene puesto oxígeno, está medio consciente, el médico recomienda llevarlo al hospital donde suele atenderse. Él asiente, la ambulancia está lista, yo solo escucho todo; su estado de salud parece delicada. Cuando la camilla pasa por mi lado él intenta extender su mano hacia mí, pero el gesto se desvanece al instante debido a la debilidad.—Le pediría que nos acompañara, señorita Simone —comenta su chofer—. Le haría bien al señor, por favor.No dud
Simone.Detesto el olor a que hay en los hospitales, huelen a muerte, desgracias y dolor disfrazados de aromas antisépticos. El nerviosismo es constante en mi cuerpo, algo dentro de mí tiembla. Un sentimiento extraño, parecido al terror, a la pérdida de un ser amado. El recuerdo de mi abuela viene a mi mente, sin embargo, esto es diferente. Estoy desesperada, mi cabeza duele, el llanto de un niño a lo lejos hace que dé un brinco en el asiento. Busco desesperada el sonido saliendo de la sala de espera. Pertenece a un bebé, su madre lo arrulla, el dolor de cabeza se hace más fuerte, mi mente se nubla, los chillidos del pequeño hacen eco en mis sienes. ¿Qué está sucediendo? Creo que voy a desfallecer cuando alguien me sostiene.—¿Se encuentra bien, señorita? —asiento como puedo—. No mienta, sé reconocer cuando alguien está a punto de desmayarse.—No es nada, no se preocupe.—Eso es lo peor que se le puede decir a un doctor, señorita.El hombre me lleva a un pequeño cubículo. Toma mi pres
Simone.Sus besos recorren mi cuello, la dulzura agasaja la piel como el complemento necesitado. Las manos grandes aferradas a mis caderas, el vaivén constante de su pelvis contra la mía, sus gruñidos encierran mi nombre; es la gloria, es el éxtasis, es Edmond haciendo que toque al cielo... envueltos en sábanas con aroma a jazmines. Despierto sobresaltada, el sol ha salido, y aún sigo en la cama. Mi cuerpo está desnudo, recuerdos de la noche anterior hacen arder mi rostro, me entregué a él como nunca antes; vencí el miedo, le regalé toda la confianza, y no puedo negar lo bien que se siente. Él está en mí, en mi piel, en mi mente, en mis sueños. Di el paso necesario para arreglar lo nuestro, él lo dijo anoche, lo escuché antes de quedar dormida, susurró que me amaba. Ese recuerdo me da la energía para salir de la cama, con la sonrisa incrustada en los labios. Llamo a Richard, mi padre pasó bien la noche, es un alivio, pronto le darán el alta. Prometo visitarlo en cuanto pueda. Me apre