Edmond.—Hola, abuela, ¿cómo estás? Lamento mi larga ausencia, sé que no tengo perdón, pero estoy segura de que te han cuidado muy bien. Mira, te traje tus flores favoritas —muestra el ramo de rosas—. Las pondré en el jarrón para que sientas su perfume. No te imaginas todo lo que tengo que contarte…—Será mejor que las dejemos solas por un momento —susurra Delphine—, puedo llevarlo a nuestro salón de espera, hay muchas abuelas que desearán deleitarse con un hombre tan apuesto.Ella me guiña un ojo, yo asiento; le ofrezco mi brazo y dejo que me guie. Simone necesita privacidad, estoy seguro de que muchas de las cosas que desea hablarle a su abuela es sobre mí. Las horas pasan, acepto café, pastelillos y todos los elogios subidos de tono de las señoras del lugar. Al regresar a la habitación, Simone se encuentra sentada al lado de la cama, le muestra a su abuela un frasco de cristal, y lo pasea frente a su nariz. La fragancia no tarda en llegar a mi nariz, es una mezcla de aromas totalme
Simone.Siempre he sido presa de una tristeza profunda, es como un fantasma que se pasea a mi alrededor, que aunque no pueda verla, allí se encuentra. Recuerdo cada momento en que la vida me ha golpeado, cada evento desafortunado y doloroso que todavía, a pesar del tiempo transcurrido, duele en mi alma; la muerte de mi madre fue una de ellas, y las causa que trajo consigo son una de las cosas que no he podido olvidar, ni perdonar; ese dolor lo conozco bien. También sé reconocer de dónde proviene esa punzada tan honda en mi pecho que a la vez es la causa de mis terrores. Sin embargo, hay un dolor que aún no logro descifrar de dónde proviene. Desde aquel accidente en el que perdí parte de mi memoria, el día que desperté, ya ese sufrir estaba allí, pensé que al recuperar los recuerdos se esclarecería, pero no sucedió, a veces presiento que algo falta, que algo quedó enterrado en el olvido; pero luego lo creo imposible, mi abuela, la luz de mi vida, se encargó de recordarme todo; ella no
Simone.Intento subir el cierre de mi vestido, se quedó atorado a medio camino; temo que he subido un poco de peso desde que estoy aquí. Me observo en el espejo preocupada; sí, la vestimenta ajustada lo delata, mis caderas se han vuelto más anchas; mis glúteos están más grandes al igual que mis pechos. Nunca me habían preocupado estas cosas; la figura no me importaba, ya que mi manera de vestir lo disimulaba, pero ahora, desde que tengo ropa nueva, y a la moda, considero que todo se me ve demasiado provocativo; detesto llamar la atención, soy testigo de que eso no trae nada bueno.—¿Necesitas ayuda? —veo a Edmond a través del espejo; viene hacia mí.—El cierre se atoró.—Ya lo arreglo, aunque me tienta la idea de dejar tu espalda desnuda por un momento —él comienza a deslizar su dedo a lo largo de la columna vertebral—. Pensé que iríamos a mi cuarto anoche.—Te quedaste dormido más rápido que Éline; abrazabas su conejo, no quise despertarlos.—Maldigo mi cansancio, y las oportunidades
Simone.Las imágenes de ambos vuelven a usurpar mi mente. Los imagino en su oficina, sobre el buró, él disfrutando del perfume caro que porta ella, ella dejando que le bese su cintura. Ya entiendo por qué no ha llegado a casa en estos días, soy una verdadera idiota. ¿Cómo puede suponer que Edmond la había dejado? Qué lo que teníamos era sumamente exclusivo. Mi pecho se quiebra, siento vergüenza de mí, sobre todo porque siempre lo supe; «Una mujer como yo nunca será suficiente». Intento que Éline no note mi tristeza, estamos en su cama; ella vuelve a contarme lo maravilloso que fue el día, yo asiento y le sonrío; esto es lo que debería importarme, su bienestar, ese es mi trabajo; no divagar sobre la traición de su padre. «¿Traición?» «¿Fue eso? ¿Edmond me traicionó?» ¡Ni siquiera tenemos una relación! Yo sigo siendo su juguete; nada ha cambiado para él desde el día en que besó mis labios.La pequeña se duerme temprano, aprovecho para ir a mi habitación; necesito estar sola, pensar. Est
Simone.Él se separa, supongo que nota la angustia en mi rostro. Voy hacia la mesa de noche, lo tomo; el alivio llega a mí cuando noto que no es sobre mi abuela; pero no del todo. Se trata de Ingrid, hace mucho no hablamos, la he estado evitando desde que me dejó sola aquella noche en el bar. No obstante contesto, es la única amiga que tengo.—Hola, Ingrid.—¡Amiga, qué alegría escuchar tu voz! Hace tanto no hablamos.—He estado muy ocupada, lo siento.—Soy yo la que se tiene que disculpar, Simone; la última vez que nos vimos actué mal; pensé que la estabas pasando bien con los amigos de Leonard; luego uno de ellos me dijo que prácticamente saliste corriendo.—Sabes que me cuesta relacionarme con hombres desconocidos.—Lo sé, por ello te he llamado para compensarte el mal rato; quiero invitarte a pasar este fin de semana en la playa; Leo suele dar este tipo de fiestas en su residencia privada, la pasaremos genial, te lo aseguro —su tono es de puro entusiasmo.—No lo sé, Ingrid, mi tra
Simone.Ingrid escucha todo lo que le cuento, mis palabras se camuflan con la brisa que hondea nuestros cabellos en la terraza. Llevamos mucho tiempo charlando, he intentado relatar la mayoría de los eventos vividos en estos últimos meses; desde que decidí ser madre por contrato y cómo caí bajo el encanto de Edmond. El rostro de mi amiga es un poema; sus expresiones delatan lo que piensa al respecto aunque me gustaría más escucharlo de su propia boca. Toma un sorbo del agua de coco que bebe, yo la imito, esperando su opinión.—No creo que te debas sentir culpable por aceptar tal trabajo, Simone, estabas desesperada, además la niña te adora y tú a ella. Siempre consideré que necesitabas compañía. —Pensé en dinero antes de firmar y venderle la vida a Edmond; cada vez que Éline me observa con esos ojitos cargados de amor lamento ser solo su madre por contrato.—Bueno, tampoco es que seas solamente eso, su padre y tú ya están en otros términos —mueve las cejas con picardía.—Él me confun
Simone.—¿Cuál sería?—Para comenzar, pasa la tarde conmigo, quiero disfrutar lo bien que te queda ese biquini.El atardecer nos toma en la terraza privada del condominio, estoy acostada sobre una tumbona, Edmond se deleita esparciendo bloqueador solar sobre mi espalda y glúteos, aunque ya no lo necesite. Sus dedos se deslizan con la gracilidad de un pianista cuando toca su melodía preferida. Es relajante, erótico, hace que desee no dejar de sentir su toque. Él comienza a besar mi hombro, justo sobre el golpe.—¿Duele?—Un poco, creo que saldrá un moratón.—Prometo besártelo todos los días hasta que se cure.Son esas cosas que dice las que derriten mi alma. Él prosigue con su camino de besos, va al cuello, luego a mi espalda, son lentos, calientes, cargados de disfrute. Comienza a acariciar mis caderas; la forma en la que se agarra de ellas grita que él quiere más, que lo necesita; su apetito, su deseo explícito hace que entre en pánico. Mi mente es mi mayor enemiga, lo sé, pero no me
Edmond.La mentira tiene patas cortas, era el refrán que decía mi abuelo cuando; tarde o temprano la verdad termina flotando para bien o para mal. Permanezco oculto en la habitación de al lado. Oigo sus pasos cuando dejan la de Ingrid. La estuve buscando, fui a la fogata, caminé por toda la orilla de la playa, pregunté a los demás si la habían visto, fue en vano; parecía que las olas del mar se la habían llevado consigo. Siempre es así, ella sale corriendo de mis manos, yo la persigo preocupado, porque sé que algo no anda bien con Simone. Lo he intentado todo para ganarme su afecto, su confianza y lo que recibo a cambio es escucharla llorar con su amiga; hablar sobre mí y cargas que no me corresponden. Es incorrecto apresurarme, pues hay pedazos de información que no logré a escuchar, pero lo que sí quedó claro es que ella no confía en mí; cree que soy capaz de llevar a la cama a cualquier mujer porque no intimamos. Estoy decepcionado, de ella, de mí, ya que su juicio es parte de lo q